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Opinión | Cien años cerca de Max Weber

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Washington Abdala

COLUMNA CABEZA DE TURCO

"Fue quien interpretó mejor su tiempo y el que venía". Por Washington Abdala

Por estos días en varias partes del planeta los seguidores de Max Weber andamos regodeándonos atento a que hace más de un siglo se fue pero nos dejó toda su magia.

Weber supo ver la globalización y los regionalismos al mismo tiempo. Tuvo la capacidad de entender que las formas de dominación (bajo su eje: tradicional, burocrática y carismática) eran la base por la cual se organizaba la estructura de poder en las sociedades. A su vez, nadie como él definió al “poder político” -bajo parámetros kantianos- con el grado de perfección con que lo hizo.

Y le aportó al “político” una exigencia sobre aquellos que actúan “de” la política separándolos de aquellos que actúan “para” la política. En el fondo hizo un combo con la moral y nos sedujo de un plumazo.

En su libro La ética protestante y la cultura del capitalismo desarrolló la influencia en que ambas dimensiones se alimentaban y explica, de manera elocuente, como la primera establece las pautas de la segunda. En la universidad durante décadas he sofocado a mis estudiantes con este autor. No me arrepiento de eso.

Lo que me resultó sorprendente -porque es imposible seguir a todos los autores en su integral desarrollo intelectual-es como Weber había estudiado la religión en China: el confucianismo y el taoísmo. Y lo propio hizo con el hinduísmo y el budismo.

Las conclusiones -en su tiempo- fueron que las ideas religiosas puritanas y cristianas habían sido fértiles para el desarrollo económico de Estados Unidos y Europa. Lo que debería quedar claro es que Max Weber creía en un capitalismo con valores, por eso la idea de la búsqueda del lucro per se le quitaba sentido a todo, no solo a la economía sino a la propia vida, como acertadamente sostiene Ricardo Sidicaro en Infobae refiriéndose al autor.

No los quiero aburrir, pero es un dato que Weber nunca fue positivista y eso lo aleja de otro genio como Wilfredo Pareto. Lo notable del asunto es que se puede leer a ambos y entender que -desde visiones encontradas- ambos tenían razón.

Me pregunto -es un disparate hacerlo, pero me encanta pensar desde esa alienación- que pensaría hoy Max Weber de China, como consideraría que la religión incide ahora allí, como decodificaría un régimen capitalista con un modelo de partido único en el poder. En fin, imposible, sabe que nos diría pero me gusta pensar de manera contra fáctica.

En estos tiempos estoy tratando de volver a los clásicos, el tiempo se agota y no quiero regalarlo con lecturas fútiles, y me doy cuenta, cada vez más que los genios como Weber se deglutieron a los clásicos. Es un rastreo que se hace sencillo de encontrar en sus libros. Y lo otro que me consignan estos gigantes del pensamiento, es que viajaron lo suficiente como para comprobar lo que escribían (Montesquieu es Gardel con la “separación de poderes” porque se pasó tres años en Inglaterra estudiando como se iba armando el contralor del poder al rey).

No creo que haya nadie en la sociología al que se le deba agradecer tanto por sus aportes, su vigencia y su claridad conceptual. Por supuesto está la otra biblioteca que me dirá que Karl Marx merece semejante titulación. No es una discusión para las líneas que tengo acá, pero lo concluyente es que si miramos quien acertó más, quien interpretó mejor su tiempo -y el que venía- y quien nos ubicó en los asuntos centrales de la sociología contemporánea, me perdonarán, pero los que estamos en la escuela de Weber sentimos que somos el Barcelona.

Nadie como Weber estudió mejor a la burocracia. La conoció mejor que nadie y escribió todo lo que sucedería con ella. Y nadie definió mejor al político que Weber exigiéndole que para hacer el bien no dejara su pasión de lado pero actuando con responsabilidad. Sencillo de escribir y sabio de concretar. ¡Vida eterna al maestro!

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