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Cuando el vínculo con el trabajo es tóxico: ¿es posible salir de ahí?

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Mujer tapándose la cara con expresión de estrés.

DE PORTADA

El agotamiento, el miedo a perder el empleo, la pasión desmedida son síntomas a revisar. Pueden indicar que estás "quemado" y que quizás sea hora de cambiar de ambiente o de actitud.

Aprender a decir que no es todo un desafío. Están los miedos, el temor a quedar sin empleo. La pasión, dicen, también puede jugar en contra. El vínculo tóxico con el trabajo puede reconocerse fácilmente o, por el contrario, esconderse en la idea de productividad incesante. Entra en juego el concepto de “pertenencia” que, explica la psicóloga Cecilia Rodríguez, especializada en el área laboral y gerente de consultoría en gestión humana en PWC, se genera, muchas veces, con el trabajo. “Y cuando ese trabajo se pierde, genera un vacío importante, un no saber qué hacer, no saber cómo organizar el tiempo y el duelo por una pérdida sumado al sentimiento de incertidumbre por el futuro”.

Para poder mantener el trabajo, los límites entre la vida laboral y la personal empiezan a desdibujarse. Las 24 horas parecen ínfimas, el descanso y el ocio pierden terreno en la rutina. “Si para los antiguos el trabajo estaba diagramado por la tensión entre levedad y pesadez, para nosotros, los modernos, el trabajo nos obliga a reconciliar permanentemente la relación entre deber y placer, entre lo laboral y el ocio (la necesaria articulación entre el homo laborans, el homo sapiens y el homo ludens). ¿Estamos gozando y disfrutando a nuestro trabajo o lo estamos padeciendo? ¿Cómo equilibramos la relación entre nuestro tiempo dedicado al trabajo y el tiempo que disponemos para el ocio?”, plantea a Revista Domingo el psicólogo Luis Gonçalvez Boggio, profesor adjunto del programa de psicoterapias del Instituto de Psicología Clínica de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República (Udelar).

Sociedad del cansancio

En el texto La sociedad del Cansancio, el filósofo Byung-Chul Han plantea que el principal problema de la sociedad contemporánea es el cansancio de la autoexplotación. “El morador de esta sociedad del cansancio es, al mismo tiempo, su propio verdugo y su propia víctima. Está sujeto al rendimiento y se encuentra en una guerra consigo mismo por ser hiperactivo, hiperacelerado, hiperatento, por estar hiperconectado, e hiperinformado”, explica Luis Gonçalvez.

Hace unas semanas, el ensayista Jonathan Malesic publicó en The New York Times un escrito extenso en el que pone en perspectiva los cambios que trajo la pandemia en la forma en que las personas miran, viven, se relacionan y (sí) sufren el trabajo. Habla sobre que hasta hace un tiempo el título, la profesión, el oficio eran casi sinónimo de la persona, la definían. Y aunque no es algo que se haya erradicado, ni disminuido demasiado, los cuestionamientos aparecen y hay quienes empiezan a desdibujar lo que daban por hecho, por costumbre.

Mar Cabra Valero es española, tiene 38 años y en 2016 pasó a ser la periodista que coordinó la investigación que sacó a la luz los Papeles de Panamá, como jefa del equipo de Datos y Tecnología del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación. Poco tiempo después, renunció. Se formó en Bienestar Digital, hoy escribe sobre esto en El Confidencial y se certificó como educadora en la materia. Entre sus tantos procesos, personales y laborales, entendió que hay que redefinir el cómo se “encara” el trabajo.

“¿Cómo son los sistemas que tenemos en los entornos laborales? En la mayoría de las ocasiones son tóxicos. Porque no cuidan de su principal recurso, que es el recurso humano, las personas. Esto es algo que me preocupa mucho ahora. Busco ayudar a generar entornos laborales saludables. En donde el bienestar sea un valor central y en donde ayudemos a que las personas no lleguen a ‘quemarse’. No lleguen a su extremo y puedan sacar su mayor potencial como profesionales”, responde para esta nota. ¿Estamos ante un cambio en la manera en la que nos vinculamos con el trabajo? ¿La pandemia ha acelerado ese proceso?

Los tiempos que corren

En los últimos años se popularizó la expresión burnout o su traducción al español “estar quemado”. Es decir, llegar a un punto de agotamiento que se manifiesta en la concentración, en la salud física, en la fuerza de voluntad, entre otras cosas. El burnout, define Gonçalvez, “no es un estado en sí, sino un desgaste”. Dice, también, que “el agotamiento y el cansancio son uno de los factores más relevados en la clínica laboral contemporánea” y “‘estar quemado’ no es solamente estar cansado” (ver recuadro).

“Estar quemado” no es fatiga crónica

Hay que distinguir el síndrome de fatiga crónica del burnout. De acuerdo a Luis Gonçalvez, psicólogo. El primero tiene síntomas relativamente leves, como sensación de cansancio, fatiga intensa y constante, seguida de agotamientos después de pequeños esfuerzos, además de síntomas físicos o perturbaciones en el sueño, entre otros. En general, la fatiga crónica no suele generar interrupciones de actividades y puede mejorarse con descansos, reposos o “cambios en la dieta alimenticia u otras orientaciones clínicas específicas”.

El burnout, sin embargo, es diferente.

“Para prevenirlo necesitamos varios tipos de apoyos y soportes, así como aumentar la resiliencia, entendida como la capacidad humana para enfrentar, sobreponerse y salir fortalecido y (o) transformado por experiencias de adversidad”, explica el psicólogo.

Así, para tratar las primeras etapas del burnout, cuando los síntomas son leves o moderados, el psicólogo sugiere que se puede trabajar con grupos. “La dimensión grupal da la posibilidad de no quedarse solos ni aislados. El grupo potencia los dispositivos de solidaridad operante y de apoyo mutuo en donde se pueden producir efectos de fraternalización”.

Sin embargo, cuando los síntomas son más graves e incluso extremos, Luis Gonçalvez sugiere un “dispositivo clínico e individual”.

Con los dos años de pandemia, añade el psicólogo, se suma la “hibridación entre lo algorítmico y lo humano”, “entre nuestros cuerpos y las tecnologías emergentes”. Se borronea la imagen, la presencia, en las cámaras apagadas, en los micrófonos silenciados de una videoconferencia. Se producen, así, “nuevas modalidades de estrés y cansancio”, a las que se suma la falta de contacto físico.

A esto, la psicóloga Rodríguez, suma el concepto de “inmediatez”. “El contexto de trabajo en pandemia, estar todo el tiempo conectados, el poder generar una reunión tras otra porque solo alcanzaba hacer un par de clics generó esa especie de sensación de tener que estar disponible, resolver rápido para ‘mostrar’ que se estaba trabajando”, dice y añade: “Los compañeros de trabajo de alguna forma se ‘acostumbraron’ a ‘buscar un hueco en tu calender’ para generar una reunión. Esta aceleración de tiempo ha traído aparejado que todo tiene que hacerse rápido, responder rápido, resolver rápido, solucionar rápido”.

Señales de agotamiento

Reconocerse en un vínculo problemático con el trabajo no es tarea sencilla. Alfredo (55) dice que si su día se divide en porcentajes, el 80% está dedicado a trabajar. Del restante 20%, “casi nada” va para el descanso o la recreación. Por ahora, cuenta, lo único que se viene salvando es el corte que hace en la jornada para ir a karate. No sabe, tampoco, cuánto tiempo más podrá mantener ese freno que le hace bien. El vínculo con sus hijos, añade, se hace bastante difícil cuando el tiempo que le sobra después de trabajar es escaso.

Por un lado su empleo lo hace tener una rutina tan variable que “el acompañamiento a mis hijos y sus cosas es regular”. Por otro, “el tema es que el tiempo libre para cosas personales, se pisa con el tiempo libre con ellos. Entonces si quiero salir a comer algo afuera, tengo que robarles tiempo del que tengo para estar con ellos”. Y, sin embargo, no considera que su vínculo con el trabajo sea problemático. “No es justo en mi caso, al menos. Sí diría que es un vínculo por resolver”. Lo que sí reconoce es que por primera vez en toda su historia laboral está “deseando” el período de licencias. “Estoy mentalmente cansado y nunca me había pasado como este año, que estoy desesperado. El teletrabajo te tira la jornada laboral a horarios insólitos, a días insólitos”.

Para la periodista Mar Cabra, que llegó a trabajar 16 horas por día coordinando un equipo de alrededor de 400 personas, que miraba el celular ni bien abría los ojos por la mañana y respondía hasta últimas horas de la noche, los síntomas de agotamiento fueron apareciendo de a poco. Empezó a cansarse antes de los Papeles de Panamá e intentó introducir hábitos saludables a su vida. Pero una de las señales de alerta más potentes ocurrió en la fecha en la que ganó el Pulitzer por ese caso, en 2017. Tenía 34 y había llegado al escalón más alto al que puede aspirar un periodista. Durante mucho tiempo, dice, se nutrió de la energía que le nació de esa vivencia vertiginosa, pero eso se gastó.

“Recuerdo haber ido a la televisión en España, a un programa de máxima audiencia, salir de allí y que me escribieran un montón de personas por Twitter, y todo el mundo alabándome por el gran trabajo que estábamos haciendo, pero llegué a casa y tenía todo completamente desordenado, la nevera estaba vacía, estaba yo sola y dije: ‘¿La vida es esto?’ No fue una decisión fácil, pero ya no veía más la manera de retomar la felicidad interna que necesitaba, que tanto ansiaba. Porque me empecé a convertir en una persona muy arisca, muy crítica, y no estaba contenta tampoco”. También enumera señales previas que le dio su cuerpo, como perder un ovario o tener un problema de tiroides.

Malena (28) dice que en su caso replica lo que vio en su madre: a lo largo de todo el día está trabajando. Cuando no, su cabeza viaja hacia ese lado. Su trabajo requiere un gran porcentaje de creatividad y eso hace que las ideas estén siempre ahí, revoloteando. Además, es un rubro precarizado, por lo que para ganar lo suficiente, recae en el multiempleo. Probó un tiempo en una empresa multinacional, pero tampoco funcionó. Los horarios eran estructurados y la paga mayor, pero el volumen de tareas requería que dejara cosas sin hacer o de lo contrario se quedara horas extras en la oficina.

Su cuerpo y su mente le juegan malas pasadas: ansiedad y angustia, por ejemplo. Desde su experiencia, comparte: “Alguien dijo: ‘No entiendo por qué les molesta que alguien haga lo mínimo e indispensable para su trabajo si para eso lo contrataron’. La creencia de deslomarte y dar más a la empresa a tu costa, en realidad solo beneficia a la empresa y rara vez te van a premiar con eso. Juegan con la necesidad de uno”.

“Vivimos un tiempo de revalorización del trabajo líquido”, dice Federico Muttoni, analista del mercado laboral y director de Advice (empresa de gestión de capital humano), y lo define como una forma de entender las relaciones laborales que rompen con los valores estructurales heredados de la era industrial. En este cambio, la productividad del individuo requiere que los líderes y las empresas pasen a concentrarse también en las necesidades de estos.

Después de la pandemia

La pandemia, es sabido, trajo cambios en todas las áreas de la vida. Y la laboral no es la excepción. Según Federico Muttoni, analista en mercado laboral, la flexibilidad es uno de los grandes beneficios que generó la pandemia. “Implica un cambio profundo en los hábitos de las personas, la calidad de vida, la concepción del trabajo, el propósito de cada uno, que además impactará decisivamente en la forma de gestionar a las organizaciones. Esto no solo implica el teletrabajo, incluye horarios, formatos, objetivos, formas de hacer, entre otros”.

En este sentido, Muttoni sostiene que otro aspecto que potenció y resignificó la pandemia es que las empresas tienen que “que ofrecer desarrollos que estén alineados con los objetivos de vida y balance familiar”.

Además, el especialista dice que la agilidad en respuesta a los requerimientos de los trabajadores, en un mundo de cambios vertiginosos y acelerados, es un requisito cada vez más buscado en jefes y gerentes. “La agilidad es un beneficio diferencial”.

Hay una frase, muy difundida en redes en estos últimos tiempos, que dice algo así: “Hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar”. Y sí, ese quizá debería ser un primer paso.

Pero Mar Cabra cree que hay que dar un segundo paso: “Estoy totalmente de acuerdo en que hay que trabajar para vivir y no al revés. Sin embargo, esta frase, me parece a mí que se queda corta. Que le falta algo. Añadiría que cuando trabajemos, tenemos que hacerlo saludablemente. Pasamos la mayor parte de nuestra vida trabajando, y sin embargo el bienestar es algo que relegamos a nuestro tiempo de ocio. ¿Por qué? Incorporemos el bienestar como valor central de los entornos laborales para que la mayor parte de nuestra vida sea saludable”.

De ganar un Pulitzer a frenar y buscar la transformación

“Yo nunca quise ser periodista. De hecho, soy periodista de casualidad”, dice Mar Cabra, la periodista que por trabajar incansablemente en el caso de los Papeles de Panamá se llevó un Pulitzer. En ese momento trabajaba como jefa del equipo de datos y tecnología del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación. Allí coordinaba a casi 400 periodistas de todo el mundo en una investigación en secreto que duró un año. Pero antes del periodismo, Mar, cuenta a Revista Domingo, que primero quiso ser actriz, después estudió comunicación audiovisual. Pensaba ser directora de cine para contar las historias desde el otro lado. “Y luego me di cuenta de que el cine era muy lento, yo necesitaba algo más inmediato y es por eso que me hice periodista”.

Luego, dejar el periodismo fue un duelo y, además, la idea de fracaso rondaba su cabeza. “Imagínate, yo llevaba notando que estaba cansada demás desde dos años antes de dejarlo. Esas decisiones son muy, muy complicadas de tomar y más cuando lo que haces te apasiona y además sientes que estás contribuyendo a construir un mundo mejor. Ahora que he pasado tanto tiempo me he dado cuenta de que no es lo que quiero hacer, y ahora puedo decir, sin llorar, no quiero volver a una redacción. Durante mucho tiempo no pude decir una frase como esta sin que se me cayeran las lágrimas”, cuenta. A veces, su reconversión laboral también la hace recaer en excesos de horas trabajando, de cansancio, de falta de pausas. Pero busca el equilibrio. “Sobre todo cuido mi batería interna. Una frase que decimos mucho en nuestras formaciones, en The self investigation, es ‘cuida tu batería interna tanto como cuidas la batería de tu celular’. Y soy más consciente de cuándo me estoy agotando y voy adaptando mi energía y sobre todo mi relación con el trabajo”.

Sin embargo, antes de eso, Mar tuvo que recordarse lo otro, lo fundamental, y es que a veces es necesario ponerle un freno a la vorágine. Que no hay pasión que cure un cuerpo agotado. Puede que lo reanime por un par de horas o de días o de semanas, quizá. Pero el desgaste, sin pausas, sin cuidados, termina con el poder de cualquier nivel de pasión vocacional.

“Soy una persona muy pasional y cuando creo en algo, invierto mucha energía en ello. Lo único es que con los Papeles de Panamá fue una situación en la que me llevé al extremo sin tener en cuenta que soy una persona y que tengo que cuidar de mí primero y luego de la persona que soy como periodista. En los aviones nos dicen: ‘Cuando salga la mascarilla del oxígeno póngasela usted primero antes de ponérsela a otros’ y esto es algo que a mí se me olvidó y que ahora me recuerdo mucho, cuando me veo cayendo otra vez en tendencias en las quetrabajo demás”.

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