H.A.T.
EL TITULO ES UN ACIERTO, que sugiere un elogio y también una objeción. Al definir a Jacobo Timerman como "el periodista que quiso ser parte del poder", la autora Graciela Mochkofsky lo señala ante todo como un profesional de primer nivel, que supo crear una revista semanal innovadora como Primera Plana (1962), la imitó después en Confirmado (1965) y creó un diario también innovador que fue La Opinión (1971). Al mismo tiempo, el título del libro está marcando los límites que Timerman se empeñó en atravesar, con resultados dramáticos. No se conformó con la tarea periodística de averiguar, informar e interpretar sino que quiso modificar la realidad cercana. La autora da dos ejemplos mayores de ese intento. Uno fue el apoyo al golpe militar de Onganía (1966), trauma social que no dio a Timerman el menor provecho y tras el cual se vio obligado a cerrar Confirmado. Otro fue un similar apoyo al golpe militar de 1976, que derrocó a "Isabelita" Perón y que derivó imprevisiblemente a que Timerman padeciera treinta meses de prisión, mientras sus bienes eran confiscados. Los dos episodios tenían historias muy argentinas.
EL ASCENSO. Durante sus tareas iniciales con varios medios periodísticos (La Razón, Clarín, El Mundo), que lo sumergieron en el torbellino político argentino, Timerman se plegó al grupo de Arturo Frondizi, que fue presidente desde 1958 y que luego fue acusado de traidor por haber desmentido sus promesas electorales sobre el petróleo. Entonces Timerman adhirió al llamado grupo Azul del ejército (opuesto a un grupo Colorado), que procuraba imponer como presidente al general Juan Carlos Onganía. Fue con apoyo militar que Timerman consiguió borrar de los archivos policiales su previa identificación de comunista ruso (nacido en Ucrania, 1923). Y fue con un más escondido apoyo militar que obtuvo un capital y pudo iniciar una revista que estuvo a punto de llamarse Azul pero que terminó por llamarse Primera Plana. Para hacerla, tuvo la habilidad de convocar a periodistas jóvenes y permitirles publicar un amplio material informativo y cultural que disimulaba la intención política.
La propuesta Azul fracasó cuando las elecciones de 1963 dieron la presidencia al radical Arturo Illia, pero entonces Primera Plana (y la nueva revista Confirmado, que Timerman lanzó en 1965) se volcaron a la promoción de un golpe militar, que se produjo en junio 1966 y que sustituyó a Illia por Onganía. Los resultados no fueron los que Timerman habría deseado. El nuevo gobierno militar se inclinó a la derecha política, desde la supresión de huelgas a la represión brutal contra intelectuales, profesores, estudiantes y obreros. La preocupación de Onganía y su equipo era evitar la vuelta de Perón, reiteradamente anunciada por sus partidarios como la solución nacional.
PELEAS SIN FIN. Los mayores conflictos de Timerman derivaron de su carácter inconstante. Según su exsocio Abrasha Rotenberg, que había sido su amigo desde la adolescencia, Timerman poseía "una innata tendencia autodestructiva, una incapacidad de soportar su propio triunfo y talento, actitud que repitió obstinadamente a lo largo de los años" y que le llevó a abandonar rápidamente toda tarea que se propuso. Esa inconstancia personal se unió a un clima político cambiante. En Buenos Aires se han cruzado durante años las presiones del ejército, de la iglesia, de las empresas, de los sindicatos, de los partidos políticos, y cada uno de esos grupos ha tenido siempre subdivisiones y conflictos internos. Así las ideas de hoy no son necesariamente las de mañana, como no lo son tampoco los empleos ni las amistades. El ascenso y la caída de revistas y diarios, así como la extrema movilidad de su personal, son parte de ese panorama.
Timerman dio un ejemplo mayor de esos cambios. En 1964, cuando Primera Plana tenía dos años y estaba ya impuesta, anunció su repentina renuncia. Su aporte a la sociedad editora no se había hecho en dinero sino en tarea profesional, la que estaba reconocida como el 25% de la propiedad, o sea una cifra que ahora reclamaba y que le sería pagada en doce cuotas. Adujo que se llevaba mal con Vittorio Dalle Nogare, un industrial que representaba a los ocultos capitalistas y que poco o nada sabía de periodismo. En esa renuncia, Timerman pareció confiar en que tras su ausencia Primera Plana se caería sola. Se equivocó. La revista fue manejada desde allí por el equipo antes formado, con Ramiro de Casasbellas, Tomás Eloy Martínez y Julián Delgado como nombres principales, más varios redactores de primera línea que incluyeron a Ernesto Schoo, Osiris Troiani, Hugo Gambini, Norberto Firpo, Silvia Rudni. Todos ellos hicieron una revista aun mejor que la anterior, para satisfacción del propio Dalle Nogare. Entre sus gastos audaces figuraron los viajes, como el de Tomás Eloy Martínez a Japón, en agosto 1965, para cubrir los veinte años de la bomba atómica en Hiroshima. Y aunque Timerman había dicho que no haría una nueva revista, armó de inmediato el semanario Confirmado, que salió en mayo 1965. Era una imitación de Primera Plana y coincidía con ella en la política "golpista" contra el presidente Illia, pero estaba lejos de su calidad periodística, aunque allí lució sus primeros brillos el joven Horacio Verbitsky, 22 años.
Tras el golpe militar de 1966, que Timerman había propiciado, Onganía no mostró reconocimiento alguno a sus promotores. Quizás creyó, como Stalin, que "la gratitud es una enfermedad de los perros". En noviembre 1966 Timerman vendió Confirmado por muy poco dinero. En 1969 Onganía clausuró Primera Plana, a raíz de un comentario político sobre movimientos internos en el ejército.
AHORA DIARIOS. En 1970 también cayó Onganía, cuyas medidas reaccionarias habían provocado la rebelión popular conocida como el Cordobazo. Fue sustituido por el general Roberto Marcelo Levingston y después por el general Alejandro Lanusse.
Timerman fue llamado a dirigir en Mendoza un diario que astutamente se llamó El Diario y que sólo llegó a vivir siete meses, durante 1969-70, con un tiraje que empezó por 80.000 ejemplares y bajó a 5.000, para desesperación del empresario Alberto Kolton. Este fracaso, surgido de un optimista estudio previo sobre el mercado mendocino, no suele ser mencionado en las notas sobre Timerman.
La experiencia le despertó la tentación de hacer en Buenos Aires un diario distinto, que llegó a ser La Opinión. Imitaría al francés Le Monde, sin fotografías, con abundantes textos de análisis y con gran atención a materias culturales. Durante la década 1960-70, la izquierda había ganado posiciones en el mundo entero, como lo mostraban el creciente mito del Che Guevara (muerto en 1967), el episodio de mayo 1968 en París, la resistencia a la guerra en Vietnam, las rebeliones populares en Checoslovaquia y México. Y debido a la represión militar en Argentina, también la izquierda y la guerrilla ganaban cierto prestigio en el país, donde todo un sector pedía la vuelta de Perón, entonces exiliado en Madrid.
Las circunstancias explican que Timerman haya convocado para La Opinión a periodistas de izquierda, como Verbitsky, los hermanos Julio y Juan Carlos Algañaraz, Osvaldo Tcherkaski, Juan Gelman, Luis Guagnini, J.M.Pasquini Durán, Miguel Bonasso, Paco Urondo, Enrique Raab y más tarde Tomás Eloy Martínez, quien debió renunciar en Editorial Abril a la dirección del semanario Panorama, tras una nota suya que condenaba el fusilamiento de 16 guerrilleros en Trelew. Dos golpes de suerte apoyaron el proyecto. Uno fue el uso de una rotativa que entonces dejaba libre el Buenos Aires Herald. Otro fue el aporte de un capital, con la intervención de David Graiver, un financista metido en muchos negocios, incluyendo algunos del gobierno. Esa multiplicidad llevó a Graiver a poner dinero en La Opinión mientras escondía su nombre. La propiedad del diario se repartía así en 45% de Graiver, 45% de Timerman y 10% de Abrasha Rotenberg, que era también el administrador. Para el público y para el personal, la figuración de Graiver quedaba oculta, en un disimulo que tuvo malas consecuencias.
PROMESA DE CONFLICTOS. En 1971 no era fácil hacer periodismo político en un país con gobierno militar y con una combativa guerrilla. Primero el gobierno quitó al diario la publicidad oficial, que era una fuente de ingresos. Después el diario fue combatido por sus distribuidores, que tuvieron un aparente acuerdo con el gobierno. El jefe de los distribuidores, que llegó a cierta fama bajo el nombre Cholo Peco, enviaba pocos ejemplares a los puestos del centro porteño, donde el diario se agotaba, mientras en cambio enviaba muchos a los barrios, de donde venía una abundante devolución. Al conflicto con el gobierno, La Opinión sumó pronto la oposición de la guerrilla, porque había condenado algunos de sus crimenes y en particular el secuestro y la muerte del industrial Oberdan Sallustro, inocente de todo delito, en 1972. Fue entre esos dos fuegos de izquierda y de derecha, tras recibir amenazas, que Timerman viajó a Israel, dejando el diario en manos de Rotenberg como improvisado director. Pero volvió a los cuatro meses, tras comprobar que Israel no era su sitio mejor. Otra vez en la dirección, criticó la tarea de su socio, hasta en detalles nimios, y finalmente planteó a sus editores el problema de la subsistencia. O se cerraba el diario o se negociaba con Lanusse. En la asamblea ganó la opción de negociar, tarea que asumió Rotenberg. Las exigencias trasmitidas por Edgardo Sajón, entonces jefe de prensa del gobierno, fueron que el diario no apoyara a la guerrilla, no criticara acciones militares, no criticara al mismo Lanusse.
Fue así como Timerman se manifestó partidario del Gran Acuerdo Nacional, que pedía tratos pacíficos entre fuerzas opuestas. Pero sus redactores vieron al director como entregado al gobierno y como traidor a las promesas iniciales de independencia periodística. La acusación tuvo más fundamento cuando se supo que Timerman había tenido un cordial almuerzo con Lanusse y Sajón. En marzo 1973 llegaron las elecciones, finalmente concedidas por Lanusse, sobre las cuales La Opinión no quiso tomar partido. De allí surgió un nuevo gobierno peronista, con Héctor Cámpora como presidente. Eso coincidió con un serio conflicto gremial, donde se llegó a sugerir que el diario se convirtiera en una cooperativa, entregando al personal la mitad de la propiedad, como lo había hecho Le Monde en París. La idea no prosperó. El conflicto incluyó varios días de lockout patronal y después una serie de despidos, que incluyeron a Gelman, Pasquini Durán, Carlos Ulanovsky, Silvia Rudni, Aníbal Walfisch, Rodolfo Terragno. Con el tiempo, Timerman llegó a decir que se había librado de varios izquierdistas, llevados al diario por Verbitsky y por los Algañaraz. No dijo porqué los aceptó en su momento. Después, los nuevos jefes de redacción fueron Ramiro de Casasbellas y Enrique Jara, con varias incorporaciones a la redacción.
HACIA LA CRISIS. El período 1973-1976 fue muy duro en Argentina. En mayo 1973 el nuevo gobierno Cámpora liberó a los guerrilleros presos. En junio la vuelta de Perón originó una batalla en Ezeiza, enfrentando a grupos peronistas de izquierda y de derecha, con numerosos muertos. En octubre Perón inició su tercera presidencia. En mayo 1974 renegó públicamente de los "imberbes" que querían ser revolucionarios. En julio falleció y dejó el gobierno en manos de su viuda "Isabelita" Perón. Esta fue dominada por el funesto José López Rega, quien formó un grupo criminal llamado AAA, matando o desterrando a todo izquierdista posible, lo cual incluía abogados, escritores, artistas y los mismos Montoneros que habían conseguido la vuelta de Perón. La suma de atentados y crímenes de las AAA hizo crecer la demanda por un nuevo golpe militar que pusiera orden. En marzo 1976 el gobierno fue asumido por una Junta de las tres armas, que luego designó como presidente al general Rafael Videla.
Timerman y La Opinión apoyaron ese golpe, antes y después de realizado. En la reciente biografía, la autora deja constancia de algunos contactos, como la llamada telefónica de Videla al diario, la expresa aprobación de éste a la tarea del general Antonio D. Bussi en Tucumán, más un comienzo de amistad con el almirante Massera (págs. 221 a 230).
Esa luna de miel se interrumpió muy pronto, cuando los militares aprobaron o realizaron el secuestro y la muerte de colaboradores del diario, como Zelmar Michelini, Edgardo Sajón, Enrique Raab, Paco Urondo. El diario pasó a una moderada oposición, cuando junto al Buenos Aires Herald (y parcialmente La Prensa) comenzó a publicar los reclamos de "habeas corpus" que presentaban a la justicia los familiares de personas desaparecidas. La situación explotó en agosto 1976, al saberse que el financista David Graiver había muerto en un accidente aéreo en México. Se adujo entonces que Graiver tenía en su poder varios millones de dólares de los Montoneros, obtenidos por el secuestro de los hermanos Born en 1974. La vinculación indirecta con la guerrilla convertía en sospechoso a Timerman.
EL DISIMULO. Este se propuso borrar o disminuir la relación de Graiver con el diario. Primero quiso conseguir que las acciones le fueran entregadas por Lidia Papaleo, viuda de Graiver, a lo que ella se negó. Después convocó de urgencia a Rotenberg, que estaba en Madrid, y ambos realizaron una "asamblea de accionistas" donde, siendo mayoría (sumaban un 55%) modificaban la propiedad de La Opinión. Ahora figuraba como 68% de Timerman, 30% de Rotenberg, 2% de Papaleo, quien no había sido convocada a la pseudo asamblea. Era una clara estafa.
Pero no sirvió de mucho. En abril 1977 Timerman fue detenido y presuntamente torturado, bajo la supervisión del general Ramón Camps, que le interrogó sobre la vinculación con Graiver. Después Camps realizó un careo de Timerman con Ramiro de Casasbellas y Enrique Jara, sus jefes de redacción. Ambos se mostraron sumamente ofendidos porque Timerman les había ocultado la injerencia de Graiver en el diario. Luego renunciaron a sus puestos. Pero Camps hizo algo más. Sumó al careo la presencia de Lidia Papaleo, quien confirmó que no había sido citada a la asamblea de accionistas, la cual se hizo a sus espaldas, y confirmó también que Graiver puso más dinero en el diario durante los últimos años. Ese podía ser el dinero de la guerrilla, dato indemostrable.
Varios grupos de Derechos Humanos, procedentes de Estados Unidos, abogaban por la libertad de Timerman. Un fallo judicial argentino se pronunció después por su libertad, pero la resistencia de algunos militares del sector "duro" estiró su detención hasta un largo período de reclusión domiciliaria. En setiembre 1979 fue finalmente enviado a Israel en un avión. El caso Graiver le había costado treinta meses de vida.
TESTIMONIO Y CONTROVERSIA. Debió ser durante su larga reclusión domiciliaria que Timerman escribió el libro de su testimonio, que se llamó Preso sin nombre, celda sin número y que salió primeramente en inglés y en 1981. Allí se queja de que durante su reclusión no fue ayudado por la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (la DAIA), a cuyos dirigentes acusó de cobardes, semejándolos a aquellos otros judíos que habían colaborado con los nazis en Alemania. En el libro insistió en atribuir su prisión al solo hecho de ser judío. En verdad Camps lo había interrogado largamente sobre la sociedad con Graiver y su presunto delito podía ser definido como "subversión económica". Pero la palabra Graiver no figura en todo el libro y eso provocó la desconfianza de algunos editores en Estados Unidos. Si Timerman mentía en eso, era difícil creerle en el resto (p.411).
Con la omisión continuaba el disimulo que el mismo Graiver inició al formar la sociedad. Allí Timerman falseaba el testimonio, lo cual ya era grave pecado en un periodista, y además daba al exterior una idea exagerada del antisemitismo en Argentina, donde miles de judíos han trabajado en paz, donde el psicoanálisis creció hasta ser una costumbre social y donde nunca se produjo un "pogrom" a la manera nazi. Eso podía ser sabido por todo habitante de Buenos Aires, acercándose a Corrientes y Pueyrredón, pero la falsedad sería creída en Estados Unidos. Y en efecto, después Timerman recibió el premio Moors Cabot de periodismo, que otorga la Columbia University, mientras su libro era filmado para televisión. En Buenos Aires, el propio general Camps publicó los interrogatorios textuales en el libro Caso Timerman- Punto Final (1982), donde el tema Graiver abunda.
ELOGIOS E INSULTOS. Cuando Timerman falleció en noviembre 1999, la prensa argentina y buena parte de la extranjera tejieron largos elogios en los obituarios. En diarios y semanarios, pero también en el Anuario de la Enciclopedia Británica, que circula por el mundo, se recordaron sus creaciones de Primera Plana y de La Opinión, su iniciativa de reunir a periodistas jóvenes que luego serían estrellas, su interés en publicar secciones culturales, su martirio en la cárcel, el premio Moors Cabot recibido en octubre 1981. Tantos elogios en notas necrológicas, sin ninguna objeción, podían integrar la convención universal de no hacer reproches a los muertos, pero aludían a una historia cierta, que era correcto recordar.
Los muchos elogios dejaban sin mención a los odios y las peleas que Timerman provocó en vida. En algún momento de La Opinión, el dibujante uruguayo H. Sábat notó que Timerman había agregado un recuadro lineal, enmarcando sus dibujos en un rectángulo. No le gustó y lo protestó, pero Timerman contestó "El director soy yo". Entonces Sábat eludió la discusión, volvió a su escritorio, envolvió sus lápices y se fue sin comentarios y sin reclamar nada. Al día siguiente tenía trabajo en Clarín y mantuvo ese nuevo puesto durante décadas. Más ruidoso debió ser otro incidente en Primera Plana, presumiblemente con Osiris Troiani. El redactor había entregado a diagramación un texto demasiado largo, que se negaba a cortar. Entonces Timerman se acercó a la discusión, tomó el manojo de papeles, arrancó sin leer las hojas 4 y 5, las tiró arrugadas al suelo y devolvió el resto al redactor con una sola palabra: "Empalmá". Esas crueldades de un director, que nunca pecó de buenos modales, eran sabidas por todos los que trabajaron con él. Así todo el gremio supo que para recibirse de periodista en Buenos Aires era indispensable pelearse antes con Timerman.
Una lista de conflictos profesionales debe incluir el caso de Alberto Szpunberg, despedido de La Opinión por haber publicado un texto de Haroldo Conti, escritor prohibido por el régimen militar. O el caso mayor de Tomás Eloy Martínez, que en un artículo de La Opinión, titulado "El miedo de los argentinos", había recogido la ejecutoria criminal de López Rega en 1974-1975. Su texto fue modificado por Timerman (y presumiblemente por Casasbellas) para que fuera también una crítica contra crímenes de la guerrilla. Retocar un texto firmado, para variar su concepto, es en periodismo un pecado mayor.
Otros conflictos fueron más públicos y quedaron recogidos en la reciente biografía. En 1979, cuando Timerman estaba preso, dos delegados de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) viajaron a Buenos Aires para interesarse por el caso. Después se reunieron con veinte editores argentinos de otros medios y se llevaron una enorme sorpresa cuando "todos hablaron contra Timerman y a favor del gobierno" (p.362). Eso tuvo su continuación. En octubre 1980, ya libre, Timerman asistió a una asamblea de la SIP en California, donde concurrían asimismo varios editores argentinos. Allí narró su historia pero también debió escuchar las duras palabras de sus colegas, como Annuar Jorge (El Pregón de Jujuy), Máximo Gainza (La Prensa), Raúl Kraiselburd (El Día, La Plata) y José Claudio Escribano (La Nación). El clima de la reunión fue tan tenso que George Beebee, entonces presidente de la SIP, terminó por aclarar que no había sido conciente, cuando invitó a Timerman, "del profundo resentimiento que sienten por él algunos argentinos" (p.399).
Pero Beebee había escuchado muy poco. En 1981, cuando se anunció que Timerman recibiría el premio Moors Cabot de periodismo, otros beneficiarios anteriores del mismo premio se mostraron molestos y anunciaron que lo devolverían. Así lo dijeron Gainza, la familia Kraiselburd, Bartolomé Mitre (La Nación), Remonda Ruibal (La Voz del Interior, Córdoba), Ovidio Lagos (La Capital, Rosario), María Constanza Huergo (La Prensa), Ernestina Herrera de Noble (Clarín), Enrique Nores Martínez (Los Principios, San Luis) y el caricaturista Juan Carlos Colombres, "Landrú", que guardaba un viejo rencor contra Timerman, porque éste había aprobado la prohibición de su revista Tía Vicenta bajo el gobierno de Onganía. Varios artículos en Clarín, La Prensa y La Nación cuestionaron en público la ética de Timerman. Le reprochaban su adhesión inicial a los militares, luego revertida, y le reprochaban que hubiera omitido a Graiver en el libro Preso sin nombre... Fue especialmente duro un texto de Escribano (La Nación), que recorría las maniobras previas de Timerman con los militares y señalaba la "fantochada" que le parecía ese libro (p.402).
INTERESES CREADOS. El intento de aniquilar a Timerman pudo parecer un afán de esos editores por hacer "buena letra" con el régimen militar que regía aun en 1981. Pero esa explicación política no servía para otras peleas de Timerman, que fue un hombre conflictivo a tiempo completo. No se trataba sólo de personal despedido. En 1969 Emilio Weinschelbaum, que llegó a ser su abogado, opinó que no le gustaba Confirmado, tras lo cual Timerman no le habló en veinte años (p.119). Aun más grave fue el conflicto con Abrasha Rotenberg. En 1972 Timerman le retribuyó sus cuatro meses de suplencia con el cargo de subdirector, dándole un aumento de sueldo y el compromiso de que su participación en la sociedad ascendería de inmediato del diez al veinte por ciento, según nuevo acuerdo con Graiver (p.186). En 1983, cuando Timerman iba a recibir del nuevo gobierno argentino (Alfonsín) la indemnización por el diario confiscado, hizo en su casa de Madrid una cena de despedida y festejo con Rotenberg. Allí le dijo que le pagaría el diez por ciento del futuro cobro, pero cuando le recordaron que ese diez había sido aumentado a un veinte por ciento, se enojó y echó de su casa a Rotenberg y a su mujer Dina (p.433). Nunca volvieron a hablarse, pero en la biografía consta que Timerman cobró finalmente poco más de cuatro millones de dólares y Rotenberg poco menos de un millón. Aunque Rotenberg se quedó a vivir en Madrid, después publicó en Buenos Aires su libro Informe Confidencial - La Opinión y otros olvidos, que cuenta su agitada relación personal y profesional con Timerman. El libro fue reseñado en estas páginas (País Cultural 505, de julio 1999) pero fue despreciado en silencio por Timerman y por su hermano José, que rompió una amistad de cincuenta años con Rotenberg.
ULTIMOS AÑOS. La salida de la cárcel significó para Timerman una permanencia de cuatro años en Israel. Fueron tiempos conflictivos, en parte porque no pudo trabajar como periodista (no dominaba el hebreo), en parte porque la vida en Israel no le brindaba el confort personal que habría deseado y en parte porque entró a opinar contra el gobierno en la permanente controversia sobre el trato a los palestinos. Esto le causó disgustos con personalidades judías, dentro y fuera de Israel, llegando a peleas con el almacenero o con el taxista que se negaba a llevarlo (p.425). Pero de allí salió un libro de información y opinión, que tituló Israel -The Longest War (1982) y que se publicó inicialmente en inglés. Tuvo gran repercusión en el público judío. De ese libro dice ahora Graciela Mochkofsky que está "bellamente escrito" (p. 475) lo cual es cierto. Está mucho mejor escrito, en concepción y en estilo que su Preso sin nombre. Pero la autora seguramente desconoce que ese texto pasó primero por la revisión del semanario New Yorker, que publicó un largo fragmento y que con certeza examinó y ajustó la prosa del original, no sólo en estilo literario sino en la precisión y coherencia de sus conceptos. Esa fue la segura obra de William Shawn, editor del New Yorker durante muchos años (1952-1987), que por las correcciones recibió el constante agradecimiento de sus mejorados colegas.
En 1984 Timerman volvió a Buenos Aires, donde aceptó la tarea de revivir La Razón, un diario que como tantos otros vespertinos del mundo había sufrido la fuga del público hacia la televisión. Su trato con los dueños suponía plenos poderes y un delirante sueldo mensual de diez mil dólares (p.439), pero la experiencia fue un fracaso que terminó en pocos meses. No le sirvió hacer cambios radicales, como transformar a La Razón en tabloide (el formato de Clarin) y transformarla también en matutino, donde compitió con Clarín y Nación.
En 1991 falleció su mujer Risha, dejando a Timerman más solo que nunca. En los últimos ocho años de su vida escribió en la revista Tres Puntos, dirigida por su hijo Héctor, con una columna donde ventiló agravios de 1977 con enemigos como Enrique Jara, Ramiro de Casasbellas o el dirigente judío Nehemias Resnizky. Vivió solitario durante mucho tiempo, en una enorme casa de Punta del Este, que le había costado una seria inversión, y donde anunciaba una autobiografía que nunca escribió. Su paralelo en la ficción pudo ser Charles Foster Kane, el magnate periodístico de El Ciudadano, que acumuló riquezas, no las supo disfrutar, peleó con mucha gente y murió recordando el trineo de su infancia.
ESTA BIOGRAFÍA. De acuerdo a la solapa del libro, la autora Graciela Mochkofsky nació en 1969, estudió en la Columbia University de Estados Unidos, trabajó en Página/12 y La Nación de Buenos Aires. Es demasiado joven para haber conocido de cerca algunos episodios mayores en la vida de Timerman, pero compensó esa limitación con cinco años de investigaciones. Después dedicó quince páginas finales a enumerar las fuentes de su material, capítulo a capítulo, con listas de conversaciones, libros y revistas. Ese afán perfeccionista, muy norteamericano, no es habitual en los escribas rioplatenses, con lo que cabe agradecer sus servicios a la Columbia University.
Una ventaja de la investigación fue su descubrimiento de ciertas vergüenzas políticas o periodísticas, que algo enseñan. Una información sobre disidentes políticos en Alemania Oriental no se podía publicar en La Opinión porque Timerman iniciaba negociaciones con delegados alemanes para comprar maquinaria (p.289). Las posibles protestas de Israel contra la prisión de Timerman quedaban anuladas, porque el gobierno argentino vendía a Israel grandes cantidades de armamento (p.378). Tras el caso Eichmann, raptado en Buenos Aires en 1960, Timerman adujo haber colaborado con su secuestro por israelíes, pero esa jactancia fue desmentida por fuentes de Israel (p.378). Para una entrevista con Perón en Buenos Aires, conseguida por el Canal 13, se consiguió la colaboración de Timerman, pero éste presentó después en La Opinión a esa entrevista como una creación propia, a la que había invitado a Canal 13. Ese texto es "una muestra de megalomanía" (p. 200). Por publicaciones y campañas relativas a la controvertida empresa Aluar, a la empresa Siemens y a la empresa Scaab-Scania, en diversas oportunidades. Timerman cobró cifras que oscilaron de 100.000 a 250.000 dólares (págs.200-202), con cheques luego depositados en Suiza. En tierra argentina, Graciela Mochkofsky aprendió más sobre periodismo que en la Columbia University.
En su página 45, la autora transcribe una repentina reflexión de Timerman en 1953. Caminaba por Rivadavia junto a sus amigos Pedro Orgambide y Tomás Moro Simpson. De pronto dijo: "Estoy cansado de ser pobre. No lo soporto". En ese momento seguramente ignoraba una frase del banquero Bernstein en El ciudadano de Welles (1941): "No es difícil hacer mucho dinero, si todo lo que uno quiere hacer es mucho dinero".
TIMERMAN, EL PERIODISTA QUE QUISO SER PARTE DEL PODER, por Graciela Mochkofsky. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2003. Distribuye Sudamericana, 530 páginas.