Mentir puede convertirse en un hábito irrefrenable

| En la mitomanía, el contenido del embuste es exagerado cualquiera sea su propósito (si hay propósito).

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GABRIELA VAZ

La anécdota dice así: una noche, durante el cierre de un festival de Amnistía Internacional en el estadio de River en Buenos Aires, y mientras Peter Gabriel tocaba Biko (una canción dedicada a ese activista sudafricano), un muchacho se topó con un Mario Pergolini conmocionado hasta las lágrimas porque, le dijo, tenía "un hermano desaparecido y en la pared de su celda había escrito un nombre: Biko". Más tarde, el muchacho le comentó el episodio a la novia periodista que por entonces tenía Pergolini. "¿Qué hermano desaparecido? Si Mario tiene una sola hermana y está viva", lo descolocó ella, que todavía no se acostumbraba a hacer frente a las habituales invenciones de su novio.

Dicen que por aquella época, hace 20 años, las mentiras de quien luego se convertiría en genio y figura de los medios argentinos eran pan de todos los días. En el libro de Diego Rottman y Jorge Bernárdez La rebeldía pop (2000) -que presenta una biografía de Pergolini, entre otros personajes de la vecina orilla- al relato de lo ocurrido en aquel recital se suma uno más, en primera persona. "Yo fui el boludo que discutió con (Daniel) Grinbank para que le pagara el sueldo de nuevo porque Mario desesperado me había dicho que había perdido el sobre con la guita. Después me enteré que era mentira, pero era tarde: el segundo sueldo ya lo había cobrado", cuenta Jorge Lanata en ese texto. Muchos años más tarde, invitado a almorzar con Mirtha Legrand, Pergolini habló sobre aquella época de su vida y admitió que "de chico era mentiroso, muy mitómano", rasgo que luego, con el devenir de otras etapas y sobre todo gracias al apoyo de su esposa, psicóloga ella, pudo "trabajar" y dejar atrás.

La mitomanía es el impulso irrefrenable por mentir. A veces para obtener un beneficio, otras para sentirse mejor -alguien más importante, el centro de atención- y las demás porque sí, porque simplemente no puede evitarse. Obviamente, es un acto que escapa al hecho más natural y cotidiano -el de las mentiras a las que todo el mundo acude en distintos momentos de su vida- para rozarse con lo patológico. Pero, aunque habla de un trasfondo psicológico no resuelto por la persona que lo sufre, ningún manual de psiquiatría describe a la mitomanía como un trastorno en sí mismo. En todo caso, sí aparece la mentira compulsiva como un rasgo de distintos desórdenes de la personalidad o cuadros neuróticos. Y a veces, puede tan solo ser una característica propia, que de todos modos está diciendo que algo no anda bien.

Es que no se trata de falsear u ocultar la verdad de vez en cuando; la mentira se vuelve un hábito, o incluso la única manera de relacionarse con el mundo exterior. Además, en general, el contenido y la extensión del embuste es exagerado, desproporcionado, cualquiera sea el fin que se persiga (cuando hay un fin).

¿Por qué se hace? "Tiene que ver con la singularidad de cada sujeto en relación a su historia de vida", dice el psicólogo Jorge Bafico. En tanto, el psiquiatra Ricardo Acuña explica que "en el caso de los desórdenes de la personalidad que tienen a la mitomanía como síntoma, las peripecias biográficas jugarían un papel relevante, que daría como resultado la dificultad para aceptar la realidad personal que sienten como devaluada y la consecuente sustitución por una fantasía que la haga más aceptable y valorada por los demás. Otros dicen que hay un placer perverso en dañar o hacer equivocar a los demás u otras hipótesis que quedan en el campo de las conjeturas".

FABULADORES VIP. Los casos célebres se cuentan por decenas. Uno de ellos es el de la segunda esposa de Paul McCartney, Heather Mills. En distintas entrevistas, contó que a los 14 años se había escapado de su casa para vivir en la calle, dijo que había trabajado en un circo limpiando caballos y aseguró que tuvo un novio que trabajaba en el Servicio Secreto. La prensa no tardó mucho en averiguar que siempre vivió con su familia y, según consta en los registros, nunca faltó al colegio, que lo más cerca que estuvo de un circo fue una feria ambulante donde trabajó una de sus parejas, y que tuvo un novio con todas las intenciones de convertirse en agente, pero jamás lo logró.

Después, también en la esfera de lo público, están los que invierten la relación entre fama y mitomanía; personas que se vuelven célebres por sus mentiras (y no que tornan famosas sus mentiras por ser célebres). En este grupo se han destacado algunos trabajadores de prensa, que pasaron a la posteridad por inventar material para sus notas.

Uno de los casos que más repercusión tuvo fue el del italiano Tomasso Debenedetti, hace un par de años. Su historia es cinematográfica. El hombre, hoy de 42 años, estudió literatura e historia y luego se largó a trabajar como periodista free lance. Pero no tenía suerte; los diarios a los que intentaba vender sus reportajes los rechazaban, aduciendo que cubrían lo mismo con periodistas de su planta. Entonces se le ocurrió algo. El escritor estadounidense Gore Vidal, que vivía en Nápoles y hablaba italiano, presentaba su libro Palimpsesto. "La hago", se dijo Debenedetti, pensando en una entrevista, aunque sabía que Vidal no concedía notas a cualquiera. Pero la verdad es que al periodista ni se le cruzó la idea de intentar un encuentro; no perdería tiempo. Cuando se dijo "la hago", lo que en realidad quiso decir fue "la invento". Ya redactada, la ofreció a diarios pequeños de provincias. Gustó, se la compraron. Era el año 2000 y el comienzo de toda una nueva carrera para Debenedetti.

De ahí en adelante, "entrevistó" a Philip Roth, Günter Grass, José Saramago, John Grisham, Jean-Marie Le Clézio, Herta Müller o Mario Vargas Llosa, entre muchísimos otros. Cada una de esas notas -que nunca se hicieron y sólo salían de la cabeza del escritor- salieron publicadas sin que nadie se percatara del fraude (aunque años después el periodista opinaría que había una complicidad tácita, no hablada pero obvia, de los editores de cada uno de los rotativos donde aparecieron). Fue descubierto por una de sus "víctimas", Philip Roth, cuando una periodista le preguntó por ciertos dichos sobre Barack Obama que había leído en una de esas entrevistas inventadas. Roth se enfureció; él nunca había dicho nada de eso, ¿de dónde lo había sacado? Así se empezó a desenrollar la madeja.

Una vez descubierto, admitió todo sin asomo de remordimiento y ensayó alguna explicación psicoanalítica. "Mi abuelo Giacomo siempre fue un modelo para mí, era mi gran referencia literaria. Me habría gustado ser como él. Quizá esto ha sido un modo freudiano de evitar la comparación", reflexionó en una entrevista con el diario El País de Madrid, donde también habló de la relación quebrada con su padre, Antonio Debenedetti, quien escribe en el matutino Il Corriere della Sera.

De arrepentimiento, nada. Pocas semanas atrás se supo que el mismo Tomasso estaba detrás de cuentas falsas de Facebook y Twitter de distintos miembros del gobierno italiano. Cuando se hizo público, él le restó importancia calificando el asunto de "experimento" para demostrar la escasa seguridad de las redes sociales.

Pero no hace falta cruzar el océano para encontrar mitómanos en el periodismo. Mucho más cerca, cruzando el charco, hubo otro caso renombrado y -visto a la distancia- casi surrealista. A principios de los `90, aparecieron en el diario porteño El Cronista Comercial largas entrevistas a personalidades como Gabriel García Márquez, Umberto Eco, Carl Sagan o Juan Carlos Onetti. Estaban firmadas por Nahuel Maciel. En 1992, el mismo muchacho, de unos 26 o 27 años, presentó en la Feria del Libro de Buenos Aires, frente a más de 500 personas, Elogio de la utopía, que recogía las conversaciones que había tenido con García Márquez y contenía un prólogo de Eduardo Galeano que hablaba maravillas del autor. Ni García Márquez, ni Galeano, ni ningún otro de sus supuestos entrevistados se lo había cruzado nunca. Maciel -que tampoco se llama Maciel- plagiaba o directamente inventaba cada palabra.

Tanto Debenedetti como Maciel hicieron gala de otro talento además del de estafar a sus lectores, ya que inventar una entrevista con escritores célebres suponía crear opiniones de literatura, política y sociedad con el estilo y sapiencia necesaria para que sonara coherente que venía de la boca de la víctima elegida. Hacerlo podía dar tanto trabajo, o más, que realmente concretar las charlas.

En ambos casos, han apuntado distintos analistas, el sistema fue cómplice. Por ineficacia, por comodidad o por simple fascinación. A veces la mentira es funcional a sus intereses.

Alterar la verdad, simular o fabular

En la definición de mitomanía acuñada en 1905 por Ernest Dupré quedan englobadas distintas situaciones: la alteración de la verdad, la mentira, la simulación y la fabulación. Danilo Rolando, expsiquiatra del Instituto Técnico Forense y especialista en Trastornos de Personalidad, las describe: "La alteración de la verdad se da en personas con dificultades para distinguir entre fantasía y realidad. La mentira habitual puede carecer o tener una finalidad beneficiosa, frecuentemente de carácter utilitario. La simulación, según el DSM IV, `es la producción intencionada de síntomas físicos o psicológicos desproporcionados o falsos, motivados por incentivos externos como no realizar el servicio militar, evitar un trabajo, obtener una compensación económica, escapar de una condena criminal u obtener drogas`. Las fabulaciones son las formas más elaboradas de mitomanía y la persona que la desarrolla construye una suerte de `novela` que respeta la lógica y es verosímil. Estas últimas pueden responder a una motivación fundamentalmente psicológica, tendiente a elevar la autoestima menoscabada por algún déficit en la investidura libidinal del yo (fallas narcisistas), como es el caso de los charlatanes que narran historias fantásticas en las que despliegan un papel protagónico. También están los que se autoacusan de delitos y otros eventos y los que a veces se automutilan en un afán de protagonismo". Y agrega: "Por otro lado tenemos las fabulaciones que cobran importancia a nivel general por causar preocupación social o por su incidencia médico-legal: la de personas que agravian o producen dolor mediante la escritura o el relato oral escudados en el anonimato y los que fraguan calumnias que muchas veces revisten la forma de denuncias falsas de abuso sexual".

La mayor parte de estas manifestaciones, señala Rolando, se dan en personas portadoras de un trastorno antisocial de la personalidad "que incluye dentro de sus rasgos fanfarronería, charlatanería, mentiras habituales, fabulaciones y simulaciones que persiguen un fin de beneficio personal, utilitario".

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