El 3 de marzo de 2009 el poeta uruguayo Salvador Puig era velado en la Biblioteca Nacional. Allí estaban sus colegas y también sus lectores. Puig, cuyo primer nombre era Bécquer, pero firmaba así sus poemas por consejo de Ángel Rama, había nacido en 1939 en Montevideo, dejando una prolífica obra y una legión de seguidores poco frecuente para un género literario que en Uruguay goza de poca popularidad.
Mientras Salvador usaba cada momento libre para escribir una obra tan sólida como singular, Bécquer ejercía el periodismo y la locución. Perteneciente a la misma generación que Nancy Bacelo, Marosa Di Giorgio y Washington Benavides, Puig llevaba el entusiasmo en la sangre, pero también las marcas que dejó la última dictadura militar. Aunque nunca dejó de escribir y publicar, recién en 2012 un equipo multidisciplinario integrado, entre otros, por Álvaro Risso y Alicia Migdal, logró recopilar todo su trabajo en una única obra, y editó Apalabrados. Poesía completa, un volumen de 591 páginas (Linardi y Risso, $ 590) que seguramente se convierta en un libro de consulta para los amantes de la literatura -no sólo de la poesía- uruguaya y que acaba de recibir el premio Bartolomé Hidalgo en Poesía.
La obra recopila ocho libros presentados de acuerdo a su orden de producción y publicación. Comienza con el primer e "inhallable debut poético" de Puig en Editorial Alfa, con La luz entre nosotros, y cierra con Memorias del habla, su último material, inédito al momento de su muerte.
Además, un trabajo preparado especialmente por Eduardo Milán desde México abre el volumen y otro de Roberto Appratto lo cierra. "Se cumple así un ciclo coherente en la vida de Puig: Milán prologó su regreso a la poesía en Apalabrar; Appratto había acordado escribir el suyo para Memorias del habla, que se sabía el último", explica Migdal, a cargo de la edición y cronología.
"Quien atesore el vínculo con la poesía como una instancia de recogimiento, de epifanía y de descubrimiento constante, dispone ahora de toda la obra de este poeta fundamental, uruguayo hasta el hueso, y culto -y por lo tanto abierto al mundo- como son los genuinos poetas", reflexiona Migdal.