El día que Hitler casi gana la guerra

| Alemania estuvo cerca de tomar la capital soviética en el otoño de 1941, aunque la historia oficial rusa prefiere olvidarlo. Hitler mandó a su ejército sin abrigo y lo mató el invierno.

NEWSWEEK

Amediados de octubre de 1941, la mayoría de los habitantes de Moscú creía que su ciudad estaba a punto de ser arrollada por los alemanes. La NKVD -así se denominaba la policía secreta de la Unión Soviética en aquellos tiempos- había preparado el primero de lo que sería una serie de panfletos. "¡Camaradas! Dejamos Moscú por los continuos ataques de los alemanes", admitía y prometió que Moscú sería liberada luego. Pero finalmente, la ciudad resistió hasta el final y la admisión de derrota fue, en definitiva, enterrada en los archivos secretos de la NKVD.

En efecto, gran parte de la historia de cuán cerca estuvo Moscú de caer en poder de los nazis -una derrota que probablemente hubiera cambiado el curso de la Segunda Guerra Mundial- fue oscurecida durante décadas por un relato deliberadamente distorsionado. Pero ahora, la verdadera historia puede ser contada.

La batalla de Moscú, que duró oficialmente desde el 30 de septiembre de 1941 hasta el 20 de abril de 1942, enfrentó a dos gigantescos ejércitos en lo que fue el más grande choque armado de la historia humana. Siete millones de hombres estuvieron involucrados en alguna etapa de esa lucha: el doble de los que pelearían posteriormente en Stalingrado. Durante la batalla de Moscú, 2,5 millones de personas murieron, desaparecieron, fueron tomadas prisioneras o sufrieron graves heridas. De esas bajas, 1,9 millón corresponden al lado soviético.

Pero el error capital de Adolf Hitler, que envió a su ejército sin uniformes de invierno, torcieron la historia para el lado soviético, pese al sinfín de torpezas que cometió Josef Stalin durante la batalla de Moscú.

La derrota alemana constituyó la primera señal de que Alemania perdería la guerra. Fabian von Schlabrendorff -un oficial alemán que después se incorporó a la conspiración contra Hitler- explicó que "destruyó el mito de la invencibilidad del soldado alemán".

Del lado soviético, la batalla de Moscú prefiere ser olvidada porque cualquier relato honesto de ella socavaría la línea histórica soviética de la "Gran Guerra Patriótica", como llaman a la Segunda Guerra Mundial. Esas versiones distorsionadas son ahora reforzadas en la era del presidente Vladimir Putin y describen a Josef Stalin como un genio militar y a su pueblo como heroico y unido contra el invasor germano. No es por azar que la reputación de Stalin se desploma cuando aparece un período de liberalización en Rusia y resurge cuando hay un férreo control. Pero, fueron los errores, incompetencia y brutalidad de Stalin que hicieron posible que las tropas alemanas se acercaran a la periferia de Moscú y que, en el camino, mataran o capturaran a casi dos millones de soldados soviéticos.

Boris Videnskyera, cadete en la Academia Militar Podolsk cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, fue uno de los pocos que sobrevivió, pese a que los soviéticos fueron lanzados a la batalla sin preparación y poco armamento. Después de la guerra, se convirtió en uno de los principales investigadores del Instituto de Historia Militar, en Moscú. En retiro, recordó que después de la guerra, el mariscal Georgy Zhukov -el legendario comandante del Ejército Rojo- pidió un cálculo aproximado de las pérdidas de tropas en Moscú. Cuando le mostraron la cifra, Zhukov rápidamente ladró una orden: "¡Escóndala y no se la muestre a nadie!"

No sólo el costo humano era vergonzoso. Después de todo, Stalin siempre consideró a sus soldados -y en realidad, a cualquier persona- como sacrificables. Nunca vaciló al mandar a millones a la muerte. Más inquietante fue que, mientras muchos soldados pelearon de manera heroica, cientos de miles se rindieron al enemigo cuando el país enfrentaba el mayor peligro. Muchos civiles entraron en pánico, se dedicaron al saqueo y a otras formas delictivas que habitualmente eran impensables en el estado policial que mantenía Stalin.

FUERZA BRUTA. El caos en la capital asediada era tal que gran parte del gobierno soviético, junto con diplomáticos y periodistas extranjeros, fue evacuado por ferrocarril a Kuibyshev, la ciudad del Volga situada a unos 960 kilómetros, la que sería la nueva base de operaciones del gobierno, una vez que cayera la capital. Incluso, se esperaba que Stalin se trasladara hacia allí a más tardar en uno o dos días. Un tren especial lo esperaba en la estación, así como su Douglas DC-3 personal y otros tres aviones, en caso de que tuviera que huir con mayor celeridad.

El 16 de octubre, el peor día de pánico en Moscú, Stalin no estaba seguro de que las tropas soviéticas podrían finalmente frenar al ejército de Alemania. Un oficial de la Fuerza Aérea lo vio sentado en su despacho preguntándose una y otra vez: "¿Qué haremos? ¿Qué haremos?" Testigos relataron que estuvo a punto de abandonar la capital, pero desistió a último momento.

La estrategia de defensa de Stalin fue la de siempre: el uso de la fuerza bruta. El 19 de octubre declaró el Estado de Sitio y ordenó a las unidades de la NKVD que abrieran fuego contra los saqueadores, así como contra toda persona que pareciera sospechosa. Miembros sobrevivientes de aquellas patrullas, como Yevgeny Anufriyev, se muestran cautelosos al describir lo que realmente hicieron. "Teníamos la asombrosa orden de matar a los espías y a los desertores al instante", indica. "Pero no sabíamos cómo descifrar quién era un espía". Muchos moscovitas fueron asesinados a balazos y los saqueos cesaron.

La historia oficial nunca relató los desatinos de Stalin. Esos relatos tampoco admiten que de no haber sido por los enormes errores que cometió Hitler, Stalin no hubiera podido salvar a su capital y, posiblemente, nunca hubiera prevalecido en el desenlace de la Segunda Guerra.

Las políticas y groseros errores de Josef Stalin condujeron casi al desastre a la Unión Soviética ante al avance del ejército alemán. Sus purgas masivas del Ejército Rojo en 1937 y 1938 privaron a la estructura militar de muchos de sus oficiales de mayor experiencia.

Entre las primeras víctimas estuvo el mariscal Mikhail Tukhachevsky, un aristócrata que pasó a ser comandante del Ejército Rojo, quien pronosticó que Alemania podría atacar sin advertencia y que el resultado sería un conflicto largo y costoso. "¿Qué pretende: asustar a la autoridad soviética?", le reclamó Stalin. El dictador soviético hizo que lo torturaran y ejecutaran por ser el supuesto organizador de un golpe con la ayuda de los fascistas alemanes. Miles de otros altos oficiales tuvieron un destino similar.

Después que hizo causa común con Adolf Hilter al acordar el pacto de no agresión soviético-nazi, el 23 de agosto de 1939, Stalin rehusó escuchar innumerables advertencias de sus propios espías y de gobiernos de Occidente acerca de que los alemanes se aprestaban a invadir. No permitió que los jefes militares pusieran a sus unidades en alerta, lo que derivó en la serie inicial de victorias germanas.

Los invasores mataron o capturaron a un enorme número de soldados del Ejército Rojo y requisaron cajones de armas que fueron dejados cerca de la zona fronteriza. Como consecuencia de ello, muchos soldados soviéticos fueron enviados a combatir sin armas. Ilya Druzhnikov, un ilustrador de libros que fue enviado al frente de batalla, recordó que en su unidad sólo había un fusil disponible cada diez hombres. Eso significó que los soldados sin armas seguían a cada hombre armado y esperaban que fuera abatido para recoger el fusil.

INVIERNO. Pero a Stalin lo salvaron los tremendos errores de Hitler. El dictador alemán envió a su ejército hacia Rusia a fines de junio de 1941 sin uniformes para el invierno. El Führer estaba convencido que lograría la victoria antes de que cambiara el tiempo. A mediados de julio, los alemanes habían avanzado hasta la región de Smolensk y los Generales de Hitler, al igual que el comandante de las panzer, Heinz Guderian, querían seguir avanzando hacia el Este en dirección a Moscú, que estaba a unos 370 kilómetros de distancia. Pero Hitler le ordenó que se dirigiera al Sur para, primero, ocupar Ucrania. Lo hizo, pero perdió tiempo valioso.

Una vez que se lanzó la Operación Tifón contra Moscú, el 30 de septiembre, los caminos rápidamente se convirtieron en lodazales durante la temporada de lluvias y la temperatura registró agudo descenso. Envolviéndose con lo que podían robar a la población civil, los alemanes igual se congelaron y sus cuerpos, con frecuencia, fueron dejados amontonados como si fueran madera para una estufa, ya que no podían recibir sepultura hasta la primavera.

La resistencia soviética se endureció. La insistencia de Hitler por imponer de inmediato el reino del terror en los territorios soviéticos y el despiadado trato a los prisioneros de guerra, la mayoría de los cuales pereció, se tradujo en un renovado estímulo para los esfuerzos de Stalin de reagrupar a sus tropas. Pero, no quería correr ningún riesgo. "Unidades de bloqueo" fueron desplegadas en la retaguardia del Ejército Rojo con orden de abrir fuego de ametralladora contra cualquier soldado que intentara retroceder.

La demora del avance germano hacia Moscú también dio a Stalin el tiempo para volver a desplegar unos 400.000 soldados que estaban destacados en Siberia, una vez que quedó convencido de que Japón no atacaría desde el Este. Esas tropas, equipadas con todo lo necesario para enfrentar el rigor del invierno, pronto comenzaron a lograr victorias contra los alemanes, cuyas tropas estaban congeladas, demasiado extendidas y exhaustas.

La guerra seguiría por dos años más, pero el destino alemán quedó sellado en aquel invierno de 1942, la primera derrota de Hitler.

La capital librada a la anarquía

Hasta hoy, los moscovitas que recuerdan el 16 de octubre de 1941 -el día que todos suponían llegaría el ejército alemán- hablan del tema con una sensación de consternación.

Dmitry Safonov trabajaba en una fábrica de artillería en las cercanías de Moscú que fue evacuada y había retornado ese día a recoger algunas pertenencias. "Toda Moscú parecía que se iba como una corriente hacia algún lugar", rememora. Autos y camiones estaban cargados de bienes personales, y en la estación de trenes, Safonov vio maletas, bolsas, ropa, lámparas y hasta un piano, que habían sido abandonados por quienes intentaban abordar cualquier cosa que se moviera. Los andenes de la estación estaban desbordantes. "Casi no reconocí la ciudad", indica.

Saqueadores atacaron almacenes, los obreros de las fábricas se declararon en huelga y turbas furiosas impidieron el paso de los que intentaban huir en autos, sacándolos por la fuerza, golpeándolos y robándolos. Otros habitantes arrancaron afiches de Karl Marx y Vladimir Lenin, y los pusieron junto con otra propaganda comunista en los recipientes de basura que había en la calle. Poco antes, ése hubiera sido un crimen imperdonable, pero nadie aplicaba las viejas leyes. Reinaba la anarquía de una ciudad a punto de caer en manos de los nazis.

Descubren a un espía argentino del Führer

Oro y documentos que los nazis querían trasladar a Sudamérica, submarinos, contraseñas, burdeles en España: los servicios secretos británicos desclasifican las aventuras de un espía argentino que trabajaba como agente para Alemania durante la Segunda Guerra Mundial.

El caso de Ernesto Hoppe, que parece salido de las páginas de una novela de espionaje, forma parte de la decena de expedientes de los servicios de inteligencia británicos MI5, que fueron divulgados el martes pasado.

Según el archivo, Hoppe fue reclutado por el servicio de espionaje alemán y trabajó para los nazis en una misión secreta que consistía en trasladar dinero y documentos de altos dignatarios del III Reich a Argentina.

Ernest August Paul Hoppe nació en Brand, Alemania, el 7 de julio de 1891, y emigró a los 16 años a Argentina, donde obtuvo la nacionalización en 1918. Empezó a trabajar para los nazis en 1940.

Fue arrestado en Gibraltar, en octubre de 1942, por los servicios de inteligencia británicos y confesó que era espía.

Luego fue deportado a Argentina y los servicios británicos ya no supieron más de él.

Las cifras

7 Millones de soldados intervinieron en la batalla de Moscú. Fue el mayor choque armado de la historia.

2,5 Millones de personas murieron o desaparecieron en esa batalla; la mayoría del lado de la URSS.

1,9 Millones fueron las bajas soviéticas en manos del Ejército alemán, que perdió 500.000 hombres.

La última nieta de Stalin

Galina Dzhugashvili, nieta del dictador soviético Josef Stalin, murió a finales de agosto en un hospital de Moscú a la edad de 69 años y a causa de un cáncer.

El ex líder soviético se casó y enviudó dos veces. Con la primera esposa, Ekaterina Svanidze, tuvo a Yakov Dzhugashvili, padre de Galina y muerto en 1942 cuando cayó prisionero de los alemanes. La diferencia de apellidos se explica porque Stalin es un seudónimo. Su nombre verdadero era Yósif Dzhugashvili.

Según archivos de los servicios secretos de la URSS, los nazis pretendieron negociar la liberación de su hijo, pero el dictador se negó y Yakov fue asesinado cuando intentaba escapar.

Galina nunca creyó en esta versión de los hechos y aseguraba que su padre había muerto en el frente de batalla.

La segunda esposa de Stalin, Nadezhda Alliluyeva, se suicidó en 1932. Con ella tuvo dos hijos: Vassili y Svetlana. El primero hizo carrera militar y murió en 1962, víctima del alcoholismo.

Svetlana huyó de la URSS en 1967 y aún vive. A los 81 años, está internada en un hogar para ancianos de Wisconsin, en Estados Unidos.

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