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Cachimbo, un proyecto de música sustentable y abarcador

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Fernando Rodríguez

CULTURA

El percusionista Fernando "Cacho" Rodríguez fabrica instrumentos con materiales que otros descartan y lleva la música a los más chicos.

El exintegrante de bandas como Abuela Coca Fernando “Cacho” Rodríguez combina creación, reciclaje y docencia a los más chicos en su emprendimiento, llamado Cachimbo.

Rodríguez (53) fue durante muchos años carpintero de día y músico de noche. Sus dos oficios iba por carriles separados, hasta que logró unirlos en uno: Cachimbo. Así llamó a su emprendimiento, que combina la música con la carpintería. Pero hay una vuelta de tuerca: a la carpintería y la música se le suma la docencia. Devenido lutier, Rodríguez construye instrumentos en un proyecto destinado específicamente a niños, y a partir de materiales ya disponibles, agregando un componente ecológico y sustentable a su proyecto.

Hay una cuantiosa obra académica sobre los beneficios de aprender a tocar un instrumento musical. Entre las tantas investigaciones que se pueden citar está la de los investigadores estadounidenses Frances Rauscher y Sean C. Hinton, quienes en su artículo de 2011 "Instrucción musical y sus diversos beneficios extramusicales" concluyen que la enseñanza musical puede “mejorar el razonamiento respecto de la conciencia espacio-temporal, el razonamiento numérico y, también, la conciencia fonológica”, que según la entrada en Wikipedia es poder “escuchar, identificar y manipular los fonemas, las unidades mentales más pequeñas de sonido que ayudan a diferenciar las unidades de significado”.

Si ponerse a leer papers académicos les resulta demasiado complicado o tedioso, pueden ver la película animada Coco, que da cuenta de alguno de los beneficios cognitivos de tener algún tipo de instrucción musical.

Respecto de específicamente aprender a tocar un instrumento de percusión, también hay abundante literatura académica. Una consulta rudimentaria en Google Académico arroja como uno de los primeros resultados un artículo del percusionista australiano Brendan Gilmour. Este concluye que los instrumentos de percusión pueden ser una apropiada puerta de entrada al aprendizaje musical, en parte por algo que Rodríguez aplica en Cachimbo: se puede empezar a tocar sin tener que desembolsar mucho dinero.

Considerando que una buena guitarra eléctrica, por ejemplo, puede costar US$ 2.000 —y muchos siguen preguntándose por qué en vez de rock o pop una importante cantidad de jóvenes elige expresarse musicalmente a través del trap, donde es posible empezar solo con una computadora—, un instrumento de percusión puede ser mucho más barato.

Un vistazo a la tienda virtual del emprendimiento de Rodríguez lo confirma: un bongo oscila entre $ 1.200 y $ 1.600, mientras que unas congas cuestan $ 3.200. El primer premio en cuanto a accesibilidad financiera se lo lleva el timbal multipropósito (puede ser tocado como timbal y usado como güiro), hecho a partir de una lata de tomates en conserva, que cuesta $ 800.

Vale decir, para aclararle los tantos a algún desprevenido (o prejuicioso) que se trata de instrumentos hechos y derechos, no artefactos que “hacen ruido” de percusión o juguetes. Esto porque, como se ve, los instrumentos no lucen con las terminaciones y el diseño de instrumentos de marca (aunque viendo los videos de demostración en cachimbo.uy se puede apreciar que suenan tal como los instrumentos profesionales).

Al respecto, Rodríguez dice que uno de sus propósitos es ser un agente de “inclusión”. “Alguien que colabore con la inclusión social desde lo artístico. Además, me autodefino como un ‘aborigen de la era del plástico’. Imagino que si hubiese nacido hace, no sé... 500 años atrás, habría usado la piel de un animal, un pedazo de madera o un coco. Pero en la actualidad, lo que tengo a mano son otras cosas. Cosas que están en una volqueta porque la gente las desecha o que andan contaminando por ahí. Entonces, como un propósito ético si se quiere, agarro esos materiales para que, en vez de estar ensuciando o contaminando, les doy otro uso, para llegar a algo artístico. Ahí, creo, está mi diferencial como carpintero. No se trata de pegarle a una lata o un tacho y nada más. Se trata de que a partir de esos materiales llegar a un instrumento con un sonido noble”.

En los últimos años, además, Rodríguez ha empezado a ampliar su repertorio como lutier. No construye únicamente instrumentos de percusión sino que también empezó a incursionar en otro tipo de dispositivos para hacer música. “Hace un tiempo empecé a meterme en instrumentos de percusión melódica y también algún que otro instrumento de cuerdas, como algunos cordófonos de una sola cuerda, recipiente de plástico y tanza de máquina bordeadora. En cuanto a instrumentos de percusión melódica, no te voy a decir que construyo vibráfonos o xilófonos, pero sí hago un instrumento muy parecido a partir caños de PVC y tapas de plástico que se llaman tapófonos” (en rigor, Rodríguez los vende como “tapófonos diatónicos” —en otras palabras, no tiene semitonos—, lucen como algo parecido a una quena y cuestan $ 2.950). Vale recordar, también, que Rodríguez no solo es un emprendedor en la música. También enseña a los más chicos.

—¿Cómo es que nace tu faceta de enseñar y compartir con niños tus experiencias y conocimientos musicales?

—Una amiga era tallerista en el Colegio Latinoamericano y tenía que viajar. Me preguntó si podía hacerle una suplencia, porque conocía lo que yo hacía. ‘Estaría bueno que le mostraras a mis alumnos lo que hacés. Yo nunca había laburado con niños. Eso fue aproximadamente en el año 2004. Le hice la suplencia durante un mes y medio y me encantó. Hubo una química con los niños que me pareció muy interesante y me di cuenta que ese podía ser un camino a recorrer. Además, me empezaron a convocar como tallerista de música de otros colegios. Yo ya estaba metido en la construcción de tambores con un colega. Pero cuando empecé a dar clases, también comencé a ver el potencial que había en todo eso que la gente descarta y tira a la basura. Ahí empecé a trabajar con cartón, con PVC, con tubos, botellas de plástico. Creo que por mi oficio de carpintero pude lograr resultados interesantes.

Esos primeros pasos como tallerista musical lo llevaron a otra idea: instalaciones sonoras. “Es como armar instrumentos ‘públicos’, por decirlo de alguna manera. ¿Viste que los niños tienen toboganes y hamacas? Bueno, lo que yo quería era que tuvieran el equivalente musical a esos juegos. Eso me llevó a otro proyecto llamado Hornero Migratorio, que es una iniciativa de composición colectiva y que junto a Francisco Lapetina, músico también, llevamos a muchos lugares en el interior”.

La modalidad de Hornero Migratorio era ir a alguna escuela rural y pasar el día con alumnos y docentes, explorando sonidos (“cacería de sonidos”, dice Rodríguez) y posteriormente componer letra y música. “Todo eso, además, registrado audio y video y haciendo participar a los niños no solo en la exploración de sonidos y composición colectiva, sino también en los procesos de grabación de audio y video. Luego, nos íbamos y con todo ese material audiovisual armábamos como un videoclip que se lo mostrábamos, para que vieran lo que habían hecho y quedara registrado. Ahí yo era ‘carpintero musical’. Eso me dio bastante visibilidad y me abrió otras puertas”, cuenta a Revista Domingo con orgullo.

Así, un camino que empezó en la Plaza Villa Biarritz entre tambores de candombe, entre gente de renombre como Walter “Nego” Haedo, durante años parte de la banda de Jaime Roos, (“no me dejaban tocar, pero sí pasar la gorra”) sigue hoy entre materiales recuperados y la intención de expandir la sensibilidad y el conocimiento de los más chicos en torno a la música.

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