ADELA DUBRA
La frontera tiene eso. Si no, que lo digan los descendientes de Oclides Ávila -o Euclides, nadie lo tiene demasiado claro, porque había quien lo llamaba así-, joyeros, tercera generación de orfebres, hoy radicados en Melo. El nombre Ávila es para muchos conocido; son, afirman los entendidos, quizá las mejores bombillas de plata del país. Dicen que quien toma mate en una Ávila no quiere tomar en ninguna otra. La embocadura chatita, el chupete ancho, la cantidad de perforaciones en la paletilla, todos son elementos que la definen como un objeto de buena estructura y con un diseño sobrio. En ella se puede rastrear la influencia de las líneas propias de las bombillas de Rio Grande do Sul.
Hoy, a los 47 años, Alberto Ávila sigue adelante con la tradición familiar de hacerlas a mano, y continúa con la misma técnica que su abuelo Oclides. Instalado en la calle Colón, a seis cuadras de la plaza de Melo, trabaja con muy pocas herramientas y un taller bastante precario.
Cada bombilla le insume entre 4 y 5 días. Hace algunas por encargue -hay quien quiere con embocadura de oro, otro con la marca del establecimiento rural- y están las clásicas, las que hacía el abuelo. Son más grandes que las más corrientes, tienen poco adorno y una paletilla con gran cantidad de agujeritos.
"A veces la gente me pregunta y yo no puedo explicar lo que siento... Detrás de mí está la vida de un abuelo y de mi padre dedicados a esto. Es una carga, no mala, es la trayectoria y un compromiso. Ávila siempre fue Ávila", dice Alberto, que desde los 14 años está en esto.
ORFEBRE. Oclides Ávila era de Río Branco. Se acercó al oficio por esas vueltas de la vida: un joyero italiano se casó con una tía de él y le enseñó la base de la orfebrería italiana, considerada de las mejores. Se fue fogueando, con las dificultades de trabajar en el interior, donde hay que hacer todo -desde grabar a engarzar, además de trabajar en varios materiales y rebuscarse con lo que hay a mano-: "Así era él, así era mi padre, Eloy Ávila, y así soy yo. Yo me tuve que revolver haciendo todo", dice el heredero.
Su abuelo tuvo cinco hijos, tres de ellos varones, los tres joyeros. "Es que esto se aprende jugando. Te va seduciendo mirar un anillo y el color de la plata y el oro, cuando lo vas trabajando, te produce una sensación difícil de describir. O tenés la vena o no la tenés. Lo vas mamando. Tanto mi abuelo como mi padre tenían la pasión y eran tremendamente sensibles. Eran juguetones y habilidosos al máximo", dice el orfebre.
Ávila no da abasto con los encargues, porque además de las bombillas atiende la joyería. "Yo tengo un defecto quizá, que soy demasiado perfeccionista. Me tiene que convencer a mí la bombilla. Acá, trabajando en silencio, doy todo de mí para cumplir. Y hasta que no quede bonito no estoy conforme".
Mientras cincela, bruñe o simplemente mira el trabajo que tiene en curso, él conversa.
-Se dice que una vez que se toma en una Ávila, no se quiere tomar en otra. Se habla de que el mate sale más espumoso. ¿La familia tiene una tradición de cebar bien?
-Eso es lo que dice la gente de nuestras bombillas, por eso las buscan. Yo hasta los veintipico no tomaba mate. Empecé en Montevideo, porque los que estudiaban Veterinaria tomaban. Y hasta hoy no soy ningún fanático. A mi esposa le lavo el mate. Ella sabe todas las ciencias, yo no, soy un desastre. Tomar mate conmigo es una plomazo, porque me distraigo, se enfría.
-Ha tenido muchos imitadores, sin embargo sus bombillas están firmadas. ¿Eso es garantía?
-Pero es lo único que les falta. Este tipo de bombilla la ves por todo el Uruguay, no con tantos agujeritos. Nunca los he contado, pero creo que son cerca de 400. Cada uno se hace con un punzón, se perfora a mano. Es un trabajo tedioso, porque después se repasa con una aguja. Además de darle un sabor especial al mate, no se tapan tan fácilmente. El nombre es una garantía, y eso pasa también con la joyería. Mucha gente viene a comprar oro acá, porque es Ávila. No es por mi linda cara. La gente viene y me dice: `Mi padre venía porque era Ávila, por eso yo vengo`. Este es un oficio donde la confianza es muy importante.
-¿Cuánto vive una bombilla de esta casa?
-Ah, son eternas... Tengo testimonios de gente que la tiene hace 50 o 60 años. Es como una joya.
-Hay muchas teorías, pero ¿cuál es la mejor manera de preservarla?
-Usarla y limpiarla cada tanto con bicarbonato de sodio y agua. Nada más. Una cosa como la esponja de aluminio las destruye.
PERFECCIÓN. Ávila no tiene recelo en explicar sus secretos. Es un trabajo minucioso y de otra época: la plata se funde con un soplete en un crisol, cuando está en estado líquido se coloca en una lingotera, el metal se solidifica y obtiene una planchuela de plata de unos 3 milímetros de espesor. Luego, a mano, se pasa la planchuela por un laminador que la va reduciendo hasta llegar a 1.10 mm. Después que se obtiene el espesor deseado, se la golpea y se logra un caño irregular, que se suelda, se lima y se pasa por una hilera. El siguiente paso es soldar el caño corto al largo, después viene el trabajo con el cincel, se suelda la paletilla, luego las perforaciones, se desbasta, se lija y se pule hasta que toca el bruñido. La firma Ávila, manuscrita, es lo último.
Algunos clientes piden cosas extravagantes. Era el caso de Villanueva Saravia, que la solicitó larguísima. Otros van al modelo clásico. Jorge Larrañaga, Guillermo Stirling, Luis Alberto Lacalle, Julio María Sanguinetti, Jorge Batlle, Diego Maradona y Víctor Hugo Morales, entre otros, tienen una Ávila. A través del relator oriundo de Cardona, muchos integrantes de la Selección argentina tienen una de estas joyas melenses. "Todo el blanquerío tiene. Tenían Aparicio Méndez y Wilson Ferreira. Tabaré Vázquez tiene. El Goyo Álvarez debe estar tomando mate en la cárcel con ella ahora", dice.
Aunque prefiere no hablar de precios, las bombillas se pagan como alhajas. No se venden en Montevideo: "No queda otra que contactarme. Se comercializa directo al público acá".
La Joyería Ávila no lleva registros, pero asegura que es importante la cantidad de bombillas que están en el exterior, como México, Italia y España, porque muchos mandan a sus parientes. Y nunca faltan los fanáticos, como un padre que regaló a cada uno de sus cinco hijos al nacer una de estas bombillas sólidas, fuertes, como para toda una vida.