El presidente Yamandú Orsi es el primer delfín político luego de la dictadura. Esto no había sucedido en este tramo de la historia, nadie había podido -en la era de la reconstrucción democrática- elegir con éxito su hijo putativo. Yamandú Orsi es el hijo señalado por el patriarca de la izquierda uruguaya como el caballo de Troya que ganaría la batalla. El cálculo político fue acertado y allí está el individuo manejando la nave.
Estudiando ahora las encuestas actuales sobre el desempeño del presidente, resulta increíble lo benévolo que son los votantes de la coalición republicana con él (muchos aún lo siguen esperando) y lo demandante-extremo que son sus votantes (un porcentaje relevante de sus simpatizantes partidarios se desenganchó).
Si se analiza la secuencia, se advierte que el presidente sale de la zona de confort e ingresa en territorio donde el rechazo empieza a ser tendencia declinante. La tendencia es el problema.
Uruguay necesita tres cosas: tasas de interés del norte bajas -para que ese dinerillo se vuelque al sur-, commodities altos -para que ese dinerillo haga entrar dólares a la aldea-. Eso no depende de acá. Lo tercero es tomarse la seguridad pública en serio. No esto de que no se pueda ir a 18 de julio de noche porque aparecen los zombis.
No es fácil para un jugador que no está en la trilogía totémica de la izquierda del Uruguay (Vázquez, Mujica y Astori) ser el representante del tiempo nuevo. Y, justamente por eso, la izquierda actual no tiene líneas de contención ni mecanismos por donde cortar el fuego. Los partidos de la coalición no lo advierten aún: pero el problema de la izquierda no son ellos, sino que es la propia izquierda perdida en su laberinto al no tener una agenda y carecer de liderazgos para detener derrames. El presidente, además, tiene una duda comunicacional crónica, una letanía contumaz que pone rostros entre asombro y sorpresa que -con franqueza- impresiona.
Los presidentes deben ser el “buen padre de familia” del que habla el Código Civil con el cometido de ser quien nos cuida y quien nos orienta en la tormenta. Si quien cumple ese rol duda, marea y gambetea: estamos en problemas, Houston.
Se pueden verse reuniones de militantes frenteamplistas enojados con el gobierno. No me crean, miren, observen y verán como varios grupos hacen sus reuniones y el malestar salta a borbotones. Impacta. No hay semana en la que no aparezca en Tv Ciudad algún politólogo de izquierda y no le dé lecciones al presidente Yamandú Orsi de cómo gobernar, con cara circunspecta y dedito acusador. ¡Lo rezongan! ¿Se lo hacían a sus predecesores de izquierda? Pregunto nomás.
Seamos francos, la escuela de Fernando Pereira no prende en las bases. Hay algo muy disciplinado arriba pero tormentoso abajo que va incendiando la pradera.
Creo que influye que falta relato y así se gobierna con problemas. Vázquez tenía sus obsesiones y Mujica, también. Al final, las obsesiones “serias” de los presidentes -en un régimen presidencialista y en un país pequeño como el Uruguay- son los temas del país si el conductor los contagia. No siento que el presidente esté jugado a morir a algo concreto. Y, ojo, porque una vez que arranca un mito positivo o negativo, luego el meme vive solo. Así son las cosas en la era moderna. ¿O no es así?