El clan que cazó la Ballena

Juan Ferreres, único sobreviviente de los primeros exiliados españoles que llegaron a Solanas, legó su amor por la zona a sus hijos y nietos, quienes hoy siguen sus pasos.

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DANIELA BLUTH

Miedoso y nada valiente. Así se recuerda Juan Ferreres a los 17 años, cuando, sin decirles nada a sus padres, se presentó como voluntario para pelear la Guerra Civil Española. En el bando de los republicanos no le costó encontrar su lugar. Lo llamaron Negus y por preguntón muchas veces las misiones quedaron a su cargo. "Cuando me di cuenta era militar", reconoce hoy, a los 94.

Su voz ronca y las anécdotas que se suceden una tras otra hacen pensar en otro Ferreres. Uno principista y bastante más corajudo. Un hombre que no se quedó con ganas de hacer nada y que con un optimismo que aún hoy sorprende siempre sintió que estaba en el mejor lugar del mundo que le podía haber tocado. Porque la vida de Ferreres no terminó con la sangrienta Batalla de Brunete, en la que su brigada "se deshizo" y el bando republicano sufrió miles de bajas, sino que quizás comenzó allí.

Tenía 21 años cuando terminó la guerra. Había crecido en Chert, un municipio de la comunidad valenciana, pero su lugar de nacimiento era Cañuelas, Argentina. Por eso, volver a cruzar el océano en los barcos que llevaban a los exiliados resultó la mejor opción. La llegada a Buenos Aires fue dura, pero no imposible. "El gobierno era reaccionario, pero el pueblo estaba con nosotros. La avenida de Mayo se convirtió en la República española".

Allí conoció al arquitecto Antonio Bonet, el favorito de Le Corbusier que había llegado a Argentina en 1938. Por ese entonces, Ferreres, que había estudiado arquitectura en su pueblo, trabajaba para un estudio de Pinamar. Pero por las noches "se escapaba" para ir al de Bonet, con el que se entendían sin necesidad de palabras. "Bonet se quedaba en una habitación y contra una pared proyectaba y proyectaba. Yo hacía lo mío en otra habitación. Y al cabo de una hora o dos aparecía y ya estaba entusiasmado con lo que había hecho. Era un genio", recuerda desde la glorieta de su casa en el corazón de Punta Ballena, adonde llegó hace ya 65 años de la mano de su colega catalán.

No fue una decisión pensada, sino más bien impulsiva. A Bonet lo había contratado un grupo de inversores argentinos que quería comprar y urbanizar las tierras de Antonio Lussich, y el arquitecto lo quería a Ferreres como mano derecha. Así que rompió sus compromisos en Buenos Aires, armó las valijas y mudó su base a la costa uruguaya.

De las ocho hijas de Lussich, casi todas peleadas entre ellas, Bonet tomó contacto con dos: Milka y Elena. "Congeniaban y tenían interés en mantener el origen de la propiedad del padre". Se hicieron más de 20 planos, hasta que finalmente uno fue aprobado. Luego llegó el trazado de las calles, la pavimentación y algunas casas, bastante menos de las previstas.

Intelectuales. Recuerda exactamente el día que llegó a Punta del Este: 22 de octubre de 1945. Se enoja cuando alguno de los nombres de aquel entonces le hacen el vacío a la memoria. Levanta la voz y se asemeja al Negus que vivió la Guerra Civil.

Primero fue a la avenida Gorlero donde la mitad de los terrenos eran baldíos y estaban construyendo la Ancap. En Punta Ballena, lo único que había era el parador de la playa -hoy La Rinconada-. Y una vez más Ferreres sintió que estaba en el mejor lugar del mundo. Allí, los fines de semana "aparecían" los nietos de los Lussich para comer mejillones. Tenía solo dos habitaciones, la cocina estaba en manos de un vasco y las almejas se juntaban en la playa sin trabajo alguno. "Era una joya. Había gente con mucho talento. La zona de Punta del Este era muy intelectual", recuerda.

Ferreres llegó solo, pero al poco tiempo se sumaron su esposa y sus hijos. En su casa de toda la vida, la misma en la que hoy cuida el vivero y la huerta, el clan creció y aprendió a amar la zona. Supieron tener vacas, gallinas y conejos, todo para consumo familiar. Ahora hay cinco burros que el veterano compró para sus ocho bisnietos.

Dos de sus hijas, Selva y Betina, manejan la inmobiliaria Punta Ballena, que fundó su madre. Graciela es alma mater de Medio y Medio, y Gabriel, el menor y único varón, también se radicó en la zona.

Cualquiera de ellos es capaz de recordar cuando Rafael Alberti era el invitado de honor y recitaba obras inéditas frente a una platea improvisada en el jardín. O las tardes de té en lo de Margarita Xirgú. "A Margarita yo la hice quedar acá", asegura el arquitecto con los años devenido en paisajista. "Con ella hablábamos mucho de todo".

Ferreres estuvo involucrado en los proyectos de las viviendas de ambos, la de Alberti en la Punta y la de Margarita sobre la ruta. Las dos se conservan de pie, una suerte de homenaje a los tiempos de antaño. También tiene mérito en uno de los clásicos de la zona, Solana del Mar, hoy hotel boutique y sede de un restaurante bautizado Bonet (donde la encargada es otra de sus nietas). Este "ejemplo de arquitectura", según sus palabras, se levantó como parador de propaganda del proyecto urbanístico y fue el que lo convirtió en paisajista.

A la hora de diseñar los jardines sobre el mar, Bonet le ofreció el desafío a Ferreres, quien no tuvo opción a la negativa. "No sabía nada de eso, pero lo conocía a Bonet más que la madre que lo parió". Pidió un camión, un capataz y varios peones. Colocó una roca grande y mandó a buscar musgo al bosque. "A la piedra grande le soldamos el musgo, como si hubiera estado ahí toda la vida. Y así… Bonet enloqueció".

Principios. Estuvo dos veces exiliado en su propio país, "la" Argentina. La primera luego de la Guerra Civil Española, la segunda durante la dictadura militar en Uruguay. Volvió a Punta Ballena en el 84, "cuando aún había tufillo a dictadura", para no irse más.

Su casa es un privilegiado refugio subiendo el camino del Arboretum Lussich. Una inscripción que dice Chert, la bandera uruguaya y la del Frente Amplio (FA) flanquean la entrada. Adentro, Ferreres tiene su museo personal. Las fotos familiares se mezclan con las de la época en que era Negus y las que lo muestran abrazado, por ejemplo, a Lucía Topolansky. No faltan Miguel de Unamuno, el Che Guevara y Fidel Castro, secundado a cada lado por una caricatura de José Mujica y Tabaré Vázquez. Militante del FA, aún hoy no se pierde ningún acto en Maldonado. Siempre en primera fila. Hay dos personas, dice, que le "llaman mucho la atención": Marcos Carámbula y Óscar De los Santos. Está contento con el gobierno de izquierda, aunque reconoce que "aflojó" un poco.

Debieron pasar 30 años para que Ferreres volviera a España. Y cuando lo hizo fue para buscar a sus compañeros de lucha, hoy ya fallecidos. Si un nieto viaja a Europa, hay una escala ineludible: su pueblo querido. Eso sí, si tiene que elegir un lugar para vivir, no cambia Uruguay por ningún otro rincón del mundo. "Es un país civilizado, el único que existe". Está convencido, igual que cuando asegura que tres o cuatro vasos de vino por día son la mejor receta para mantenerse vivo. Luego, los diarios y la siesta.

SU LUGAR EN EL MUNDO

La chef, Graciela

Graciela, la segunda hija de Juan Ferreres, estudió arquitectura pero siempre le gustó la cocina. En un momento de "necesidad económica", con su marido decidieron abrir un boliche para que sus tres hijos pudieran juntar algo de dinero en las vacaciones de verano. Así nació Medio y Medio, hoy un punto de referencia en la zona.

Lo que empezó hace 16 años "de casualidad", con un mostrador y cinco mesas, hoy es un restaurante especializado en pescados y pastas caseras. Eso sí, mantiene en la carta las empanaditas de camarón que fueron el caballito de batalla de los primeros veranos.

El nieto, Leandro

Hubo un momento en que Leandro Quiroga se dio cuenta de que tenía más aptitudes como productor que como músico. Aprovechó sus conocimientos de composición y armonía para armar una agenda de shows que animaran las noches de Medio y Medio. Primero fue un pequeño escenario dentro del restaurante, luego se inauguró el auditorio Fattoruso y más tarde el anfiteatro a cielo abierto, que casualmente inauguró Luis Alberto Spinetta. "El concepto es música de alta calidad atravesada por diferentes géneros, popularidades y generaciones", explica Leandro, quien dirige una productora y en agosto se muda a Uruguay.

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