Secretos felinos del Valle del Lunarejo: gatos esquivos captados en la noche y algunas sorpresas

Tras más de 10 años de silencio, el esquivo gato de pajonal volvió a aparecer en cámaras trampa, que también mostraron al Lunarejo como un santuario para la fauna amenazada.

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Gato de pajonal en Bioparque M'bopicuá
Enrique González

"Mil ochocientas setenta y siete noches de trampa”. La frase del biólogo Santiago Turcatti arranca alguna sonrisa socarrona. Pero, en realidad, es el tiempo exacto que estuvieron activas 35 cámaras trampa en el Valle del Lunarejo, un paraíso natural del departamento de Rivera. El esfuerzo culminó con un inventario actualizado de la comunidad de mamíferos terrestres. Y en decenas de miles de horas de grabación, de día y de noche, aparecieron varias sorpresas. La mayor: el primer registro en más de diez años en Uruguay de un gato de pajonal, uno de los felinos silvestres más amenazados del mundo.

Encontrarlo era la misión que le encomendó Jim Sanderson, director de la Small Wildcat Conservation Foundation, una ONG con proyectos de pequeños felinos en todo el mundo. “Es como el padre de los gatos chicos”, dice Turcatti.

No era fácil. Esta especie es extremadamente esquiva, no solo por sus hábitos nocturnos y su refugio entre pastizales, pajonales y chircales, sino porque la acecha la extinción. La última vez que había sido vista fue el 21 de diciembre de 2022 en Tacuarembó, sobre la ruta 43; como en la mayoría de los casos, se trataba de un ejemplar atropellado. Sanderson y Turcatti también sabían que unos fotógrafos habían registrado uno en Santa Ana do Livramento, en Brasil. Si estaba del otro lado de la frontera, tenía que estar de este lado también.

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Biólogo Santiago Turcatti

Tres gatos.

Lo que empezó como la búsqueda de un solo animal se transformó en un estudio mucho más amplio. “Las cámaras registran todo, así que desarrollamos una metodología no solo para detectar al gato de pajonal, sino para actualizar la información sobre toda la comunidad de mamíferos del valle, que estaba bastante desactualizada”, explica Turcatti.

Así llegó otra buena sorpresa: la presencia del margay, un felino arborícola y nocturno, también en peligro de extinción, cuya distribución conocida en Uruguay se limitaba al sur y al este. “De los cuatro pequeños felinos del país, en el Lunarejo tenemos tres: el gato montés, el margay y el gato de pajonal. Y lo curioso fue que registramos más margay que gato montés, cuando este último es mucho más común en otras regiones”, cuenta.

Los registros también permiten conocer cómo utilizan el hábitat estas especies. El margay se concentró en áreas de bosque serrano y ribereño, mostrando una clara preferencia por ambientes densos. El gato montés, en cambio, apareció en zonas de transición entre pastizales abiertos y vegetación boscosa, lo que refleja cierta flexibilidad en su uso del espacio. Por su parte, el gato de pajonal fue registrado en un área abierta dominada por pastizales y arbustos dispersos, en el borde de un relicto de bosque nativo.

Además, los datos permitieron describir los patrones de actividad circadiana: el gato montés mostró mayor actividad entre las 20:00 y las 4:00 de la madrugada, el margay entre las 18:00 y las 6:00, con pico cerca de medianoche, y el gato de pajonal fue detectado de noche en su único registro. Ese comportamiento coincide con lo observado en Brasil y Argentina, y probablemente responde a estrategias de caza, regulación térmica y, sobre todo, a evitar el contacto con humanos y otros carnívoros.

“Esas fueron las grandes sorpresas y para nosotros vinieron al pelo porque el proyecto arrancó con énfasis en los pequeños felinos salvajes. Haber registrado esos tres gatos en el parque también le da un plus al área protegida”, resume Turcatti.

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Registro de gato de pajonal en Valle del Lunarejo
LOS QUE DIJERON PRESENTE

En los montes, pajonales y rincones escondidos de Uruguay habita una familia poco conocida: los felinos autóctonos. Son siete las especies registradas en nuestro territorio, aunque no todas han resistido el paso del tiempo. El jaguar y el ocelote ya no caminan estos suelos; se los considera extinguidos en el país. Otras cinco todavía sobreviven, aunque varias bajo amenaza: el puma, el jaguarundí, el margay, el gato montés y el gato de pajonal.

El gato de pajonal, pequeño y esquivo, pesa apenas entre tres y cinco kilos y mide poco menos que un gato doméstico. Su pelaje largo y amarillento lo mimetiza con los pastizales, y sus discretas líneas negras en las patas lo hacen pasar inadvertido para quienes lo cruzan. Caza roedores, aves que nidifican en el suelo y hasta ranas o insectos. Muy distinto es el margay, experto acróbata de los árboles. Con su cola larga y anillada y unos enormes ojos oscuros, puede trepar y descender por los troncos con una destreza que recuerda a los monos. El gato montés, en cambio, es un cazador nocturno y solitario, de pelaje atigrado o marrón, con dientes y lengua adaptados a desgarrar carne. Se lo encuentra en todo el país, refugiado en huecos de árboles y al acecho de aves y roedores.

Cada uno de estos felinos cuenta una historia de supervivencia en un paisaje que cambia rápido.

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Registro de margay en el Valle del Lunarejo

La parte mala.

Pero no todas las noticias fueron alentadoras. Las cámaras trampa revelaron también la abundancia de especies exóticas invasoras, como el ciervo axis, la liebre y el jabalí, lo que preocupa seriamente a Turcatti. En total se registraron 82 ciervos axis frente a 249 guazubirás, una diferencia que refleja la presión que estas especies ejercen sobre la fauna nativa. “Un macho de axis puede triplicar en tamaño a un guazubirá y desplazarlo del territorio. Ya hemos tenido reportes de animales muertos por guampazos”, advierte.

El inventario incluyó también corzuelas pardas, carpinchos, zorros, coatíes, tamanduás, zorrillos, hurones, erizos, comadrejas, tatúes y osos hormigueros, entre otras especies. “Muchas son especies que están en peligro de extinción. Para nosotros fue un golazo. Ya sabemos que los bichos están aquí. Eso va a ayudar a que las autoridades tomen medidas”, señala el biólogo.

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Registro de gato montés en el Valle del Lunarejo

Más allá de los registros, el proyecto dejó valiosa información para la conservación: patrones de actividad, mapas de puntos críticos de atropellamientos y datos de abundancia relativa. Esto, dice Turcatti, debería servir como insumo para planes de manejo de fauna y control de especies invasoras. De hecho, la investigación ya se compartió con autoridades departamentales, el Ministerio de Ambiente y la comunidad local.

El trabajo también generó un impacto inesperado: un gran productor de la zona decidió destinar 350 hectáreas de pastizal exclusivamente a la conservación del gato de pajonal, convirtiéndolo en un área privada protegida, algo inédito en Uruguay para este tipo de ecosistemas.

Por otra parte, se instaló cartelería en el valle, no solo informativa sino también de tránsito. Uno de esos carteles, que marca la presencia de gato de pajonal, fue ubicado a 500 metros de donde apareció uno de estos gatos atropellados.

El proyecto arrancó buscando a un gato fantasma y hoy se sabe que sí está ahí. “El Lunarejo es un refugio clave para varias especies en peligro. La conservación no es solo un ideal: también se puede volver una oportunidad para la comunidad y para el país”, concluye el biólogo.

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