Entre corales, colores y lágrimas: los líderes de Uruguay Sub200 cuentan el océano profundo que conmovió a Uruguay

Llevaron a los uruguayos al corazón del océano profundo, mostrando corales, colores y especies en vivo con emoción y cercanía.

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Alvar Carranza y Leticia Burone, jefes científicos de Uruguay Sub200
L. Mainé

Alvar Carranza comparte la pantalla y despliega una paleta imposible: rojos encendidos, amarillos vibrantes, verdes fosforescentes y violetas profundos. “Son fotos de la expedición tomadas en apenas 15 minutos. Son colores que no ves en el laboratorio”, dice el jefe científico de la campaña Uruguay Sub200, recién llegado a tierra. Señala uno en particular: un rojo intenso que brilla en el extremo izquierdo de la imagen, el color de un bivalvo que solo aparece así cuando tiene oxígeno en la branquia; apenas sube, ya pierde ese tono. “Estos son colores de vida, no los que reconstruimos después a partir de una muestra fijada”, explica.

Leticia Burone asiente. Ella también pasó un mes a bordo del Falkor (too) y sabe que esas tonalidades no son solo un espectáculo visual, sino la manifestación más pura de los procesos biológicos en acción. Durante la expedición que mantuvo a los uruguayos enganchados al streaming del Schmidt Ocean Institute, los científicos pudieron observar en tiempo real colores, texturas y comportamientos. Lo que se veía en el fondo no tenía nada que ver con el agua marrón de la superficie: cada tono, cada movimiento y cada textura reflejaba la vida auténtica del océano profundo.

La experiencia no se reducía a lo que entraba por los ojos. También se filtraba por la piel, el olfato y, muchas veces, por las emociones. En uno de los primeros descensos, Carranza no pudo contener las lágrimas: la intensidad de lo que veía lo sobrepasó. “No había forma de evitar el moco”, admite entre risas. Su emoción alcanzó su punto máximo al contemplar los corales formadores de arrecifes en vivo por primera vez. “Me voy a llorar un poco y ya vuelvo”, dijo nervioso durante la transmisión. Quince años atrás, había sido uno de los pocos científicos uruguayos a bordo del buque español Miguel Oliver, donde detectaron por primera vez esos mismos montículos de coral, pero sin poder verlos directamente. “En ese momento pensé: volveré y los veré. Eso fue lo que me motivó para esta expedición: volver con cámaras, verlos y mostrárselos a la gente, que sepan que esto existe”, dice a Domingo.

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Alvar Carranza y Leticia Burone en el Falkor (too)
Schmidt Ocean Institute

Burone también recuerda el olor que desprendían las bacterias que vivían dentro del sedimento: “El olor era tan particular que se impregnaba en la ropa y el pelo. La textura parecía un moco… negro, realmente”, dice. Era una sensación desagradable, pero cada detalle tenía un valor científico incalculable. “Tener contacto directo con ese material te permite asociar visual, táctil e incluso olfativamente, y eso te ayuda muchísimo después, cuando estás escribiendo un artículo o describiendo los procesos que estás, realmente, observando”. La ciencia, en ese sentido, no se limita a mirar: se vive con todos los sentidos, y cada olor, textura y color aporta información que ninguna cámara -por más 4K que sea- podría captar por sí sola.

Coral blando
Coral blando, bautizado como "remolacha".
Foto: Schmidt Ocean Institute.

La punta del iceberg.

El valor de esta expedición no reside solo en la sorpresa de los colores, la emoción por los corales o el olor de las bacterias, sino en la posibilidad de construir conocimiento desde cero, con paciencia y asombro. Uruguay Sub200 fue, en todos los sentidos, un trabajo que ocupará a varias generaciones de científicos.

La cantidad de datos y muestras es abrumadora: 400 colectas de agua, centenas de horas de videos -Carranza dice que solo ha visto la mitad- y sedimentos cargados de vida invisible. Solo una fracción de todo esto se mostró durante la transmisión en vivo; lo que ahora llega al laboratorio representa apenas la punta del iceberg.

Se han identificado al menos 30 especies sospechosas de ser nuevas, incluyendo esponjas, caracoles y crustáceos. Además, se documentaron cientos de especies nunca antes vistas en aguas uruguayas, como calamares cristal, el pulpo Dumbo y peces trípode. Observaron gusanos que viven sobre respiraderos fríos -zonas donde se emiten químicos como metano desde el fondo marino- creciendo junto a los montículos de coral. El equipo también registró un caracol ovúlido alimentándose de un coral blando gorgonio, un comportamiento común en zonas tropicales; verlo en aguas frías fue un hallazgo sorprendente, comparado por Carranza con “encontrar una jirafa en la Antártida”.

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Alvar Carranza
Schmidt Ocean Institute

Algunas especies, como esponjas o corales blandos, podrán describirse relativamente rápido mediante talleres taxonómicos, pero muchas otras requieren análisis prolongados y minuciosos. Otros hallazgos aún no se comprenden del todo: anillos de anémonas sobre distintos tipos de sedimento, posibles fósforitas y precipitaciones de carbonato de calcio formadas directamente en el sedimento de manera natural (autigénicas), que deberán verificarse con geólogos y pruebas de laboratorio. Fragmentos de coral cuya edad exacta -desde siglos hasta milenios- deberá determinarse mediante dataciones por carbono 14.

Carranza hace esta comparación: “Los paleontólogos agarran un diente y se imaginan el bicho; con un solo diente reconstruyen el tiranosaurio, su tamaño, su piel, su forma. Ahora estamos viendo el bicho vivo. Antes teníamos solo pistas; ahora podemos observar directamente la vida en acción”.

GIF pulpo cirroteutis
GIF pulpo cirroteutis

Hasta Playmobil.

La expedición también puso a prueba la capacidad de comunicar ciencia. El alcance mediático fue enorme: durante las transmisiones en vivo, miles de personas siguieron cada descenso y cada hallazgo. Los memes inundaron las redes sociales y hasta alguien hizo figuras de Carranza y Burone con piezas de Playmobil. “La gente me las está pidiendo, las quieren comprar”, dice la oceanógrafa con asombro. Por primera vez en mucho tiempo, la ciencia mostró algo positivo en horario central, y la reacción fue inmediata y masiva.

Pero lo que realmente sorprendió al equipo fue la calidad de la interacción. Burone recuerda cómo la gente quería conocerlos más allá de la ciencia: “Me preguntaban hasta qué yerba compro”. Incluso los apodos que les pusieron le resultaron entrañables: ella fue bautizada como Arenita, por ejemplo.

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Científicos y tripulación
Schmidt Ocean Institute

Ambos resaltan la preparación del equipo como clave del éxito. “Supimos hacerlo bien y entonces te das cuenta que en el momento donde se requerían los conocimientos, esos conocimientos estaban presentes”, explica Carranza. Subraya que el grupo era sólido, con experiencia internacional y capacidad de trabajar en conjunto: “Somos todos científicos de primera línea a nivel internacional, competimos de igual a igual con las publicaciones… y con nada. O sea, con la mano derecha atrás de la espalda, descalzos, pero nos va bien igual”, dice con humor.

El streaming también obligó a los científicos a enfrentar miedos que iban más allá de lo académico: la preocupación de que no se pudiera trabajar en ciertas zonas, que todo estuviera lleno de basura o que la complejidad del fondo marino superara lo esperado. “Decía, por favor, déjanos, Madre Tierra, y no nos sabotees”, recuerda Carranza. Pero cada inmersión confirmó lo contrario: la riqueza de los ecosistemas de nuestras aguas profundas superó todas las expectativas.

Uruguay Sub200 no fue solo un registro visual impresionante. Fue un ejercicio de aplicación práctica de años de estudio, cooperación y planificación. Lo que hoy se ve en pantalla se transformará en información, análisis y artículos que probablemente ocuparán a generaciones de investigadores (incluso algunos que habrán descubierto ahora su vocación). La expedición demostró que la mejor ciencia es la que se vive, se comparte y se comunica.

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