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Maquetas navales: uruguayos que construyen pequeños barcos

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Gustavo Zunín
MARCELO BONJOUR

DE PORTADA

El modelismo naval es un hobbie para unos pocos. Armar un modelo a escala demanda varios meses de estudio de planos y trabajo manual.

El modelismo naval, un hobby que practican miles de personas en el mundo, tiene muchos adeptos en Uruguay, quienes transforman sus escritorios o mesas de cocina y comedor en pequeños astilleros navales. Pero como ocurre con otros artículos coleccionables (y libros, y un largo etcétera), en Uruguay es muy difícil conseguir las maquetas, por lo que, por lo general, las traen desde el exterior. Estos kits tienen diferentes niveles de dificultad y en algunos casos un costo considerable, por lo que no son para todos. Pero hay otro grupo aún más reducido: el de los que construyen los modelos desde cero, fabricando pieza por pieza, en base a los planos originales que dieron vida a los barcos más famosos de la historia.

En esta escuela, la tradicionalista, destacó en los últimos años el maquetista Osvaldo Benenati, quien construyó muchas de las piezas que se encuentran en el Museo Naval de Montevideo.

Pequeños objetos de deseo

Uno de los alumnos de Benenati fue Gustavo Zunín Rodríguez (45), quien descubrió el modelismo naval a los 19 años, cuando cursaba primer año de Ciencias Económicas. En ese entonces visitó la casa de una compañera de estudios. Allí vio un barco construido por su marido, que lo dejó impactado. “Para mis adentros pensé: ¡Yo puedo hacerlo”, recuerda al ser entrevistado por Revista Domingo. Cuando llegó a su casa se puso a trabajar. “Busqué dibujos, fotos, lo que pude. Me quedó bastante bien para ser el primero. Venía gente lo miraba y me comentaba cosas, hasta que un día mi tío me dijo que en el Museo Naval del Puertito del Buceo enseñaban a hacer maquetas los días sábados. Fui a un curso de tres meses con Benenati, que es quien construyó casi todas las réplicas del museo, así como las del Fuerte Santa Teresa que están en Rocha”, recuerda.

“A partir de ahí quedé en una amistad con él y haciendo modelos. Lo que nos enseñó fue a partir de planos. Pero lo más cómico es que a mí no me interesaba la historia. Y a partir de ahí, me transformé en un apasionado”, dice Zunín. Y agrega: “Empecé a hacer barcos equis, sin nombre, pero me dijeron que para que tuvieran valor tenían que ser la réplica de alguno en particular. Y ahí fue que empecé a buscar planos de barcos de renombre”.

Uno de ellos fue el famoso buque de guerra inglés HMS Agamemnon, naufragado en 1809 en la bahía de Maldonado. “Aprendí de arriba abajo su historia, supe por qué se hundió en Punta del Este: porque estaba custodiando que Napoleón no viniera a tomar parte de estas tierras. Aprendí mucho también de los corsarios de Artigas, un mundo aparte del prócer que la gente en general no conoce. Probablemente los que más me gustan son los de la era napoleónica; cuando empiezan a funcionar a carbón y hélice me dejan de gustar. Lo mío son los barcos de madera y vela”, dice sin dudarlo.

“Yo no compro kits, hago todas las piezas desde cero”, aclara Zunín. “Consigo el plano del barco que quiero hacer y después de estudiarlo, lo cual me lleva mucho tiempo, lo hago. No tengo un taller, tengo una valijita que llevo a distintos lados de la casa y ahí me pongo a trabajar. Después mi esposa me reclama porque dejo sucio y desordenado”, dice y se ríe.

Construir el Agamemnon le llevó 780 horas de trabajo manual, más otro tanto de análisis de planos. “De este barco tenía un juego de 10 planos con lujo de detalles, que hoy se consiguen en Internet, pero en aquella época, hace unos 15 años, eran difíciles de encontrar. En este caso me los prestó Roberto Symonds (expresidente de la Asociación Rural), quien es un gran maquetista naval y los había traído de Inglaterra”, anota.

Para Zunín el modelismo naval es un hobbie, pero ha vendido algunos modelos que le han encargado. También ha rechazado pedidos que no le gustaban. “Con la pandemia hice muchos por encargo, como el HMS Bounty (famoso por un motín que tuvo a bordo 1789 en medio del Pacífico) o la Santa María (nave capitana de Cristóbal Colón en su primer viaje a América). Ahora me encargaron la fragata HMS Surprise, que es la que sale en la película Capitán de Mar y Guerra. No creo que la termine en menos de un año”, aclara.

Zunín es obsesivo con los detalles: en sus barcos, las cuerdas giran los palos, se pueden recoger las velas y los timones tienen movimiento. “Cada día trato de mejorar, los encargos los hago como si fueran para mí, no en serie, por eso me llevan tanto tiempo. Rechazo los trabajos que no me gustan. Hace poco me encargaron el Capitán Miranda, pero es de chapa y hélice, no es mi estilo, aunque algún día lo podría llegar a hacer”, agrega.

Zunín tiene planes de visitar el año próximo el astillero histórico de Portsmouth, en Inglaterra, donde se encuentra el HMS Victory, en cuya cubierta murió el héroe inglés Horacio Nelson al obtener su más importante victoria en Trafalgar, en 1805. “Mi idea es conocerlo primero y construirlo después”, sostiene.

Daniel Acosta y Lara
Daniel Acosta y Lara. Foto: Estefanía Leal.

Del metal al plástico

El cartero toca el timbre en la casa de Daniel Acosta y Lara (67) y este sale a atenderlo. Su rostro se ilumina como el de un niño al recibir una caja: se trata de una maqueta que encargó hace semanas en Estados Unidos, una nueva pieza que, una vez armada, integrará su colección de acorazados.

“Armar maquetas comenzó como una apuesta terapéutica. Soy zurdo y de niño no utilizaba la mano derecha para nada. Mi padre preocupado por esto me compró un mecano. Empecé apretando tuercas y armando estructuras, para lo cual era necesario utilizar las dos manos. De todas formas, y también debido a su interés, el siguiente paso fue armar una maqueta, lo que exige mucha más precisión en los movimientos. A los 10 años había armado prácticamente todas las maquetas navales de la firma Airfix que se vendían en plaza”, dice Acosta y Lara a Revista Domingo.

El primer barco que construyó, era obvio (ver recuadro en página anterior), fue el Admiral Graf Spee, escala 1/600 (también de la marca Airfix), que su padre le compró cuando tenía 9 años en Aeromodelos El Cóndor, un local que se encontraba en la calle Constituyente.

“Una vez que desapareció El Cóndor se volvió difícil conseguir maquetas en plaza. Sobre todo porque me dedicaba a la escala 1/600. Durante los últimos 15 años, a instancias de un colega alemán que se dedicaba a motorizar maquetas de lanchas, y que me regaló algunas, armé lanchas de guerra escala 1/72. Los últimos cinco años empecé a comprar maquetas en el exterior, montando acorazados de la firma Trumpeter escala 1/350”, comenta.

Dependiendo del origen de la maqueta, armar un barco le lleva unos 40 días. “El promedio de piezas de plástico de los que he armado es de unas 400, a lo que se agregan las partes de fotograbado que pueden llegar a 200 o más, dependiendo del nivel de detalle”, anota.

La escala 1/350 —explica Acosta y Lara— permite una precisión muy importante. Además, los modelos se pueden customizar: hay firmas que ofrecen piezas para mejorar los detalles: cubiertas de madera, fotograbados accesorios, etcétera. “Cuanto mayor es la precisión, mayor es, generalmente, el tiempo dedicado a la investigación. Los planos que acompañan al modelo no son suficientes para armar adecuadamente un acorazado escala 1/350. Por lo tanto hay que buscar fotografías, planos, estudiar los sistemas de camuflaje para elegir adecuadamente las pinturas. En mi caso el tiempo para construir una maqueta, con una dedicación horaria importante, pueden ser unos 4 meses”, explica.

La “joya” de la colección de Acosta y Lara será un nuevo modelo del Graf Spee que está terminando de armar. Actualmente lo es una lancha torpedera alemana serie S100 (escala 1/72) de Revell, una firma que dentro de su variado catálogo ofrece un modelo del R.M.S. Titanic.

Eduardo Cicala
Eduardo Cicala en su taller. Foto: Marcelo Bonjour.

De la madera al plástico

Son pocos los casos de modelistas navales que se han cambiado de la madera al plástico o que conjugan su pasión con ambos elementos. Uno de ellos es el de Eduardo Cicala (75), quien empezó construyendo barcos de vela -o secciones de ellos- y se pasó a los acorazados. “Cambié la madera por el plástico porque me resultaba un poco más cómodo. Y era una nueva tecnología que no dominaba bien. Empecé con maquetas que las compraba en un kit. Pero cuando uno habla de un kit de madera, lo único que está fijo completamente y enmarcado son las cuadernas (costillas) del barco, el resto hay que hacerlo a mano. Hay que curvar las maderas, hacer un trabajo de carpintería en serio”, explica Cicala a Revista Domingo.

Como ocurre en muchos casos, llegó al modelismo naval de adulto: su primer barco lo construyó hace 16 años.

“Los temas marinos me gustan desde el liceo. Y en 2005 o 2006 empecé a coleccionar monedas. La numismática me revivió la historia y esta me hizo volver al mundo náutico. Primero me interesé sobre todo en la navegación española. Tuve oportunidad de viajar varias veces a Cuba, donde se construyeron los barcos más grandes de la Armada española del siglo XVIII, como el Santísima Trinidad”, explica.

Con respecto a los modelos de plástico, que compra por eBay en EE.UU., dice que “son más fáciles si se los toma solo como un pasatiempo”, pero que si se los quiere construir “en serio”, son “tan complicados como los de madera”.

“Ya armé un Graf Spee (pero voy a hacer otro porque este tiene una cantidad de errores) y un destructor de la Segunda Guerra Mundial de la línea ‘Z’. Es muy interesante porque en este modelo se aplicaron por primera vez los radares. Y ahora me acabo de comprar otro, el Z-32, junto con un submarino. También estoy armando el Tirpitz, que era el gemelo del Bismarck”, anota.

Esta auténtica flota ocupa un lugar importante en la casa de Eduardo Cicala. Pero los prototipos de barcos, que embelesan por igual a adultos y pequeños, no son juguetes (aunque algunos se diseñen para ponerlos en el agua y hacerlos navegar). Por esta razón, suelen estar en vitrinas, para protegerlos de los niños y el polvo.

Pero el modelismo naval no se trata solo de ostentar. Así lo explica Acosta y Lara: “En este hobby la utilización de las manos y la cada vez mayor exigencia en la precisión de las mismas cumple un rol fundamental en la educación de los niños y de los jóvenes. Es bueno que los padres enseñen a sus hijos a desarrollar una actividad manual de este tipo, nunca volverán a verlos aburridos”.

El Graf Spee, un clásico para los uruguayos

Muchos de los uruguayos que arman maquetas navales son fanáticos del Graf Spee, como el caso de Daniel Acosta y Lara, quien ya tiene una y se encuentra haciendo otra con más detalles. Pero además, Acosta y Lara es una de las personas que más sabe de este acorazado, siendo coautor -junto a Federico Leicht- de uno de los mejores libros que relatan su historia: Graf Spee: 1939-2009: de Wilhelmshaven al Río de la Plata. La primera maqueta que armó era a escala 1/600. Su padre se la compró cuando él tenía nueve años en Aeromodelos El Cóndor, un local que se encontraba en la calle Constituyente. Desde entonces, Acosta y Lara se ha transformado en un experto en buques de la Segunda Guerra Mundial. En 2003 integró como asesor técnico el grupo de rescate de los restos del acorazado. Y desde 2005 forma parte de la Asociación de Camaradería del Admiral Graf Spee, Cap. de Navío Hans Langsdorff. También estuvo detrás de la visita que la hija del capitán realizó a Uruguay hace algunos años.

Graf Spee maqueta
Maqueta del Graf Spee de Daniel Acosta y Lara. Foto: Estefanía Leal.

La dificultad de conseguir maquetas en Uruguay

En Uruguay son escasas las tiendas que venden maquetas navales y en sitios como Mercado Libre pueden conseguirse muy pocas (por ejemplo de la marca Revell, a partir de $ 1.590). En general, los coleccionistas las compran en el exterior, por cifras que pueden llegar a varios cientos de dólares. Los amantes de este hobby recuerdan un comercio que fue pionero en la materia, Aeromodelos El Cóndor, que como bien lo dice su nombre, se especializaba en maquetas de aviones.

“Por la década de 1960 Aeromodelos El Cóndor era una de las únicas tiendas donde podían adquirirse modelos a escala -recuerda Daniel Acosta y Lara-, mayormente de la marca Airfix, así como materiales para armar planeadores y modelos de vuelo con motor a explosión. Acompañado por mi padre, generalmente los sábados, solíamos visitar el local”.

“Era un lugar pequeño y abarrotado de cajas, herramientas, de cuyo cielorraso colgaban planeadores y aviones con motor a explosión. Lo atendía su dueño, un hombre bajo y no muy simpático, y una mujer relativamente joven con una túnica bordeaux”, recuerda el escritor.

El modelismo naval es casi tan antiguo como la construcción de embarcaciones. En la tumba de Tutankamón (1325 a. C.), por ejemplo, se hallaron barcos en miniatura que se colocaron entre los preciados tesoros del faraón-niño para que lo acompañaran en su viaje al más allá. Pero, además, en tiempos pretéritos se hacían pequeños barcos como modelos para una posterior construcción a gran escala, lo mismo que siempre se ha hecho con las esculturas o los cuadros. Luego, los planos cambiaron la metodología de construcción naval, haciéndola más precisa. Y hoy son estos mismos diseños los que permiten recrear naves emblemáticas a escala, que luego se lucirán sobre un aparador o dentro de una vitrina.

Maquetas barcos
Modelos construidos por Eduardo Cicala. Foto: Marcelo Bonjour.

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