Un corazón gigante y una embarazada de 1908: dentro del Museo de Anatomía de la Facultad de Medicina

Entre frascos centenarios y cuerpos que alguna vez respiraron, el museo revela el lado humano de la ciencia y preserva un patrimonio poco conocido del país

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Museo de Anatomía - Facultad de Medicina
I. Sánchez

El cuerpo humano tiene 206 huesos, más de 600 músculos y una maraña de nervios, arterias y órganos que trabajan en silencio para mantenernos vivos. En el poco conocido Museo de Anatomía de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República, ese mapa interior —normalmente invisible— se despliega a la vista: un corazón que duplica su tamaño, columnas con escoliosis y una mujer embarazada junto a su feto, conservados en formol desde hace más de un siglo. Aquí se observan cuerpos y órganos reales que alguna vez respiraron, caminaron y ahora enseñan, mientras la anatomía se convierte también en patrimonio.

Al recorrer las salas, la impresión inicial oscila entre el asombro y cierta incomodidad. Algunos preparados parecen salidos de una película de ciencia ficción, y Alejandra Neirreitter, responsable académica del museo, lo señala con humor al mostrar una de las primeras piezas de la exposición: un rostro abierto que recuerda a la icónica escena de El vengador del futuro. “Aunque parezca de una película de terror, esos cortes permiten estudiar estructuras profundas de la cara que de otro modo serían imposibles de observar”, cuenta a Domingo.

La visita transcurre entre frascos centenarios, uno más llamativo que el anterior. Desde el hueso más pequeño —el estribo— hasta el más largo —el fémur—, hay cortes en todas las direcciones posibles de casi todo lo que llevamos en nuestro interior. La mezcla de curiosidad y respeto es inevitable. Cada vitrina invita a mirar, pero también a pensar en quiénes fueron esas personas y qué las llevó a donar su cuerpo a la ciencia.

“Todo es real. Son personas que se donaron voluntariamente —aclara Neirreitter—. En el caso de los fetos, sus padres autorizaron su exposición entendiendo que aquí se los trata con respeto”. Por este motivo, las fotografías y los videos están prohibidos en la sala.

La mayoría de las piezas del museo tienen más de 80 años. Los materiales más recientes se destinan a las clases y actividades del Departamento de Anatomía. “Los cuerpos que usamos en clase son de personas mayores. Eso también ayuda a que el impacto en los estudiantes sea menor; no es lo mismo trabajar con alguien de tu misma edad”, apunta la docente.

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Alejandra Neirreitter y Cristhian Ferreira
I. Sánchez

Entre esas piezas antiguas hay una que destaca por su presencia. Es la de María, la única que tiene nombre y una historia conocida. Tenía 20 años, era cocinera y cursaba el quinto mes de su cuarto embarazo cuando ingresó al hospital el 17 de setiembre de 1908 por intolerancia completa a sólidos y líquidos. En su ficha clínica se detallan antecedentes familiares y personales —padres sanos, tos convulsa y viruela en la niñez, tres embarazos y partos normales—, pero su causa de muerte quedó sin determinar. Falleció el 3 de octubre.

El preparado fue realizado por el doctor Eduardo Blanco Acevedo, quien efectuó el corte sagital que hoy permite observar el cuerpo casi completo de María y el feto en su interior. “Tenía una circular de cordón, que es cuando el cordón umbilical se enrosca alrededor del cuello del bebé. Puede ser una causa de muerte fetal”, explica Neirreitter.

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Museo de Anatomía
I. Sánchez

El arte de conservar el cuerpo.

Antes de que existieran las técnicas más modernas, los anatomistas recurrían a procedimientos pacientes y laboriosos. Una de las más antiguas es la resecación, que permite mostrar las estructuras profundas del cuerpo humano: capa a capa, los tejidos se van retirando en un trabajo casi artesanal. Un pie conservado en resina es un ejemplo de esto. Están a la vista todos los huesos y lo que parecen unas cuerdas son, en realidad, algunos de los ligamentos.

Cerca de ese pie llama la atención un riñón del que solo se conserva su vasculatura, es decir, la compleja red de arterias que lo mantenía en funcionamiento. “Esa pieza tiene más de 50 años. Cuesta muchísimo hacer eso”, dice la docente. Más adelante hay un corte de cerebro al que se le inyectó látex rojo para mostrar las arterias y azul para las venas, lo que permite seguir el recorrido de la sangre. No muy lejos se exhibe una especie de cilindro que no es más que nuestra médula espinal, cubierta por una “telita” translúcida: la duramadre, la meninge que la protege.

Podríamos enumerar cada porción del cuerpo humano: desde las fosas nasales hasta los pulmones, de la materia blanca del cerebro al estómago, el Museo de Anatomía —único en su tipo en el país— tiene algo que mostrar y enseñar de cada centímetro de nuestro organismo.

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Museo de Anatomía
I. Sánchez

Aquí también se conservan algunos órganos con la técnica de plastinación, la misma que permitió exhibir los cuerpos de Body Worlds durante su visita a Montevideo en 2017 (y que sigue recorriendo el mundo). En este proceso, el agua se sustituye por silicona, que luego se polimeriza, se endurece y puede incluso pigmentarse. “Le da una textura como si estuviera vivo”, explica Neirreitter.

En el Departamento de Anatomía se desarrolló un pequeño laboratorio de plastinación, fruto de varios años de gestión y búsqueda de presupuesto. Por ahora solo pueden plastinar órganos pequeños, no un cuerpo entero, pero fue un comienzo.

“Reinauguramos el museo hace cuatro años y desde entonces estamos intentando que la Facultad nos dé insumos para poder ponerlo a punto y que entre en la lista de Museos del Uruguay. Ya ni hablar del resto del mundo”, señala su responsable académica a Domingo.

Aun con esas limitaciones, el espacio logró algunos avances. Participa oficialmente en Museos en la Noche y en el Día del Patrimonio, fechas en las que recibe entre 1.500 y 2.000 visitantes. A eso se suman las visitas guiadas de liceos de todo el país, que se concentran en el segundo semestre. “Eso demuestra que a la gente le interesa venir, le gusta aprender. Solo necesitamos un impulso”, resume la docente.

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Museo de Anatomía
I. Sánchez

También se requieren fondos para culminar la restauración del anfiteatro de anatomía, construido junto con la facultad hace 150 años. El lugar conserva su estructura original: una mesa de mármol en el centro —donde el disector trabajaba con el cadáver—, rodeada por una gradería sin asientos desde la cual los estudiantes observaban de pie.

“El disector explicaba mientras disecaba, y podía tener algún ayudante -generalmente un estudiante avanzado- que le alcanzaba los instrumentos o los recipientes donde se guardaban los órganos”, cuenta Neirreitter. Es igual a lo que se ve en las películas de época.

Lo único nuevo es el techo y las luces. Todavía se conservan las piletas de mármol donde los estudiantes se lavaban las manos después de las prácticas, y sobre una pared descansa un viejo pizarrón, testigo de una época sin PowerPoint ni proyectores, cuando el aprendizaje se daba frente al cuerpo real.

Al final del recorrido, uno sale con la sensación de haber mirado algo más que cuerpos abiertos. Porque en cada órgano, en cada trazo de nervio o músculo, late también la idea más antigua y persistente de la ciencia: conocer el cuerpo para comprender la vida.

CUANDO EL CUERPO SE CONVIERTE EN LEGADO

Las motivaciones para donar material a la Facultad de Medicina, cuenta Alejandra Neirreitter, son tan diversas como las historias de vida: hay quienes lo hacen por razones económicas, otros porque fueron médicos o hijos de médicos, porque no tienen familia o simplemente porque quieren dejar un legado en la historia. Sea cual sea la causa, cada cuerpo encuentra aquí una nueva forma de trascendencia: la de seguir enseñando cuando la vida termina. “Somos uno de los pocos en el mundo que tenemos la posibilidad de trabajar con material cadavérico”, explica Cristhian Ferreira, también responsable del museo. El sistema de donación, agrega, es sencillo: cualquier persona mayor de 18 años puede acercarse a la Secretaría de la Facultad, completar un formulario y desde ese momento pasa a ser donante. Si en algún momento la persona cambia de opinión, puede darse de baja.

De esta forma, el Departamento de Anatomía y su museo siguen cumpliendo un papel esencial en la formación médica. “El cadáver es inigualable”, dice Neirreitter. Esa experiencia directa, explica, deja una huella indeleble. “Una región que disecás, que seguís plano a plano, no te la olvidás más. Y cuando después estás frente a un paciente, la anatomía se vuelve fundamental”, añade.

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