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Opinión | ¿Época patológica?

Este tiempo viene presionando sobre los más jóvenes de manera cruda

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Washington Abdala

No hubo época en la historia de la humanidad en que se esculpieran, se armaran y se construyeran cuerpos con tanta perfección como en el presente. Esta fascinación con poseer el cuerpo perfecto al que se aspira en base a un esfuerzo titánico en gimnasios, máquinas, operaciones, cirugías, injertos y lo que sea, no la conocíamos con el grado de patología del presente. La estética no es un asunto estrictamente filosófico (como en algún momento de la historia lo fue) ahora es lo que la belleza formal —dictada por quien sabe quién— ordena ciertos valores y sentimientos que ella despierta en el ser humano.

No hay que ser genial para advertir que no se puede hablar de los cuerpos de los demás porque eso ya es considerado una discriminación o una agresión, mientras que, al mismo tiempo, los prototipos estéticos de la sociedad actual imponen: eterna juventud, cirugías, dietas, nutrición adecuada, gimnasia diaria, yoga, meditación y una serie de penurias para ser lo que se nos dice que debemos ser. No niego que haya gente que goza en esa tensión: la mayoría sufre como condenada, pero se calla, acepta, soporta y banca. Muchos logran insertarse en la manada, muchos otros —justo ahora que se entendió el bullineo— quedan a la vera del camino sin ser mirados por la masa que sigue olímpica esculpiendo sus bíceps. Es que nunca fue tan terrible no estar duro, fuerte, en forma y con todo lo que el ideal dicta para sus cuerpos. Ni que hablar de cirugías y pequeños “arreglitos” en los rostros. Muy extremo todo.

El lector que no es tonto sabe que los ideales de belleza son asuntos culturales, de época, de cuestiones no siempre inteligibles rápidamente. Las empresas de moda algún día deberán ir ante un juez a explicar todo lo que han influido en tanta gente. Tengo paciencia, sé que eso lo veré algún día. ¿Cuántas pibas y pibes los hicieron crema porque les impusieron un ideal estético que era casi un ser desnutrido? Criminal es poco decir ante semejante salvajada.

Este tiempo viene presionando sobre los más jóvenes de manera cruda, como nunca la humanidad lo hizo con los nuevos. A los nuevos se les enseña el deporte, el comer sano y la paz mental, pero en teoría, solo en teoría porque luego esta generación sufre la tentación de cuanta basura química elabora el planeta, es el momento de máximas adicciones mundiales que hayamos vivido (la llegada del fentanilo es 20 veces más potente que la heroína) y presiones psicológicas para ser poco menos que Gandhi en Vietnam. Un delirio psicótico que no vemos y no concientizamos. Por eso, los nuevos están hartos, arrancan hartos sin saberlo, pero están hartos como si tuvieran memoria genética de buena parte de la sanata que a todas las generaciones se les promete como utopía de época.

Si usted ahora quiere una respuesta, lamento, no la tengo. No vamos a salvar a los pibes con Twitter, menos con ideologismos idiotas, mucho menos con dogmatismos, todo eso los arruina más.

Tiendo a creer —pero es intuición pura— que solo con más cultura, con más tolerancia y con más sentido de equipo nos salvamos todos. La sociedad de la nieve fue y es eso. Ya sé que muchos de mis lectores están curtidos con el tema, no lo deberían de estar: sigo creyendo que los pibes de los Andes están a la altura de Gardel o más. Y andan por allí. Yo los aplicaría mucho más a la definición de valores de los que hoy se hacen jóvenes, los pondría en cuanta plaza hay para que hablaran de lo que se les cante. Solo es una opinión esta. Nada más que eso. Buen año.

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