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¿Qué es la responsabilidad afectiva?

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relaciones de pareja

COMPORTAMIENTO

Es un concepto que surgió como tal con las reivindicaciones feministas e implica repensar algunos vínculos.

Cada época tiene palabras que la marcan y la definen. En esa visión que dice que el lenguaje construye al mundo, es cierto que el sentido que adquieren las palabras en determinado tiempo-espacio marcan hacia dónde vamos. O al menos son una evidencia de lo que estamos siendo.

Ahora estamos, sin dudas, en un momento de reivindicación femenina en la que algunas expresiones se volvieron corrientes, se llenaron de significado y hasta se resignificaron para ser apropiadas por los hablantes. Ahora estamos en la época de la deconstrucción, del empoderamiento, de la cosificación, de la sororidad, del "ghosting" y, claro, de la responsabilidad afectiva.

Lo que ocurre es que cuando las palabras se usan tanto y en cualquier circunstancia, corren el riesgo de perder su sentido. De banalizarse y que nadie sepa qué es lo que esas palabras dicen cuando son pronunciadas. Eso pasa, justamente, con la noción de responsabilidad afectiva. ¿Qué es exactamente? ¿Es un concepto nuevo o es la resignificación de una forma de vincularse que ahora busca definirse desde la igualdad?

Hacerse cargo

Julieta tenía 23 años cuando conoció a Pedro, de 25. Los dos iban a la misma facultad y aunque estaban en el último año de la carrera, no se habían conocido hasta entonces. Salieron durante un año sin llegar nunca a definir qué era lo que pasaba entre ellos. No eran novios pero había una especie de acuerdo implícito mediante el cual los dos estaban en una misma sintonía. Así por lo menos lo creía Julieta. Cuando terminaron las clases, acordaron pasar el verano juntos: era la primera vez que iban a tener que trabajar durante enero y febrero y planearon actividades para poder llevarlo mejor.

El 5 de enero habían quedado en encontrarse antes de ir al cine. A las ocho y media, Julieta se paró en la puerta del cine. Pasó una hora y Pedro no llegaba. Lo llamó por teléfono. Estaba apagado. Lo esperó. La película empezó y terminó, pero Pedro nunca llegó. Durante los días que siguieron, Julieta le mandó mensajes continuamente: necesitaba saber qué había pasado, necesitaba una respuesta. Saber si Pedro estaba bien, entender algo. Él, aunque muchas veces se mostraba en línea en WhatsApp, nunca le respondió, la eliminó de Facebook y la bloqueó de Instagram. Con el tiempo Julieta se resignó y nunca supo qué fue lo que pasó .

Esta también es la época de las redes sociales, de los "likes", de los vistos, de los mensajes rápidos, instantáneos y efímeros, de conocer gente a través de un "match", de interactuar casi siempre con una pantalla mediante, de llegar e irnos cuando queramos, es decir, del "ghosting", un término que define al acto de desaparecer de la vida de una persona sin dar ninguna explicación. Simplemente se deja de responder los mensajes, se elimina al otro de todas las redes sociales y se hace como si nada hubiese pasado.

Alejarse de una relación sin previo aviso no es, claro, algo nuevo. Lo que pasa es que alejarse nunca fue tan sencillo: basta con un clic, eliminar de los contactos de Facebook y bloquear en Instagram y WhatsApp. Con eso, la otra persona entiende que lo que era, ya no será más.

En este contexto, la responsabilidad afectiva viene a decirnos que cuidemos al otro todo lo que sea posible para evitar, no el sufrimiento, pero sí el dolor innecesario. Se trata de hacerse cargo, enfrentar las situaciones, de ser claros en los vínculos, de cuidar al otro aunque cuidarlo signifique decirle que una relación ya no va más. “La responsabilidad afectiva significa tener presente que todo acto tiene sus consecuencias y uno debe hacerse cargo de ellas. La responsabilidad afectiva, en este sentido, implica que si uno está en relación con otra u otras personas, todo acto que realice va a tener una consecuencia en esa o en esas personas. Tiene que ver con la empatía”, explica Vivián Dufau, sexóloga y terapeuta sexual.

Aunque la responsabilidad afectiva se extiende a todas las relaciones humanas, en los vínculos heterosexuales se entiende, también (y especialmente) como un intento por romper con un molde en el que las mujeres y los varones están siempre en una posición desigual por cómo fueron construidos, social y colectivamente. “En las relaciones monogámicas y heterosexuales de pareja hay una relación de poder, que a su vez siempre le fue concedido al hombre. Hoy, los movimientos feministas que empoderan a las mujeres y exigen los mismos derechos para todos, también exigen la responsabilidad para con ellas. Yo considero, de todas formas, que más allá del feminismo la responsabilidad tiene que ser parte de cualquier tipo de lazo”, afirma la sexóloga.

Cuestionarse

Pensar a la responsabilidad afectiva como un concepto que atraviesa a todas las parejas por igual, sean monogámicas, hetero o gays, y a todos los vínculos de la misma forma, podría ser una lectura ingenua.

“El concepto de responsabilidad afectiva no es algo sencillo. Pero en términos generales podemos acordar en algo: ser responsable es muy distinto a ser culpable. Que alguien sea responsable no lo hace el culpable o el causante. La responsabilidad nos permite asumirnos como sujetos activos y no meros objetos del arbitrio y del poder que nosotros mismos le damos al otro”, explica Alexandra Kohan, psicoanalista argentina. “No sé qué implica la responsabilidad en una pareja porque no tengo el manual de cómo deben ser las parejas. Lo que creo es que el modo de relacionarse de los otros no es opinable, cada pareja se anuda, se desanuda y se entrama con una cantidad de mediaciones y de hilos que no son posibles de pensar a priori. El (des) encuentro entre dos —que no son solamente dos— es singular, contingente e imposible de prever. Así que cualquier intento de codificar ese encuentro es aplastarlo, es hacerlo inviable. Es pretender que el deseo puede asirse. Por supuesto que estas cosas las estoy pensando por fuera de los casos de violencia y de maltrato en los que sin dudas hay otros modos de la responsabilidad. Pero me parece un grave error de lectura manejarse con la hipótesis de la violencia en todas las relaciones, con la violencia en el horizonte”.

Hace poco Alexandra, autora del libro "Psicoanálisis: por una erótica contra natura" (IndieLibros), dio una entrevista a la revista Panamáque generó polémica. Otros medios la replicaron y la nombraron como la “feminista que incomoda al feminismo”. Incomoda, Alexandra, porque cuestiona, porque pregunta si todo lo que gritamos es tan así como lo decimos, si entendemos de qué hablamos cuando hablamos de conceptos llenos de significados y sentidos como el de la responsabilidad afectiva.

“Si lo que entendemos por responsabilidad afectiva apunta a contrarrestar —en la medida de lo posible— violencias y abusos, estoy de acuerdo aunque me resulta un poco obvio. Queda claro que estamos en contra de las violencias y de los abusos”, sostiene. “Ahora bien, me llama la atención que se pretenda que necesitamos términos o conceptos nuevos. Lo que me ofrece dudas de la noción, es que parecería pasar por alto el descubrimiento freudiano en la medida en que ‘responsabilidad afectiva’ supone un sujeto de la voluntad, de la conciencia, del saber. Suponer que el otro es sujeto de la conciencia es delegarle todo el poder. Es suponerlo siempre sabiendo lo que hace y atribuirle intenciones. Es atribuirle el poder de ser alguien que no duda, que no vacila, que no se equivoca. En definitiva: es investirlo de rasgos absolutos y poderosos”.

Pensar a la responsabilidad emocional en términos de reglamentos que se extienden a todas las parejas conduce, dice Alexandra, “hacia el disciplinamiento de los modos de amar, por un lado. Por otro, supone que hay reglamentaciones mejores que otras. Y ese es el problema: suponer que podemos arribar a una especie de utopía erótica donde no haya ningún problema nunca, ninguna afectación, ningún sufrimiento. En ese sentido, creo que es una ilusión que nos deja aún más alienados. Luego, cada pareja puede acordar las reglas, entendidas como modos en los que quiere relacionarse. Pero, insisto: eso no es opinable ni generalizable”.

Los conceptos tienen un significado, también, de acuerdo a las circunstancias de cada persona. Aunque pensarlos colectivamente pueda servir (sirve, de hecho) para romper formas y moldes, su sentido último depende de la apropiación que hagamos de ellos. Y, en este caso, de cuán abiertos estemos a cambiar las formas de vincularnos, a ser responsables con nosotros mismos primero, para poder ser responsables con los demás después.

Mirar hacia adentro

“Solemos pensar las cosas en términos de víctimas y victimarios y ese paradigma es el que nos impide pensar los modos en los que nos relacionamos. Doy por descontado que esto no tiene nada que ver con el reparto de culpas. Dicho esto: me cuesta pensar que ‘el otro me hace sufrir’ porque no concibo un sujeto pasivo al que el otro le hace cosas”, explica Alexandra Kohan, psicoanalista, sobre la idea de atribuirle al otro únicamente el sufrimiento que nos provocó.
En este sentido, cree que pensarse a sí mismo siempre es un buen ejercicio.
“Por lo demás, creo que siempre es interesante pensarse y revisarse ahí donde sufrimos justamente porque hay cierta ‘porción’ de ese sufrimiento que podría aliviarse cuando nos ‘revisamos’. Pero eso sólo es posible suspendiendo la cómoda idea de que no estamos concernidos en eso que nos afecta. Siempre es más cómodo y menos inquietante suponer que el otro me hace cosas. Es más cómodo, sí, pero a la larga -y a la corta- es muchísimo más costoso en términos de padecimiento”.

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