Nuevo poemario

“Vine al mundo básicamente a escribir poesía” dice Diana Bellesi, la mayor poeta argentina

“Algo me dice que este es mi último libro; quizá muera muy pronto”.

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Diana Bellesi
(foto Alejandra López, detalle)

por Fernando García
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“La arritmia no tiene nada que ver con el cigarrillo”, se justifica Diana Bellesi (Zavalla, Santa Fe, 1946). Un marcapasos colocado casi en simultáneo con la salida de su nuevo poemario La curva del tiempo (FCE) no la priva de uno de sus mayores placeres: fumar hasta tres atados diarios. Una vez que se ha hablado con esta mujer, que es la mayor poeta argentina y un icono del amor lésbico, es imposible disociar los textos de su voz pausada, como escrita. Durante más de una hora de conversación en su departamento del bonaerense barrio de Palermo, con una planta baja donde mantiene un jardín exuberante (la razón de su arte) y dos perros (“bestias pequeñas”) que la custodian al abrir y cerrar la puerta, la poeta de ojos deep blue dirá, muchas veces, “andá a saber”. Ella lo explica como un santafecismo que da cuenta de que, en el fondo, sabemos muy poco. Frente a una biblioteca de vidrio donde se acumulan todos sus libros (de 1972 a hoy, con algunos inhallables) Bellesi se lee a sí misma en retrospectiva: “Entonces era el momento de rebelarse contra la lengua, ahora soy más obediente creo. De más grande aprendí a adorar las leyes de la lengua”, dice y ríe apenas, cómplice.

—Lo primero que llama la atención de La curva del tiempo es su impronta africana.
Sí, porque estos poemas los escribí después de un viaje a África. Un sueño cumplido desde que era niña.

—¿Y qué es lo que alimentaba su fantasía con África?
Qué sería… Supongo que las novelas de Salgari. Todos los libros que leía de chica decían algo sobre África al punto que llegué a pensar en hacerme monja misionera para que me mandaran de viaje. Pero al final, en la vejez, me tocó ir a África.

—Sin embargo, en un poema de hace más de treinta años ya menciona a Etiopía.
¿Ah sí? No lo recordaba…

—Es un lugar sobre el que vuelve ahora con descripciones muy certeras, como que allí está la gente más hermosa del mundo.
Es verdad.

—¿Y eso por qué?
Porque es verdad. Los niños y las mujeres sobre todo son la gente más bella que nunca había visto. Hermosos, hermosos, hermosos.

—Son además muy antiguos.
Sí, creo que persiste en ellos aquella la belleza de la unión de la Reina de Saba y el Rey Salomón, más lo negro, lo que les da una delicadeza única.

—Usted en uno de los poemas reconoce que hizo este viaje como una “turista idiota”…
Sí, mirando a la fauna salvaje de África en una 4 x 4. Qué idiota. Pero qué hermoso a la vez. Me lo tuve que pagar y no queda otra que seguir esos planes diseñados para turistas. En el final de mi vida cumplí mis dos sueños de niña: conocer China y África.

—¿Qué hizo en China?
Ellos me invitaron porque sacaron un libro mío traducido. Y me pagaron muy bien además.

—¿Cómo es leída en China?
No lo sé pero me leen. El libro tuvo dos ediciones y va para una tercera. Y recibo correos de mis lectores porque será que la editorial les ha dado mi email, ¿no? Eso es hermoso. Esta semana llegó una carta de una china pidiéndome El Jardín porque dice que no lo encuentra en ningún lado. ¡Los chinos son increíbles! El grado de producción que tiene esa gente es impresionante. Empiezan a las seis de la mañana y terminan a las doce de la noche. Son capaces de aprender idiomas muy distantes como el castellano. El castellano local, el de Argentina. Estando allá me hice amiga de un chico de 24 años. Al principio no hablaba casi nada y al mes, cuando nos despedimos, hablaba perfecto el castellano. Así son. Ahora sé que está en Uruguay y me ha dicho que quiere venirse a vivir acá.

—Este libro parece establecer un puente entra la isla del Delta donde viviste mucho tiempo y África, ¿no?
Sí, tal cual. Es una lectura muy precisa.

—Pero en ese puente desechás tu parte europea llegando a escribir que es un continente horrible. ¿Por qué? ¿Qué es tan horrible de Europa?
Para empezar los campos de concentración…

—Pero también los tuvo China.
Yo no conozco tanto de China como para saber eso. Sé de algunas cosas que pasaron pero creo que hoy hubiera sido mucho peor sin la revolución de Mao, a quien le dedico un verso en un poema.

—¿Renegás de tu parte europea entonces?
Sí, reniego. Nosotros acá, en el sur, somos perros mixtos por suerte, ninguno es de raza. ¿No te parece?

—Pero más de la mitad de nuestras bibliotecas vinieron de Europa. ¿O no?
No. La mitad mía es de la isla, el resto quizás vino de los libros.

El rayo misterioso.
—¿Cómo se sabe cuándo está listo un poemario? ¿Cuándo se transforma en libro una sucesión de poemas?
Eso es un misterio. Pero uno sabe cuándo está terminando un libro porque está cambiando la voz. Y cuando se cambia la voz es que está empezando algo nuevo. Es algo que sabes que pasa pero no sabes qué es ni porqué.

—¿El rayo misterioso de Le Pera?
Ay que lindo… andá a saber.

—Suena más parecido al proceso de una pintura que el de una novela.
No lo sé porque nunca pinté. Solo sé de la poesía y de nada más.

—Algunos textos son reflexiones metapoéticas. Usted se pregunta en uno cómo era antes de escribir.
¿Cómo era? Yo no lo sé…

—¿Cómo era usted antes de escribir?
Muy parecida, creo. Yo vivía en el campo y estaba junto al parate de una chata de maíz y sentí el trencito que pasaba todos los días. Creo que ese fue mi primer poema, pero es que yo no sabía escribir y entonces dibujé el trencito (ríe como si percutiera su corazón hacia dentro). En el fondo, sabía que eso se iba a convertir en poesía con el tiempo.

—En otro poema cita a alguien diciendo de usted que solo sirve para hacer poesía. ¿Es para tanto?
Y… debe ser. Para darle de comer a estos hermosos y no mucho más. Básicamente vine al mundo para escribir poesía. Todo lo demás se desvanece.

—¿Se puede tener una rutina para escribir poesía?
En una época la tuve. En cada atardecer salía a caminar por la isla y me volvía con un poema. No sé si se puede pensar como una meditación, pero sí es fijar la atención en algo. Salía con una servilleta y una birome y lo que traía lo volcaba en la computadora y así salían poemas y libros enteros. Los años de isla fueron maravillosos.

—¿Puede convivir con períodos de sequía, sin que venga el poema?
Convivo mal. También creo que este que leíste es mi último libro. Algo me dice que este es mi último libro. Será que muera pronto o esté sufriendo unos cuantos años pero el poema ya no vendrá.

—No lo creo Diana… El libro es un intento recurrente por intentar decir qué es el poema. Incluso al final en la descripción de un sueño.
¡Pero ese león que venía del futuro resultó ser el maldito Milei! Si sos mileísta agarrate…

—No, para nada.
Ah, bueno, te lo dije por las dudas. Bueno, es ese león. Ese león desgraciado (Bellesi enfatiza la pronunciación campera: “desgraciau”).

—Nunca lo hubiera pensado, es que no aparece tan mal perfilado el león en ese verso.
Es que más que un sueño era una pesadilla.

—¿Y por qué crees que era Milei?
Y uno piensa muchas cosas… andá a saber. Hay tantos leones maravillosos y tantos leones de mierda.

—Me recuerda a una entrevista donde Borges le cuenta un sueño a María Esther Gilio sobre hombres de traje con cara de león. Eso es de 1974. Que coincidencia, ¿no?
Andá a saber… Lo único seguro es que Borges no estaría con Milei, estoy segura. Sus tigres eran otra cosa…

—También has escrito aquí que a quien le es dado el don poético se le cierran todos los otros caminos. ¿Es tan así?
Seguramente. En cualquier lugar que se abre una puerta se cierran muchas más. Estoy feliz de que la mía haya sido la poesía.

—En el poema más prosado de la serie afirma que si hubiéramos pensado de forma poética la vida nunca hubiéramos tenido una bomba atómica. ¿Cómo se piensan de forma poética los actos de nuestra vida?
¿Vos acaso no pensás los actos de tu vida? ¿Lo que has hecho?

—Sí, pero no sabría si lo hago de forma poética.
Es pensar algo frente al horror, mi amor… Es eso. Los horrores se han multiplicado hoy. La IA es otro horror.

—¿No fue siempre así el mundo?
No, el mundo se nos empezó a escapar en la segunda mitad de los 80. Y se nos está yendo…

—Bueno, lo daban por terminado con la Revolución Industrial.
Quizás tenían razón… andá a saber.

—A lo largo de sus poesías se sitúa en un lugar intermedio entre lo humano, lo vegetal y animal…
(interrumpe)
Eso es porque no me considero el pico de la creación sino apenas una parte.

—Claro, es que es muy interesante como se cuela la realidad sucia en reflexiones edénicas. Por ejemplo, cuando decís que sacarle una foto a una jirafa es “como tirarse un pedo en la iglesia viviente de África”.
(se ríe mientras fuma)
Me encanta que te hayas detenido en eso.

—Lo que la distingue acaso sea eso. Cómo saca los pies de la arcadia.
Claro, otro poeta por ahí se quedó atrapado, ¿no?

—En cambio usted mira fotos de una chica en el celular o escucha a Los Palmeras en la radio. Cosas “vulgares” que se filtran en ese sublime verde.
Bueno, Los Palmeras de vulgares no tienen nada eh.

—Claro que no, “Bombón asesino” es una obra maestra de música popular.
Precioso. ¿No es cierto?

—Sí, pero el tema es cómo deja entrar esas cosas en el poema.
Yo no hago nada. Fijo la atención nomás. Y de ahí sale.

—Cito otro verso nuevo. “Los que llegan al poema no sirven para nada/ salvo treparse en una nube o nadar en las aguas bravas”. ¿Cómo es que no sirven para nada?
Así es, porque el poema no sirve para nada. ¿Y no es maravilloso que algo no sirva en este mundo? Verdad que sí. Contra todo el mandato de productividad es maravilloso que algo no sirva de nada. O sí. Sirve para el corazón, para que lata más fuerte.

—Por ser alguien que lleva tanto concentrada en el verdor debe ser muy sensible al cambio climático. ¿Cómo lo experimenta como poeta?
Con una pena terrible. Y cuanto más paradisíaco es el lugar peor es. Se nota más en la isla y en Zavalla que en la ciudad.

—Cuanto más verde peor.
Exacto. Ver lo que va quedando.

—¿Qué cosas no hay más?
¡Son tantas! No se ven más las mariposas, ni tampoco las abejas o se ven pero poco. Pero se están yendo. Y no van a volver nunca más. Ni los cascarudos. Yo les hablo cuando se dan vuelta para que no se mueran. Pero quizás no sea una muerte natural. Ya ni sabemos cuál muerte es natural. Pero que este mundo está desapareciendo no queda duda. No sé qué harán los últimos humanos. Pobrecitos.

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Premios y más
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Diana Bellesi (n. 1946, Zavalla, Santa Fe) es una de las poetas mejor consideradas de la Argentina post dictadura militar. Ha obtenido la beca Gugenheim, y los premios Konex de Platino en 2024, y el Premio Nacional de Poesía en 2011, entre otros. Ha sido traducida a numerosas lenguas.

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