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Solange Gerona es una mujer de la ciencia, pero un viaje a India le cambió la vida

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Solange Gerona. Foto: Leonardo Mainé

HISTORIA DE VIDA

Es jefa del Programa de Trasplante Hepático del Uruguay. Además se convirtió en una guía espiritual referente en el país.

Esta es una historia que va desde Rivera a la India. Esta es la historia de Solange Gerona y de sus fronteras geográficas tan desarmadas como lo están, en ella, las de la ciencia y el espíritu.Solange hoy es referente en medicina y en meditación. Pero antes tuvo que romper sus propias barreras, las geográficas y las que están entre la ciencia y el espíritu.

Fue un camino de sanación propio que ahora transita y comparte con los que se acercan a ella.

Todo comenzó en la ciudad de los cerros arduos, del país al límite, de las dos lenguas, de los mojones. Solange Gerona nació y su familia se mudó del Sur al Norte. “Nací en Montevideo, pero soy de Rivera”, repite, reafirmando su pertenencia, en entrevista con Revista Domingo.

Desde Rivera

Solange era una niña activa, curiosa y despierta por observar y entender lo que pasaba a su alrededor. La reprimenda de sus padres cuando se portaba mal era no dejarla ir a la escuela. Estrategia y creencia familiar de que la educación y las posibilidades de libertad que vienen con esta son un disfrute, un privilegio, un derecho. Y Solange, entonces, estudió fervientemente.

Pero siempre Solange —que habla de su infancia y sus ojos reflejan un destello especial— estudió sin dejar de vivir lo otro: los amigos, correr, respirar, nadar, la pelota en el volleyball, las clases de inglés o la guitarra y los conciertos en su ciudad. Los libros que pasaron por sus manos desde pequeña -aprendió a leer a los 3 años- y que leía escondida debajo de su cama con una linterna después de la hora de dormir de los niños de la familia.

“Leía todo lo que aparecía en mis manos. Al principio todos los cuentos, pero después fui leyendo a los grandes filósofos. Leía en inglés. Escuchaba inglés de distintos lados y me parecían fantásticos los acentos diferentes. Desde mí no sentía que la vida fuera un problema, sino que era algo a descubrir. Cuando mi hermana se viene a estudiar a Montevideo -es un año mayor- yo me quería venir con ella. Todos estudiamos por esa comprensión de que era parte de tu independencia, de tu capacidad de evolucionar”.

Primero quiso ser veterinaria. Las horas que pasaba en el campo con sus padres y sus hermanos, aprendiendo a afilar, a amamantar terneros, a enlazar, amarrar, a trepar árboles, a zambullirse la enamoraban cada vez más. Solange quería ser veterinaria de campo, pero entonces el mundo era otro y las mujeres no tenían lugar en ese terreno. Fue su padre en una charla honesta que le explicó las vicisitudes. “Me decía que no había una casa para el veterinario, tenías que quedarte con los peones”.

“En sexto de liceo tuve un profesor médico, un cardiólogo, que me impactó. Él lo veía todo con mucho humor, con mucha curiosidad también por la creación y el misterio que era el cuerpo humano. Me inspiró a ser médico”. El año en el que Solange entró a la Facultad de Medicina fue el primero en el que hubo examen de ingreso. Estudió, entró cuarta en la lista y entonces comenzó ese recorrido que hoy la posiciona como una médico referente, jefa del Programa de Trasplante Hepático de Uruguay que el pasado 14 de julio cumplió 11 años de existencia. En 2020 también se cumplieron 22 años del primer trasplante hepático en Uruguay.

Aprender, para Solange, era también hacer lo posible para mantener lo más importante en alto: lo humano ante la ciencia, siempre. Y era curiosa, dice. Siempre lo fue. Pero ese afán nunca la hacía olvidar el respeto al ser humano. “La carrera se hace en el Hospital de Clínicas y a veces éramos muchos alumnos para un paciente. Y yo era como que podía sentir también lo que representaba para un hombre del campo ir a estar acostado en una cama rodeado de gente y todavía que todos lo tocaran. Entonces yo decía: ‘ Lo dejo tranquilo ahora y vuelvo de tarde’, porque me parecía que era el respeto a él”. Hoy en el programa de trasplante procura eso mismo y que para cada paciente sea como un oasis de buena atención y de calidez.

“Si viene un paciente del interior, tiene que volver a su casa de noche con todos los estudios hechos”.

La vida de Solange avanzaba y el tiempo, aquel que usaba para correr, el disfrute y la sensación de vivirlo, de atravesar la experiencia única de existir y sentir ese contacto con el mundo y lo que hay en él, permaneció por mucho tiempo. “Yo tenía el concepto que mantengo hasta ahora de la completitud del ser humano. Yo me levantaba a las cuatro de la mañana para estudiar porque así a las 10 podía ir a la piscina a zambullirme y después podía estudiar de vuelta y entrenar volleyball. Todo era lindo, no solo estudiar”.

Profesionalmente su vida seguía el rumbo que debía. Estaba trabajando en un equipo de trasplante hepático en Argentina cuando a finales de la década de 1990 un equipo médico del Hospital Central de las Fuerzas Armadas la convocó para trabajar con ellos en la creación de un programa de trasplante con trabajo multidisciplinario. Solange regresó a su país. En ese momento las condiciones no estaban dadas y, sin embargo, no pararon de trabajar hasta que, en concordancia entre el Hospital Central de las Fuerzas Armadas y el Hospital de Clínicas inauguraron el programa en 2009. Pero entonces, entre el vivir acá y allá, entre Montevideo, Buenos Aires y Montevideo de nuevo hubo algo que se perdió.

Por la necesidad de volver a reír

“Ahí hubo una confrontación. Veía que no estaba siendo la niña feliz que fui. No me reía tanto. Y fue cuando empecé con mi búsqueda espiritual. Era ver qué me pasa acá que esto no está siendo pleno. No estaba siendo la profesional que yo me había imaginado, era (sigo siendo) muy enojadiza. Pero era demasiado cruda. Avasallante. Yo estaba perdiendo mi sonrisa. Entonces ahí decidí buscar una terapia para ver si estaba fallando en lo psicológico y empecé el camino espiritual. Que me lleva en el 2006 a India”.

Lo que la atrajo de India fue una academia que realiza, explica, “la comprensión biológica de la neurociencia, del impacto evolutivo, de la conciencia, cómo funciona a nivel del cuerpo humano”.

Y sí, el escepticismo de ser una mujer de la ciencia la hacía dudar de todo lo que le decían. Pero el tiempo y la experiencia le fueron demostrando que hay algo más allá de la biología a secas. “Yo me preguntaba cómo saben. Ellos me decían algo y ponele que a los seis años se demostraba en la medicina. ‘Esto te va a cambiar el cerebro’, decían ellos, yo respondía no, el cerebro no cambia. Y ahora aprendés que hay neuroplasticidad. Entonces me llamaba la atención cómo un lugar perdido en el medio del campo en India me podía decir cosas que primero iba en contra de lo que yo entendía de la medicina y después me demostraron que eran ciertas”. A India regresa cada vez que puede.

“Después de hacer el primer taller, el de acá en Uruguay, yo salía por la rambla y corría dos horas y disfrutaba del mar, del cielo, del viento, otra vez como cuando era niña. Ya no era solo el dominio de la cabeza, sino sentir”.

En Uruguay replica esos conocimientos (ver recuadro). Así como da conferencias sobre hepatología, recorre un camino llevando la meditación y la guía espiritual.

Como médica, dice, no pretende que los pacientes salgan recorriendo su mismo camino, pero le importa que se sientan bien en todo aspecto: “Porque el amor, el afecto, el cuidado y el respeto sanan también. Eso permite a que el paciente se anime a mirarse, a mirar sus historias: por qué el alcoholismo, fumar o cualquier adicción de esas dependencias en las que van perdiendo su humanidad. Y volver a su humanidad y a su vulnerabilidad hace que se abra a sanarse”. Y así, Solange, ha construido su camino entre la ciencia y el espíritu.

Una mentora para un camino de paz

“A India fui atea y volví experimentándome en comunión con el todo. Hubo cosas muy grandes que cambiaron en mí. Más allá de que mi naturaleza o forma de ser se mantiene, por algo resonó, empezaron a pasar cosas milagrosas o extrañas. Como sentir en mi cuerpo lo que le sucedía a un paciente, que hace más fácil diagnosticar. Porque con la comprensión de la biología más esta sensibilidad podés comprender lo que está viviendo emocional, físicamente, en el entorno familiar. Hace a la integralidad del ser humano”, comenta Solange Gerona. Ahora promueve unfestival mundial de la pazen el que cada uno puede participar desde su casa con su familia. “La paz empieza en vos, en que estés en paz con tu historia, con tu familia, con la naturaleza, los animales, con tu jefe, con tus vínculos afectivos más cercanos. Hay muchas formas de paz”.

Y su trabajo como guía espiritual ha tenido una parte especialmente dirigida a los líderes que, dice, son los jefes, pero también una mamá, un papá, una maestra. El enfoque, explica, es entender que “el líder está al servicio del otro, no es el que manda, es el que facilita y genera un contexto para que el otro pueda florecer”.

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