Qué hace que los uruguayos presten tanta atención a lo que sucede en Buenos Aires? ¿Qué misterio oculto tienen los porteños que contagian las mentes uruguayas a semejante extremo y las hipnotizan? Pues no lo sé, pero intuyo que es el tupé, las ganas, la poca vergüenza ante el presente, el arrojo, la velocidad y la estética.
Por citar lo que se me viene a la cabeza, creo que en todos esos asuntos los porteños -con sus delirios- la rompen y acá, en la aldea, sabemos que todo es más lento, que pedir un chivito lleva rato y si llega frío no hay que quejarse porque queda mal, que no pasa nada si la corbata no está ajustada (nunca está), que podés llegar tarde y cero estrés, nada que no sepamos que somos así. Es más, acá nos enorgullecemos de nuestra letanía insoportable y desde afuera nos aman por eso. Así que no debe ser tan errado el asunto (a mí me enloquece).
Yo miro fútbol local casi como un ejercicio de limpieza mental formato yoga. Cuando observo la velocidad de traslado de la pelota en Argentina (aunque juegue un cuadro pichi de cualquier liga) la pasan a mil; nosotros acá, ya sabemos, todo va como va. Un ejemplo, nomás, no digo que peor o mejor, solo jugamos más lento. Todo es más lento. Amamos lo lento.
Los noticieros argentinos tienen un vértigo que mete miedo, pero miedo de verdad, siempre están al borde de una catástrofe política, a Cristina le ponen tobillera, siempre pasan cosas. Lleno de programas políticos en Buenos Aires que explotan la pantalla, monólogos, enojos, puteadas, de todo. Ni que hablar de Wanda Nara y todas las señoras octogenarias teñidas delirando. Hasta revivieron a Pergolini que, por alguna razón, se suicida en público. Tá, lo entendimos: la TV argentina es inmortal.
Claro, las redes sociales argentinas son la locura; allí hasta las partes pudendas del cuerpo, de gente afamada, se analizan y el comentario es “normalizado” durante un día o dos. Son casi inimputables o como decía Borges: incorregibles.
¿Y acá que hacemos? Consumimos todo eso. Ya no somos Marcha, ya no somos Galeano y su disidencia irritante, menos Rodney; todo eso se murió. Ahora se afanan entre ellos.
Ahora hay otra cosa en la sociedad que se incuba desde otros lugares. Y es rara la nueva identidad uruguaya porque se empieza a mezclar con valores muy heterodoxos. Le asigno a la migración que nos llegó un potencial de refresco ante el embole nacional tremendo y un Ensure para romper el boludismo nacional. ¡Bravo! Los uruguayos son (somos) mateadores, de asado, de creernos superados por lo banal, de imaginar que nuestros vínculos son intensos, que la amistad acá es la mejor del mundo y que somos unidos, bue... lo debatimos un día de estos, pero me temo que no es tan así, que ni cuando se canta el himno nos sentimos hermanados, que hay enojos varios entre los que piensan distinto. En fin, mucha cosa, pero no las decimos porque no nos gusta pudrir el cumpleaños del sobrino. Acá la moderación es más amiga de cierta impostura que de ser como mucha gente quiere ser. Que sé yo, son percepciones, no son generales, solo pigmentan nuestra vida. Por eso a los que dicen las cosas de frente, los felicitan, pero por atrás -sus amigos y compañeros- les parten un fierro en la cabeza. Siempre he creído que hay un exceso de cinismo en la aldea. Me parece que los porteños explotan en mucha cosa, pero cínicos no son. Pueden empezar a criticar, adorados lectores; esa es otra melodía que se desarrolla hermosamente bien acá con quien molesta un poco. Sean felices, es gratis.