Opinión | Esperando a Churchill

Washington Abdala

COLUMNA CABEZA DE TURCO

Las guerras son nuestro demonio interior liberado. Por Washington Abdala.

No sé si les pasa pero duelen las imágenes de la invasión. Es un tema de sensibilidad, de vergüenza con la propia humanidad, algo que sentimos por el hecho de ser humanos. De cero política internacional va este artículo, no puedo hacer evaluaciones, pero sí cabe comentar angustias y emociones.

De la segunda guerra mundial estoy lleno de convicciones, de repulsiones y enojos que hasta hoy me ganan el alma. No lo niego, me costó aceptar y entender que Alemania -de veras- era un país pacifista. Creo que con Willy Brandt le empecé a creer y al final Angela Merkel, año a año, me convenció absolutamente. Llegué a admirarla como la mejor política de su generación, de su país y su continente. Y habiendo hecho carrera con Helmut Khol, sin embargo logró superarlos a todos desde lo moral. Pero leo, miro documentales de la segunda guerra y siempre me pasa lo mismo, me parece irreal lo que estoy viendo. Y cuando miro a Leni Riefshenthal creo que aquello no pudo ser. Sí, fue todo cierto, un asesinato en masa. Crueldad, sevicia, delirio.

Tuve décadas en que iniciaba mis clases de facultad mostrando un video de Hitler. Los muchachos solo habían oído hablar de él, nunca lo habían visto incendiarse en un discurso en ese estado paranoico que lo poseía. Resulta raro, muy raro que un ser tan extremo haya alcanzado el poder. Fue una especie de conjuro que se dio para ello. Un engendro de la historia que todos veían crecer y nadie supo detener. O no quisieron detener…

Viene a cuento porque, sin establecer paralelismos, ni opiniones, los heridos de guerra, los civiles que todos vemos sangrar, morir y sufrir hoy nos movilizan y nos retrotraen a una imagen que creímos que no veríamos nunca más. Y yo -el dolor- lo siento porque mis bisabuelos y abuelos llegaron acá huyendo de guerras en Europa y Medio Oriente. O sea que soy hijo sanguíneo de la barbarie.

Eso es lo que está hoy sobre la mesa, lo peor de nosotros mismos en el plano ético, la parte más primitiva y los miedos más profundos. Por eso un día sí, y otro también, vemos flaquezas, grandezas, temores, miserias, de todo un poco en el escenario mundial.

En tiempos así, seres como Don Winston Churchill se extrañan, su coraje, su convicción, su firmeza ante lo que merece ser refutado de manera contundente. Si la vida les otorga alguna oportunidad de visitar Londres, visiten los gabinetes de guerra de Churchill. Son subterráneos, allí pernoctaba, allí está el mapa que usó para conducir la batalla, allí está el teléfono con el que le hablaba a su pueblo a través de la gloriosa BBC, allí está su cama y su mesa donde comía con su esposa cuando el asunto se ponía espeso con los ataques nazis nocturnos. Si tienen la suerte de visitar esa ciudad no pierdan el tiempo con la rueda gigante, opten por esto que les sugiero y se darán cuenta de cómo el coraje es austero y firme. El museo Churchill -que está conectado a los gabinetes de guerra- es otro asunto para deleitarse horas estudiando copias de documentos originales. Allí, descubrí que el niño Winston no era simpatizante -en la escuela- del idioma francés, que no ponía actitud suficiente y que lo regañaban por eso. Luego lo habló estupendamente bien. Vaya a saber qué le habría pasado de niño con ese menester. Pintoresco el dato. Recordar a Churchill por estos días se hace necesario. No se me entienda mal, solo me gusta tener presente a gente con principios, coraje y mirada valiente ante la adversidad en horas lúgubres para la humanidad.

Las guerras son lo peor de nosotros mismos, son nuestro demonio interior liberado y parecerían mostrar que no aprendemos nunca. Quizás le asistía razón a Stephen Hawking cuando desconfió de nosotros mismos para sostenernos en pie sobre la tierra. No quiero creerle pero hacemos todo lo posible para que un día pudiera suceder lo peor. Por suerte, al final, siempre emerge algún Churchill que nos salva. Pero estamos jugados a esa gente casi mágica. Un acto por lo menos irresponsable de la humanidad. Ya deberíamos haber aprendido.

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