Debería empezar aclarando algo: no creo en las artes adivinatorias. Esta nota parte del escepticismo. De acuerdo a una encuesta de Factum realizada en 2001, estoy con la mayoría: el 52% de los uruguayos no comulga con ninguna técnica para anticipar el futuro. Aunque pasaron 10 años de ese sondeo, los sociólogos aseguran que este tipo de comportamiento es más bien invariable en el corto plazo, por lo que la cifra permanecería vigente. Pero también aclaran que hay una mayor inclinación hacia estas prácticas en tiempos de crisis. Ante la incertidumbre, se despierta en el hombre la necesidad de creer en cualquier cosa que brinde una certeza. O que al menos la preste por un rato.
La creencia más popular en nuestro país es la astrología, con el horóscopo como principal herramienta predictiva. Segunda en cantidad de seguidores aparece la cartomancia o tarot. Y en el pelotón final se acumulan un sinfín de métodos: buzios, runas, videncia, péndulo, lectura de manos, borra del café. Aunque devienen de orígenes e ideologías bien distintos -algunas en "los arrabales de la religión", al decir del antropólogo Renzo Pi Hugarte- hay quienes poco distinguen y tanto les da consultar con uno u otro mientras puedan marcharse con un pronóstico.
En este experimento, los adivinadores -una mae, un tarotista y una especialista en borra del café- no estuvieron al tanto de que el objetivo era una nota periodística. Para ellos se trató de una consultante más, que escuchó, pagó y se fue. Por eso no aparecerán aquí sus nombres. La idea era observar de primera mano para intentar entender por qué tanta gente acude a ellos con frecuencia y es capaz de dejar dinero que no le sobra para que le hablen de un supuesto destino. Algunas respuestas asomaron. La suerte está echada.
DIOSES QUE HABLAN. La verdad, esperaba una mayor puesta en escena. Pero no; ni turbante, ni pollera larga, ni decoración mística. El physique du rol -una redonda robustez- sí está, pero la mae abre la puerta ataviada como la más común de las amas de casa: jeans, saquito, sonrisa hospitalaria. Se excusa porque le están arreglando el piso del living y tiene que atender en el palier. Mientras me siento y ella se aleja en busca de sus utensilios, miro la casa de reojo. Apenas algunas figuras de Iemanjá, estampitas y pocos adornos sobre estanterías dan la pauta de que los habitantes de ese hogar de Malvín Norte son simpatizantes de la umbanda.
Reaparece con una bandeja de rafia forrada con tela en el interior y una moneda en el medio. Alrededor hay doce caracoles del tamaño de un puño cerrado formando un círculo y a su vez rodeados, cada uno, de pulseritas de colores, como esas que usan las niñas, de cuentas pequeñas enhebradas en elásticos muy finos. Le pregunto cómo funciona; si tengo que hacer preguntas o si me leerá lo que salga. Se extraña: "¿Nunca te tiraste los buzios?" Y sin esperar respuesta completa: "Vos me vas preguntando lo que querés saber". Pero la primera nace de ella: toma un conjunto de caracolitos pequeños -los buzios o "caracoles filipinos", que se caracterizan por ser blancos y no tener la típica colita en espiral de los más comunes-, pronuncia unos sonidos guturales ininteligibles y los deja caer en la bandeja, entre sus pares más grandes. "Pregunté si venías con fe y me salió que no; viniste desconfiada". Me sonrío: touché. Tampoco me sorprende, le revelé que soy novata y todo mi lenguaje corporal despide recelo. Decido relajarme y meterme en el juego.
Los caracolitos vuelven a sacudirse entre sus manos y caen en la bandeja. "Estás sola, rodeada de gente, pero te sentís sola. No tenés ninguna amiga cercana, alguien en quien sientas que podés confiar". Empezaba errándole feo. Me miró buscando algún signo de aprobación. Me daba pena desilusionarla y apenas le espeté un "Mmm" mientras negaba lentamente con la cabeza.
Ante el incipiente fracaso, se resigna: "¿Por dónde querés empezar?" Salud, dinero y amor, en orden aleatorio, ese era el plan. Los temas que más deben tocar los consultantes, las primeras preocupaciones del hombre. Empezamos por el final. Tira los buzios. "Tenés mal de amores". Intento apenas gesticular, no desmentirla ni darle la razón. "¿Hay alguien?", me pregunta. Sí, le contesto, pero no agrego más información. "Decime su nombre", me pide. Le digo. Sí, acá me sale que está contigo, que es para vos. Hago una mueca, un gesto sin palabras cercano al "mirá vos". "Pero hay obstáculos", sigue. No puedo evitar una sonrisa espontánea; la frase me suena muy de telenovela, pero algo me dice que casi siempre funciona. "Entonces -le pregunto-, ¿es para mí o no?" Los caracoles vuelven a volar por el aire. "Oxum dice que sí, ¿ves?", señala la posición en que quedaron. A lo largo de la tirada me voy enterando que cada uno de los caparazones grandes representa a una divinidad umbanda, un "orixá" (Ogún, Oxum, Iemanjá, Xangó, etc.), que los buzios que "hablan" son los que caen sobre su base y que el mensaje dependerá de la cantidad y la posición en la bandeja, más cerca de uno u otro santo. "Pero está complicado…", le digo/interrogo. "Vamos a preguntarlo de vuelta", insiste ella. Esta vez los buzios caen juntitos, bien en el centro y todos con la ranura hacia arriba. La mae se ríe: "¡Sí que es para vos, esto nunca pasa! Lo dicen todos. Es tu futuro".
Más adelante -luego de enterarme que voy a tener dos hijos, que tengo "nervios al estómago", que mi madre "se tiene que cuidar del frío" por "problemas de presión", que tengo compañeros "cargados de negatividad", que "por ahora" no voy a cambiar de trabajo (me preguntó a qué me dedicaba) porque "estoy cómoda" pero que no voy a hacer dinero con esto, que me voy a "expandir" y cambiar por algo que me guste más, que voy a planificar un viaje a fin de año para hacerlo el próximo, que no me voy a mudar y que "un hombre cercano está interesado" en mí-, la mae me augura seis años de bonanza. Dice que todos tenemos un período de seis años consecutivos que son los mejores de nuestras vidas, algunos a los 20, otros a los 50, y que mi época de vacas gordas arranca en 2013. Me pregunto si a alguien le dirá que sus seis años ya pasaron. Antes de irme, indago sobre la permeabilidad de sus pronósticos: "¿Puede ser que en vez de A sea B y que en lugar de H pase Z?", acomodo algunos episodios a mi gusto. Piensa y contesta: "Sí, me puedo equivocar, puede haber un click y que las cosas se den como vos decís". Voy a sincerarme: le pagué los $ 500 con cierta satisfacción.
LA MÁS POPULAR. Segunda parada: Tarot, el cliché de las artes adivinatorias. Me dejo caer sobre el sofá del diminuto living en una casa de La Unión. En las paredes hay pocos estantes y muchas manchas de humedad. Sobre la mesa ratona con superficie de vidrio reposa el mazo de cartas, con el límite del plastificado ajado por el desgaste. "¿Ya habías venido?", me pregunta el tarotista, al tiempo que vuelve de las profundidades de su hogar con un grabador digital. Le digo que no y me pone al tanto: "La consulta dura una hora, primero hago una tirada general y después me hacés preguntas. Yo lo grabo y al final te lo doy en un CD". Me pide que baraje y corte en tres montones. No me especifica qué mano usar ni hacia qué lado cortar, instrucciones que esperaba supongo que influenciada por algún programa de televisión. Él las recoge y coloca sobre la mesa formando 11 columnas de dos, tres o más naipes.
El inicio me resulta inesperado. Al contrario de la fluidez más natural con la que había transcurrido la tirada de buzios, esto se parecía a una clase de tarot, con una introducción recitada muy velozmente y como de memoria. "Cada casillero corresponde a un área de tu vida y esto se proyecta de acá a un año, máximo dos. Casillero personal: la muerte y el papa (las cartas que salieron en la primera columna); esto significa que habrá grandes cambios en tu vida personal, apuntan a un crecimiento y una estabilidad. Es la muerte de tu actitud para una mayor confianza en vos misma, más firmeza. Casillero económico: la torre y el juicio; tenés que agarrar confianza para salir del encierro que te está influenciando en lo económico. El juicio es un renacer. Puede ser que ganes más, que te hagan un gran regalo, que tengas un nuevo ingreso. Casillero del pasado: la justicia y el ermitaño; que trates de resolver todo lo que tenga que ver con documentos, papeles, juicios, contratos, compromisos del pasado. Casillero del hogar: la templanza y la estrella; posibilidad de una mudanza. Casillero de la pareja: la luna, la rueda de la fortuna y el carro; venimos mal. La luna habla de mala onda e influencia de terceras personas. La rueda dice que te tenés que mover para salir de ese entorno o de ese pozo. El carro dice que pelees, que pongas voluntad o luches por lo que querés. Y la monja dice que te sentís sola o aislada". Por primera vez desde que comenzó la lectura se acuerda de respirar y me mira como esperando alguna devolución. "¿Querés que te aclare algo?", pregunta. "Mmmmno". Él continúa: "Se trata de cómo te sentís, no tiene que ver con que estés o no en pareja", y dedica varios minutos a dar ejemplos. Luego retoma, otra vez a gran velocidad, los demás "casilleros", que me deparan "un año importante para tomar decisiones", "cambios", época para "cortar con lo malo" y "salir del estancamiento", así como aseguran que tengo "mucha fortaleza" y "mucha magia para todo lo que sea espiritual", y que la gente me ve como "el sol", con "mucha luz y crecimiento".
Ahí terminaba mi tirada general, relatada a la velocidad de la luz y sin dejarme parpadear. Nada sonaba alocado, pero a la vez nada era específico. ¿Acaso no le podrían caber a usted, lector, cualquiera de estas prédicas y características? Pensé en la cantidad de veces que había escuchado la palabra "cambios" y en lo aburrido y desalentador que resultaría que a alguien le vaticinen que en su vida no va a acontecer absolutamente nada nuevo. Sobre todo teniendo en cuenta que el que acude a un adivinador suele tener, de base, una preocupación y probablemente ansía un giro, una buena noticia.
El tarotista me sacó de mis devaneos mentales. Hora de las preguntas. "La idea es que no des nombres ni cuentes la historia. Que hagas una pregunta específica. No me digas cosas como: `Hay un chico que yo veo todos los martes y que conozco hace tanto tiempo`... hay gente que te cuenta toda la novela y no te deja leer la carta", advierte.
Hablando de amor fue que las cartas se dieron de bruces con los buzios. "Salió espantoso. Buscá a otro porque con esta tirada… Yo te leo, la casa no se responsabiliza. A mi me sale que no va a funcionar. Ojalá me equivoque, que puede pasar", se ataja. Y continúa con un "de hecho" que deriva en el cuento de la vez en la que auguró un divorcio que finalmente se dio. Al parecer se olvidó que su idea inicial era "alentarme". Entonces lo recuerda: "Pero… bueno, también le he errado. Me dicen que de cinco cosas que leo salen cuatro, o de tres salen dos". Porcentajes de éxito, claro está.
Los siguientes pronósticos son menos contundentes: habrá un "gran cambio" en lo afectivo, con alguien que "desmorona estructuras viejas" que tenía en un plazo de "cinco a nueves meses"; hijos, más adelante; una propuesta de trabajo "puntual" para mayo de 2012; "idas y venidas" en lo económico; "varios viajes" en los próximos meses; un "problema de salud" que se resuelve rápido. También habla de un entorno laboral "difícil" (me pregunta a qué me dedico), con "engaños en el buen sentido" (¿??) pero nadie es "mala gente". ¿Una mudanza?, pregunto. "Las cartas dicen que está muy libre a vos, pero que sería sano".
Miro el reloj de pared. Quedan más de 15 minutos de consulta y ya no sé qué preguntar. Lo mismo me había pasado con los buzios. De repente empiezo a caer de vuelta en lo irracional de la situación. Todo lo que me estaban anticipando podía pasar como no, pero también estaba claro que esa información, fuera o no real, no me cambiaba más que el humor durante, como mucho, media hora. Pagué $ 500 y di por finalizada la consulta. Aún no sabía que la última parada depararía cierta sorpresa (ver nota arriba).
Todos tenemos un período de seis años que son los mejores de nuestra vida, según la mae.
"Cambios" es lo que más vaticinaron los adivinadores, con más o menos detalles.
Un café con varias sorpresas y algunas revelaciones
Toco timbre puntual en la puerta del edificio en Pocitos. Así me lo habían indicado al agendar hora; no había sido fácil encontrar lugar antes de una semana, la consulta estaba repleta.
Subimos por el ascensor en silencio. Tomo asiento en el moderno sillón de una sala iluminada, con decoración rústica y olor a incienso, mientras espero que se prepare mi café. Ella vuelve con las instrucciones: "Como conviene que no hablemos, cuando vos tomes yo me voy a ir. Hacelo como lo harías con cualquier café. Como tiene borra va a llegar un momento en que se vuelve espeso y no podés tomar más. Ahí lo das vuelta, girando la taza hacia afuera de vos, y lo apoyás en el plato. Va a ir cayendo y formando un dibujo. No me llames. Yo tengo calculado cuánto se tarda".
Esperaba un gusto desagradable, pero está rico, fuerte. Menos mal, pienso, ya que es el café más caro de mi vida; $ 800, en consulta de una hora.
Termino y a los dos minutos mi lectora de borra está de regreso. Toma el plato con la taza dada vuelta encima y con un lente de aumento examina el granulado que se escurrió fuera de los límites del recipiente. Me mira y dice que antes quiere hacer una aclaración: "Más que ver lo que te diga como un vaticinio, lo ideal es escucharlo como un mensaje, si bien sé que muchas cosas que aparecen luego suceden. Pero mi intención no es adivinar, sino ver cómo te cuento todo lo que veo y en este rato que estamos juntas guiarte en esa información". También dice que lo que me contará puede estar pasando ahora o en un futuro cercano, y que en ocasiones aparecen imágenes del pasado. En ese caso, el episodio o vínculo están aún presentes en la persona y se deben resolver, dice.
Y comienza como si fuera un cuento: "Tu café dice así". Entonces me relata con detalle la primera escena que ve dibujada y su significado: dos mujeres trabajando en conjunto; probablemente un proyecto laboral en común. Y me cuenta cómo me voy a sentir en ese momento, cómo llegué hasta ahí, la evolución, la diferencia con cómo me siento hoy.
Describe más escenas. Me doy cuenta que esta vez no puedo preguntar cualquier cosa, ella sólo lee lo que ve y contesta mis dudas sobre eso. Detalla aspectos de mi personalidad y acierta, pero todavía no me permito el asombro.
Entonces me habla sobre mis padres y hace las preguntas justas, como si tuviera información previa. Le contesto, me conmueve, pero al mismo tiempo intento encontrar una explicación racional. Entiendo que, de alguna manera, mi cabeza acomoda todo lo descrito a mi realidad, como quien busca la posición correcta para las fichas de un puzzle. Entiendo que quizás estoy dando más datos de los pensados. Y entiendo que, a veces, vale dejar de lado la razón.