Uruguay tiene un tricampeón mundial en filatelia y otras fascinantes anécdotas de coleccionismo

Cada estampilla es una pieza de arte que une generaciones, narra historias olvidadas y celebra logros nacionales.

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Winston Casal, coleccionista de sellos
Winston Casal, coleccionista de sellos
ESTEFANIA LEAL

Alguien dijo alguna vez: “Menos mal que no me casé”. Otros, como Julio Silveira y Solange Moreira, bien podrían exclamar: “Menos mal que no imprimimos”. Aunque las vicisitudes de una modelo y conductora argentina puedan parecer muy lejanas al vicepresidente y a la coordinadora de Filatelia del Correo Uruguayo, ambos están unidos por la misma anécdota: el diseño del primer sello personalizado en la historia de la institución ya estaba listo, a pedido de la familia del novio, cuando se suspendió la boda.

“Mi sello” es un producto de filatelia muy solicitado, por individuos y por empresas, que quieren tener un sello propio de curso legal, de porte nacional o internacional, y que se suma a la planificación y realización de las colecciones oficiales. Con todo, Moreira asegura a Domingo: “Cada sello tiene una historia tan rica que uno se enamora”.

Aunque pueda parecer que las cartas son cosa del pasado, quienes buscan estar representados en una estampilla, quienes las crean, las coleccionan, las compran y las atesoran forman una comunidad vibrante y entusiasta. Además, están quienes compiten, y Uruguay tiene motivos para presumir: cuenta con un tricampeón mundial. En febrero, podría sumar una cuarta estrella y alcanzar a la selección de fútbol en su historial de campeonatos.

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Emisiones filatélicas

“Es una pasión latente”, asegura Julio Martínez, vicepresidente de la Federación Uruguaya de Filatelia y coleccionista especializado en temática aeropostal, al referirse a la permanencia de aficionados y curiosos que se acercan a los distintos clubes. Sin embargo, admite que las cédulas de identidad reflejan mayormente edades de 40 o 50 años en adelante, con algunas excepciones, y que la lista de socios se ha reducido significativamente. Por ejemplo, el Club Filatélico del Uruguay pasó de tener 1.200 miembros a apenas 120 en casi 100 años de historia. “Hoy le hablás a alguien joven sobre sellos y nunca vio uno en su vida”, lamenta. Esto no solo se debe a la drástica disminución en el envío de cartas, sino también al auge del franqueo mecánico. A pesar de ello, este sistema también ha cautivado a muchos, al punto de generar una subdisciplina conocida como “mecanotelia”, dedicada a su coleccionismo y estudio.

Directorio de Correo Uruguayo en lanzamiento por los 50 años de Alcohólicos Anónimos en Uruguay
Directorio de Correo Uruguayo en lanzamiento por los 50 años de Alcohólicos Anónimos en Uruguay

La gestación de un sello.

Los productos de filatelia van mucho más allá de los sellos, los que pueden ser conmemorativos (oficiales) o personalizados. También incluyen matasellos, hojas filatélicas, aerogramas, carnés filatélicos, carpetines, sobres de primer día, porta sobres, tarjetas máximas y postales.

Reunida con Domingo, Solange Moreira elige varios anuarios y los despliega, mostrando cada página. Cada pieza está adherida, acompañada de una descripción escrita a mano. Y lo que no está detallado allí, ella se encarga de narrarlo. Basta que los vea para identificar al artista detrás de cada diseño. No se trata de un dibujo cualquiera ni de una creación casual, sino de una imagen cuidadosamente elaborada, una pieza de arte que debe cumplir con la normativa de la Unión Postal Universal. Además, como destaca Julio Silveira, cada sello es “propiedad y un valor del Estado uruguayo”, con componentes de seguridad que lo asemejan a la emisión de un billete.

El departamento de Filatelia del Correo Uruguayo recibe decenas de pedidos cada año -actualmente, la convocatoria está abierta-. El directorio, junto con la Comisión Honoraria Asesora, elige los temas y define el plan anual, que incluye aproximadamente unas 20 emisiones. “Todo se realiza con rigurosidad y está reglamentado. La tirada debe ser en múltiplos de 25 y los temas tienen que estar relacionados con la identidad del país o con naciones con las que mantenemos relaciones diplomáticas. Una vez elegido un tema, comenzamos una investigación profunda, que es lo más lindo de este trabajo”, asegura Moreira.

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Solange Moreira, coordinadora de Filatelia de Correo Uruguayo
Leonardo Mainé

Por ejemplo, esta semana se lanzó un sello conmemorativo por los 175 años del barrio La Unión, una propuesta presentada por el Instituto de Historia y Urbanismo de La Unión. Tras varios meses de intercambios entre vecinos y diseñadores, se decidió inmortalizar una fotografía de Enrique Strobach, tratada artísticamente por el diseñador filatélico Álvaro Rodríguez. La imagen muestra tres molinos que simbolizan el pasado industrial del barrio y se complementa con un matasellos que ilustra el mirador del Hospital Pasteur.

Las fotografías utilizadas para los sellos deben pertenecer al dominio público. En caso contrario, como sucede con retratos aportados por familiares de algún personaje, es necesario firmar una cesión de derechos de imagen. En otros casos, se requiere un diseño gráfico especialmente creado para la ocasión, tarea que recae, principalmente, en el artista Gabriel Casas.

El equipo se completa con otros destacados artistas: Alejandro Muntz, Daniel Pereyra y Mary Porto Casas. Porto Casas, artista plástica especializada en acuarela, ha creado más de 30 pinturas para estampillas. Entre sus obras destacan una serie dedicada a personalidades afrodescendientes de Uruguay y el mundo, y el reciente sello conmemorativo del centenario de la Escuela Artigas en Asunción.

Sello premiado: 250 años de Beethoven
Sello premiado: 250 años de Beethoven

Por su parte, Pereyra fue el responsable de una obra premiada internacionalmente: una hoja filatélica por los “250 años de Beethoven”, reconocida como la Mejor Hoja Bloque 2020 en los Premios Nexofil 2021. La hoja presenta el perfil del compositor junto al Teatro de la Corte Imperial y Real de Viena, acompañado de cuatro sellos con músicos tocando distintos instrumentos. Sobre ellos se desliza un pentagrama con un fragmento del Allegro enérgico de la Novena Sinfonía. Originalmente valuada en $280, actualmente puede adquirirse en la tienda online del Correo por US$ 9,30, más US$ 10,20 si se desea incluir el sobre de primer día.

Muntz, en tanto, es el creador del sello más vendido del año: el que celebra los 60 años de relaciones diplomáticas entre Uruguay y Corea. “Se agotaron en un mes”, señala Winston Casal, miembro de la Comisión Honoraria Asesora, presidente del Club Filatélico del Uruguay, coleccionista especializado en sellos ingleses e hijo del creador del famoso micro El sello de hoy.

ELÍAS CASAL, CREADOR DE "EL SELLO DE HOY"

Quienes jugaban al ahorcado o al tutti frutti en las décadas de 1980 y 1990 tenían una fija: usar El sello de hoy para la categoría “programas de televisión”.

Winston Casal, hijo de su creador, Elías Casal, recuerda que este microprograma de un minuto, transmitido tres veces al día, era “muy visto y comentado” y que, mientras estuvo al aire, formó parte -y lo sigue siendo- de “la historia y cultura” del país. El sello de hoy se emitió entre 1985 y 2005 por la pantalla de Canal 5 y fue declarado de interés nacional en 2003.

Aunque Winston lo define como un esfuerzo personal de su padre, cuenta que el programa contó con la colaboración de otros coleccionistas que le prestaban estampillas según la efeméride elegida para cada día; en total, se mostraron 7.300 sellos diferentes.

Elías Casal, un referente de la filatelia uruguaya, fue presidente del Club Filatélico del Uruguay, de la Federación Uruguaya de Filatelia y de la Academia de Filatelia del Uruguay. También fue miembro de la Academia Hispánica de Filatelia (ocupaba el sillón número 4). Falleció el 20 de febrero de 2006. En su memoria, Winston, miembro de la Comisión Honoraria Asesora del Correo Uruguayo, diseñó un sello personalizado con la imagen de su padre, que utiliza en su correspondencia particular.

¿Qué ocurrió con la emisión de dos sellos -uno por Uruguay con un yaguareté y otro por Corea con un tigre cuya mirada parece atravesar el papel-, ambos con un valor de $125? La edición contaba con varios elementos atractivos para los coleccionistas. Uno de ellos es su versatilidad temática, ya que puede incluirse en colecciones de fauna, países o relaciones diplomáticas.

Además, al estar vinculada con Corea, la emisión despertó un especial interés. Según datos proporcionados por Moreira, los ciudadanos coreanos, seguidos por los chinos y los rusos (anteriormente eran los argentinos y españoles), son actualmente los mayores compradores de sellos, tanto a nivel mundial como en Uruguay. La edición fue limitada a 5.000 estampillas (2.500 por felino), y su exclusividad no pasó desapercibida: un comprador coreano adquirió una cantidad significativa.

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Sello por los 60 años de Relaciones Diplomáticas Uruguay-Corea

Por lo general, las tiradas actuales se limitan a 5.000 sellos. Según Silveira, esta cantidad es clave para evitar que un solo comprador acapare toda la emisión, alimentando así la especulación. “Tendría algo que existe, pero que nadie tiene”, explica, lo que incrementaría significativamente su valor. Para prevenir esto, el Correo Uruguayo siempre reserva una parte de la tirada.

En contraste, durante las décadas de 1950 a 1970, cuando el volumen de correspondencia era mucho mayor, se imprimían cerca de 100.000 sellos por motivo. Casal señala que los sellos de la emisión Uruguay-Corea “van a tener mucho valor” en el futuro en relación con su precio original, aunque no alcanzarán el nivel de las estampillas más valiosas del país. Entre ellas, destaca el primer sello postal, conocido como La Diligencia: su primera versión tiene un valor aproximado de US$ 700, mientras que la segunda, considerada una rareza, oscila entre US$ 1.500 y US$ 2.000.

Dentro del búnker.

En la sede central del Correo Uruguayo, hay una sala que permanece resguardada bajo estrictas medidas de seguridad, casi como una bóveda bancaria. En su interior, se conserva la colección propia de estampillas, que incluye sellos nacionales e internacionales. Este tesoro está cerrado al público, incluso para filatelistas e investigadores. “Es un búnker”, sintetiza Silveira, y añade: “Si lo traducís en dinero, es mucho”.

Actualmente, se está llevando a cabo un arqueo para determinar la cantidad exacta de piezas que conforman el acervo. Más adelante, se planea realizar una tasación, aunque los directores advierten que encontrar a un profesional confiable para esta tarea es un desafío aún mayor que contar los sellos uno por uno. Por ahora, el proceso avanza de esta manera: se clasifican las emisiones anuales, se contabilizan los ejemplares, se digitalizan los registros y se lacran los paquetes para garantizar su protección.

La impresión de un sello está protegida por estrictos controles y múltiples medidas de seguridad. El primer elemento clave es el papel, exclusivo en el país y producido en Inglaterra para el Correo Uruguayo. Antes de iniciar cualquier impresión, dos interventores registran en un acta la cantidad exacta de hojas retiradas de la proveeduría. Posteriormente, se verifica la calidad del copiado de la chapa utilizada en la imprenta, que permanece bajo resguardo en un espacio cerrado. “Solo ellos tienen acceso. Imaginate si una plancha se sale del control; sería gravísimo”, enfatiza Moreira.

Durante el proceso, los interventores firman actas en varias etapas: al inicio de la impresión, al finalizarla y a pie de imprenta, detallando cada revisión. Este procedimiento se repite cuando se realiza el perforado. Finalmente, el material se transporta a la oficina de valores, donde se cuentan las planchas manualmente y se inspecciona nuevamente la calidad. Esto incluye garantizar que no existan, por ejemplo, variaciones de color entre los sellos, eliminando cualquier posibilidad de que una “rareza” entre en circulación.

DE ERRORES A TESOROS: EL VALOR DE LA RAREZA

“Es un trabajo detectivesco”, resume Julio Martínez, vicepresidente de la Federación Uruguaya de Filatelia, al referirse a la búsqueda e inspección de piezas únicas y raras. En este tipo de coleccionismo, las rarezas tienen un valor significativo. De hecho, la “condición y rareza del material expuesto” otorgan 30 puntos en una competencia, el mismo puntaje que la categoría “importancia filatélica y tratamiento”, y solo cinco puntos menos que “investigación y conocimiento filatélico” (para completar los 100 puntos, se suman cinco por “presentación”).

Una “rareza” puede ser un error en el diseño original del sello, ya sea por concepto, por un detalle histórico, por un error ortográfico o por un error de impresión, entre otras posibilidades. Un ejemplo famoso en la filatelia mundial es un error de 1903 en una serie conmemorativa emitida en San Cristóbal y Nieves sobre la llegada de Cristóbal Colón a América, en la que se le muestra con unos lentes en la mano, un instrumento que fue inventado más de 100 años después de su viaje.

Existen varios casos notorios en la historia de la filatelia nacional. Por ejemplo, un sello de 1968, con motivo de los 150 años de la Armada Nacional, muestra la cola de un avión naval con la bandera de Artigas, cuando debía ser la bandera nacional. También se encuentra una estampilla de 1979 con errores en el escudo de Salto, o un sello emitido en 2014 por el centenario de la ciudad de Tranqueras, que, en lugar de reflejar elementos característicos de esa localidad, presenta los de Minas de Corrales, lo que provocó la indignación de los vecinos.

Una anécdota que recuerda Winston Casal, miembro de la Comisión Honoraria Asesora del Correo Uruguayo, es un error que apareció “por casualidad o no” en un sello emitido en 1978 sobre la Plaza de la Bandera. El dibujo de Ángel Medina Medina, un reconocido artista filatélico de la época, representó la bandera nacional con cuatro franjas azules debajo del sol, cuando deberían ser solo dos. La tirada fue retirada del mercado pocos días después de su lanzamiento, y se emitió posteriormente el diseño corregido. “Fue un error tremendo. El sello se empezó a vender; cuando se dieron cuenta, pasaron dos días. Se aconsejó que lo retiraran porque eso iba a valer un disparate”, dice a Domingo.

En la actualidad, los sellos pasan por un riguroso proceso de control de calidad, tanto en el diseño como en la impresión. Si se detecta un error, el vicepresidente de la institución, Julio Silveira, explica que todo el material se destruye. “En algunos casos hemos destruido miles de sellos porque no podemos dejarlos pasar”, asegura. Dado que las tiradas son de solo 5.000 ejemplares y una parte queda en el acervo del Correo, no se permite que circule una estampilla rara, evitando así la especulación.

Algunos errores han perdurado durante varios años. Por ejemplo, varios diseños de la década de 1980 muestran como unidad monetaria el símbolo “n$” en lugar de “N$”, lo que hace que, en lugar de leerse como “nuevos pesos”, pueda interpretarse como una cantidad indefinida de pesos.

En el ámbito de la rareza, destacan las variantes del primer sello postal uruguayo, una pieza valiosa por su antigüedad. El 1° de octubre de 1856 se emitió la “Diligencia”, utilizada para franquear la correspondencia transportada por este medio. Se litografiaron tres versiones sobre papel blanco: 60 centavos en azul, 80 centavos en verde y 1 real en bermellón. Aquí surge una peculiaridad: el sello utiliza la palabra “centavos” en lugar de “centésimos”, una denominación nunca empleada oficialmente en el país. Sin embargo, la joya de la filatelia uruguaya es la llamada “Diligencia de segundo tipo”, una segunda versión del sello de 60 centavos, notablemente escasa y la más valiosa. Según Casal, su precio oscila entre US$ 1.500 y US$ 2.000, mientras que la primera versión ronda los US$ 700. Esta rareza surgió cuando, tras agotarse la primera edición, se decidió imprimir más sellos. La plancha original, ya muy deteriorada, alteró el diseño y el color: desapareció el detalle de la guarda griega en los costados, y se observan diferentes tonalidades de azul.

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Walter Britz, tricampeón mundial de filatelismo

Campeones mundiales.

Del otro lado están los filatelistas, los que aman las rarezas. Pero también aman contar una historia. Una colección, por definición, tiene que tener un objetivo: ya sea por país o por tema (desde mundiales de fútbol o juegos olímpicos hasta flora y fauna). En el caso de Walter Britz, presidente de la Federación Uruguaya de Filatelia, es la historia postal uruguaya, por lo que parte de su acervo está compuesto por las primeras emisiones. “En realidad, arranca en la época del Virreinato del Río de la Plata cuando los españoles tenían un servicio de correo en el territorio”, explica.

Su dedicación lo ha convertido en tricampeón mundial de filatelia -sí, también es una disciplina competitiva-, un título que alcanzó tras obtener múltiples medallas de oro internacionales. Al reunir tres medallas de oro, se accede a la categoría de grandes campeones, una instancia que Britz ha ganado tres veces. “No quería hablar de mí...”, comenta con modestia durante su conversación con Domingo. Finalmente, añade con timidez: “Sí, soy el único en Uruguay que ha conseguido grandes premios mundiales”.

En competencias de alto nivel, como la que se llevará a cabo en febrero en el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (MACA) -primera vez en Uruguay y cuarta vez en América Latina-, donde participarán filatelistas de todo el mundo, un jurado evalúa no solo las piezas, sino también la investigación y el conocimiento de cada expositor. “La filatelia es un elemento auxiliar de la historia. Y a mí me gusta investigar, por ejemplo, cómo una carta llegaba de Uruguay a Europa, qué tarifa se cobraba, por cuál ruta viajaba, lo hacía a caballo o en diligencia o en barco; todo eso se estudia con el material”, cuenta.

Armar una colección requiere tiempo, dedicación y dinero. Sin embargo, Julio Martínez aclara que, en una competición, no siempre gana la colección más costosa, ya que la presentación y la narrativa detrás de las piezas son fundamentales.

Britz, por ejemplo, está siempre en busca de piezas “exóticas” que enriquezcan su colección. En su caso, esto puede significar encontrar una carta enviada desde Uruguay a un destino poco común en el siglo XIX, ya sea durante un viaje o a través de intercambios con otros filatelistas. “Conseguí una carta con destino a la Isla Mauricio; eso fue increíble. Cuando sucede algo así, uno realmente se siente satisfecho, como si volviera a ser un niño”, comenta emocionado.

En el caso de Martínez, las piezas más valiosas de su colección no son sellos, sino elementos que complementan la historia aeropostal. “Tengo tres dibujos hechos a mano por artistas de la imprenta Waterlow & Sons de Londres, correspondientes a la serie Pegaso, que nunca se adoptaron. Son únicos”, relata. La serie Pegaso, que circuló a principios del siglo XX, presentaba al mítico caballo alado como protagonista de las estampillas aéreas. Además, Martínez cuenta con bloques de 10 sellos de prueba, entre otros accesorios de impresión, piezas que realzan el valor histórico de su colección.

La mejor puntuación alcanzada en un mundial por Britz, hasta ahora, es de 97 puntos. Por su parte, Martínez logró 87 puntos en su primera participación internacional, el año pasado en Tailandia, mientras que en una competencia regional en Punta del Este había obtenido 92. En aquel mundial solo pudo presentar cinco marcos compuestos por 16 hojas tamaño A4 cada uno. De cara al próximo certamen, que se llevará a cabo en el MACA, Martínez está habilitado para presentar ocho marcos. Por eso, dedica unas cuatro horas diarias a ampliar su exposición y traducirla al inglés.

Ambos coleccionistas coinciden en que, si bien la puntuación máxima es de 100 puntos, nadie puede alcanzarla. Explican que una “colección perfecta” (podría considerarse esto como colección “terminada”) no existe (nadie sabe lo que permanece oculto en el mundo) y que el verdadero desafío es competir contra uno mismo para acercarse lo más posible a ese ideal.

Cada sello, carta o pieza de una colección no es solo un objeto; es un testigo mudo de su época, cargado de historias, trayectorias y secretos por descubrir. Aunque en Uruguay las filas de coleccionistas han mermado, la pasión por preservar este arte sigue intacta. Cada estampilla inmortaliza más que un diseño: encierra un fragmento de identidad nacional que trasciende fronteras y viaja a través del tiempo. En un mundo cada vez más digital, nos recuerda que hay cosas que el tiempo no puede borrar.

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