A Alejandra Gossio (50) le cuesta dormir. Su cabeza no para y ella tampoco: es masajista, terapeuta medicinal china y directiva de la Unión Nacional de Ciegos del Uruguay (UNCU).
Un asunto familiar le desencadenó un problema para deglutir carne roja y probó una clase de Kundalini. Cantó un mantra que involucraba el chakra garganta y al volver a su casa logró disfrutar de un plato carnívoro y calmar su ansiedad.
“Me sorprendió mucho. En cada clase hay algo distinto, es muy sanador”, apunta.
Ella integra un grupo de 10 alumnas y alumnos ciegos y/o con baja visión que lunes por medio se dan cita en la galería Inguz -ubicada en 18 de Julio y Ejido- para practicar Kundalini yoga con la profesora Cecilia Ferreyra. El taller se enmarca dentro del proyecto V.I.D.A (Vincular Investigación Diversidad y Arte) que fomenta el arte inclusivo (ver recuadro) y pretende crear un espacio accesible para que personas con discapacidad visual y auditiva puedan experimentar los beneficios del yoga y la meditación.
El trabajo honorario de Cecilia permite que las clases sean gratuitas y que los alumnos solo deban abonar el alquiler del local. “La idea del proyecto es que tengan acceso al teatro y las clases gratis, por eso nos interesa buscar apoyo. Ellos tienen menos inserción laboral, menos oportunidades, entonces lo hago como un servicio”, justifica Cecilia a Domingo.
Noelia Baillo (44) es otra de las beneficiadas por esta iniciativa: “Para muchos, que sea sin costo es la posibilidad de acceder a la actividad. No todos estamos en la misma situación económica (algunos tienen trabajo, otros estamos en búsqueda) y así se universaliza”, apunta. Y agradece ser parte de este grupo que también funciona como red de contención. “Entrás de una manera, con toda la vorágine del día, y salís renovada, con otra energía. Hasta la postura física te cambia. Canto los mantras con la convicción de que me estoy haciendo bien”, afirma Noelia.
Para explicar el origen de esta iniciativa hay que remontarse a una visualización que Cecilia Ferreyra tuvo cinco años atrás. Por ese entonces, la instructora de yoga meditaba mucho para poder hacer frente a una situación personal. Cuenta que en una de las tantas ocasiones que “habitó el silencio”, le cayó una imagen: ‘¿Cómo será enseñar yoga a personas sordas?’ Enseguida se puso a investigar, tomó un par de clases de lengua de señas, y apenas conoció a Gabriel de Souza (su actual pareja) le comentó su inquietud y resultó que coincidían: él quería enseñar teatro a personas sordas. Se anotaron en un curso online de lengua de señas y finalmente crearon el proyecto V.I.D.A (Vincular Investigación, Diversidad y Arte) donde Cecilia incluyó el yoga a la formación de actores. “Lo necesitan para la confianza en sí mismos y para adquirir herramientas que les permitan estar más relajados y conectar con su cuerpo”, explica sobre el aporte de esta disciplina al teatro.
En diciembre de 2022, seis actores sordos estrenaron la primera obra hecha en lengua de señas y doblada al español por personas ciegas en el festival inclusivo Montevideo sin barreras. Presentaron Las flores de Luisa (basada en Los derechos de la salud, de Florencio Sánchez) y el próximo 5 y 6 de diciembre la volverán a exhibir en la sala Zavala Muniz, del Teatro Solís. Cuatro locutores del grupo de UNCU que hicieron el doblaje de la obra terminaron siendo los primeros alumnos de Cecilia en este viaje de yoga inclusivo en el que se embarcó cuatro meses atrás. La primera clase se dio entre velas, cuencos y mantras. “Fue muy linda la experiencia de ver sus caras de felicidad cantando mantras”, recuerda con emoción.
Gratitud
Cecilia partió de las necesidades de los propios destinatarios para empezar a indagar en el novedoso yoga inclusivo. “La investigación fue sobre todo preguntarle a ellos qué necesitaban, cómo se sentían (¿seguros? ¿inseguros?) y hablar del tema del cuerpo”, relata. Luego tomó las herramientas del Kundalini y armó un plan a medida para las personas con discapacidad visual, que difiere de la propuesta en las prácticas convencionales.
Una clase de Kundalini, explica, contiene un krya específico para un propósito con ejercicios preestablecidos que hoy estos alumnos no pueden cumplir, ya que están iniciando con las posturas y la respiración. Se avanza despacio y se respetan los tiempos de cada uno. “Para mí también es un desafío porque no voy con el manual de ejercicios sino que se crea de acuerdo a lo que necesitan”, comenta.
Otro reto para la profesora es la comunicación: tiene que explicar cada ejercicio al detalle porque solo se vale de las palabras, ya que no pueden ver y copiar los movimientos.
Las clases son completas y brindan herramientas variopintas para múltiples fines. Incluyen posturas de yoga, mantras -trabajan a nivel de la vibración y el sistema nervioso central-, sonoterapia con cuencos -armonizan el cuerpo, reducen el estrés, la ansiedad y ayudan a dormir mejor-, y tambores -abordan la expresión desde la voz y el ritmo-. Cecilia explica que el tambor es un instrumento súper poderoso porque conecta directo con la energía del corazón y permite que afloren emociones intensas.
El abordaje humano y psicológico es esencial, al igual que el interés en crear un espacio con miras a mejorar la calidad de vida de los alumnos. Procuran que se sientan contenidos y escuchados, que trabajen la aceptación, mejoren la confianza y conozcan sus límites. “Es súper enriquecedor a nivel humano. Me voy de cada clase con el corazón lleno de aprendizaje, amor y gratitud”, cierra Cecilia.
Rossana Guerra (52) es maestra y lleva un año con licencia médica debido a una seguidilla de complicaciones -primero fue un agujero de mácula, luego un desprendimiento de retina- y operaciones. La espera y la adaptación a la baja visión han hecho que viva días complejos. Aterrizó en UNCU gracias a una amiga y lo hizo desesperada, buscando ayuda. La recibieron Noelia y Victoria y sucedió algo mágico: “Parecía que nada tenía que explicarse, se sentaron a escucharme”, confiesa Rossana a Domingo. En UNCU conoció a Gabriel de Souza (director del proyecto V.I.D.A), prestó su voz para la obra de teatro, y fue la puerta de entrada a la propuesta de yoga de Cecilia Ferreyra, instructora de Kundalini y pareja de Gabriel. Supo de inmediato que esas prácticas le harían bien al alma. En esas clases empezó a recargar energía y reconectar con la vitalidad. “Aparecieron cosas para hacer con gente que estaba en la misma o peor que yo pero con una actitud hermosa”, asegura.
Si bien le interesaba el yoga de antes, nunca encontraba un momento para practicarlo. Sin embargo, esta nueva etapa la encuentra reacomodándose y dándose tiempo para autoconocerse. Cada clase es un aprendizaje infinito: “Las sensaciones y preguntas con las que te vas son distintas”, dice. Y asegura que el trabajo vibracional con cuencos es tan maravilloso como indescriptible: “Te vas desde otro lugar, no hay mucho para comentar con el otro, sino que seguís vibrando contigo. Se trata de sentir más que de hablar. Es cambiar la cabeza, y era lo que tenía que hacer en este tiempo: dejar de pensar, de dar vueltas a las cosas y aceptar”, reconoce. En las clases también aprendió herramientas para dormir mejor y aliviar una contractura permanente. Hoy se autopercibe más sensible, más humana y menos crítica. “A veces hay que parar medio abruptamente para conectarse con esa otra parte. Es aprender a aprender, como una segunda oportunidad”, reflexiona.