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"Hago teatro porque la vida no me alcanza"

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Gerardo Begérez, uno de los directores del momento

GERARDO BEGÉREZ

Es uno de los artistas más destacados de la escena teatral nacional. A los 35 años, tiene cuatro obras en cartel, suma más de 40 títulos bajo su dirección y siempre va por más.

Gerardo Begérez, uno de los directores del momento

Todo en su vida empieza y termina en el mismo lugar. Todo gira en torno a una misma filosofía. Todo lo que hace tiene un solo objetivo. Todo (o casi todo) su tiempo está dedicado a una sola pasión: el teatro. Incluso, antes de empezar a hablar lo advierte: "Me cuesta que mis conversaciones no terminen siempre en lo mismo". Pero eso no es un problema para alguien que decidió dedicar su vida al arte. Gerardo Begérez (35) tiene, en este momento, cuatro espectáculos en cartel bajo su dirección: Nerium Park y Decadencia en El Galpón, 8 mujeres en el Circular y El viento en un violín en el Teatro del Notariado.

Aunque en primera instancia Gerardo es un actor, dice que hoy lo que más necesita es dirigir. En realidad, aclara, lo que necesita, sí o sí, es estar en un teatro. Es que para él la actuación siempre fue su primera y única opción de vida. Su experiencia demuestra que sí, que en Uruguay se puede vivir por y para el arte. Y fue persiguiendo esa idea que a los 16 años, después de haber visto seis veces a Estela Medina en la obra Las Maravillosas, después de haberla esperado seis veces afuera de la Sala Verdi, un día se animó a hablarle y pedirle que le firmara el programa. Con esa convicción, una vez se dijo a sí mismo que cuando fuera "grande" iba a dirigir a La Medina. Y ya lo hizo en dos ocasiones.

Darlo todo

Así como muchas personas están 10 horas trabajando en una oficina, Gerardo pasa ese tiempo (o más) en el teatro. Antes de estrenar tres de las cinco obras que llegó a tener en cartel durante este año, se repartía el día de forma tal que le permitiera ensayar un espectáculo en la mañana, uno en la tarde y uno en la noche. "Yo soy un obsesivo del teatro. Me lo tomo muy en serio, mi vida está asignada a él, entonces eso me exige que todo el tiempo esté reinventándome y que trabaje mucho", explica. Eso sí, al finalizar la jornada, cuando vuelve a la casa en Ciudad de la Costa que comparte con Sebastián, su pareja desde hace casi 14 años, su vida es tranquila y sencilla. "Dicen que es porque soy de Libra, pero siempre busqué el equilibrio y mi pareja me da mucha tranquilidad para poder hacer esto, digo, vivir en esta cosa vertiginosa que tiene el teatro, creando constantemente, construyendo nuevos personajes, nuevos textos, viviendo mundos que no son los míos".

Cree que la Ciudad de la Costa es su lugar en el mundo. Aunque nació en Montevideo, vivió allí los primeros 17 años de su vida. "Me crié juntando renacuajos en las cunetas", recuerda. Fue allí que Gerardo empezó a acercarse a lo que, quizás sin saberlo, dedicaría el resto de su vida.

A los 10 años empezó a salir en una murga juvenil de su barrio, a los 12 comenzó a estudiar teatro en la Casa de la Cultura, a los 17 preparó un monólogo y a los 18 entró a la escuela del teatro El Galpón. "Ahí conocí la magia". Pero, antes de decidir estudiar allí, cuando tenía 15 , conoció Socio Espectacular, una tarjeta de ese teatro que habilita a ver todos los espectáculos de sus salas y otras de Montevideo. "Me formé mucho durante mi adolescencia porque entre los 15 y los 18 me vi todo el teatro que había. Ahí descubrí por ejemplo a Estela Medina, a Delfi Galbiati, a Gloria Demassi. Vi a la Comedia Nacional en su época de gloria", recuerda.

Gerardo cree que es de la última generación de actores que aprendió de los grandes maestros del teatro nacional, "de una generación que marcó nuestro teatro y que ya no está"; entre ellos menciona a Berto Fontana, Nelly Goitiño, Cesar "Chino" Campodónico, y su gran maestra y mentora, María Azambuya. "Mi generación sufre la pérdida de todos ellos. En el teatro uruguayo quedan muy pocos maestros de verdad, de esos que te enseñaban en la vida y no solamente en un ensayo".

Después de unos pocos minutos escuchándolo, hay algo que queda en evidencia: a este director no le gusta la comodidad ni lo políticamente correcto. Tampoco pretende gustarle a todos y no quiere perder la mirada crítica: "Yo soy un creador libre. Eso implica que no me caso nada ni nadie, porque el teatro necesariamente es eso, el artista tiene que ser crítico, crítico de todo el orden imperante, ya sea el artístico, el político, el social. Uno no puede achancharse y acomodarse".

Planificarlo todo

Además de dirigir y actuar, Gerardo es un gran espectador de teatro. Eso sí, cuando tiene espectáculos en cartel (la mayor parte del año), prefiere dividirse el tiempo para recorrer las salas y ver sus propias obras. Una vez que pasa el estreno, en cada función, el director se sienta entre el público y observa sus reacciones y a partir de eso, a veces, modifica su trabajo. Si la sala está repleta, alguien se emociona o se ríe, si alguien le agradece su trabajo, para él es suficiente. "Nunca espero el elogio y tampoco escucho mucho las críticas, desconfío de todo. Me coloco por encima de toda subjetividad y trato de ser fiel a mi visión como creador. No es que sea un necio y un sordo, pero escucho a muy pocas personas y trato de ser fiel a mí mismo".

— ¿Tenés miedo a defraudar después de hacer espectáculos tan buenos?

Sí, mucho. Tengo dos miedos: uno es que se me terminen las ideas y otro es defraudar. A ver, sé que no siempre la voy a pegar, sería absurdo y necio de mi parte decir que siempre lo que voy a hacer va a ser un éxito. De todas formas, el éxito siempre es muy relativo. ¿Qué es el éxito? Para mí es tener la sala llena. Listo. Yo hago teatro para que lo vea mucha gente.

A los 27 años decidió cambiar de rumbo. A su pareja le surgió una oportunidad laboral en Buenos Aires y Gerardo lo acompañó. Se fue, dice, porque estaba un "poco agobiado y aburrido": "Tenía la sensación de que nada avanzaba, de que estaba todo igual. En Uruguay siempre está esa sensación de que no hay evolución y yo necesitaba romper con eso".

Armó proyectos, contactó gente y partió. Llegó e inmediatamente empezó a ensayar una obra como director. Comenzó a hacerse lugar en una plaza teatral tan grande y compleja como la bonaerense. Allí escribió tres obras, Trío, Trío 2 y Office, incursionó y se formó en distintas metodologías de dirección, estuvo siete años y regresó a Uruguay.

Dice que escribe cuando no encuentra la obra que quiere o cuando ningún texto aborda las temáticas que él quiere. Dice también, que no es un escritor, que solo entiende la dramaturgia por ser actor y director, por leer mucho teatro y porque "a veces dirigir es también escribir". Escribe, también, cuando quiere trabajar con determinado actor o actriz y no encuentra un texto adecuado. Fue así cómo en 2015 decidió escribir Horror en Coronel Suárez, un unipersonal que mezclaba el drama y el canto, para que interpretara Alicia Alfonso y que ese año se llevó el premio Florencio a Mejor Espectáculo Musical.

No sabe cuál es su impronta como director, dice que esa pregunta hay que hacérsela a los espectadores. Sabe, eso sí, que sus espectáculos entretienen, que son bien actuados y que en ellos "no hay nada dejado al azar". Tiene claro que su único límite para crearlos es el aburrimiento: "Puedo trabajar con todo sobre la mesa, menos con el tedio. Y no solo con el aburrimiento de los espectadores, también con el mío propio y el de mi equipo, por eso soy muy planificado, respeto mucho el tiempo de los demás y el mío". Fiel a sus ideas es que dirigió piezas como Cocinando con Elisa, Mi hijo solo camina un poco más lento, En la Laguna Dorada, Juicio a una zorra, o Sangre joven — por nombrar algunas de las más de 40 obras bajo su dirección—.

El arte es, también, una forma de constatar la libertad. Y Gerardo lo sabe. "Yo hago teatro para que la vida no sea monótona y aburrida. Necesito hacerlo y estar todo el tiempo en el teatro porque la vida no me alcanza, lo de afuera no me alcanza. Es donde yo me siento realmente libre. Puedo construir otros mundos, todos los que quiera, que no son el que me tocó en suerte". Y creando sabe que aunque no va a cambiar el mundo con su arte, sí puede cambiar el suyo y el de las personas que, en lo que dura una función, participan de él.

SUS COSAS

SU "CASA". Aunque trabaja y dirige en varios teatros, El Galpón es su casa. Allí se formó y creció como artista. "Es mi lugar, la gente que quiero está allí, su mística, su historia, lo que fue y lo que es", dice. Así como ese teatro le aportó y aporta a su crecimiento, él cree que también le da mucho. "Es una forma de retribuir todo lo que aprendí".

UNA MAESTRA. "Mi mentora y mi maestra en el teatro fue María Azambuya, era la única persona que si me decía Esto no lo podés estrenar, yo no lo estrenaba", dice. Cuando falleció, en 2011, la actriz y directora le dejó toda su biblioteca. "Es mi mayor tesoro. Me dijo que los libros que no quisiera los donara a la EMAD". Además, conserva una boina que María usaba para dirigir en invierno.

LO QUE ESTÁ LEYENDO. Gerardo es fanático de las novelas policiales. "Hay un autor en particular que se llama Andrea Camilleri. Sus historias transcurren siempre en ciudades italianas. Me divierten mucho. Ya me leí toda su colección", dice. Además, por supuesto, aprovecha todo el tiempo que tiene para leer teatro de distintos autores y países.

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