Antes les decían forasteros. Cuando bajaban por estas tierras les decían “gringos”. ¿O fue al revés? Se mueven de un lugar al otro. Huyen del hambre. Zafan de la no esperanza. Se escapan de los que los expulsan. Ya ni ganas de maldecir a sus victimarios. ¿Para qué? Cruzan junglas, los estafan y siguen para adelante. No los detiene nadie. Como a mis abuelos y bisabuelos que vinieron huyendo de las guerras de religión, así calificaban ellos en esa época a los autoritarismos.
En realidad, siempre se huye del violento, del que ejerce el poder en forma ignominiosa. Nadie se va de ningún lado si está bien. ¿Conocen parisinos o berlineses que sueñen con ir a instalar un restaurante en Managua? Los migrantes huyen de Siria o Venezuela por millones. No tienen opción. Ese es su destino de libertad. No da ni para comentar lo trágico. De tan obsceno causa vergüenza no entender lo que allí acaece. Siempre hay un violento que aliena. El que no comprende eso, es, en buena parte, otro violento justificador.
Los migrantes son los héroes silenciosos del presente remasterizado con miedo nuclear, con sol asesino -hijo del cambio climático- y con computadoras sexis que están a punto de pedirle casamiento a los humanos. Los migrantes ni se enteran de todo eso, la ven pasar. Los migrantes cortan el césped, despuntan el cabello, construyen edificios masacrando sus cuerpos, atienden hoteles haciendo lo que nadie hace, limpian letrinas y eliminan las heces del turista. El nativo hace zapping. ¡Y se enoja porque los migrantes -en el mundo- dicen que les quitan trabajo! Toda una distopía lindante con el Truman Show. Los migrantes no son tenidos en cuenta en la miopía del filósofo de moda. El cree que todo es Heidelberg o ficciones donde considera que se “auto explotan” -los infelices- y que es el sistema el que se destruye a sí mismo. No entiende que el migrante es el nuevo obrero del ayer. “Migrantes uníos” debería ser el nuevo manifiesto si algo fuera sincero.
¡Ah! “Las clases dominantes” de izquierda o derecha en el mundo que vociferan contra el capitalismo o el dogmatismo -según corresponda- pero pocos cambian la rueda de un auto. ¡Vamos! Eso lo hace el migrante que sabe que tiene que pagar derecho de piso -con su existencia- para que su hijo tenga alguna chance de mejorar y adquirir los derechos totales. Dale que va, seguí haciendo mérito.
No hay servicio de limpieza en las grandes ciudades del planeta que no tenga migrantes; no hay locales de comida rápida que no los atiendan migrantes; no hay organizaciones recolectoras de residuos que no se los vea por allí, lo más duro, lo que no le gusta a muchos: todo eso les toca a ellos. Ese es el mundo real, el mismo donde -repito- la inteligencia artificial gana terreno y donde algunos llegan a la cima y, por cierto, donde también los indicadores son mejores a nivel planetario. Pero, mientras tanto, el migrante se rompe el alma y entrega la vida -repito- como lo hizo mi abuelo o bisabuelo porque era eso o no comer. La dignidad se la metían en el bolsillo, la prioridad es sobrevivir. Simple.
Cualquier nieto de inmigrante que no entienda esa evidencia es un marciano. Y estar juntos en esto -tengamos el pelo filosófico que tengamos- es vital. El mundo está detonado con este desafío y las líneas de solución apenas se insinúan. Debería ser un eje de reflexión global. Los parches solo son parches y se caen siempre. Siempre. Y es demasiado grave la dimensión del problema como para no asumirlo. Demasiado.