En buena parte del planeta, a las democracias les pasa lo mismo que a esos grandes actores de Hollywood que vivieron su época dorada, y un día, agotados, ya sin la frescura inicial, pretenden con alguna película estelar -ya maduros- alcanzar un éxito resonante. El resultado es casi siempre decepcionante: aquel titán de la pantalla de antaño hoy aparece sin carisma, sin seducción y sin capacidad de sorprender.
Sucede que las expectativas que creó la democracia del Estado de Bienestar no se convalidan con lo que se logró en su época. Los estados de bienestar hoy viven horas amargas porque los flujos migratorios, la violencia, la tasa de natalidad que decrece y el gasto del Estado desbordante en estupideces producen un cóctel letal que determina que, en pocos años, todo será un tormento (por ser elegante con el término). Los estados de bienestar europeos están sentenciados. Todos lo sabemos, pero nadie lo afirma porque así somos los humanos: nos mentimos. Hoy, entre el islam expansivo, las generaciones jóvenes etnocéntricas y las prestaciones del Estado alocadas, nada bueno puede resultar. Nada. Y lo afirmo con respeto, pero esa es la evidencia empírica: endeudamientos insostenibles en relación con el producto bruto casi demenciales.
Los países asiáticos, mientras tanto, siguen su crecimiento exponencial. Claro, allí el capitalismo es rudo y propio. “Rudo” porque se intensificó y logra productos imponentes, de calidad y a menor costo. “Propio” porque lo hace en clave de elites que no son las que emergen de la competencia, sino fruto de un entorno autocrático. El resultado igual es impactante. La ropa que usamos es china, los teléfonos que usamos se arman allí y los autos chinos —en poco tiempo— se colarán en casi todos los mercados. ¡Chinito cleshe, decía Frade!
Todo es cuestión de tiempo en el mercado. Calidad y precio son claves de los autos chinos, con diseños que causan asombro. Uso este ejemplo para que se entienda que China va por todo hace rato. Sí, los números de su economía son opacos, ¿pero hace cuanto es así?
Estados Unidos se enfrenta a todo este pandemónium con el dólar como moneda de transacción en medio planeta, con la fuerza militar aún más intimidante en todo el mundo y con un poder en el conocimiento tecnológico que sigue siendo su arma de desequilibrio. Esta tríada le permite “aguantar” un tiempo más pero no asegura el futuro. No sé cuánto tiempo más tiene Estados Unidos por delante, pero no es demasiado en términos de generaciones. Por eso, el tan discutido presidente Donald Trump, advierte -con razón- que su país está en la cruz de los caminos y que, o se adentra en un proceso de recuperación de inversión interna y generación de empleo local, o sigue la fiesta demencial que se montó antes y que generó un país importador que dejó de producir buena parte de lo que consume.
En un mundo como el presente, los desequilibrios son imponentes y las asimetrías diabólicas, porque en algunos asuntos no son tan agudas, mientras en otros causan estupor (América es el continente más violento del mundo con el 8% de la población mundial y el 30% de todos los homicidios del planeta), entonces el horno no está para bollos y solo los que se anticipen y muevan rápido (repito: rápido) se salvarán de la ola gigante que —de no advertirla— los tumbará. No hay dudas: la ola viene. No sabemos ni cuándo ni cómo, pero si no estamos listos, nos arrollará. Quien avisa no traiciona.