Ojo humanitario

| Fernando de Santiago realizó 2.600 procedimientos médicos gratuitos en 10 años. "Me hace sentir bien".

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El País

El viernes 7 de agosto, mientras recorría las instalaciones de la flamante Clínica Oftalmológica Regional de la ciudad de Treinta y Tres, al doctor Fernando de Santiago le preguntaron el por qué de esa obra. Este oculista, de 21 años de trayectoria muy reconocida en el medio y quien mucho tuvo que ver en la inauguración de ese centro, se limitó a contestar: "Yo trabajé en Estados Unidos y ellos tienen una frase: `somebody has to do it`. Si falta algo, alguien tiene que hacerlo y punto, nada más".

Esa clínica está pensada para usuarios de Salud Pública y busca convertirse en una referencia regional. Dada la ubicación geográfica de la ciudad de Treinta y Tres, espera atender a pacientes de ese departamento, Rocha, Cerro Largo y Lavalleja.

A De Santiago se le nota incómodo cuando se le pregunta por su rol en la inauguración de esa clínica. Prefiere destacar a ASSE, quien donó el lugar donde ahora funciona, además de una lámpara de hendidura; reconoce al Club de Leones y a la Fundación Oftalmológica del Uruguay que también aportaron instrumental necesario (un refractómetro, un queratómetro y un microscopio para operar cataratas); pero, sobre todo, resalta a su colega Alejandro Silveira, oculista olimareño que dirige el flamante centro, y que desde hace años atiende miles de pares de ojos en toda esa región noreste prácticamente solo, con ayuda de De Santiago.

"En Treinta y Tres, directamente, antes nada había para los usuarios de Salud Pública (con problemas de visión). Y el logro de esta clínica es, simplemente, atender a la gente como se debe", afirma De Santiago. A este profesional, entre su clínica privada en Tres Cruces y el Hospital Británico, pacientes no le faltan. Aún así, se ha hecho tiempo para realizar intervenciones gratuitas a personas de bajos recursos.

Entre cirugías y operaciones con láser, ha llevado a cabo 2.600 procedimientos a su costo en los últimos diez años, entre Montevideo y Treinta y Tres, adonde suele ir los fines de semana. La vinculación con ese departamento no es casual; su madre nació ahí. Antes de la inauguración de la clínica regional, tanto De Santiago como Silveira debían aportar sus propios equipos para llevar adelante estas cirugías honorarias. Vale aclarar que se habla de un microscopio con un costo estimado en 15.000 dólares, y cajas de instrumental quirúrgico valuadas en 5.000 dólares cada una.

"Nosotros pensamos que esta clínica debería ser un centro de punta. Ahora podemos hacer operaciones de cataratas, de retina, cosas que habitualmente no se pueden hacer en el interior del país. Hasta ahora, el esfuerzo lo habíamos puesto el doctor De Santiago y yo. Sobre todo él, que ha tenido la generosidad de dar en comodato permanente los instrumentos oftalmológicos que están en la sala de operaciones. Todo se hacía a pulmón nuestro. Espero que Salud Pública, que ha brindado el ámbito para la clínica, ahora responda con otras cosas, con más equipamiento", sostiene Silveira.

El trabajo honorario de De Santiago, reconocido por todos los actores, tiene dos "condiciones": una, el destinatario tiene que ser de bajos recursos; el otro es el tiempo del que disponga el oculista.

¿Filantropía? ¿Caridad? De Santiago rechaza ponerle nombre. "Simplemente, busco sentirme bien", asegura. Es una respuesta casi calcada a la de su colega olimareño Silveira: "No hay intereses creados, aunque mucha gente no entiende cómo podemos pasar los sábados y domingos operando, sin que a veces haya siquiera reconocimiento. Son esfuerzos que hacemos con mucho gusto y porque la gente lo necesita. Para muchos de estos pacientes, que nunca fueron a Montevideo, es imposible ir a la capital a operarse".

Durante años, De Santiago realizó unas 2.000 operaciones honorarias en el hospital Saint Bois. Eso fue hasta octubre de 2007, cuando la "posta" fue tomada por especialistas cubanos. El médico se excusa de expresar su opinión sobre la llamada "Operación Milagro". Solo señala que "el fin es bueno...".

Sí se nota mucho más entusiasmado cuando habla de la necesidad de mayores estudios, de más campañas y controles acerca de las enfermedades de la vista. "Las cataratas son un problema y el glaucoma, que es una cuestión hereditaria, otro. Pero haría falta hacer un estudio generalizado de la prevalencia de los casos, de los que no se sabe mucho acá en Uruguay, además de la detección y el seguimiento de la retinopatía diabética, que a diferencia de las cataratas -que son habituales en las personas mayores- puede venir a cualquier edad. Los uruguayos van al oculista, pero por lo general el diagnóstico de los problemas es tardío. Debería haber campañas más intensivas sobre el glaucoma y la retinopatía diabética, que son mis dos obsesiones", resalta. El chequeo y la prevención, dice, son las mejores prácticas posibles para una buena visión.

De Santiago señala que los problemas de visión no respetan edades ni clases sociales. "Pero en este último caso, sí limita su acceso al tratamiento". Una cirugía de cataratas, en una clínica privada, oscila entre los 1.500 y los 2.000 dólares por ojo. En sus procedimientos honorarios, todos hechos a su costo, hay retribuciones más importantes que el dinero. "Lo que más emociona son las personas mayores que vuelven a ver luego de una operación. El agradecimiento es lo más gratificante", concluye el especialista.

(Producción: Marco Rivero, en Treinta y Tres)

Los datos

Cataratas y glaucoma

Por cataratas se entiende la pérdida total o parcial de transparencia del cristalino, una lente que está detrás de la pupila y permite una visión nítida. Según un estudio hecho en Estados Unidos en 2004, el 2,5% de las personas entre 40 y 49 años las padece en algún grado. Esto aumenta en las décadas siguientes (6,8% entre 50 y 59 años; 20% entre 60 y 69%; 42% entre 70 y 79 años; 68% de 80 años en adelante). En Uruguay la prevalencia es similar.

El glaucoma es el aumento de la presión ocular que daña el nervio óptico. Según ese mismo estudio, se cree que un 2% de los mayores de 40 años lo sufre. Esa tendencia también se ve en Uruguay.

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