por José Arenas
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En el extremo este de la Provincia de Buenos Aires, ubicada sobre las costas del mar argentino, aparece una ciudad balneario conocida de manera coloquial como Gesell, aunque en realidad su nombre oficial es Villa Gesell. Durante el verano, como gran parte de las ciudades costeras argentinas, recibe grandes aluviones de gente, tiene una actividad efervescente, movediza, calurosa e incómoda. Luego en invierno, más tranquila, tiene los vientos fuertes y helados que vienen del agua furiosa.
Entre 1931 y 1932 fue fundada por Carlos Idaho Gesell, quien compró los terrenos que, por entonces, estaban llenos de dunas y ganado cimarrón. El nombre inicial de la ciudad fue Villa Silvio Gesell, homenajeando al padre de Carlos, el fundador. Como pionero, alrededor de su gran chalet fue que las primeras casas del balneario aparecieron. Tres décadas después, en los años 60, el lugar fue la escena elegida para la movida hippie argentina formada por jóvenes de actitudes revulsivas.
Desde hace algunos años vive ahí el escritor argentino Guillermo Saccomano. Ha dicho, más de una vez, que el lugar le resultó un refugio frente a Buenos Aires. Desde Gesell ha creado su producción literaria más reciente, incluyendo Arderá el viento, su última novela, la que lo llevó a recibir los ciento setenta y cinco mil dólares que otorga el Premio Alfaguara.
Bajo el seudónimo Jim y con un título original un poco más rústico en su idea apocalíptica —Vendrá el fuego— presentó esta obra en el concurso, la que parece explorar, de manera ficcionada, los orígenes de Gesell, algunos de sus personajes más notables, y la sordidez de una profecía pequeña en la que todo se va complicando a partir de una protagonista femenina y su entorno.
El cuerpo de Moni. Al igual que Rebeca Linke en La mujer desnuda, de Armonía Somers, en “La Villa”—el lugar donde sucede la historia— una mujer es la que revoluciona y pone en jaque todas las estructuras locales. La presencia femenina tiene dominio sobre la narración, del mismo modo en que una mujer llamada Moni lo tiene sobre los personajes que el autor ubica en los puntos fundamentales del pueblo: prensa, municipio, economía, arte. La belleza del personaje es tan explosiva como peligrosa. Dedicarle horas de evocación y pensamiento así como minutos de ejercicio sexual se convierte en la llave para recibir golpes, amenazas o ser el blanco de intentos de homicidio. Todos sabrán que no son el único hombre en la vida de Moni.
Mientras tanto, ella regentea un hotel en el verano y, durante el invierno, intenta mantenerlo libre de ratas o goteras —el hotel se cae de a poco, o entra en grandes deudas por reparaciones. Luego, escribe ardorosos poemas que le publican en el diario local o prepara una extensa novela erótica de explícitas imágenes y lenguaje sin metáforas.
En gran parte del universo de Arderá el viento todo parece moverse de acuerdo al ímpetu sexual de Moni. Lejos del refugio ario que han soñado los fundadores, la Villa enfrenta calamidades —muertes, suicidios, asesinatos, gatillo fácil, corrupción. Aunque, si se examina de manera simbólica, algunos de los desastres provienen del deseo desatado de la protagonista, ya que dos de los vientos que azotarán al lugar son sus hijos, Lazslo y Aniko.
La calamidad. Lazslo es un muchacho alto y afeado. Cuando niño su máximo placer estuvo en romperle la mano derecha a su profesora de piano en medio de una lección, cerrándole la tapa con fuerza. De adolescente, se ha convertido en un voraz lector de Dostoievski y, ya madurada su maldad, en un arrebato de mesianismo neonazi prende fuego a una villa miseria a las afueras de la ciudad. Luego, al volver al lugar de su delito, se presenta como el líder de los heridos, aquel que los ha de llevar a la liberación por medio de un levantamiento rebelde. Los villeros ven a un adolescente ajeno que dice incoherencias mientras ellos lamentan su carne chamuscada y sus pocas pertenencias perdidas en el fuego. Su idea jesucrista se borra a golpes hasta que consigue escapar de la rabia.
Aniko, la niña retraída, tiene visiones. Al principio son mínimas y las oculta. Cuando se lo cuenta a su madre, Moni ve en ella una forma más de obtener dinero para el mantenimiento de su siempre endeudado hotel. La joven las empieza a cobrar por las predicciones y lo que pudo haber sido una pitonisa versada en el japonismo, se convierte en una lectora ramplona del destino burdo de sus compañeras de colegio.
La moral pacata de la ciudad suena como telón de fondo gracias al dominio del autor para crear voces y a la manera de armar recursos narrativos en tal forma que no es necesario hacerla explícita. Se entiende el origen de herencia nazi que el lugar ha tenido, se entiende que los valores familiares tradicionales rigen la fachada de los dirigentes, y se escucha a los disidentes hablar con cautela.
Algunos detalles de la familia de Moni completan lo ominoso: el suicidio de su esposo, o la relación incestuosa que tienen sus hijos.
Tono propio. Saccomano logra una de sus mejores novelas con Arderá el viento. Se trata de una voz literaria que, a pesar de seguir la tradición de las narrativas pueblerinas, va a contramano de todas las tendencias efusivas del mercado actual. Su voz es cuidada, sus narradores manejan un tono calmo. No hay excesos lingüísticos en su prosa. Todo se administra llano pero lejos de ser pobre. Sabe cómo crear una historia seductora y domina el modo de darle un tono propio a cada uno de sus personajes. El lector puede escucharlos hablar y reconocerá una cadencia bien distinta para cada uno.
La narración está por fuera del tiempo. Saccomano crea una crónica de época que puede tener su reflejo en las catástrofes de la actualidad, puede estar ambientada en la década del ochenta, no lo sabemos y en ningún momento se nos hace imperioso saberlo. Es una novela con silueta de clásico.
ARDERÁ EL VIENTO, de Guillermo Saccomano. Alfaguara, 2025. Montevideo, 235 págs.