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¿Los niños se estresan?

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Niño estresado. Foto: Shutterstock

comportamiento

Las exigencias y expectativas, internas y externas, influyen directamente en los más chicos de la casa. La clave para ayudarlos está en poder reconocer síntomas o prevenirlos.

Se suele imaginar a los niños llenos de energía y de alegría. Sus enojos o su cansancio, muchas veces, pasan desapercibidos para los adultos. Sus cambios de humor, pasan por una gracia, se subestiman. Entonces empieza el insomnio, a veces hay dolores de cabeza, de abdomen, hay vómitos, y vienen los controles médicos rutinarios. Pero son “malestares físicos sin causa orgánica detectable. Su cuerpo expresa la tensión que muchas veces no pueden manifestar hablando”. Porque sí, dice la psiquiatra infantil Natalia Trenchi: existe el estrés “tóxico” en los niños.

El estrés, esa “respuesta del organismo frente a la presión de cualquier origen”, es normal y permite que el cuerpo se adapte a las diferentes situaciones, explica la psiquiatra. Y añade: “Cuando nos enfrentamos a algo que sentimos como una amenaza, nuestro cuerpo, en una reacción tan rápida como compleja, pone en funcionamiento el mecanismo neuro-humoral a través del cual el organismo queda en las mejores condiciones, ya sea para defenderse o para huir”.

Así, para el caso de los niños, sucede ante hechos que parecen mínimos: al empezar a comer, al dar los primeros pasos, al separarse por primera vez de su familia, al empezar jardinera, al jugar al fútbol o ir a clases de baile. “Todo cambio genera estrés”, remarca Trenchi. La psicóloga especialista en niños, Daniela Policar, agrega que esas alteraciones favorecen al desarrollo y prepara al niño. La profesional indica que el estrés se da en todas las edades, incluso en bebés, donde el llanto, que muchas veces cuesta identificar, puede ser un indicio.

Trenchi especifica que el problema está cuando esas respuestas del organismo son “exageradas”, intensas o cuando es un estado constante. Para esos casos, ya entran en juego las demandas a las que está sometido el niño, y sus recursos para satisfacerlas. Si bien “la mayor parte de los padres no sospechan qué es lo que les pasa” e “ignoran el grado de preocupación de sus hijos”, hay que estar alerta, porque la calidad de vida del niño se podrá ver afectada.

Niño en terapia. Foto: Shutterstock
La psicóloga Fanny Berger cree que es fundamental trabajar en las exigencias y que el niño aprenda y se anime a expresar lo que quiere y lo que no. Foto: Shutterstock

La psicóloga y columnista de Eme de Mujer, Fanny Berger, pone el ejemplo de una niña que decide ir a clase de baile porque su grupo de amigas también va, pero no le gusta. “Si te gusta, bailás mejor, si no te gusta, te cuesta más, sentís que no sos buena en eso y genera estrés”, explica. Hace referencia a que muchas veces, esas exigencias que causan estrés, no son propias del niño, sino que las absorbe del ambiente: de su grupo de pares, de sus padres, de la escuela. El peligro está cuando transforma todo eso en deseos propios, en lo que Policar conoce como la autoexigencia, una causa intrínseca el estrés, que es muy frecuente.

A veces no tiene que ver con gustos, sino con una agenda recargada. Para Berger un ejemplo son los cumpleaños, que entre los 5 y los 10 años llegan a ser cuatro por fin de semana y para los padres hay que cumplir, “por que los hijos tienen que socializar”. Esto, sumado a una vida extracurricular intensa, termina por dejar sin tiempo de descanso y juego. Trenchi lo incluye dentro de la “hiperexigencia”, que se da, casi siempre, porque los padres creen “equivocadamente que los llevará al éxito y, por tanto, a la felicidad”.

Muchas veces, los problemas familiares —lo involucren directamente o no— lo afectan. También la falta de integración social, el acoso y el rechazo. Así como las horas excesivas frente a la pantalla, la falta de contacto con la naturaleza, el pesimismo de los adultos, una crianza autoritaria y violenta o negligente.

Para el niño con estrés, las consecuencias pueden llegar a afectar sus vínculos del momento y futuros. Empezando en la casa, “cuando empieza a ver que no colma las expectativas, cuando va a clase de baile y no le sale bien porque no le gusta, pero le exigen que vaya; empieza a sentirse mal, a enojarse con los padres y a generar un vínculo distante, a sentir que no lo quieren”, describe Berger. Ante esto, también está el efecto en la baja autoestima, ya que el niño “crea una imagen distorsionada negativa” de sí.

Los síntomas

Para darse cuenta de que esto puede estar pasando, los mayores deberán estar atentos a los síntomas, algunos de los cuales fueron mencionados al comienzo de la nota. Desde los cambios de hábito de aquellos niños que comían mucho y pasan a comer poco -y viceversa- o a dormir más o menos que antes, hasta aquellos que somatizan o los que demuestran un cambio en su carácter. También está el desinterés por actividades que antes lo motivaba o el cambio en el rendimiento académico. Y están los que Trenchi llama “comportamientos transgresores”, cuando el niño miente o hace “pequeños robos”. Policar cree que el estrés también se puede detectar en el juego, sobre todo cuando este es desorganizado.

Cómo ayudarlos

La prevención del estrés depende de un punto fundamental: el diálogo entre adultos y niños. Ese espacio en común primero demostrará al niño que el adulto está disponible “afectiva y corporalmente” con él y eso generará una comunicación fluida entre ambos. A la vez, deben existir límites coherentes -”firmes y afectuosos”-, como el control del uso de televisión y celulares, explica Policar.

Niña en familia. Foto: Shutterstock
Compartir momentos en familia y tener un diálogo fluido es importante para detectar y prevenir el estrés. Foto: Shutterstock

“Los padres tienen que aprender a mirar el niño real y no aquel niño que ellos imaginaron”, dice Berger. Es importante conocer a los hijos, hablar y saber qué les gusta de verdad, qué no. Asimismo, añade, hay que analizar cuáles son los “recursos personales del niño”, para así poder alentarlo y no sobreexigirle en actividades que no le gustan y le va mal. Para la psicóloga incide mucho el mandarlos a un colegio que ellos necesiten, donde las exigencias sean acordes a sus medios.

En la práctica, es recomendable prestar atención al horario semanal y “reconfigurarlo”, en caso de ser necesario. Dejar espacio para “jugar con la imaginación y el deseo”, para que duerma lo suficiente y para que comparta el tiempo en familia “sin apuros”. Para Trenchi, “el mejor antídoto es una buena crianza: se valora la conexión humana entre adultos y niños, se respeta y atiende a sus necesidades, se les permite un avance acorde a sus posibilidades y se les enseña a pensar y actuar de acuerdo a criterios éticos”.

Gracias a una “buena crianza” el niño se preparará para tolerar los porvenires, que provocan el “estrés normal de la vida”. Los cambios están, existen, son parte del día a día, lo que hay que hacer es enfrentarlos, vivirlos, adaptarse y aprender de ellos. “Es al superarlos que tanto niños como adultos se fortalecen mentalmente”, concluye Trenchi y subraya: “El ejemplo también tiene que estar en casa”. 

Afecta los vínculos y la autoestima

El estrés tóxico puede tener efectos negativos en la salud del niño. Por un lado están los síntomas físicos como dolores de cabeza o estómago y pérdida de apetito. Pero también afecta la salud emocional. Así, quienes sufren estrés pueden ver disminuido su rendimiento o interés en actividades curriculares y extras, lo que puede afectar la confianza en sí mismo y, por ende, el autoestima. Ante una situación así, que muchas veces los padres no identifican, los vínculos del niño con sus amigos y con su familia se pueden ver perjudicados.

Tratar la sobreexigencia en terapia

La psicóloga Daniela Policar explica que la terapia puede ayudar a la familia a tratar el problema de raíz, además de que permite encontrar “estrategias creativas” para enfrentar las situaciones. Su colega, Fanny Berger sugiere en estos casos lo que se conoce como Terapia de Alcance Breve. Son espacios donde se trabaja mucho con las exigencias de los padres y se ayuda a los niños a decir lo que quieren y lo que no. Las recomienda hasta los 7 u 8 años, porque cuanto más cerca de la adolescencia, se necesitan terapias más largas.

Cuando el estrés es algo bueno

Para la psiquiatra Natalia Trenchi y la psicóloga infantil Daniela Policar es importante entender que el estrés es algo normal, que no siempre tiene que ser calificado como algo malo. Salvo síntomas evidentes -que se especifican en la nota-, estresarse es un mecanismo del cuerpo para preparar al organismo ante situaciones de cambio. La persona deben decidir si huir o si permanecer ante circunstancias que no esperaba o a las que no estaba acostumbrada. “El corazón late más rápido y las arterias se contraen de modo de que llegue más sangre a los músculos, que se tensan esperando la decisión para actuar. Emocionalmente el individuo está en alerta, tenso, a la defensiva”, detalla Trenchi.
Son esas situaciones de estrés las que “fortalecen mentalmente” a los niños para que crezcan más preparados para lo que sucede en la vida.

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