RARA VEZ el periodismo político da un escritor. Carlos María Gutiérrez (1926-1991) salvó la caducidad de su trabajo en la prensa por el rigor de su prosa y la conciencia de que detrás de la novedad a menudo habla la historia. Sus libros vuelven reunidos por Ariel Collazo, con el apoyo de la Cooperación Española en Uruguay, en un tomo que transita por el relato de ficción, la poesía, el periodismo y el humor, géneros que frecuentó junto a otros -fue crítico de cine en Cine Radio Actualidad y Marcha, escribió canciones para Los Olimareños- a lo largo de una trayectoria que lo llevó a fundar la agencia cubana Prensa Latina y el semanario Brecha.
"Yo me considero fundamentalmente un periodista. En lo único que creo que soy un profesional es en periodismo", dejó escrito, y basta leer sus crónicas y reportajes para comprender que ejerció el oficio con el dominio de un notable observador de la palabra y los silencios, la trama informativa y la ocasión de sus entrevistas. Junto a la adhesión al socialismo se impuso su formación en la generación del 45, capaz de evitar que sus convicciones malogren la comunicación con los lectores. Preguntaba con la precisión de un cirujano lo que estaba por suceder, resignado a incomodar. Una marca de estilo lo llevó a escribir en tercera persona con una voz propia, como Homero Alsina Thevenet, y en primera persona con la probidad de una tercera.
Alterna ambas voces en su crónica de Sierra Maestra, cuando en marzo de 1958, en plena revolución, sube al campamento guerrillero de Fidel Castro a entrevistarlo para el diario La Mañana; cuando asiste al arribo de Juan Domingo Perón a Paraguay, derrocado por la revolución Libertadora del 55, cuya crónica publicó Acción; y cuando visita la República Popular China en 1966, relato que incluye una conversación con el viceprimer ministro Chen Yi, que dio a conocer el semanario Marcha. Otros artículos reunidos destacan por el cauteloso asedio del periodista a sus interlocutores: John William Cooke, Jorge Antonio, Guillermo Kelly y Héctor Cámpora, acabados de fugar del penal de Río Gallegos y entrevistados en Punta Arenas en marzo de 1957 para La Mañana; su larga conversación con Perón en Puerta de Hierro, una noche de febrero de 1970; la visita a la casa de Hemingway en Cuba, el día de su entierro en Idaho, en agosto de 1961, para Reporter. Si sobreviven al paso de la historia es por el inteligente retrato de caracteres, por la expresividad de sus descripciones y por la capacidad de dar la atmósfera del episodio con la morosa seducción de un relato.
Al presentar a Perón en su encuentro de Madrid, dice Gutiérrez que el líder argentino se expresaba con la típica forma del criollismo que es la elipsis. Es una afirmación ajustada al carácter intrigante del personaje, pero también sensible al tono que distingue el habla rioplatense entre las expresiones del idioma. Y es que en el periodista latía el escritor de Los ejércitos inciertos, su memorable y único libro de cuentos.
LOS CUENTOS.
Nueve relatos y seis breves estampas intercaladas bajo el nombre de "Exilios" integran este libro que desde su aparición en 1991 generó admiración y un secreto reclamo de que el periodista cediera al escritor las horas para prolongar una obra narrativa. La mayoría de las historias tienen su origen en episodios políticos del enfrentamiento entre las fuerzas de izquierda y la represión, secuestros, atentados, el funesto azar que acabó con la vida del profesor Arbelio Ramírez luego de la conferencia del Che Guevara en la Universidad, retratos de la corrupción y el crimen, narrados en clave de relato policial. En todos ellos asoma el estilo contenido y fibroso de Gutiérrez, sobre tramas que avanzan con una lógica implacable, y el tono austero y viril de circunstancias mayormente impiadosas. Con algunas audacias formales, como ésta: "A medianoche, en su hotel, el exiliado se cepilla los dientes vestido con el viejo pijama de Montevideo, los dos automóviles contornean el Obelisco y el Angosto reacomoda su pistola Star en el cinturón desbordado por la gordura". Las secuencias simultáneas de lo que ocurre en hotel y en la calle comparten el espacio en cada una de las oraciones hasta que las líneas del relato se encuentran.
Las estampas del exilio narran breves historias o rozan fugaces momentos del desamparo, como el cuento de la hoja de un árbol que penetra por la ventana y se posa sobre la almohada de un exiliado dormido. "Sin saberlo, el hombre sueña que no está solo. En la almohada humedecida, la hoja muerta vela esa breve felicidad, esa impostura de la noche". Pero en el inicio y en su final se ubican los cuentos más celebrados. En "La noche de la cocina", Gutiérrez narra la creación del último tango que compusieron juntos Aníbal Troilo, a un lado del teléfono una madrugada, y Homero Manzi, al otro lado, desde la cama de hospital donde moría. Es un cuento prodigioso por el acercamiento a la intimidad de dos mitos populares, por el ajustado tempo de la trama y por la concentración de su intensidad emotiva. El otro relato magistral es "Viaje al origen", breve historia del exiliado que vuelve, clandestino, a Montevideo, para asistir a las últimas horas de su padre, agonizante en la casa, y al cabo de mantener una conversación lánguida el respeto se templa en una patética y sublime muestra de amor filial.
LOS DESCONCIERTOS.
Los pastiches "a la manera de" y los textos de humor que recoge este libro ofrecen otras zonas de interés, pero lucen fatalmente envejecidos fuera de los códigos de época. Sus dos libros de poemas, Incluido afuera y Diario del cuartel, que obtuvo el Premio Casa de las Américas en 1970, toman la poesía por instrumento testimonial. La mayoría de los poemas fueron escritos durante los tres meses de presidio que sufrió Gutiérrez durante el gobierno de Pacheco Areco, en cajas de fósforos y pequeños rollos de papel en los que buscó compartir los desconciertos de la cárcel. "Para mí no fue un libro de poesía", le dijo en un reportaje a Mario Benedetti, también integrado a esta antología, "sino un libro de testimonio, un libro de periodismo. Sólo que la técnica para expresar mi comunicación informativa del problema fue la poesía, por razones de síntesis, por razones de emoción personal".
En ese reportaje Gutiérrez expresa la fe, entonces muy en boga, de que el hombre cambiaría para siempre el destino del hombre, y dice que, como integrante de la generación del 45, encarnaba un tipo de intelectual de transición. La idea ya había asomado en su conversación con Chen Yi, en Pekín. Sostenía el líder chino que resistirían el revisionismo alentado por los rusos eliminando a los intelectuales porque en ellos reside el virus de la epidemia. Es notorio que Gutiérrez se sorprende y luego da crédito al plan chino de eliminar las diferencias entre trabajo manual e intelectual; entre la ciudad y el campo; entre campesinos y obreros. Estaba convencido de que la figura del intelectual, tal como él mismo la encarnaba, estaba destinada a desaparecer cuando se superaran las contradicciones de la sociedad burguesa. La historia lo desmintió, pero sus textos preservaron la historia.
CARLOS MARÍA GUTIÉRREZ Y EL SENTIDO MÁGICO DE LA PALABRA. Ediciones de la pluma, 2012. Montevideo, 430 págs. Distribuye Gussi.