Opinión | El odio, el rencor y la ira

Washington Abdala

CABEZA DE TURCO

"Un psicoanálisis del Uruguay diría mucho de nosotros mismos". Por Washington Abdala

El odio, el rencor y la ira interna no son buenos consejeros, dañan la vida interior de cualquier ser humano y la vida colectiva de una sociedad a la que aniquilan.

No son pocos los actores políticos que se mueven impulsados por estos motores de búsqueda. Por cierto, no lo confiesan, es más, buena parte de sus narrativas están plagadas de buenas intenciones, sentido de supuesta “grandeza” y postura de humildad actitudinal (todo un reinado de imposturas que la historia se ocupa de desnudar en algún momento). No son pocas las gentes que los aplauden. Pero, si somos rigurosos, son agentes del rencor, alimentan la confrontación de clase, no le creen sinceramente a la democracia -no lo confiesan porque saben que eso es pecado- y mantienen un desprecio oculto hacia ciertas personas que consideran el demonio por sus éxitos de “mercado”. En los hechos prejuzgan y discriminan, solo que transmutan lo que sienten por construcciones retóricas falsas.

En realidad, los gobierna la maledicencia actitudinal que le da lo mismo lapidar una etnia o desprestigiar un arcángel.

El lector atento estará buscando nombres. Existe por todos lados gente así. Es probable que si nos juntamos cinco amigos, algunos considerarán demonizables a equis personas y otros los visualizarán como ídolos.

Esa es la realidad. (“Nos encantaba odiarla”, decía el afamado escritor inglés Martin Amis -que vivió un tiempo en Uruguay- sobre la premier Margaret Thatcher).

La verdad es que los líderes políticos, los verdaderos, se enfrentan a su tiempo. Esos individuos abandonan los prejuicios, actúan con grandeza y están solos en las decisiones emblemáticas. Harry Truman no fue demasiado amado en su época pero como decidió -lo que tuvo que decidir- pensando en las futuras generaciones, allí ingresó en la historia (“Yo soy el responsable”, famosa frase de H.T.). ¿Si a José Pedro Varela lo reducimos al colaboracionismo con Lorenzo Latorre nos equivocamos, no es cierto? Fue mucho más que un integrante de ese gobierno, lo sabemos todos.

Existen personas que logran superar el reduccionismo que nos agobia, son los valientes, tienen visión a largo plazo, no son ambiciosas per se sino que saben que juegan todo -la vida misma- en sus movidas. El ambicioso de poder, el egocentrista, el narcisista nos puede engañar un rato, pero la perspectiva del tiempo lo deja incinerado ante el sol de la mañana. El inspiracional, el que está en conexión con el otro, ese logra convocarnos en su recorrido. El mezquino queda pútrido en su miseria; el magnánimo es apropiado por todos.

Si le hiciéramos un psicoanálisis al Uruguay, el hecho de encontrar en José Artigas a nuestro numen inspirador, es probable que diga mucho de nosotros. Todos los uruguayos tenemos algo de ese individuo: el principismo democrático, el buen talante hacia el más desvalido, la idea de autoridad colectiva, el valor de la ley, el sentido de justicia y ese final relinchando contra el cielo y saliendo de escena con dignidad.

No estoy mitologizando a Artigas, solo trato de entender como siendo tan pequeños, tenemos una identidad tan especial. No se hace sencillo entender como llegamos hasta acá. Y releo a Artigas, releo sus cartas, releo sus instrucciones, miro su reglamento de tierras y me doy cuenta que miraba mil años luz hacia adelante, que no temía a emular conceptos de otras constituciones si eran pertinentes, o sea, nunca fue dogmático.

Un monstruo en serio. Por eso la derecha lo ama, la izquierda lo venera y los de centro alucinan con él.

No me imagino a Artigas bramando gratuitamente, sino sintiendo que en lo que estaba era una cruzada por la dignidad, la libertad y la autonomía de su región.

Inspirado por lo mejor nacen los grandes. En el zócalo solo hay miseria y pestilencias. Ya lo deberíamos saber.

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