"Él éxito se mide en las obras vendidas"

| ADOLFO SAYAGO | Famoso por pintar marinas de la costa uruguaya, ahora incursiona en la escultura con originales bibliotecas de madera. Vive del arte y no le ofende el rótulo de comercial.

 20120526 500x330

DANIELA BLUTH

Adolfo "Fito" Sayago le pidió plata prestada a su abuela, que vivía en su mismo edificio, pero dos pisos más abajo. Se tomó un ómnibus y compró todos los materiales que figuraban en la lista. Hojas, pinturas, pinceles... En la sede del Crandon lo esperaba José Arditti, quien también era su maestro de dibujo, para comenzar un taller de pintura. Esa misma tarde, sólo unas pocas horas después, se tomó el trolley número 4 ("el que era doble") que lo llevó de vuelta a su casa con un cuadro fresco en la mano. "Ensucié a medio ómnibus, pero quería mostrarlo... Todavía lo tengo".

Tenía diez años y nunca más paró. Al menos así lo recuerda. "Siempre fui de tomar decisiones de esa forma, solo, impulsivo y con todo". A los 23 ya estaba dedicado a la pintura full time y vivía de su profesión. El taller de Arditti se había profesionalizado y mudado de la sede del colegio en la avenida 8 de Octubre a un local en la plaza Zabala, donde se dictaban clases de pintura y los que recién comenzaban usaban como atelier. "Iba todos los días, abría a las siete y pico y era el último en irme", recuerda Sayago hoy, a los 49 años y con una trayectoria sólida que lo llevó a exponer dentro y fuera de fronteras y lo convirtió en uno de los artistas uruguayos que más obra vende.

EL MAR. Si Arditti fue su primer y principal maestro, en la memoria de Sayago también suenan con fuerza otros nombres. Son Ángel Tejera, Enrique Medina y Raúl Rial. "Me tomaron como un hijo. Cuando empecé yo era un poco el che pibe de todos ellos... hacía los trámites, organizaba las muestras, embalaba los cuadros, pero también exponía con ellos. Me acortaron la carrera".

El mar está en su vida -y en su obra- desde siempre. Durante su juventud vivía en el Centro ("cerca de Los dos leones, entonces usaba los cartones de las pastas como marcos para mis primeros dibujos") y veraneaba en Carrasco, algo más típico de los años `40 pero que para él era habitual. En esos meses de vacaciones, el Río de la Plata era protagonista: desde pescar a la encandilada hasta practicar surf.

En sus cuadros aparecen las costas de Colonia a Punta del Este, barcas amarradas al muelle, gaviotas que sobrevuelan las olas. También tiene en su haber esculturas de madera que son pescados y en hierro que son barcas. Colecciona caracoles y en su casa hay un estanque con peces anaranjados.

Fue con las marinas que Sayago se hizo un lugar en el mercado del arte y comenzó a vender. En su primera exposición, a mediados de los `80, en el Cuartel de Dragones de Maldonado, el público compró en dos días la docena de piezas hechas especialmente para aquella presentación en sociedad.

En esos primeros años se ganó el mercado local y a los vecinos argentinos. "En Punta del Este la venta de marinas es infernal". Después llegó el turno de Japón. Y la venta se disparó. "Un cuadro que acá sale 200 dólares allá lo venden en 2 mil, son las reglas del mercado", explica.

Expuso por primera vez en la galería Bijutsu-Sekai de Tokio en 1999. La muestra duraba cinco días y la obra -más de 40 cuadros- se vendió en menos de 48 horas. Durante casi una década viajó más de 15 veces y expuso en Osaka hasta Kobe e Hiroshima.

Gracias a Japón, como él mismo dice, sobrevivió a la crisis económica de Uruguay a comienzos del 2000. Y también gracias a Japón, en 2002 compró la esquina de Yacaré y Piedras, frente al Mercado del Puerto, y fundó la galería MVD, donde vende su obra y la de un grupo de más de diez colegas, entre ellos Gabriela Acevedo, Enrique Medina y Sebastián Barrandeguy. "La compra de esa esquina fue casi de casualidad. La remataba Iocco, que es de Nacional (igual que el pintor) y me conocía. Se vendió justo en la plata que yo tenía para invertir", recuerda.

La experiencia nipona le sirvió para ganar dinero, pero también para comprender más a fondo su obra. "Ellos encontraban mucho simbolismo en cosas que yo hago naturalmente. La ola significa fuerza y la gaviota libertad, por ejemplo. Yo incluso sacaba notas de los comentarios de la gente. Más de uno se puso a llorar".

EL JUEGO. En su taller, en el fondo de su casa de Carrasco Norte, el pintor encuentra su lugar de juego. "Es como tener la casita del árbol. Entro acá y tengo todas mis cosas, mis libros, mi música, mi colección de caracoles, los pinceles, es un mundo mágico, un regalo increíble de la vida". Allí, donde originalmente funcionaba la barbacoa de la casa, también hay decenas de bastidores vacíos, obras que tan solo tienen un fondo, cuadros terminados, esculturas en madera tallada, otras en hierro, un banderín de Nacional de Salto, una placa escrita en japonés, catálogos, fotos.

Es el lugar en el que conviven su pasado, su presente y su futuro. Las marinas -en una estantería hay una imagen de barcos pintada por una de sus abuelas- se mezclan con las piezas de la serie titulada "Orquestas", que dominó las horas de trabajo de los últimos años, y con sus recién llegadas bibliotecas de madera ("Byblos"), la colección que Sayago mostrará el próximo miércoles 30 al público por primera vez.

Ningún proyecto surge de un día para el otro, suelen ser producto de un proceso de años de experimentación y búsqueda. Las "Orquestas", por ejemplo, nacieron en 2004 a partir de una fotografía de la orquesta sinfónica de Polonia que se publicó en El País. "La vi, la arranqué y pensé: `Algún día me va a servir para algo`". A partir de ese instante se compró una enciclopedia de música clásica y atosigó a sus amigos músicos con preguntas. "Los llamaba a cualquier hora, los volví locos. `Che, ¿cuántos cornos tiene una orquesta sinfónica?` Precisaba saberlo, aunque después en la obra no siempre lo respetara".

"Byblos" es su más reciente criatura. Apareció casi sin darse cuenta, luego de probar varios meses con la técnica del collage con papel y trozos de madera. "En estas bibliotecas hay muebles de mi familia, pedazos de muelle, remos de barco, marcos de cuadros, cada madera tiene su historia y está bueno identificarlas", explica el artista.

No se trata de una serie montevideana, sino que nació en su otro refugio, su chacra en el kilómetro 120 de la ruta 11, al lado del pueblo Santa Rosa. Allí empezó a darle forma, con la ayuda de una gubia y una escofina y muchas horas de trabajo como mejor inversión. "Cuando el sol comenzó a despuntar por el Este, una biblioteca con libros de madera se desplegaba sobre la mesa de trabajo... Acababa de plasmar la idea que lo había tenido semanas ansioso e inquieto", escribe Diego Fischer en el catálogo de la exposición.

Hijo único, en su chacra Sayago recupera un poco del silencio y la soledad a la que se acostumbró en su infancia. "Me encanta estar solo, también", aclara. Es que en su casa el clima es bastante diferente. A sus cuatro hijos -que tienen entre 11 y 20 años-, en febrero de 2008 se sumó Luna, su nieta. "Fue una noticia que nos movió a todos, más en el ambiente que se vive acá (por Carrasco). Pero para nosotros era una vida que venía", explica el abuelo orgulloso. Recuerda al detalle -y hoy con una sonrisa- la llamada que le dio la noticia. Estaba en una reunión de la directiva de Nacional cuando le sonó el celular, casualmente comprado tras la insistencia de su mujer ante cualquier eventualidad. "Me parece que voy a ser abuelo. Me tengo que ir muchachos. ¡Chau!"

"En el camino ya iba pensando cómo iba a reaccionar. Y decidí que iba a apoyar a mi hija. Seguro que no era el mejor momento, pero era una vida que venía. En la familia cada uno tuvo su reacción. Pero hoy estoy orgulloso de la decisión que tomaron mi hija y su novio. Luna es la alegría de la casa, cuando no está la extrañamos todos".

LA VENTA. A María de la Paz Etcheverry -a quien todos llaman "Maripa"-, su esposa desde hace más de 20 años, la conoció en una cita a ciegas. "Cuando empecé a salir con chicas y me preguntaban qué hacía yo respondía: `Juego al basquetbol y pinto`. Debían pensar que era un atorrante", dice. Entre idas y vueltas estuvo ocho años de novio. "Cuando me iba a casar, mi suegro, un abogado muy correcto, le fue a preguntar al Pollo Vázquez (Gustavo) cómo hacía un pintor para pagar las cuentas...".

El tiempo le fue ganando a la preocupación familiar, pues Sayago siempre logró vivir de su trabajo, el arte. "Es como si estuviera en un juego continuo", resume al tiempo que admite: "También tengo un poder de trabajo impresionante. Cuando me meto a trabajar en algo, me encierro y no paro".

En contrapartida, ser un artista vendedor le valió que muchas veces lo tilden de comercial. "Yo no le pongo el revólver en el pecho a nadie para que compre una obra. Y el éxito se mide con los cuadros que vos tenés colgados en la casa de la gente. ¿Por qué te hacés conocido? Porque estás pintando y te está yendo bien. A unos les gustará y a otros no".

-¿Le molesta que lo tilden de comercial?

-No me ofende para nada porque puedo vivir de esto. Lo importante es hacer algo que te guste, y si lo vendés, mucho mejor. Creo que es un poco de envidia.

SUS COSAS

Su club

La pasión por Nacional fue herencia y punto de contacto con su padre, Adolfo Sayago Maruri, quien lo llevaba a todos los partidos. Por un año "Fito" integró la directiva del club, pero admite que "la parte política" no es su fuerte. Sueña con armar un museo.

Los guisos

Además de trabajar con telas y maderas, en su chacra de Santa Rosa Sayago se dedica a la tierra. Allí planta zapallo, cebolla, boniato y hierbas que usa para cocinar, otra de sus pasiones. "En invierno me gusta hacer esos guisos a los que le ponés de todo", confiesa.

El deporte

Siempre canalizó su inquietud a través del deporte, primero en el basquetbol como jugador y luego en el fútbol como hincha. Como padre, intenta transmitir el gusto por el ejercicio físico a sus hijos. "Para mí es importante... Yo a las pantallas les tengo terror, los idiotiza, ¿viste?".

Sus caracoles

De niño coleccionaba sellos, de adolescente latas de cerveza y ahora caracoles. Algunos los usa como fuente de inspiración de sus obras, otros simplemente descansan en su taller al resguardo de la curiosidad de alguno de sus hijos. Dos de ellos, comprados en Japón, son su tesoro más preciado.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar