Una obra de Lorca y Barradas

| Un poema y un dibujo inéditos realizados a dos caras por el escritor granadino y el pintor uruguayo arrojan un nuevo testimonio sobre la historia de su amistad.

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William Ferreira

EL PAÍS DE MADRID | DANIEL VERDÚ

"Sólo me salen Bárcenas", confesó un día a Pepín Bello tras hacerle un retrato. Era una y otra vez Catalina Bárcena, la actriz de origen cubano y musa del dramaturgo Gregorio Martínez Sierra. La había dibujado cientos de veces para los carteles del teatro en el que trabajaba. La reprodujo tanto, que las líneas de su rostro tiraban magnéticamente de sus pinceles. Aquel día, Rafael Barradas quiso dibujar a Pepín Bello, pero le salió una Bárcena como la que, de nuevo, hizo a cuatro manos con su amigo Federico García Lorca en 1925 y en un folio en cuyo reverso el poeta granadino estampó uno de sus payasitos y un breve poema. Una obra inédita a la que ha tenido acceso EL PAÍS y que ilustra, en dos caras de un folio de 27 por 22 centímetros, la historia de una amistad.

Pero Barradas (Montevideo, 1890-1929), por algún motivo, nunca pintaba el rostro de la Bárcena. Por eso, Lorca le escribe en esa misma cara del folio: "Tú que nunca enseñas / la mirada en los rostros / quise atreverme a ponerlos / en tu dibujo. / ¿A medias dijiste, no? / Catalina, tan hermosa, siempre / la dibujas, preciosa. / Querido amigo, pero sin sus ojos ni labios ¿vaya a saber Dios, por qué? / ¡Para ti no sería difícil! ¿O sí? Federico G. Lorca, 1925".

Así que Lorca, como él mismo señala en los versos, colocó labios y ojos al dibujo del inventor del vibracionismo. Y Barradas lo cosió con el nombre de Catalina 24 veces rodeando su rostro.

En la misma cara, el uruguayo responde: "Difícil no sería, hermano amigo, lo difícil es crear lo no sentido. 1925-Barradas".

En el reverso del dibujo, Lorca ilustró un payaso llorando, tomando el pétalo de una flor, cuyo tallo son sus propias lágrimas. Alrededor hay pinceladas de la misma acuarela utilizada en el dibujo de Catalina de la otra cara, un capitel y una jaula, hechos a lápiz, que por el trazo parecen del uruguayo. Lo mismo que otro poema que lo reseña: "Mis ojos están llorando / sabes de mi alegría, porque / están tocando el cielo / salud, amigo".

La obra procede del legado del matrimonio de poetas uruguayos Sara y Roberto Ibáñez y la compró recientemente un coleccionista barcelonés. Aunque ninguno puede asegurar dónde fue hecho, han acreditado su autenticidad los mayores expertos en la materia en España: Ian Gibson, Antonina Rodrigo, Andrés Soria, Manuel Fernández Montesinos y Laura García Lorca. Esta última, sobrina del poeta y presidenta de la fundación que lleva su nombre, quedó impresionada al verlo: "Es precioso. No hay duda de que es auténtico. Lástima que no lo tenga la fundación".

BARCELONA-MONTEVIDEO. Barradas, personaje de infinita bondad, metódico y venerado por sus compañeros de generación, fue referente de los inicios del movimiento del 27. "La relación con Lorca era entrañable. Era un faro, una especie de Machado. En casa de Barradas, Federico solía ponerse al piano de su hermana y cuando había jaleo, cantaba aquello de `échame tu pañuelo que vengo herío...`", recuerda Rodrigo.

Llegó a Barcelona en 1913 y destacó como pintor e ilustrador de las revistas Alfar, Ultra, Grecia o Revista de Occidente. Pero pronto marchó a Madrid. Ahí conoció a Martínez Sierra, director entonces del teatro Eslava, que le encargó los figurines para El maleficio de la mariposa, de García Lorca. Esa colaboración con el poeta granadino es el origen de su amistad y el embrión de este dibujo y de la relación que mantuvo con Dalí, Buñuel o Pepín Bello. Esos encuentros, recuerda Gibson, quedaron ilustrados en Sueño noctámbulo, del pintor ampurdanés.

Después de aquellos años, precipitadamente liquidados por los desencuentros con Martínez Sierra (fue despedido fulminantemente), volvió a Barcelona. "Es que Barradas estaba enamorado de Catalina", apunta Marc Sardá, coautor con David Castillo de Conversaciones con Pepín Bello.

En 1925 se instaló en L`Hospitalet. Enfermo y sin un duro, aunque siempre venerado por sus amigos, instauró en su estudio lo que se conoció como el Ateneíllo, lugar de reunión de poetas y artistas como SebastiaGasch, el poeta Sánchez Juan o el escritor Lluís Capdevila que cada domingo cogían el tren para ir hasta L`Hospitalet.

Ese año, cuando se hizo el dibujo, Lorca fue a Barcelona. Dalí le había invitado a Cadaqués y quiso acudir a un encuentro con intelectuales catalanes en el Ateneo. De hecho, fue el uruguayo quien preparó su llegada y puesta de largo.

"En marzo de 1925, Barradas transmitió a Lorca la invitación del Ateneo barcelonés", explica Andrés Soria. "Lorca fue a Barcelona esa Semana Santa (que fue del 5 al 11 de abril). Quizá el dibujo se hizo entonces. Pero en mayo de 1925 vuelven a coincidir en Madrid, en la Exposición de Artistas Ibéricos", apunta Soria, abriendo una segunda posibilidad sobre el origen geográfico del dibujo.

Y ésa es la hipótesis preferida de Antonina Rodrigo, experta en los períodos de Lorca en Cataluña. "Creo que se hizo en Madrid. Esa vez, Federico estuvo muy poco tiempo en Barcelona. La mayor parte lo pasó en Cadaqués. Si fuera del 27, sería otra cosa. Pero en el 25 tiene más sentido que sea de Madrid", señala.

Cuatro años más tarde, enfermo y pobre, Barradas volvió a Uruguay. Todos sus amigos del Ateneíllo le despidieron desolados en el puerto de Barcelona. Se marchaba El Apóstol de Hospitalet. Tres meses más tarde, murió.

Cuando Lorca viajó a Montevideo, recuerda Rodrigo, no pudo abstraerse del recuerdo de su amigo: "¿Sabe usted en lo que pensaba mientras los fotógrafos me enfocaban y los periodistas me preguntaban...? Pues en Barradas, el gran pintor, a quien uruguayos y españoles hemos dejado morir de hambre. (...) Todo eso que me daban a mí, se lo negaron a él". Ese día fue a visitar a su amigo al cementerio de Buceo. En silencio y bajo la fina lluvia, sólo arrojó flores en la tumba.

"Verde que te quiero verde"

Muchos uruguayos recordarán a García Lorca por el verso "a las 5 de la tarde", que una tarde de 1973 una radio repitió incansablemente para realizar una convocatoria "encubierta" a una manifestación contra el golpe militar. Algunos tendrán más fresco el "verde que te quiero verde", popular verso si los hay, aunque quizá menos conozcan su autoría. Lo cierto es que el granadino, nacido en 1898 y confeso homosexual, es considerado uno de los escritores hispanos más importantes del siglo XX, además del mejor representante del teatro español en ese tiempo. Su obra La casa de Bernarda Alba es la más destacada, y la última. El año que la escribió, al estallar la guerra civil, fue detenido por las fuerzas franquistas y fusilado diez días después, por "alterar el orden social".

Otras amistades ilustres

Barradas pasó casi la mitad de sus 39 años de vida en Europa, con toda una década establecido en España, entre Barcelona y Madrid. Allí cultivó varias amistades con nombres que, así como él, trascenderían en la historia del arte.

Cuando llegó a la capital española, en 1919, apenas existía un mercado para el arte de vanguardia, por lo que "el uruguayo" -como le comenzaron a llamar sus allegados en la Madre Patria- fue un verdadero pionero en ese sentido, con una influencia muy fuerte en otros artistas.

Al poco tiempo de instalado organizó su propia tertulia (como las que solía frecuentar en Montevideo) en el Café Oriente, en la que participaban exponentes de la talla de los pintores Salvador Dalí y Luis Buñuel, además del poeta Federico García Lorca. También, en Barcelona, conoció a su compatriota Joaquín Torres García. Con todos trabó una amistad de la que poco quedó documentado. A su vez, colaboró con el escritor argentino Jorge Luis Borges en la revista Tableros, y fue nombrado director artístico de la revista Alfar.

Volvió a Montevideo ya enfermo de tuberculosis, y falleció el 12 de febrero de 1929.

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