La santidad según el ateísmo

| "Se necesita tener un altísimo grado de religiosidad para ser un ateo como yo", dice el Nobel de Literatura, José Saramago, quien publicó una nueva novela, "Caín".

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EL NUEVO DÍA /PUERTO RICO I A. D. CARRERO

El escritor portugués José Saramago, Premio Nobel de Literatura 1998, cumplirá, el 18 de noviembre, 87 años. Toda su obra posee un fuerte trasfondo religioso. Dos títulos emblemáticos lo confirman: el de su novela El Evangelio según Jesucristo (1991) y el de su pieza teatral La segunda vida de Francisco de Asís (1987). Hace unos días salió su nueva novela, en la que recrea nada menos que un fratricidio de origen bíblico: Caín. Esta obsesión por lo religioso no sería un dato tan significativo, si de quien se hace la afirmación no fuera además un ateo confeso. He ahí la complejidad inquietante de todo escritor de vocación. Saramago asegura que ser ateo no lo salva de tener una mentalidad cristiana; y que si alguien quiere en verdad ocuparse del ser humano es imposible que no aborde el tema de la religión y sus derivados.

Viajé hasta la desértica isla de Lanzarote para entrevistar al escritor en su propia casa, como homenaje callado a Francisco de Asís, quien hace 800 años se lanzó, en medio de las Cruzadas, a un diálogo amistoso con el sultán Malek Al-Kamil.

Aleccionadoramente, es Saramago quien habla de la bondad y de la santidad de Francisco, entregando un testimonio que bien podría ser considerado como su testamento espiritual. La mano privilegiada del Maestro Antonio Martorell ayuda a capturar, en dibujos sutiles, la silueta de una vida llevada a la esencia.

"El muchachito que anduvo descalzo por los campos de Azinhaga, el adolescente vestido de mono que desmontó y volvió a montar motores de automóviles, el hombre que durante años calculó pensiones de jubilación y consiguió subsidios de enfermedad y que más adelante ayudó a hacer libros y después se puso a escribir algunos".

-Ha transcurrido una década desde que escribió ese sucinto esquema biográfico. ¿Añadiría algo?

-Mi vida había sido rutina pura. En los 70 comienzo a escribir. Siento que está todo dicho ahí. Ahora bien, hay que añadir un hecho: soy ateo.

-¿En qué momento se dio cuenta de ello?

-Comenzó muy pronto. No he tenido nunca lo que se llama una crisis religiosa. De niño me llevaron dos veces a misa y no creía en lo que estaba pasando ahí. Me parece absurdo pensar en un Dios que desde la nada ha creado todo. El problema surge a partir del momento en que alguien dijo: "Dios existe". Luego tuvieron que dar razones para que quedara demostrado. San Anselmo ha elaborado unas cuantas, pero en verdad son totalmente ingenuas. No demuestran nada.

-La idea de Dios no proviene de un individuo solitario y ocurrente. Todas las culturas y religiones tienen un impresionante acervo teológico.

-El edificio del pensamiento teológico es algo apabullante; pero todo ese andamiaje me parece una especie de autofagia que se alimenta de sí misma. Construye sistemas, pero para desarrollarse -lo digo en verdad sin querer ser desagradable-en el vacío.

-¿Experimenta lo que algunos filósofos llaman hoy una espiritualidad sin fe?

-Se necesita tener un altísimo grado de religiosidad para ser un ateo como yo. En el sentido etimológico, la religión es lo que une. Sabemos que estamos ligados al universo. Ahora bien, inferir que detrás de esta relación hay una causa primera me parece una afirmación gratuita sin base científica. A lo mejor hay dos dioses: uno que se llama física y, el otro, química.

-Fiodor Dostoyevski, en Los hermanos Karamasov, siembra una frase que se ha vuelto emblemática: "Si Dios no existe, todo está permitido". ¿Qué le parece?

-Esa conclusión catastrofista de que si se destruye a Dios todo el mal invadirá la vida humana no es cierta para mí. No se puede decir que cuando he hecho mal a alguien es por el hecho de no creer en Dios. Si deseo hacer daño a alguien y decido no hacerlo, no es porque Dios me toma del brazo para que no lo haga. Es la conciencia interior propia, está en tu naturaleza que no puedes hacerlo. En este sentido digo que soy ateo, pero no mala persona.

-Pero nada quita que la fe pueda ayudar a la comprensión de la ética, como de hecho ocurre.

-Yo no necesito a Dios para tener una ética. Hay personas que no pueden vivir sin este bastón para apoyarse, pues lo respeto. No soy un ateo militante, en el sentido de ir a la guerra contra los que creen, pero que me dejen en paz si no creo. La ciencia misma tampoco puede decir que Dios no exista, como tampoco, estoy claro, puede decir que exista. Su campo es explicar el cómo del mundo, no el por qué del mundo. Pues si resulta que Dios existe, de todos modos yo le preguntaría: "¿Por qué nos has abandonado? ¿Qué es eso de crear un ser a tu imagen y semejanza para después decir que poseemos libre albedrío y así justificarte y poder decir que no tienes la culpa de los males del mundo?" Pero la verdad es que cuando Ratzinger en Auschwitz dice: "¿Dónde estaba Dios?", hacía una pregunta retórica. La conclusión es que no estaba, porque si estaba: ¿por qué lo permitió?

-El premio Nobel de la Paz y escritor, Elie Wiesel, que vivió personalmente la tragedia nazi, llega a una conclusión distinta a la suya. Dice que Dios estaba justo allí gritando desde su propia impotencia en el dolor humano. ¿No son todas las metáforas válidas, desde la autenticidad irreductible de cada experiencia?

-Me parece absurdo decir con Elie Wiesel que Dios estaba allí. Bueno, digamos que nosotros, empezando por el Papa, realmente sólo podemos preguntar: si existe, ¿dónde estaba? Hasta ahí.

-¿Entonces tampoco podemos afirmar categóricamente que no estaba?

-Tampoco.

-En "Las Pequeñas memorias" sus descripciones autobiográficas poseen un profundo halo de religiosidad, de contemplación de la naturaleza desde un sobrecogimiento cuasi trascendente.

-No lo niego. Digamos que es ciertamente religioso, pero por la vía de la naturaleza. Ahora bien, no estoy diciendo que Dios está en una flor o en una semilla o en el conjunto de imágenes y de sensaciones que forman un paisaje. En todo caso, sentimos algo, emociones, una experiencia estética, pero no puedo tener la ingenuidad de decir que todo esto es Dios, o que nos viene de Dios, o que es la forma que Dios tiene de relacionarse con nosotros.

-Percibo una cierta incomodidad de fondo, como si no se tratara de un ateísmo pacífico, sino reactivo, en conflicto.

-Confieso que el uso que damos al concepto de lo sagrado me parece francamente abusivo. Que se presuma de saber lo que es lo sagrado me parece absurdo. Si existe, nadie puede decir lo que es, porque si puede decirse dejaría de ser sagrado.

-¿Hubo algo cercano al creer en su vida?

-Pues la verdad sí. Una vez, allá para el año 1979, en la iglesia románica de Coimbra, una ciudad universitaria al centro de Portugal. Me situé al lado de una de las columnas de la iglesia. Sentí algo. No es lo que Paul Claudel comentó que le ocurrió en Notre-Dame. Es distinto. Confieso que sentí una emoción intensa. Pero luego, al hacer reflexión, determiné que era una emoción estética. No puedo decir que Dios me tocó el corazón. Lo tuve muy claro muy pronto: Dios no existe.

-¿Por qué la religión resulta el tema fundamental prácticamente de toda su obra?

-Presumo de estar muy atento de lo que acontece a mi alrededor. Una de las cosas que está ahí es la religión. Por el hecho de ser ateo no puedo decir que la religión no me interesa. Si no fuera por este interés no hubiese escrito El Evangelio según Jesucristo. Yo no voy a la guerra contra la religión, sino contra la institución.

-¿Le interesa trabajar, desde escenarios imaginarios, el posible otro lado de las cosas?

-Yo escribí en algún lugar lo que el lobo le dijo a San Francisco: "Puedes llamarme hermano, pero no me pidas que llame hermana a la oveja". Es la otra perspectiva, la del lobo. Tengo una tendencia, casi una manía de relativizarlo todo.

-La teología de la liberación sostuvo en los años 70 un diálogo crítico con el ateísmo. ¿Estuvo de algún modo vinculado a este movimiento animado por la sospecha crítica de la Modernidad?

-No. Yo creo que la liberación no necesita de la teología. De hecho, este movimiento no me parece muy novedoso. En realidad es similar al movimiento verdaderamente original que inició San Francisco de Asís. Me parece que hay una especie de vuelta al franciscanismo primitivo en todo esto y nada más. Lo fundamental es un movimiento de liberación, no la teología. La importancia que sí ha tenido es que ha ayudado a dar mayor visibilidad a la lucha contra la pobreza. Pero no ha resuelto el problema y, de hecho, no podría. Es la repetición de lo que acabo de decir sobre San Francisco y el hermano lobo. El hermano lobo es la multinacional insensible, sorda, justificadora de su comportamiento criminal.

-¿Algún recuerdo que tenga la fuerza de hacerlo adoptar inconscientemente este camino desmitificador en su trabajo creador?

-Yo iba con frecuencia a la ópera en Lisboa, no porque tuviera dinero para comprar el billete, sino porque mi padre era policía y conocía a los que trabajaban en el teatro y me dejaban entrar. Iba al gallinero, por encima del palco real. En lo alto, como tiene que ser, había una corona dorada. Si miras desde el palco la ves en todo su esplendor. Pero curiosamente --y esto sólo puede verlo quien está en el gallinero- la corona en realidad no era completa, sino solo tres cuartos de corona. Desde el gallinero uno veía la otra cara de la corona: la parte vacía, llena de polvo, de telaraña y de alguna colilla republicana. Tal vez de ahí me viene este afán de tratar de ver lo que está oculto. Todas las cosas tienen otro lado. Mientras no lo veamos no tendremos un conocimiento suficiente de la realidad.

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