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Mujeres que viven en la Laguna de Rocha y subsisten gracias a su riqueza

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Cocina de La Barra

HISTORIAS DE VIDA

De la pesca a la cocina: vivir en medio de la naturaleza y agasajar a los visitantes con platos típicos de mar

Como si nada se hubiera ausentado. Como si todo lo que tenía que nacer aquí, en este paisaje, hubiera nacido en el espacio justo. Como si este sol enfermo de junio fuera suficiente porque alcanza para dejar huella y reverberar en el agua, ahora lisa, de la laguna. Como si no hiciera falta nada salvo este aire liviano y el sonido de estas ondas que se deslizan suaves y líquidas hasta llegar a la orilla.

Algo así. Una emoción. Se está frente a la Laguna de Rocha y se siente algo así. Eso que se siente cuando todo en torno y encima nuestro tiene la protección de la belleza. Cuando se mira y se ve, en el horizonte, la silueta débil de algunos cerros; y más acá, las copas de unos árboles esponjosos; y aún más acá el agua fulgurante, que a veces corre llana y a veces se surca y parece los pliegues de una piel. Cuando se ve, del otro lado, juncos y flores silvestres; y más allá, cuestas de arena; y aún más allá, soplidos livianos de nubes sobre un cielo pálido. Cuando se vuelve a mirar y ahora, cerca de la costa, la laguna está salpicada de pájaros negros como gotas de tinta china. Se siente la emoción. Se siente que con eso basta.

Quizá por eso ellas -todas- dicen que nunca pensaron en irse de este lugar. Ni siquiera cuando no tenían agua potable ni luz eléctrica. Quizá por eso dicen que lucharon por tener esas cosas, pero que no les hace falta mucho más. Quizá por eso dicen que la laguna es todo lo que necesitan.

“Nosotras estamos acá sobre todo por la laguna: para cuidar la laguna más que por cualquier otra cosa”, dice Beatriz Ballestero, una de ellas, y enfatiza la palabra más, resalta eso que es importante.

Acá es Cocina de La Barra, un emprendimiento gastronómico asociativo de la Laguna de Rocha. Ellas son las nueve mujeres que desde hace ocho años lo llevan adelante con el apoyo de sus familias y la comunidad. Mujeres pescadoras de la laguna. Las que en 2013 (como parte de la Asociación de Pescadores Artesanales de las Lagunas Costeras de Rocha) presentaron el proyecto a una convocatoria de la Dirección General de Desarrollo Rural del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca. Las que obtuvieron financiamiento para ese proyecto. Las que, para potenciar y proteger el patrimonio pesquero de la laguna, trabajaron desde 2014 con un grupo técnico para aprender a autogestionar la actividad. Las mujeres que, en 2015, cocinaron croquetas de cangrejo sirí, camarones, lomitos de pejerrey, lenguado, ceviche, miniaturas y empanadas de pescado, e inauguraron el restaurante de la laguna.

El ambiente

Es temprano en la tarde de un sábado de otoño y en el cielo vacío hay un sol flojo, apagado por un viento silencioso y constante. El restaurante está abierto. Once personas almuerzan en las mesas que están frente a la laguna. Adentro, cinco mujeres vestidas con gorros blancos de cocina y buzos rojos y negros que dicen “tradición pesquera”, reciben los pedidos, cobran, cocinan, lavan ollas, acomodan platos y conversan. Una coreografía que parece estudiada, pero no: es una forma natural de moverse en el espacio compartido; algo que fluye, como un círculo.

Nadie dice: vamos a hacer croquetas de sirí. Y, sin embargo, como en un set de filmación, de repente están las cinco, en ronda, haciendo croquetas de sirí. Las manos en una fuente con la pulpa del cangrejo lista para empanar. Nadie dice: vos acá, yo acá. Y, sin embargo, tres hacen bolitas perfectas, dos las pasan por pan rallado y las meten en un tupper.

En verano abren todos los días desde el mediodía hasta la noche y trabajan las nueve. En otoño, invierno y primavera, abren los fines de semana solo al mediodía -si el clima acompaña- y trabajan cinco; hay menos clientes y con eso alcanza.

Ahora, Cocina de La Barra es un lugar amplio, con murales multicolores, un deck techado que mira a la laguna, luz eléctrica, y más de un freezer. Antes, el espacio era pequeño, las paredes no tenían revoque, había piezas sin puertas ni ventanas, el deck era mínimo, había cinco mesas y tres sombrillas y no había luz eléctrica: hasta hace un año las familias de la laguna no tenían acceso a la red nacional de energía.

“Tenemos luz desde septiembre pasado”, cuenta Leticia Malo, y repite el día exacto: desde el 14 de septiembre de 2021.

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Cocina de la Barra en medio de un ambiente natural,

Un tesoro

Cocina de La Barra creció. También estas mujeres pescadoras que hoy, además de pescar y hacer pulpa de sirí comparten su cultura, fortalecen su identidad y le suman valor a la pesca artesanal.

-Algo que aprendimos con el proyecto es que sirve para regular los precios -dice Beatriz.

-Antes eran horribles. Muy bajos -acota Mariana Fernández Lobato.

-El comprador hacía lo que quería -apunta Beatriz.

Siempre van a hablar así, en conjunto. Una dice una frase. Las demás asienten o agregan datos. Una cuenta una anécdota. Otra suma un detalle.

-Nosotras prácticamente consumimos toda la producción de cangrejo sirí que sale de la laguna -dice Beatriz. Eso hizo que subiera el precio. Hoy estamos pagando $ 450 el kilo de pulpa.

-Cuando arrancamos, el sirí no costaba nada. Doscientos y pocos pesos el kilo valía -dice Mariana.

-Logramos eso también -sigue Beatriz-. Que se pague algo razonable. No una miseria. Lo mismo con el pescado. Usamos solo pescado de la laguna y de nuestras familias. Lo compramos al contado y a mejor precio que cualquiera de los otros compradores. Después, quien compra tiene que pagar lo mismo o más.

Cocina de la Barra es el emprendimiento actual y el más organizado. Pero no es el primero de estas mujeres. Antes vendieron miniaturas y empanadas en un chiringuito de madera medio enclenque.

“Nos aventuramos a hacer esto porque vimos que si no lo hacíamos alguien más lo iba a hacer. Era una necesidad. Sobre todo desde que declararon la laguna área protegida. Porque acá mucha área protegida y lo que sea, pero no había nada. La gente golpeaba en nuestras casas para entrar al baño, nos pedían agua, nos preguntaban si había lugares para comer. Estaba todo muy desordenado”, relata Beatriz a Revista Domingo y es seguida por Elizabeth Huelmo: “También lo hicimos porque no queríamos que viniera, vamos a decir, alguien de afuera a hacer cualquier cosa. Si viene otro, seguro le compra pescado al que se lo venda más barato, no a nuestros pescadores. O capaz hasta se pone a vender una chuleta”.

Las otras completan el diálogo:

-No solo eso. Nosotras cuidamos hasta el último detalle. Todo, todo -dice Mariana-. Pensamos hasta la música que ponemos, siempre algo tranquilo. Tenemos un límite. Cuidar la laguna y nuestra comunidad es fundamental.

-Y a las nueve de la noche, como mucho, se terminó -dice Leticia-. Cerramos.

-Nosotras vivimos de la pesca y la gente de acá es nuestra gente. La otra vez, por ejemplo, una marca de cerveza nos ofreció hacer una fiesta: ponían rock y traían muchísimas personas. Les dijimos que no, obviamente.

-Nos ofrecían brillos y castillos -dice Mariana.

-De todo nos ofrecían: nos iban a traer un deck nuevo y no sé cuántas cosas más -agrega Elizabeth.

-Pero somos un pueblo de pescadores. Salimos a las tres de la mañana a pescar. No podemos andar con esa música hasta la madrugada -dice Beatriz.

El origen

Estas mujeres son la cuarta generación de un pueblo de pescadores y pescadoras que encontró en la Laguna de Rocha lo que algunos llaman hogar. Y tienen hijos: son, ya, cinco las generaciones que viven o han vivido en y de la laguna. Entonces hay historias. Miradas cómplices. Carcajadas al unísono.

Elizabeth dice que hay 37 familias pero Beatriz la corrije. Aclara que son 37 bajadas de luz pero son 32 familias.

Los primeros pescadores que se asentaron en la laguna fueron -según dicen- los Ballestero y los Lobato. Después llegaron los Huelmo. Más tarde los Malo. Y esos son, hasta hoy, los cuatro apellidos famosos del pueblo pesquero.

“Al principio eran esas dos familias. Y eran familias grandes. Imagínate que mi abuelo y mi abuela tenían seis hijos”, explica Beatriz, que es Ballestero, bisnieta de uno de los fundadores. “Antes que mi abuelo vino mi bisabuelo. Sería uno de los primeros pobladores de la zona. Él pescaba en el mar y vivía en Rocha. Un día empezó a venir a la laguna y le gustó. Además, vio que era más fácil, menos peligroso. Y así, se hizo un ranchito y empezó a quedarse. Después mi abuelo y mi abuela se instalaron acá cuando se casaron”.

Ahora, el que no es Ballestero-Huelmo es Huelmo-Ballestero o Lobato-Malo. “Todos así, un poco parientes. Es que salir de acá era muy difícil”, se ríe Mariana y estallan en una carcajada grupal.

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Cocina de la Barra y sus platos típicos.

Guardianas

El camino para llegar a la Laguna de Rocha desde hace unos meses es casi todo de asfalto salvo por el último tramo que es pedregoso. Antes, hace años, lo que ahora es calle era arena pastosa difícil de atravesar. Y los abuelos y abuelas, las madres y padres de estas mujeres (y muchas de ellas, también) para ir al pueblo más cercano tenían que viajar a caballo, o en botes a vela o a remo; nadie tenía motor. “Después progresamos”, dice Leticia, y se ríe con la alegría de una niña: ojos chiquitos y mejillas coloradas. “Pero hace 30 años esto era pura arena. Mi padre ni fue a la escuela, no sabía leer, aprendió muy de grande. Vivía acá y casi no podía salir”.

Google Maps marca 12 kilómetros desde la Laguna de Rocha hasta la escuela 52 de La Paloma, a la que asistieron y asisten todas las familias de la comunidad. Pero antes, sin caminos, las distancias eran más largas. Beatriz y Mariana, que son de la misma generación, cuentan que iban a la escuela en camionetas destartaladas y que faltaban la mitad del año. A veces por las lluvias, otras por el viento, o directamente porque los vehículos no arrancaban aunque se bajaran a empujarlos.

-Era un desastre. Íbamos en unas combis viejísimas. Pero era mejor que el caballo. Ya éramos unas reinas -dice riéndose.

-Eran unos cachilos -dice Leticia. Y todas se tientan.

Ahora un micro pasa a buscar a sus hijos e hijas todas las mañanas.

“Casi todos siguen el liceo. Yo seguí unos años. Si no siguen, entonces sí empiezan con la pesca”, habla Elizabeth. Y Beatriz la acompaña: “Las cosas han cambiado, hemos ido progresando. Pero igual nosotras, la verdad, mucho más no queremos progresar -todas asienten-. O sea, queremos que nos vaya bien, queremos trabajar cómodas, tener equipos de frío, electricidad, caminos buenos, que nuestros hijos e hijas puedan ir a la escuela y tengan las mismas oportunidades, pero no queremos mucho más que eso”.

Mariana interviene: “Nos gusta que la laguna esté así. Queremos mejorar nuestras casas, seguir trabajando y ya está. No queremos que vengan e instalen mil cosas, o que hagan un puente, o que arruinen todo el paisaje”. Y repite: “Nos gusta así”.

Beatriz no duda: “Somos muy protectoras de la laguna. Por eso decimos: está bien el progreso, sí; pero hasta ahí”.

La laguna y ellas son parte de una misma cosa. La pesca y ellas, también. “La que no sale tanto pescar hace pulpa de sirí, filetea o limpia los pescados. Siempre estamos. En casa, por ejemplo, mi padre si no es por mi madre no sale. Salen siempre juntos”, dice Elizabeth.

La madre de Mariana, que tiene 60, sale sola. “Siempre salió sola a pescar”.

Todas saben pescar. Todas pescan desde niñas: en la infancia era un juego; más tarde, un trabajo. Todas son, primero, pescadoras. Después, lo demás.

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Cocina de la Barra, un lugar para deleitarse junto a la laguna.

Madrugar cada día

Desde que existe Cocina de La Barra se dedican menos a la pesca, pero no dejan de pescar. Todas, uno u otro día, se levantan a las tres, cuatro o cinco de la mañana, se ponen las botas y los trajes de goma, se suben a las chalanas y allá van: a levantar las mallas que dejaron la tarde anterior si están haciendo calado de pejerrey, a hacer lance y remolino, a pescar a la encandilada, a tirar y cinchar redes, a poner boyas y linguetes, a colocar trampas para camarón.

En la laguna, cada familia tiene su bote, sus redes, su motor y el resto de los elementos de pesca. Cada familia se organiza y sale cuando puede, cuando quiere. La madre y el hijo. La esposa y el marido. El abuelo y la nieta.

Si hay temporal, no salen. Pueden estar semanas sin salir. Entonces racionan lo que tienen. Viven así, con menos.

-Si no hay pesca, guardamos: no los peces, los pesos -dice Leticia, y sonríe.

-El pescador está acostumbrado a todo. Sabe que hay tiempos buenos y tiempos malos -dice Mariana.

-Igual la matanza es cuando hay pesca y no hay venta. Como esta semana, por ejemplo. En invierno pasa eso. La gente consume menos pescado -dice Leticia.

-Igual…la laguna siempre, siempre algo te da -dice Beatriz y recalca la palabra siempre-. Así sea para comer. Te da.

-Aprieta pero no ahorca -dice Leticia.

-¿Alguna vez se cansaron de vivir en la laguna? ¿Alguna vez pensaron en dejar de pescar?

-Nunca -aseguran todas.

-No he escuchado que un pescador deje de pescar -dice Mariana.

-A veces te cansás, pero al otro día tienes ganas de volver al agua -dice Leticia.

-Yo no me imagino viviendo en otro lado. Elegiría vivir acá siempre y a pesar de todo: del frío, del invierno -dice Elizabeth.

-Yo siempre pienso en mi futuro -dice Beatriz-, y nunca me estreso. No me importa si el día de mañana no puedo hacer esto de la Cocina porque nos corrieron o por cualquier cosa. Yo sé que tengo la laguna, tengo mi bote, tengo mi malla: tengo trabajo. Me pienso haciendo eso, no otra cosa. Pero es porque me gusta. Me podría haber ido y me quedé. Cuando éramos niñas no podíamos elegir. Nos tocó esto. Pero ahora elijo estar acá.

Después, dirán cosas que pueden parecer obvias. Que quizá no lo sean. Hablarán del alba y del crepúsculo, de esos retazos de luz que se aferran, feroces, a la laguna. Dirán que no saben por qué, pero que es algo que una quiere mirar por siempre. Hablarán del sonido del agua cuando golpea, blanda, contra el bote.

Dirán que les da paz. Hablarán de los pájaros, de su vuelo, de su canto. Dirán que creen que no hay paisaje mejor que ese: el que ven cuando están en medio de la laguna despoblada. Dirán esas cosas. Cosas que podemos imaginar. Que quizá creamos conocer. Que quizá nunca conozcamos. No así. No como ellas.

Ecofeminismo y la importancia de vivir junto al recurso

“La Cocina de La Barra y las mujeres pescadoras de la Laguna de Rocha tienen mucho que ver con el ecofeminismo”, dice María Cecilia Laporta, contadora y magíster en Manejo Costero Integrado, una de las dos técnicas que colaboró con la puesta en marcha y el seguimiento del proyecto. El ecofeminismo, explica, plantea la inter y la eco dependencia, algo que en la laguna se da clarísimo con esta idea de vivir del recurso y de hacerlo de forma cooperativa. “Las familias de pescadores tienen que vivir en la orilla del recurso. Si no están ahí la pesca no se produce. Uruguay está lleno de ejemplos de comunidades de pescadores que fueron apartadas de las orillas y desaparecieron: La Coronilla, Garzón”, indica Laporta. Por eso, dice, es tan importante que las mujeres de la Laguna de Rocha tengan claro que Cocina de La Barra está ahí como un medio de vida y como una forma de compartir su gastronomía y su patrimonio, pero, sobre todo, para mantenerlas unidas y defender el derecho a vivir en y de la laguna. Son guardianas, son quienes reivindican una forma de vida, un ser y estar con la naturaleza, un disfrute, un respeto y una contemplación.

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