Y a las tres, llegan las lentas

| A las diez de la noche, ya había cola para entrar a bailar a fines de los setenta y principios de los ochenta. Discotecas en gimnasios y boites solo para parejas. | Los Bee Gees, Fiebre del Sábado a la Noche estaban en boga. La música en español estaba "mal vista".

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LEONEL GARCÍA

A las tres de la mañana había que empezar a concretar. Luego de cinco horas de rock y disco, Beatles, Stones, Donna Summer, Dire Straits o la banda de sonido de Fiebre del sábado a la noche le dejaban la posta a Woman in Love de Barbra Streisand o Can`t fight this feeling de REO Speedwagon. Era el tiempo de las lentas, 30 a 45 minutos esperadísimos para que el aspirante a galán desplegara todo su arsenal de seducción. Si se estaba en un gimnasio con discoteca, por caso el del Club Banco República, daba inicio la infaltable recorrida con el "cuestionario" que no sabe de épocas. Pasar del "¿Bailás?" al "¿Venís siempre por acá?" o "¿Estudiás o trabajás?" era muy bueno; saltar a una respuesta afirmativa al "¿Me das tu teléfono?", mucho mejor. Si se tenía más edad -y sobre todo, más plata- melosidades como el Arthur`s theme de Christopher Cross, podían encontrarlo a uno en una boite, Zum Zum por ejemplo. Ahí la mitad del recorrido estaba hecho, porque el ingreso era en pareja. Era el momento para finiquitar (o diluir) el asunto entre manos. "¿Vamos a un lugar más tranquilo?", podía ser una frase de ocasión, otro eufemismo absolutamente atemporal.

Nostalgia se puede sentir de muchas cosas. Pero la tradición de mañana en la noche, iniciada en 1978, está íntimamente ligada al baile y a la música. Eran tiempos de los trajes blancos que popularizó John Travolta y del jean como prenda distintiva, de Primavera con o sin alcohol, de música casi completamente en inglés, de la coexistencia de las primigenias discotecas, de los "bailes" (así, a secas) en gimnasios, donde coexistían el tablero de basquetbol con las bolas de luces, y las boites, de disc-jockeys y no de dee-jays. También eran épocas de noches con una seguridad añorada pero por un motivo nada añorado: la dictadura.

Fiebre. La cédula dice Arthur de la Vega y que nació hace 58 años en Rivera. Para todo el mundo es Arthur Martin. Recuerda que la dictadura y la censura habían herido de muerte a un gran porcentaje de músicos y a su posibilidad de presentarse en vivo. "Eso deriva en el desarrollo de las discotecas, y como no había lugares fijos, la infraestructura era muy limitada, se utilizaban clubes". Bohemios y el Banco República agitan la noche de Pocitos, pero eso se extiende a todo Montevideo -Malvín, el Náutico de Carrasco, el Olimpia de Colón- y al país. "En 1977 organizo el primer servicio de discoteca con visos de profesionalidad en el Banco República donde estuve hasta 1981". La movida empezaba a las diez de la noche, cuando ya había colas de varias cuadras frente a las boleterías. Entre las cuatro y las cinco terminaba todo. Después de las lentas, ya sea en el éxito o en el fracaso, la noche ya perdía buena parte de su sentido.

Fiebre del sábado a la noche no solo significó el salto al estrellato de Travolta y el cenit de la conversión de los Bee Gees de banda de folk-rock-progresivo a música para bailar; también fue el inicio del auge de las discotecas. Esa ola llegó hasta Uruguay. Martin organizó un concurso de baile basado en la película que recorrió el país con 114 fiestas y 320 parejas participantes.

"Por esa misma época en Nueva York estaba el boom de Studio 54. Todos los géneros que se pasaban -disco, rocanrol, soul, lentas- estaban pensados para bailar", rememora Ignacio "Nacho" Rius, quien fuera el primer DJ de la boite Tarot y trabajara en La Casona de Pocitos.

Gracias a programas como "Impactos", en la popularísima Radio Independencia, el inglés era, más que predominante, hegemónico. "Nada en español; en los `70 y en este país, eso era mala palabra", dice Rius. No era una cuestión exclusiva de moda; las canciones en lengua extranjera pasaban mucho mejor el filtro de la censura de los años de plomo.

Aún así, otros colegas dejaban un hueco para otras propuestas: Eduardo Mazzei, quien fuera DJ de la boite La Cachila, entre otras, incluía la "Porteñada", música brasileña e italiano, e incluso artistas uruguayos como Los Shakers (que cantaban en inglés) o Los Iracundos; Martin recuerda haber pasado algo de Ruben Rada con Tótem y el rock argentino de la época (Pescado Rabioso, Lito Nebbia, los proyectos de Charly García). A este último, apelar a "La marcha de la bronca", de Pedro y Pablo, le valió, a principios de los 80 y en una fiesta en el Centro Progreso de Treinta y Tres, una detención.

Pese al contexto histórico reinante, todos los encargados de pasar música en aquellas noches de fines de los `70 y principios de los `80 coinciden en que el ambiente de aquellos bailes era casi idílico. Henry Mullins hoy es el director artístico de Metrópolis FM, pero su currículum en las bandejas incluye Zum Zum, New York, Lancelot, Zona Libre, Pachá en Punta del Este (donde en 1980 fue reconocido como el mejor DJ de la temporada) y el Club Bohemios, cuyo gimnasio llegó a desbordar con 2.500 personas. No oculta su nostalgia por aquellos tiempos. "Eran otras costumbres, casi no se veía droga. Aparte de la música, extraño la tranquilidad, la seguridad, la educación y las buenas costumbres. La gente pedía permiso para ir al baño o para pasar. Hoy les importa tres carajos todos, te empujan, van mamados, está la música electrónica, la cumbia... no es para mí".

Intimidad. Cuando las discotecas en los gimnasios llegaban a su apogeo, hacía tiempo que las boites reinaban en las noches. El ingreso era en parejas, el ambiente era más intimista y su costo podría ser entre dos y cinco veces más caro que en un baile. De todas ellas, Zum Zum, la más asociada a la Noche de la Nostalgia, guarda un local de privilegio en la memoria colectiva. Carlos "Charlie Boy" Laborde, quien fuera su disc jockey -con intermitencias- del `71 al `99, cuenta que surgió como una alternativa a A`Baiuca, mítica boite de Pocitos ubicada donde hoy hay un local de la quesería La Colonial. "Fue un bombazo. Aunque el sábado era la noche más fuerte -el récord fue de 513 personas-, la movida era toda la semana. Llegamos a tener martes con cien asistentes, ¿dónde ves hoy algo así?"

Zum Zum supo tener al ex presidente Jorge Pacheco como uno de sus clientes selectos. "Era la `llave` (honor simbólico a sus habitués más fieles) número diez", recuerda el DJ. También fue visitado por grandes figuras como Joan Manoel Serrat o Vinicius de Moraes, además de recibir a la "crema" montevideana de la época. Su política de solo permitir el ingreso en parejas era muy estricta -para las chicas, la alternativa era cruel: ser invitada o "planchar"- y solo se rompía en casos muy especiales; una de ellos fue la visita de Sting en los `80, cuando el ex Police vino a tocar a Montevideo. Como Studio 54, las leyendas urbanas no son ajenas a Zum Zum: está difundida la historia que al propio Cat Stevens no se le permitió entrar al local por no traer compañía femenina. Eso habría ocurrido en una incomprobable escapada del autor de Wild Word a Montevideo proveniente de Argentina, donde había ido por cuestiones legales. Laborde asegura que fue así; Héctor De Armas, ex dueño de la boite, no se anima a confirmarlo.

Ya sea con un "programa" (viejazo que equivale a una cita) o a través de una cita a ciegas ("Mi novia tiene una amiga, ¿venís?") el hecho de entrar solo en parejas a las boites aparejaba el problema de no tener más alternativas amorosas para la noche que tener éxito o fracasar. "Una vez adentro, las cosas sucedían o no. No funcionaba el `levante` como hoy en día, que en parte es más democrático y real", reconoce Rius.

Esta situación podía ser muy beneficiosa para los disc jockeys. Mazzei recuerda noches en los que recibía "hasta mil pesos de los de hoy de propina" por satisfacer las demandas de los clientes. "Venía un tipo y te decía: `meteme una lenta que quiero ver si puedo apretar de una vez`. O por el contrario: `dale con el rocanrol que no quiero saber nada con este bagayo`".

Contracara. En años sin shopping centers, 18 de Julio era el epicentro de los preparativos. Así como la música disco trajo con ella la necesidad de más iluminación, obligando a buena parte de las propuestas nocturnas a subir el volumen, la intensidad de las luces e ir abandonando paulatinamente el ambiente intimista, el jean le ganó definitivamente el terreno a la ropa formal. El Mercado Persa se convirtió en un centro de referencia; también lo eran LeMec y Branda`s en ropa masculina, y Juapaka, PK2 y Frau en vestimenta femenina. De la minifalda a la maxifalda y de los zapatos con plataforma a las botas para todo uso. Reinaban las galerías. Canciones como La chica de la boutique del pelado Heleno, ícono de la tan amada como denostada Porteñada, dan cuenta de la cara amable de esos tiempos.

La otra cara es mucho más conocida y agria. Hubo quién, ya en los 80, acusó al ambiente de las boites y discotecas de "frívolo" y funcional al régimen de facto. Pero la ausencia de democracia también alcanzaba a la diversión nocturna. "Los problemas y el miedo por la dictadura dependían mucho del lugar. Influía mucho la situación socioeconómica. Estaba muy claro que en Pocitos o en Carrasco la posibilidad de una razzia era mínima, pero si el baile era en el club Liverpool o en 25 de Agosto, la cosa cambiaba", señala Arthur Martin.

Más allá del evento relatado por este último en Treinta y Tres, y que no pasó a mayores, ninguno de los DJ consultados relató haber vivido alguno de estos problemas. "A lo sumo, los efectivos de seguridad entraban al local, prendían las luces, miraban si había menores y se iban. Lo que más molestaba era que llevaban armas en la cintura", dice Mullins.

Otro recuerdo, de Ignacio Rius, es el de miembros de las Fuerzas Conjuntas de particular, los denominados "tiras", que "trataban de pasar desapercibidos -cosa que les era imposible- con la excusa de que buscaban droga. Eran de Narcóticos o de Inteligencia. De la música no decían nada; como estaba en inglés, no la entendían". En bailes habilitados para menores, como los organizados por colegios, era muy notoria la intervención de funcionarias del Consejo del Niño, apunta. "Ellas intervenían si una pareja se `acaloraba` mucho y la separaban. No te dejaban besarte". De cualquier manera, aseguran, la música y el baile permitían al joven un espacio de liberación que podía cambiar fuera de la discoteca, ya sea por una cuestión de pelo largo u olvido de los documentos.

Los tiempos fueron cambiando. A la proliferación de pubs le siguió, ya con los primeros pasos de la vuelta a la democracia, el surgimiento de los candombailes; el "cantopopu" se puso de moda; el rock nacional renació (y con sus "templos" como Juntacadáveres), murió y volvió a renacer; el tecno se resignificó en marcha y ésta en la actual música electrónica; la cumbia, antes asociada a las clases bajas, hizo su crossover social; se levantaron los shoppings center y las galerías de 18 de Julio iniciaron su ocaso; se inauguraron grandes locales pensados para discotecas y los gimnasios ya volvieron a su función original. El presente de hoy es la nostalgia del mañana. Y mañana se bailarán lentas.

Entre boliches, pilchas y drinks

Sitios web como www.uruguay80s.com.uy o www.volveralfuturo.com dan cuenta de la marca que dejaron esos tiempos en la vida de quienes fueron adolescentes y veinteañeros en la época que se creó la Noche de la Nostalgia.

En ellas se rememoran boites y discotecas como Magique, La Olla, El Mar de la Tranquilidad, Ton Ton, Zorba, New York - New York, Lancelot, Zum Zum, Sunset, y los bailes en los clubes Banco República, Bohemios, Trouville, Atenas, Platense, Malvín, Armenio, Liverpool, Olimpia, entre otros.

"En aquellos años las discotecas y los llamados `bailes populares`, en los que se pasaba cumbia, eran como el agua y el aceite. El público de ambas propuestas no se juntaba, ya sea por edades, por zonas, por música o por clases sociales", recuerda hoy Arthur Martin. "Y eso que ahí actuaban grupos antológicos, como Borinquen o Casino", agrega. Ya sea por una reivindicación tardía u otro motivo similar, quienes fueron jóvenes entonces también le han dedicado a los bailes en Montevideo Rowing, Palacio Salvo, Eúskaro o el Palacio Sudamérica cariñosos recuerdos en las websites nostálgicas. Es que sus pistas han visto muchas más personas de las que están dispuestas a reconocerlo.

Los años 60 y 70 fueron considerados por los DJ consultados como los más fermentales de la historia de la música. Eso -y el hecho de que también eran jóvenes entonces- influye mucho en su nostalgia por aquellos años. Pero no todo lo actual es despreciable. "Me encanta la tecnología del presente, la posibilidad para un profesional de usar pantalla gigante, las mejoras en las luces y el sonido. Además, los locales tienen hoy aire acondicionado. Antes, en verano, estar en una boite o en una discoteca era como estar en el Ecuador. El ambiente podía ser tan espeso que a veces no te dabas cuenta cómo era la persona que tenías al lado", reconoce Ignacio Rius.

Ro-30, LeMec, Branda`s, Juapaka, Lumaconi, Temesio, Frau, PK2 y el Mercado Persa eran algunos de los lugares preferidos para lucir lo mejor posible en la noche.

El unánimemente recordado Primavera (con o sin alcohol) y los tragos artesanales como Tom Collins, Destornillador y Séptimo Regimiento volaban de mano en mano en las boites. En los bailes en los gimnasios, el predominio de la cerveza jamás fue discutido. Al menos si se era mayor de edad.

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