Un nuevo polideportivo gigante en el Barrio Sur logró combinar patrimonio con arquitectura moderna

El jueves pasado quedó inaugurado el nuevo polideportivo del Elbio Fernández, un complejo de 5.100 m2, construido desde cero sobre tres padrones delimitados por las calles Durazno, Maldonado y Carlos Quijano. El proyecto incluye el padrón de la que fuera primera sede de Peñarol.

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Fachada de la primera sede del Club Atlético Peñarol, en la calle Durazno.

El jueves quedó inaugurado oficialmente el nuevo polideportivo de la Escuela y Liceo Elbio Fernández, un complejo de 5.100 metros cuadrados, construido desde cero sobre tres padrones delimitados por las calles Durazno, Maldonado y Carlos Quijano. La obra -que introduce un volumen de cuatro pisos- representa no solo una ampliación significativa de las instalaciones deportivas de la institución de enseñanza, sino también un complejo ejercicio de integración arquitectónica con piezas de valor patrimonial.

Una de las particularidades del proyecto recae en que uno de los padrones involucrados albergó la primera sede del Club Atlético Peñarol, ubicada en la calle Durazno. Su fachada, junto con la bóveda interior del antiguo frontón de pelota, fue declarada de valor patrimonial por la Intendencia de Montevideo, por tratarse de una obra del famoso arquitecto Julio Vilamajó, autor de la Facultad de Ingeniería y parte del equipo consultor que diseñó la sede de la ONU en Nueva York.

La Comisión de Patrimonio también declaró Monumento Histórico el mural ubicado en la sede del Club Nacional de Football, obra de Germán Cabrera (1958).

Diálogo con Vilamajó

Para el arquitecto responsable del nuevo polideportivo, Diego Rivero, la coexistencia entre patrimonio y nueva construcción fue una de las claves del proyecto. “Fue un gran desafío debido a que teníamos que conjugar lo moderno con lo antiguo y respetar el patrimonio”, comenta a Domingo.

La fachada racionalista de Vilamajó -decorada con once franjas diagonales en relieve, pigmentadas de amarillo y culminadas en estrellas, además de la inscripción “Club Atlético Peñarol” realizada en cerámicas esmaltadas- se encontraba en muy mal estado. Fue restaurada durante la obra, al igual que la bóveda interior, que debió ser parcialmente reconstruida. “El predio que da a Durazno tiene dos grados de definición patrimonial: la bóveda y las medianeras de la obra de Vilamajó a nivel municipal, y la fachada principal a nivel nacional”, explica Rivero.

Una manzana unida

El proyecto articula tres padrones contiguos. En Durazno permanece el sector patrimonial; sobre Maldonado se extiende el cuerpo principal del polideportivo; y sobre Quijano se ubicó el acceso.

“Que el acceso se hiciera por Quijano nos permitió tener el visto bueno de la intendencia”, anota Rivero. Esta decisión respondió a criterios de tránsito y seguridad. “Esa calle tiene muy poco tránsito, entonces para descenso y ascenso de niños es muy positivo”, agrega el arquitecto. Sobre Maldonado, en tanto, se desarrollan tres niveles deportivos con canchas con pisos de distintos materiales como goma y madera. Allí podrán practicarse vóleibol, handball, básquetbol, hockey y futsal.

Uno de los problemas estructurales fue la diferencia natural de niveles entre Durazno y Maldonado (que está a mayor altura). Sin embargo, esto terminó siendo una ventaja. “Los tres accesos por las tres calles nos ayudan a salvar los desniveles que existen y que el edificio sea 100% accesible por planta baja o por ascensor”, explica Rivero. La obra se pensó como un bloque central con una gran iluminación que sea el conector y distribuidor de los tres sectores.

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El polideportivo incluye varias canchas de tamaños reglamentarios.

Deporte y formación

Para Enrique González del Toro, presidente de la Sociedad Amigos de la Educación Popular (SAEP) y exalumno que ingresó al Elbio con apenas cuatro años, el proyecto conjuga historia personal, memoria institucional y visión educativa. “Es una obra muy importante. Lo que se buscó es dar respuesta a una demanda creciente de nuestra comunidad educativa. Nosotros entendemos el deporte como parte de la formación”, comenta De Toro a Domingo.

La institución, que reúne a más de 1.600 estudiantes entre escuela y liceo, más los programas de bachillerato extraedad, el instituto universitario y los jardines de infantes -“una comunidad de varios miles de personas, incluyendo padres y familias”- carecía de suficientes espacios deportivos en su sede central.

“Para la cantidad de deportes en los que el Elbio compite -desde niños de escuela hasta la liga universitaria, los exalumnos, y los padres también- no teníamos acá en el centro de Montevideo más que el gimnasio que fue el viejo Cine Capri (en la calle Maldonado)”, anota.

La posibilidad de adquirir y unir tres padrones contiguos, uno de ellos donde se encontraba la histórica sede aurinegra, fue determinante. “Esta fue la oportunidad en un predio de estas dimensiones, que es dificilísimo encontrar en el centro”, agrega el presidente de la Sociedad Amigos de la Educación Popular.

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El arq. Diego Rivero junto a Enrique González de Toro y Mauricio Schettini, del Elbio Fernández. Foto: Andrés López Reilly.

Memoria y patrimonio

González de Toro recuerda ese lugar en el que estuvo la sede de Peñarol no solo como un referente urbano, sino como un rincón de su infancia. “Yo venía a buscar a mi padre acá cuando salía del Elbio. Era frecuente que él viniera a jugar frontón”, relata.

La sede carbonera funcionó allí hasta los años sesenta, cuando el club se mudó al Palacio Gastón Güelfi. Con el tiempo, muchas de las construcciones del predio fueron demolidas, pero la fachada proyectada por Vilamajó permaneció en pie y fue declarada de valor patrimonial. “Por suerte, se rescató toda esta parte, que es obra de Vilamajó, que nosotros hemos restaurado y puesto en valor otra vez para la ciudad”, indica.

La nueva infraestructura, que centraliza canchas con medidas oficiales, gimnasios y espacios deportivos distribuidos en varios niveles, está pensada para que todos los estudiantes y familias puedan utilizarla. “Esto nos amplía la capacidad como para que, organizado, todos lo puedan usar”, asegura el presidente de la SAEP.

También coincide con el arquitecto en que la centralización mejora la seguridad y la logística diaria. “Nos evita estar transportando chiquilines para distintos lugares. El tener todo esto acá da más seguridad, ahorra tiempos, mejora la logística”, destaca. Además, dice, resuelve un problema común entre las familias: “Cuando tienen más de un hijo, no tienen que estar viendo cómo van a buscar a uno en un lado y otro en otro. Hoy los vamos a poder tener a todos acá”.

Para González del Toro, la recuperación del patrimonio de Vilamajó es un aporte para el barrio y para Montevideo en su conjunto. La obra se encuentra a solo dos cuadras de la histórica “Manzana Elbio”, donde la institución está presente desde hace más de un siglo. “Es una obra muy importante en el centro de la ciudad, donde estuvimos siempre como institución educativa”, concluye.

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