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La osadía de dejar un empleo seguro para dedicarse al arte

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El artista Leandro Gómez Guerrero contra el mito de que en Uruguay no se puede.

Artes Plásticas

Leandro Gómez Guerrero se dedicó a la publicidad toda su vida adulta. En esa industria, ganó premios como el Clio y el León de Cannes. Sin embargo, hace un año decidió dedicarse a la pintura.

Esta podría ser la historia del uruguayo que tuvo un encuentro con Miguel Ángel. O con un dibujo suyo. Un encuentro íntimo, silencioso y prolongado. “Tiene 40 minutos para observar la obra”, le dijeron, en inglés, en una oficina perdida dentro del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, a la que se accedía después de golpear una de las paredes del recinto. “Lo único que indicaba que allí podría haber una puerta era un pequeño orificio que yo imaginé que era para una llave especial”, recuerda.

Para esta entrevista Leandro Gómez Guerrero nos recibe en su casa y nos muestra, dentro de su colección personal, una réplica de uno de los bocetos que Miguel Ángel -el italiano renacentista- hizo para pintar los frescos de la Capilla Sixtina. Leandro coloca ese souvenir enmarcado en madera blanca sobre sus piernas y explica la magia del lápiz de un maestro: “A mí me gusta más ver los dibujos que el cuadro terminado. Los bocetos son increíbles, tienen una fuerza en el trazo, una naturalidad, una gestualidad”.

La religión atraviesa toda la obra del plástico uruguayo.
La religión atraviesa toda la obra del plástico uruguayo.

Ese souvenir, ahora colgado en su casa, lo remite al original que vio, cara a cara y apartado del bullicio del punto turístico, en aquellos 40 minutos. En esa hoja amarillenta de 500 años y protegida por dos láminas gruesas de vidrio y un marco sencillo Leandro miró todo lo que pudo: el pulgar que Miguel Angel probó tres veces, las manos, el rostro, las líneas que delimitan los músculos del torso, la presión del lápiz, el pulso, los borrones.

Entonces sí, esta podría ser la historia del uruguayo que tuvo una encuentro con Miguel Ángel. Sin embargo, la anécdota de esa entrevista viene a contar otro relato verídico: la del publicista de éxito que dejó de ser el CEO de una agencia para dedicarse al arte, al dibujo. Ese boceto fue uno de los momentos en los que el bichito de “largarlo todo” picó a Leandro. Sin embargo de ese año, 2014, pasarían unos cinco más antes de tomar coraje.

En 2019 se cumplió un año de ese cambio rotundo en su vida y sentado en su casa en Pinar, rodeado de los cuadros que produjo en ese tiempo, afirma: “El primer año ha sido maravilloso, como tocar el cielo con los dedos desde el día uno, cuando me convencí que tenía que hacerlo”. Esta es la historia:

EL PADRE CACHO. Leandro (49) viene de una familia de feligreses, padre y madre asiduos a la iglesia que lo acercó a la figura que para él sería fundamental: el Padre Cacho. “A mí siempre me encantó dibujar, pintar, toda la expresión artística y plástica, desde chico. Siempre le metí bastante desde mi camino autodidacta (publiqué en El País, Búsqueda, entonces era más desde el comic, la historieta), pero el que me marcó fue Cachito, cuando a los 17 años, en una de sus visitas a tomar mate a mi casa, me contó sobre el Cristo del Carrito”. Y así le encargó que hiciera un cuadro de esa versión de Dios caminando entre los pobres, lo mismo que él, el padre Cacho, pintaría en su retiro en el hogar sacerdotal.

“El Padre Cacho encontraba a Cristo en la gente, en sus necesidades, en el día a día, pero también figurativamente cuando el hombre va empujando el carro. Me fui al cuarto a dibujar y sentía que me quedaba enorme el encargue, sentía que me pasaba el agua. Pasó el tiempo, yo empecé taller con Norman Bottrill y empecé a mejorar en los detalles de la figura humana, en profundizar. Cacho se enfermó y se internó en el Hogar Sacerdotal, pero pude terminarlo antes de su muerte”. Cuando la terminó Leandro tenía 21 años. No fue su primera obra, pero ese Cristo dibujado en un cartón sueco, tirando de un carro como aquel que cargaba la cruz, fue esa potencia que necesitaba para creer en el arte fervientemente. “Mi madre se lo llevó al hogar. Después de que el lo vio, yo le encontré muchos detalles para mejorar, pero no quise tocarlo más, porque salió de una fuerza impresionante”.

Leandro, que había estudiado Comunicación, no encontraba trabajo, pero después de ese dibujo se motivó con la idea de seguir por el lado del arte. El impulso de Cacho -quizá sin querer-, el incentivo de su maestro Norman, la confianza propia de que por ese lado tenía con qué defenderse. Y la religión -salvo por algunos retratos familiares- que ya en esa primera etapa de su trabajo se convirtió en tema central.

“Pintar, para mí, es como rezar -confiesa Leandro-. De alguna manera mi técnica simboliza mi camino en la pintura, que tiene como misión traer ‘luz’ sobre la palabra de Dios, ‘iluminar’ con su mensaje reflejado por medio de la pintura”. Y cuando pinta, dice -y le pasa hasta hoy en día- tiene que conectar con ese ser o persona a retratar, para que lo guíe.

El Padre Cacho fue una influencia decisiva en su obra pictórica.
El Padre Cacho fue una influencia decisiva en su obra pictórica.

La publicidad. Veintipocos años, Leandro estaba preparando su primera exposición (en homenaje al Padre Cacho, claro), cuando le surge la oportunidad de entrar a su primera agencia de publicidad.

“Era en Ginkgo Saatchi & Saatchi, y entró un mes antes de que se inaugurara la exposición. Mi primer trabajo y ya tuve que pedir días libres para terminar de pintar”, ríe.

Expuso, pero luego las exigencias del mundo publicitario y una carrera que empezó a construir con ímpetu lo llevaron a alejarse de la pintura. “Fue un desvío de mi camino, pero creía que tenía que darle una chance a la carrera que mis padres me habían dado con tanto esfuerzo. En ese mes de prueba me fue fantástico y la verdad es que gracias a la publicidad viví cosas increíbles: viajes, premios que Uruguay nunca había ganado”.

De niño se sentaba en el piso de la casa de su abuela para mirar, en un televisor en blanco y negro, la ceremonia de los Clio Awards. “Con mi hermano nos gustaba mirar esas publicidades que eran sofisticadas para lo que había acá”, recuerda. Desde entonces entendió ese mundo al que después le dedicó gran parte de su vida, y treinta (y tantos) años después de mirarlos por la tele, estaba él, con sus compañeros, subiendo los escalones en un teatro de Broadway para recibir un Clio para Uruguay. Y claro, el comercial bien uruguayo tenía que ver con un relator de fútbol, fue el tercero mejor del mundo en un medio de comunicación para esa premiación en el 97, y en el 98 vino el primer León de Cannes.

“A mí eso me sirvió para hoy en día enseñar a mis hijos a romper con el mito de que en Uruguay no se puede. Nosotros trabajábamos como si estuviésemos en Londres. No son los mismos presupuestos, ni los mismos proyectos, pero el espíritu, y las ganas, y la pasión sí”, afirma.

Y ese mismo espíritu, ganas, pasión fue lo que tuvo cuando finalmente se dejó convencer por “el bichito del arte”.

EL RETORNO. Aunque ya varias veces se le había pasado la idea de regresar al arte, no fue hasta 2017 que tomó la decisión. El gran disparador fue la subasta mundial por Salvator Mundi, de Leonardo Da Vinci, esa obra que se convirtió en la más cara de la historia al venderse por 450,3 millones. Por ese entonces también había decidido reacercarse a la obra del Padre Cacho.

“Lo primero que pensé fue que tenía que hacer un comentario artístico sobre el hecho, porque no podía ser. Un Cristo salvador del mundo, que es la gratitud, no puede ser la obra más lucrativa de la historia del arte. Era fuerte”, y se le ocurrió hacer una contrasubasta, con una versión de la obra original que se llamó Il Povero Salvator Mundi (El Pobre Salvador del Mundo), en pastel en lugar de óleo. El evento se hizo en el Museo Nacional de Artes Visuales y lo recaudado se donó para ayudar a la obra de Cacho.

De ahí, no pasó tanto tiempo para que acomodara las cosas en la agencia que trabajaba, hablara con su familia y dejara atrás los 25 años de agencia (todavía hace trabajos por su cuenta).

Vino, entonces, la colección de “Animángeles”, animales con alas en lápiz acuarelable sobre papel que buscan concientizar sobre el vínculo de los humanos con el resto del mundo, inspirado en el mensaje de San Francisco de Asís.

“Yo sentí que mi misión era transmitir un mensaje a través de la pintura”, dice.

Leandro Gómez Guerrero en acción sobre el lienzo.
Leandro Gómez Guerrero en acción sobre el lienzo.

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