Hace años descubrí que son una especie de secta todos juntitos. Lo hacen muy reservadamente, tienen algo de vedettes del Maipo, se admiran, pero se celan. Hay algunas honrosas excepciones que se desmarcan de esa vida enlazada y -supuestamente- superdotada, pero son pocas. Sin embargo, muchas veces cruzan las veredas tirándose flores cual Heleno un día de paseo por Santa Fe.
De los “economistas” hablo, porque los mortales sabemos que ellos se creen los chamanes de la tribu y nos hablan con sabiduría sobre cuándo llegará la temporada de lluvias. No siempre le embocan (más bien, no le embocan en la mayoría de los casos) pero son algo así como los terapeutas cuando se van de línea y opinan sobre tu vida sueltitos de cuerpo, pero en este caso eso es precisamente lo que queremos que hagan: : que nos digan que la inflación bajará, que la economía no se enloquecerá, que nuestros salarios no perderán poder adquisitivo y que todo irá para mejor. Son como una mamá cariñosa a la que siempre esperamos que tire buena onda antes de la escuela.
Los humildes mortales desconocemos los asuntos básicos de la economía, nos pasamos estudiándolos, pero nunca alcanzamos la beatificación de los iluminados que forman el círculo áureo. Ahí están “economistas” -de derecha e izquierda- bastante más amigables entre sí que los abogados o los médicos. Todas profesiones súper vanidosas, empoderadas y con gente que siente que son iluminados imprescindibles. ¡Pero los economistas, Dios mío! ¡Qué gente bella, como dice la Fulop! Y los del círculo rojo y afamados: ¡Ay, mamita, alguien les vendió que son Brad Pitt en su última película! Ni hablar si asumen el Ministerio de Economía: nos brindan los sacramentos laicos y uno debe agradecer semejante generosidad. ¡Gracias, adorados, gracias por ser como son!
¿Cómo llegamos a este punto psicótico donde los economistas son los nuevos estoicos de la era presente? ¿Qué pasó con otras disciplinas? ¿Ni un filósofo en ningún lado? ¿Qué pasooo? No tengo idea y me importa un pepino, y si alguien me dice que el espíritu tarotista de la época es el que nos gobierna, banco; sin embargo, estoy dispuesto a montar una revuelta para que sean los quinieleros, los quioscos desfallecientes, los acomodadores de auto y hasta las enfermeras nocturnas quienes los sustituyan rápidamente a estos brujos. (Volvé Narciso Ibañez Menta con el regreso de los brujos). Una sociedad no puede tener un destino promisorio si un grupo cree que el mundo que inventaron -las leyes que nos dicen que existen como la gravedad- es la luz de los caminos. Algo muy malo habremos hecho para merecer esto.
Mi propuesta: encerrarlos a todos en Cabo Polonio ahora en invierno. Mandarles lentejas y esperar un mes, luego recibirlos en Montevideo para ver qué pasa. ¿Volverán con soluciones o se mataron entre ellos? ¿O la noticia es que se pelaron a algunos? Yo no haría apuestas. Reclamaría que el espíritu de Atchugarry y De Posadas emergiera (que justo no eran economistas). No confío en su supuesta “bonhomía”. Los economistas del presente, en un futuro cercano, terminarán en ferias leyendo a Adam Smith y David Ricardo y algún día los ventarán cuando descubran que sanateaban. Vienen todos por todos, muchachos. A saberlo.