Álvaro Buela
CONOCIDA ENTRE los cinéfilos locales como "el Maltin", la Leonard Maltin`s Movie Guide fue durante décadas una de las fuentes de referencia más populares entre los aficionados. En 2009 cumplió cuarenta años, desafiando la actual selva de información y la proliferación de páginas web con votos de los usuarios (el fin de la crítica especializada). Sin ser necesariamente la mejor ni la más atinada de las guías de películas, la confiabilidad de sus datos y las sucesivas adaptaciones de contenido y formato han confluido en un producto sólido y, a su manera, coherente.
Desde 1978 obtuvo una frecuencia anual, cuando la exclusiva dedicación a los telefilms que tenía originalmente se había ampliado a los estrenos comerciales; luego lo haría a los lanzamientos en video. Para volver más práctico un volumen que se había tornado elefantiásico, a partir de 2005 se eliminaron miles de títulos previos a 1960, que derivaron a una nueva franquicia, la Leonard Maltin`s Classic Movie Guide.
En la actualidad hay una pequeña factoría construida alrededor del personaje, que incluye a una docena de colaboradores, dos versiones de la guía anual (en tamaño grande y de bolsillo), la Classic Movie Guide, un volumen de crónicas (Movie Crazy) y una página web (www.leonardmaltin.com) que es, dicho por él mismo, "autopromoción descarada". Recientemente se sumó un soporte de la guía para celulares, que permite múltiples ingresos, visionar trailers y comprar DVDs.
CAPRICHOS. La edición 2010 de la Movie Guide posee 1.645 páginas y asegura contener 17 mil entradas. Empresario al fin, Maltin inicia la Introducción sobornando al lector: "Hoy estamos rodeados de tecnología -de hecho, estamos inundados- pero si Ud. está leyendo esto es muy probable que siga creyendo en el valor del libro de referencia `al viejo estilo`. Gracias, y haga crecer la tribu". El resto se divide entre más autobombo, elogios a los colaboradores y unos pocos datos útiles.
Al parecer, la guía venía arrastrando errores que ahora se corrigen. La fecha de estreno de Harold and Maude (Enséñame a vivir) no era enero de 1972 sino diciembre de 1971; la duración de They Might Be Giants (El caso de Justin Playfair) tuvo variaciones de hasta diez minutos entre su estreno, su emisión televisiva y su lanzamiento en DVD; y el verdadero título de la carnavalesca adaptación de Romeo y Julieta dirigida por Baz Luhrmann no es otro que William Shakespeare`s Romeo & Juliet. Cosas chicas para el mundo son gigantes para el cinéfilo.
Cualquier usuario frecuente conoce y agradece esas manías. También conoce las limitaciones del criterio general, abrumadoramente focalizado en el cine estadounidense. Así, el Maltin es una referencia valiosa para toda producción de Hollywood de cualquier época y categoría, o para la de otros orígenes distribuida por los major studios, pero será una fuente inútil si el lector rastrea algún título del nuevo cine de Portugal, Rumania o Uruguay, que apenas recibe dos menciones anecdóticas (por Viven, de Frank Marshall y Estado de sitio de Costa-Gavras).
Brasil y Argentina obtienen un poco más de atención, aunque lejos de ser representativa. La patria de Glauber Rocha y Nelson Pereira Dos Santos merece la inclusión de una veintena de películas, ninguna de las cuales pertenece a Glauber Rocha o Nelson Pereira Dos Santos. Hay, en cambio, una saturación de Bruno Barreto -el brasileño oficial del Planeta Maltin- y una obvia presencia de los transnacionales Walter Salles y Fernando Meirelles. Por milagro asoma un Carlos Diegues o un Arnaldo Jabor, amén del paradigma de la "pornochanchada", A dama do lotacao, con erratas en el apellido del director ("D`Almedia" por "de Almeida").
La selección argentina es aún más caprichosa. La oficialidad ahí se llama María Luis Bemberg, sin noticias de Lucas Demare, Hugo del Carril o Leopoldo Torre Nilsson, ni tampoco de la generación más reciente, con excepción de Nueve reinas. Hay constancia parcial de las películas de Hugo Fregonese en Hollywood, pero su carrera en Europa y Argentina es una gran ausencia. Otros "importados", como Puenzo, Campanella o Agresti, figuran con la totalidad de sus producciones en Estados Unidos y apenas una de las realizadas por ellos en Argentina (La historia oficial, El hijo de la novia, Valentín).
NO TAN SIMPLE. No tiene caso insistir en el deformado paisaje del cine mundial que se vislumbra a través de la mirilla del Maltin, en especial porque ese criterio, centrado en la producción industrial estrenada comercialmente en Estados Unidos, ha dejado de tener sentido. La democratización del acceso a datos y a películas que vienen generando la televisión, el DVD y, sobre todo, Internet, ha relativizado la que durante décadas fue una fuente indispensable. Por más que Maltin promocione las bondades del libro de referencia "al viejo estilo" y deslice (con razón) un comentario sobre las falacias que se reproducen en Internet, su metodología luce hoy anacrónica.
Se mantiene, en cambio, el profesionalismo y la capacidad de síntesis para apretar en textos brevísimos un sorprendente monto de información y una valoración de cada film, donde los adjetivos son inevitables y la ironía es frecuente. Coronadas por la tradicional calificación (de **** para lo mejor, a BOMB para lo peor), las fichas poseen agilidad y demuestran que Maltin y su equipo jamás tocan de oído. Los juicios son otro cantar. Quien haya frecuentado la Guía ya sabe que el paladar predominante es más bien conservador, que la experimentación no está bien vista (o no está vista en absoluto) y que la ponderación resulta más compartible en los títulos añejos que en los recientes.
En general, toda estética de choque merece un tratamiento burlón y refractario. Un creador border como David Cronenberg será mejor valorado por sus películas "domesticadas" (La zona muerta, Una historia violenta, Promesas del Este) que por los ensayos mórbidos que son su aporte auténticamente original (Videodrome, Crash, Spider). La hermosa fábula de Chiao, maschio (Marco Ferreri, 1978) o el implacable formalismo de Trouble Every Day (Claire Denis, 2001) serán maltratados y enviados a la misma categoría que desechos de la calaña de Astro-Zombies o Tintorera. Inversamente, cualquier título con olor a Oscar conlleva un derroche de asteriscos, sin importar cuán impotente (El curioso caso de Benjamin Button) o tramposa (Slumdog Millionaire) sea la ocasión.
Pero sería injusto desacreditar las credenciales de Maltin asimilándolo al "gusto masivo", en caso de que eso exista. Se trata, más bien, de una honesta y en el fondo ingenua visión de las películas como vehículo de emociones y espectáculo, que jamás se ha cuestionado que el cine, como arte, puede también desafiar esa visión, o incluso proponer su propia destrucción. Es así que en la Guía pueden encontrarse elogios superlativos a El evangelio según San Mateo, de Pasolini, y a La ley del más fuerte, de Fassbinder, conviviendo con un marcado rechazo hacia las obras terminales (en varios sentidos) de ambos cineastas, Saló y Querelle.
Hay en Maltin una cualidad de "buen salvaje" de la cinefilia, pasional y memoriosa, compartida por mucho cronista de su generación (nació en 1950). Debe ser un placer charlar un rato con él y después, para contrarrestar, irse a ver una película de Godard.