NOMBRES
El actor británico hizo un sinuoso camino que lo llevó de una vida frívola y de excesos a dar consejos sobre espiritualidad, serenidad y compasión.
En una época, su nombre era sinónimo de quilombo. Como si fuera un equivalente británico a Charlie Sheen en sus épocas más salvajes, Russell Brand aparecía demasiado a menudo en los titulares de los medios más propensos al sensacionalismo. Llenaba todos los casilleros en los formularios preferidos de esos medios: adicción a las drogas y el sexo, comentarios escandalosos, apariciones en público desnudo e incontables relaciones y rupturas amorosas.
Nació en 1975 en Essex y es hijo único. Sus padres se separaron cuando él tenía seis meses de vida y en algún momento lo tuvieron que cuidar diferentes parientes, porque su madre estuvo internada por un tratamiento oncológico. Su padre, en tanto, siempre fue una presencia esporádica. Como sucede a veces, no congenió con alguna de las parejas que tuvo su madre luego del divorcio. Ese complicado contexto familiar, diría luego, lo impulsaría a querer ser una celebridad. Creía que ahí podía encontrar el amor y la conexión que no tuvo de chico.
Los primeros roces con las artes y el entretenimiento los tuvo en la adolescencia, en obras de teatro en el liceo. Ahí, tanto él como otros se percataron del carisma y la simpatía (cuando quería) que poseía. En la adolescencia también empezó a probar distintas drogas, hasta hacerse adicto.
Aún en ese torbellino de consumo de drogas, de una relación de pareja atrás de la otra y distintos hechos polémicos (se disfrazó de Osama Bin Laden para conducir un programa de televisión el 12 de setiembre de 2001, por ejemplo), Brand demostró el suficiente talento como para aparecer en varias comedias en Hollywood y series de televisión (actualmente, Brand tiene 40 créditos como actor en la base de datos cinematográfica IMDB).
Iba a toda velocidad, en un trayecto tormentoso y zigzagueante, hacia la fama y celebridad que ansiaba. En 2010, llegó. Ese año, se casó con la cantante estadounidense Katy Perry. Ambos estaban en un momento particularmente alto. Él había estrenado la película “Get Him To The Greek”, y ella había sacado el álbum “Teenage Dream” que rompía un récord tras otro. Tras casi dos años, se divorciaron.

Siguió un período de un perfil un poco más bajo y un día, en 2013, Brand apareció entrevistado en un programa de periodismo político. La excusa para la charla era que Brand había sido invitado como editor de la publicación New Statesman, identificada con el progresismo británico. Al periodista Jeremy Paxman, al principio, parece costarle hacerse a la idea de que este actor y mediático esté sentado frente a él. Y —en un tono algo condescendiente— lo interpela. Paxman cuestiona la sagacidad y percepción política de Brand. “Eres un hombre muy frívolo”, le dice en un momento. Para qué. El motor de Brand ya estaba caliente y empieza a agarrar velocidad. A cada pregunta que lo subestima, responde con pasión, elocuencia, sensatez y una batería de datos. Hacia el final, Paxman parece capitular ante el poder de la retórica caliente y el vocabulario florido de Brand (la entrevista, en inglés, se puede ver acá).
Esos minutos parecen ser un punto de inflexión para Brand. Antes de eso, había sido carne de cañón para la prensa sensacionalista y de chimentos. Después de esa entrevista, era un influencer político que empezaba a ser nombrado junto a la escritora Naomi Klein y los economistas Thomas Piketty y Yanis Varoufakis. Pero faltaba una vuelta de tuerca más en su camino.
En 2014 se hizo youtuber y al principio de ese proyecto siguió discutiendo y reflexionando principalmente sobre temas políticos. Sin embargo, en un momento empezó a indagar sobre temas más individuales y, sobre todo, espirituales. El influencer político había dado lugar a una suerte de gurú de vida, con una pinta medio hippie y new age, con melena atada, barba larga y citas de Osho. El primer impulso, para muchos, es descartar de plano a ese tipo de “charlatanes”. Y sí: Brand tiene verborragia para tirar para arriba.
Teniendo en cuenta que su canal de YouTube tiene más o menos la misma cantidad de suscriptores que toda la población de Uruguay, su discurso podría ser riesgoso. Pero Brand está bastante lejos de las posturas, por ejemplo, antivacunas y acientíficas que hoy pululan entre influencers y coaches en diversas redes o plataformas. Más allá de la espiritualidad y la introspección, Brand sigue hablando de temas políticos como el cambio climático y la desigualdad económica (detesta particularmente a las más grandes empresas como Amazon).
Exige la liberación de Julian Assange y también se aventura a interesantes discusiones con gente como el escritor Jordan Peterson y el polemista Ben Shapiro, ambos con posturas políticas antagónicas a las suyas.
En algún punto, podría decirse que se le va la moto. Tiene videos en los que opina y reflexiona sobre prácticamente todo: desde el poder de las Big Tech (Apple, Google, Facebook…) a la situación legal de Britney Spears, los ovnis y el conflicto israelí-palestino. Sus intereses parecen infinitos e inabarcables y sobre muchos de ellos se anima a reflexionar en voz alta y ante una cámara, para una audiencia de varios millones.
Lo más interesante, sin embargo, sigue siendo él. Cuando relata sus experiencias con las adicciones, cuando problematiza su propia masculinidad y manera de relacionarse románticamente o recuerda errores o aciertos pasados es que aparece el Russell Brand más auténtico, y cautivante.