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Lo que sucede detrás de las parejas que deciden vivir separadas

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Parejas que viven en casas separadas. Foto: Darwin Borrelli
Darwin Borrelli

DE PORTADA

Están juntos hace muchos años, pero decidieron tener cada uno su casa, en una modalidad de pareja cada vez más recurrente.

Por un lado, las paredes blancas, inmaculadas y sin cuadros que dan marco al desorden de una sala de estar amplia. En lugar de sofás cómodos, escritorios por doquier con luces fuertes, como de oficina. En los pisos hay libros y ropa desparramada, no hay casi muebles. Por el otro lado, a unos diez minutos de distancia, las paredes anaranjadas enmarcan detalles, almohadones, fotos en las paredes. Los libros —muchos— están organizados en los estantes, como parte del orden impoluto y a la vez acogedor de una casa con vida gracias a las plantas y al gato —Don Gato— . “Tu casa es más linda”, le dice él a Micaela.

La historia de amor de Micaela empezó con un reencuentro. Se conocían por ser de la misma ciudad del interior, pero recién se enamoraron a sus treinta años. Ya tenían cabezas con experiencia, corazones curtidos y una idea que fue madurando y que hoy, 14 años después, ven como una buena decisión: tienen una relación estable, compañera y enamorada, pero viven separados.

La historia de amor de Micaela es como la de Enrique, Gabriela, Analía y Rosario (los nombres fueron cambiados para mantener la privacidad de los entrevistados), y todos hablaron con Revista Domingo para dar su perspectiva. Son vidas distintas en sus esencias y en sus recorridos, pero similares en la forma, porque optaron por mantener su independencia y sus mañas en una casa aparte a los que quieren.

después de convivir

Un paso para sanar

Rosario siempre supo que quería tener su propio espacio. Así y todo, cuando comenzó la historia con su actual pareja, vivieron juntos un año y medio. No funcionó y se separaron. Cuando se reconciliaron tuvieron por fin la charla de “cada cual por su casa” y, desde entonces, aunque con idas y vueltas, están bien juntos. “Somos de carácter fuerte y yo no lo podía ver cuando ponía cara fea, porque me gusta que me digan las cosas de frente, entonces teníamos choques, y un día nos peleamos y se fue”.

Para ellos la convivencia se volvía más pesada por otra razón, y es que son compañeros de trabajo. Eso significaba verse todo el día y llevar los problemas de la oficina al hogar. “No repetiría eso de enamorarse de un compañero de trabajo”, admite Rosario, pero ya es tarde porque hace 15 años está enamorada. El plan exitoso para ellos estuvo en lograr mantener la chispa, no volverse rutinarios y ser, sobre todo, buenos compañeros de vida.

Hay detractores respecto a lo que puede ocasionar el mudarse separados después de vivir en pareja. Estas críticas se deben a que puede la decisión viene después de que vínculo está muy desgastado. Sin embargo, Roxana Gaudio, psicóloga especialista en terapia de pareja, cree en la recuperación y en lo sano de esa separación de casas sin dejar de estar juntos. “Es algo que se da más que nada en parejas que convivieron muchos años y tienen hijos adultos e independientes, con una situación socio-económica que lo permita. Los conflictos en el día a día se hacen insostenibles pero cuando toman distancia y ven en perspectiva se dan cuenta de que quieren seguir estando cerca y ‘compartir vida’, y ahi la fórmula de casas separadas se transforma en una solución sana para poder seguir juntos de una manera distinta”.

El caso de Enrique y su señora es a la inversa. Fueron pareja en casas distintas por 15 años y ahora hace tres que conviven. Si bien es defensor de vivir separados, porque, dice, los años también enseñan mañas, cree en los tiempos de cada uno. “Ahora uno se siente que está más viejo y no nos cuestionamos por qué. Surgió la charla y me mudé a la casa de ella”.

Rosario, admite, no descarta mudarse juntos cuando se hagan mayores.

En la bibliografía anglosajona hay un título para las parejas como las de ellos: Living Apart Together. En español, aunque no hay una traducción oficial, podría ser algo así como “viviendo separados pero juntos” (ver recuadro). Lo que significa que comparten la vida, que el amor es correspondido, pero que dan prioridad a su deseo de espacio personal. En algunos casos anteponen la intimidad de sus hijos con parejas anteriores, pero todos lograron desarrollar sus relaciones como algo que va más allá del techo y la cama en común.

La decisión de vivir separados

A Rosario (56) le gusta estar quieta en su cama mirando al techo o leyendo o mirando la tele. Le gusta, también, caminar sola por la ciudad. Ese encanto de estar con ella misma lo tiene desde siempre. Hace tanto, que incluso cuando era muy joven y todavía imaginaba su casamiento, su ideal era tener camas separadas. Luego la vida, los estereotipos y la idea inculcada sobre la familia hicieron que se casara y conviviera con el padre de sus hijos. Después del divorcio se dijo que al amor apostaría nuevamente sin dudarlo. A la convivencia, sin embargo, ya no más. A su pareja desde hace 15 años lo llama “novio”, aunque le da pudor la palabra porque, parece, después de determinada edad hay expresiones que ya no se usan. “Pero yo quiero mi oxígeno. Es mi manera de ser, soy solitaria y me gusta mi espacio”.

Analía cree que el amor se transforma, que los años enseñan y que a los 50 no se vive igual que a los 17. Defiende, por eso, que el no apostar a convivir no significa no creer en el amor. Todo lo contrario. Para ella, en sus 51, es cuestión de querer al otro, pero también a su propia libertad. En su caso, el no convivir viene por ahí, porque le gusta tomar sus propias decisiones y porque no le interesan los compromisos por obligación. “Si vivís en pareja te tenés que adaptar al otro o tenés que tomar decisiones juntos. Cuando empezamos, hace 15 años, yo también vivía con mis tres hijos y sabía que no iba a ser fácil para ellos ni para mí el ensamblaje”.

Tras la Experiencia

La palabra clave es “respeto”

Para Analía, aunque hace 10 años está con su pareja, “la casa de él es la casa de él”. Las normas, mínimas, se respetan. “Yo tengo llave, pero me manejo tanto con el orden como con la limpieza. Cada uno tiene sus costumbres. Sí nos apoyamos, colaboramos si uno tiene que hacer algo en su casa. Lo mismo al revés”.

En el caso de Micaela, el respeto viene también con sus formas de ser. En algún momento trató de amoldarlo o de encajar ella, hasta que aceptó sus diferencias. El no convivir ayuda a que esos detalles en los que no concuerdan, no dañen la relación. A Micaela le fascina viajar y cuando junta un poco de dinero, se paga un pasaje. Él prefiere gastar dinero en su hobby. A veces la acompaña, y sino, entiende perfectamente que ella viaje sola o con amigas. “Hasta cuida a Don Gato cuando se queda en la ciudad y yo me voy. Me lleva a Tres Cruces, y si salgo de noche, me arrima para que no maneje por si tomo alcohol. Yo respeto que sea una persona bastante cerrada y poco sociable”.

Mantener las casas separadas es también una forma de continuar de la mejor manera posible el proyecto de familia que empezaron antes de conocerse. Permite reducir los conflictos que se podrían generar en esa convivencia y que, como consecuencia, traerían el desgaste del vínculo. Tanto si los dos tienen hijos por separado como si es la situación de uno, les resulta más fácil de sobrellevar así, aunque todos se lleven bien.

Es el caso de Enrique (70) que hace 18 años está en pareja pero se mudaron juntos hace tres, después de criar a los hijos. O de Gabriela (41), que siempre puso en primer lugar a sus niños y la relación. “Creo yo que uno se puede enamorar, pero cuando traés los problemas a tu casa con niños, el amor queda para el costado. Mi núcleo familiar es de tres: mis hijos y yo, cuando hay otra persona es diferente. Si él ingresara al hogar, temo que una de las dos partes toma el control, o los chicos o él. Además, nunca me llevé mal con mi expareja, y no querría cortar ese vínculo por los chiquilines”, comenta.

La charla de la convivencia sobrevino alguna vez sin mucho éxito, pero para ellos, que están desde hace 16 años, el respeto por el tiempo y el espacio del otro es lo que los mantuvo hasta hoy. Se ven los fines de semana, miran una película después del trabajo, o toman el mate y charlan. Luego él, que ama el candombe y está en la movida, se va con los tamboriles. Y ella, que ama su hogar y a sus chiquilines (hoy ya adultos), vuelve a casa y pasa con ellos.

Hay parejas que optan por vivir juntos pero dormir en camas distintas.
Alternativa. Antes de vivir en casas separadas, Rosario pensó tener dos camas.

La independencia económica es otro motivo que estimula a estas parejas. En la historia de Micaela, por ejemplo, hubo algunos proyectos de convivencia en el camino, pero siempre estaban en momentos diferentes. “En aquel entonces trabajaba mucho y no llegaba ni a la mitad de su sueldo. Él tenía su casa propia, que la tiene al día de hoy, yo alquilaba. Para convivir lo que nos convencía era ir a un lugar neutro. Pero ese lugar requería un montón de condiciones que él quería que a mí se me hacían difíciles de solventar: un garaje, y yo andaba en bicicleta; calefacción, y yo soy acalorada. Creo que el factor económico en su momento fue importante”.

Ellos, dice Micaela, conviven estando separados y así se les da muy bien, tanto que en 14 años solo se dejaron por dos meses. Incluso ahora que su economía mejoró, que ella pudo comprar su propio apartamento, un auto y trabaja más holgada sostienen eso de cada cual para su lado. “Él me trae a tierra con su carácter completamente diferente al mío. Es un despelote, pero es remanso”.

Códigos para la no convivencia

La condición para que funcione, dicen los entrevistados, está en hablar, amoldarse y ser compañeros. “Nosotros hemos tenido conflictos e incluso hace un año estuvimos separados por falta de diálogo”, explica Rosario, y añade: “Siempre le propongo hablar. Porque cuando yo le decía que las cosas no estaban bien entre nosotros, él respondía que yo ya había dicho todo y que no era necesario que él añadiera nada. Pero había cosas para decir. Entonces cuando volvimos la condición fue el diálogo”. La otra clave, para ella, está en el amor que se tienen. Sabe, Rosario, que él es la persona que más ha querido en la vida, y viceversa.

Vos en tu casa, yo en la mía

El cambio generacional de las parejas

No es nuevo que personas en la mitad de su vida quieran recomenzar en el amor sin perder lo que tienen y que para ello opten por vivir solos. “Esos acuerdos funcionan bastante bien. He trabajado con varias parejas así. Algunos casos los dos con hijos que se llevan fenómeno, pero que sería una cosa muy complicada vivir todos juntos”, explica el psicólogo Álvaro Alcuri consultado para la nota. “Cada pareja depende de cada situación, ponernos dogmáticos con eso es lo peor que podemos hacer”, añade.

Sin embargo, el fenómeno de parejas LAT (“Viviendo separadas pero juntos”, según sus siglas en inglés) es cada vez más frecuente en las nuevas generaciones. Al respecto, Alcuri reflexiona: “Lo que yo veo en los jóvenes es que buscan evitar las responsabilidades de formar una familia. Estamos viendo una adolescencia estiradísima en donde los muchachos no se termian nunca de decidir por un vivamos juntos, paguemos los impuestos, compartamos los gastos. Hay que laburar y criar hijos. Eso se va estirando cada vez más en un fenómeno que hace más de 20 años alguien llamó el síndrome de Peter Pan. Yo le llamo adolescentitis”.

Tampoco es menor el hecho de que en la actualidad se vive un cambio de costumbres que implica una búsqueda cada vez mayor de la independencia. Se prioriza la carrera, el progreso personal frente al proyecto de familia.

En español no hay una expresión para definir a las parejas que viven separadas por voluntad. Asimismo, se toma prestado el Living Apart Together (Vivir separados pero juntos) de la bibliografía anglosajona. No hay demasiada investigación al respecto y quienes han tratado de definirlo encuentran una dificultad en la heterogeneidad de las relaciones, que son, como dice Alcuri, “cada una un mundo”. Sin embargo, hay artículos académicos que arriesgan a teorizar. Es el caso del sociólogo español Luis Ayuso que publicó en la Revista Internacional de Sociología el texto Living apart together en España, ¿Noviazgos o parejas independientes?. Allí escribió: “El mayor papel de la mujer en el ámbito público, la flexibilización de los procesos de noviazgo, o la privatización e individualización de las formas de vida familiar, han dado lugar a una ‘revolución silenciosa’ interna que lleva a cuestionar aspectos que tradicionalmente ocurrían de forma lineal”. Aunque centrado en su país, plantea líneas que se extienden, por lo menos, a los vínculos de Occidente, que no son ajenos a los cambios sociales de estos tiempos.

El intercambio debe estar también al comienzo de la pareja, con más razón si hay expectativa de futuro, y sobre todo si una de las partes ya sabe que no pretende convivir. Cuando Analía empezó a salir con su actual compañero, él tenía 31 y ella 41, lo que significaba que probablemente él tuviera proyectos de hijos, de matrimonio al estilo más tradicional. Era, en su caso, fundamental tener una charla sincera sobre lo que tendrían. Analía había formado su casa, sus hijos, su historia y no quería que él perdiera tiempo con ella. Se lo planteó, y hoy hace 10 años que están juntos.

El tiempo para uno se debe respetar en cualquier pareja, así como el compartido. La calidad de esos momentos juntos pesa, pero también, consideran, se hace más fácil. “Creo que el hecho de decidir no vivir juntos ya lleva a que sea una relación particular, también porque el único compromiso que tenemos es querer estar con el otro. Estamos juntos porque tenemos ganas de estar juntos. O cuando salimos, es porque queremos salir y estar ambos. Pero no hay nada que sea una obligación. Nada”, enfatiza Analía.

Hay quienes hablan de este tipo de relaciones asociándolas al temor al compromiso. Pero, dice el psicólogo Álvaro Alcuri, quienes lo viven son los que pueden hablar con contundencia y no hay recetas.

Almuerzo familiar
Hijos. Muchos quieren criar a sus niños sin convivir con la pareja actual.

Los entrevistados para esta nota concuerdan en algo: disfrutar de dormir en el medio de la cama o de ver al otro cuando hay ganas o cuando se necesitan, implica quererse y conocerse uno, pero también amar al otro. “Se habla, se pule y con el paso de los años lleva grandes discusiones, pero no grandes peleas”, resume Micaela. Así, con honestidad, logran vivir el uno en la casa de paredes blancas, y la otra en la de paredes anaranjadas sin dejar lugar a la duda sobre su historia de amor.

No hay recetas, pero afirman que hay que respetarse, confiar en el otro y estar ambos de acuerdo de que ese es el proyecto de vida juntos que quieren construir. Porque el amor, más allá de lo mágico, también tiene de contrato.

Los Parker- Broderick
Muchos famosos optan por vivir separados de sus parejas
Sarah Jessica Parker y Matthew Broderick.

Sarah Jessica Parker y Matthew Broderick no son la única pareja de famosos que optaron por una vida juntos pero separada. Sin embargo, sí son de los pocos que se han animado a hablarlo en público y que, de hecho, ponen hincapié en que a eso se debe la salud de su relación. Llevan 20 años juntos: “Sé que esto parece una locura, pero tenemos vidas que nos permiten estar lejos y volver a estar juntos sin que conlleve ningún problema”, contó la actriz de Sexo en Nueva York el año pasado en una entrevista. Tienen hijos, tres, y una vida laboral que no los tiene nunca quietos, llegando a pasar meses sin verse. “Creo que eso ha sido muy beneficioso porque cuando nos juntamos tenemos mucho que compartir”, añadió.

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