LEONEL GARCÍA
Hay veces que la montaña va a Mahoma. Hasta que tuvo nueve años, a Leticia Gambaro (20) no se le cruzaba por la cabeza dedicarse a la música clásica. Fue entonces cuando aceptó participar de un ejercicio propuesto por la Fundación Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles del Uruguay, que visitó la escuela a la que ella asistía, en la Aduana. Una noche tormentosa, que invitaba a quedarse en casa, fue la que le cambió el destino. "Me hicieron una prueba de aptitud musical. Tuve que repetir un ritmo con las palmas y cantar algo para saber si tenía afinación. ¡Yo canté el Que lo cumplas feliz! Luego me mostraron un montón de instrumentos y yo no sabía que decir. Me mostraron una viola, a mí me pareció gracioso el nombre. Un docente me dijo: `Vos tenés manos grandes y cara de inteligente, esto es para vos`. Y hoy no la cambio por nada".
Gracias al buen ojo de ese docente y al talento natural de Leticia, a los 12 años ella ya tocaba en la Orquesta Sinfónica Juvenil del Sodre José Artigas, donde sigue hasta hoy. Ya viajó por Argentina, Chile, Venezuela, Estados Unidos, Suecia, España y Portugal. Una jornada suya gira en torno a la música (estudios en la Escuela Universitaria de Música, ensayo en la orquesta, dar clases a niños en la Fundación) de 10 a 20.30. Escucha tanto a Tchaikovsky como a Apocalyptica o Silvio Rodríguez, y hoy estará en el Centenario para cantar las canciones de Paul McCartney. Vive con sus padres pero si quisiera, asegura, le daría para vivir sola. Nunca fue tan redituable un Que lo cumplas feliz.
A su lado está su compañera Alba Pallas (13). El pelo recogido en trenza y una risa tímida que aflora ante la lente del fotógrafo delatan lo obvio: será muy buena en el clarinete pero no deja de ser una niña. Cuando ingresó, hace dos años, se cansaba solo con cargar su instrumento, que le llegaba hasta el ombligo, y de cuyo sonido se enamoró ya en 2007. Sus compañeros de segundo de liceo le han preguntado qué tipo de música toca, qué clase de cosa es esa flauta grande que lleva y, alguna vez, si puede con eso sacar algo de los Wachiturros. Es chica, sí, pero una pequeña de las que no hace berrinches si debe faltar a un cumple por ensayar. "A mí me gusta lo que hago; quiero vivir de esto".
Según Álvaro Méndez (55), coordinador general de la Filarmónica de Montevideo, el universo clásico en Uruguay está integrado por unas 3.000 personas, entre estudiantes y profesionales, solistas o miembros de cualquier banda. Todos sueñan lo mismo que Alba: vivir de la música clásica. En chicos como Leticia la vocación fue a su encuentro. Pero muchos comienzan a recorrer este camino por tradición familiar o porque, al decir del maestro Federico García Vigil (71), "el mundo del silencio no existe más; el mundo está lleno de música".
COMO TAXISTAS. Y, ¿se puede vivir de la música clásica? Méndez, García Vigil y Ariel Britos (42) -director de la orquesta Artigas, violista de la Orquesta Sinfónica del Sodre (Ossodre) y presidente de la Fundación de Orquestas Juveniles- son tajantes al responder lo mismo: claro que se puede. Es algo posible sí, pero con el multiempleo como necesidad imperiosa en una profesión costosa, en un mercado pequeño y con pocas oportunidades (ver nota aparte). Méndez bromea con que los artistas son como taxistas: siempre yendo de un lado a otro. "La música está tan codificada y escrita que, gracias a las partituras, la movilidad está facilitada y permite ir de tocar en una orquesta a una banda típica, de cámara, de jazz o de fusión, ser concertista (que son muy pocos) o dar clases; esto último es un complemento importante en casi todos los músicos", ya sea de manera particular o en instituciones.
SUEÑOS Y SACRIFICIOS
Viviendo de los clásicos
La violinista Alejandra Moreira (44) asegura que "para tener un buen estándar de vida se tiene que estar en las dos sinfónicas que hay, o en una de ellas y en la Banda (Municipal)". Ella, justamente, toca en la Filarmónica y en la Ossodre, y también da clases. En cualquier caso, el multiempleo debería girar siempre en torno a la música. Si bien Méndez recuerda a algún escribano o médico en la Filarmónica, la calidad se resiente si falta tiempo de ensayo. "No se puede tener diez horas de trabajo diario en otra cosa". Y, definitivamente, es improbable un tornero mecánico violinista.
Para la pianista Élida Giancarelli (66), directora artística de la Escuela de Música Vicente Ascone (ex Escuela Municipal de Música), quien a los 13 años daba sus primeros conciertos, la única solución para lograr esa meta es un axioma aplicable a cualquier campo: estudiar, tener talento y una siempre útil cuota de suerte. "Si sos bueno, siempre vas a tener trabajo. Si sos más o menos, no vas a tener más remedio que rebuscártelas". De cualquier forma, asegura, para muchos - "los buenos-buenos"- la solución puede pasar por irse al exterior.
Y si los sueños primarios son de grandeza; los secundarios tal vez puedan calificarse de realistas (o de resignación). "Al inicio, siempre se quiere ser el número uno. Pero pocos llegan. Entonces, uno se traza otros objetivos como tocar en una orquesta. Yo fui violista, un instrumento que pocas veces sobresale. Es como un ladrillo del medio pero sin el cual la pared se cae. Y cuando uno madura y entiende esto, todo es parte de un disfrute colectivo", razona Méndez.
Mathías Pereyra (22), violinista de la Ossodre, concertino de la Artigas, docente y director de una orquesta infantil de la Fundación, está en la etapa de no ponerle techo a los sueños. "Los límites nos los ponemos nosotros mismos; entonces, lo mejor es no ponérselos. Acá (se refiere a la Orquesta Juvenil del Sodre) siempre decimos que somos la mejor orquesta del mundo, pero que solo nosotros lo sabemos".
Mathías, tanto amante de los clásicos como del reggaeton, comenzó en el mundo de la música a los 11 años. Al igual que en el caso de Leticia, se interesó en este mundo cuando el Sistema de Orquestas Juveniles llegó a su escuela, la que funciona en el Estadio Centenario. Hoy tiene los horarios tomados por sus múltiples ocupaciones artísticas. Esas actividades, priorizar los ensayos o las giras, provocaron que todavía esté dando exámenes de sexto de liceo; pero también le han permitido conocer buena parte de Europa y América, e irse a vivir solo. Con cara de pícaro, asegura que el violín puede tener el mismo efecto que una guitarra en un fogón a la hora de atraer al sexo opuesto. De cualquier forma, la Artigas no solo le dio el honroso título de concertino: su novia es la primer violoncello.
SACRIFICIO. Esta situación es muy común en este ambiente. La esposa de Britos también es músico, flautista, y sus dos hijas estudian corno y violín. Moreira está casada con un contrabajista, y la lista sigue. Pareciera como si solo los integrantes de este mundo pudieran compaginar entre ellos. Según afirman, esto también es fruto de la necesidad, tanto como el multiempleo, o de las numerosas horas que pasan juntos. "Es que solo alguien que está en esto puede entender el tiempo que uno le dedica a la profesión", resume Moreira. "Desde afuera nuestra vida se ve como muy sencilla y estructurada pero no es así. Nuestra vida está al servicio del arte", reflexiona Britos, dándole un toque religioso a su profesión.
Hoy como hace casi 60 años, Élida Giancarelli le dedica cuatro horas diarias a ejercitarse en el piano. "El jugador de fútbol profesional le dedica toda su vida a eso, entrenando, concentrándose, cuidándose. Esto es lo mismo y es totalmente vocacional. El que comienza para probar, como opción laboral, lo termina dejando", indica Moreira, que ya lleva 31 años como violinista. Para Britos, el camino al éxito solo tiene tres secretos: trabajo, disciplina y voluntad. Nada más, nada menos. Y pone como ejemplo a la Fundación que preside.
El Sistema de Orquestas Juveniles, integrado por 800 chicos de 5 a 24 años, tiene a la José Artigas como mascarón de proa, algo así como un semillero de las orquestas profesionales. Britos lo define como un programa de acción social, acentuada en contextos medios-bajos, que despierta la vocación musical en los niños. "Y muy pronto se dan cuenta que este mundo conlleva un montón de responsabilidades y oportunidades, donde el sacrificio y la disciplina son fundamentales". Sin embargo, Federico García Vigil prefiere aconsejarle distinto a un chico que está iniciándose: "Yo les diría que estén abiertos a todo, que escuchen todo tipo de música, incluyendo rock, que la familia los oriente. ¿Avisarles que es una vida de ensayo y sacrificio? No, no, no... hoy por hoy con la historia del sacrificio nadie convence a nadie", carcajea.
A Leticia Gambaro no le asustó la parte del sacrificio. Ella tiene hoy la camiseta bien puesta y los anticuerpos necesarios para las interrogantes infaltables que le hacen -que les hacen- siempre que el tema surge en una conversación. "Todo el mundo me pregunta: `Aparte, ¿qué hacés para vivir?` o `Sos músico sí, ¿pero además qué estudiás?` ¡Y a mí la música me lleva todo el día! No me imagino en otra cosa que no sea la música. Mis amigas salían a bailar y yo por ahí tenía que quedarme a preparar una gira. Te perdés un montón de cosas, sí, pero ganás otras. ¡A un jugador de fútbol le pasa igual y a nadie se le ocurre preguntarle de qué vive `aparte`!", enfatiza, con la intensidad ideal para arremeter con la Segunda Sinfonía de Mahler, su favorita.
LÍOS COMO EN EL BABY FÚTBOL
En la Sinfónica Juvenil del Sodre, conviven músicos de edad casi escolar con otros que rondan los 20. Pero la notoria diferencia generacional no altera la armonía, asegura su director, Ariel Britos. "El mayor termina adoptando al menor. Te diría que es más conflictiva a veces la relación entre dos padres cuando sus hijos compiten por protagonismo". Sí, en el mundo de la música clásica puede ocurrir lo mismo que en el Baby Fútbol.
Corno francés se busca
A la Escuela Vicente Ascone asisten unos 400 estudiantes. El diploma superior en Interpretación Musical insume ocho años y los alumnos inician ahí sus cursos (gratuitos) a los 12 o 13 años. Y para aquellos que estén interesados en las "demandas del mercado", atención: según la directora Élida Giancarelli, hoy hay mucha carencia de oboes, fagotes y cornos franceses. "La gente siempre trae en la cabeza el violín, la guitarra, la batería (por la percusión) o la trompeta ¿Por qué? ¡Por desconocimiento!", protesta la docente. A su vez, Federico García Vigil bromea: "En Uruguay no hay petróleo ni arpistas. Si un niño quiere llegar a profesional a los 18 años, ganando un buen sueldo, que se ponga a estudiar arpa". Ya hay quien escuchó ese consejo (ver aparte).
Arpista al rescate se apronta
"Yo antes tocaba el violín, pero mucho no me gustaba. Todos decían que ponía `cara fea`. Ahora con el arpa dicen que estoy con `cara feliz`". Justina Mouro tiene 10 años, es hija de músicos y es sumamente expresiva. Desde hace un mes está estudiando arpa en la Escuela Ascone con Annelis Boodts, una belga que -para alegría de la Filarmónica de Montevideo, habituada a tener que "importar" arpistas- se radicó aquí. "Es complicada de tocar", cuenta la niña, "la cabeza siempre se te va entre la partitura y las cuerdas. Es muy difícil andar (mueve la cabeza de un lado a otro). En un momento quedás como `¡ahhh, no se nada!`". Con la derecha, practica El patito feo; con la izquierda sostiene un instrumento de 47 cuerdas y siete pedales, mucho más grande y pesado que ella. "Me encanta el arpa. Vengo acá a practicar, todos los días, dos horas. Y luego solfeo, que es lo peor. Y también tengo colegio doble horario, ¡mi vida es muy difícil!".
EN CIFRAS
Sueldos, costos y emigrar
"La música clásica cada vez más va abriendo oídos, cerebros y sensibilidades", asegura el maestro Federico García Vigil, exdocente y exdirector de la Filarmónica. Él también se basa en estudios internacionales que dicen que "por cada millón de habitantes debería haber una orquesta sinfónica; esa gente genera el público y la riqueza para pagarles los sueldos; y buenos sueldos. Entonces, aquí tendría que haber tres y no dos"..
Álvaro Méndez señala que en la Filarmónica, dependiente de la Intendencia de Montevideo, se gana entre US$ 1.400 y US$ 2.400. Pero, según distintas fuentes consultadas, en la Ossodre, que depende del Ministerio de Educación y Cultura (MEC), los salarios rondan la mitad, partiendo de los US$ 600.
Esta, además, es una profesión cara. Solo un encordado de violín vale unos US$ 120 y debería cambiarse cada tres meses; un violín de menos de US$ 1.000 es casi un juguete; un piano de cola puede salir US$ 50.000 como barato; un juego de timbales US$ 35.000. Si bien las orquestas suelen comprar los instrumentos "grandes", el multiempleo obedece también a la necesidad de mantener sus herramientas de trabajo. Para García Vigil, todo es cuestión de "buscarla y buscarla".
Ariel Britos preferiría que en lugar del multiempleo la apuesta fuera hacia la especialización. "No tengas duda de que cuanto mejor seas con tu instrumento, mejor te irá", sentencia. "Y entonces se va a poder vivir de la música clásica, mejor de lo que se vive ahora".
Pero el multiempleo tiene una contra obvia: una sola persona ocupa varios cargos ya de por sí escasos. "La mayor frustración para un músico es no poder tocar en público. Y eso pasa porque hoy hay pocas oportunidades laborales. Tenés la Filarmónica, la Ossodre, con unos cien integrantes cada una... Por darte un ejemplo, acá egresan de la escuela flautistas excelentes, pero en las orquestas ya están esos cargos ocupados (se entra por concurso) por muchachas muy jóvenes. Entonces, ¡para entrar ahí tienen que esperar a que envejezcan o que les pase algo, lo cual es horrible!". Para ella, la alternativa más válida para los proyectos más destacados es ir a probarse, perfeccionarse al extranjero. "Los muy buenos no sueñan con tocar en una orquesta, quieren continuar sus estudios en el extranjero, ¡no te querés enterrar acá donde, quieras o no, hay un círculo vicioso (sic)!", se lamenta la pianista y docente Élida Giancarelli.