Este contenido es exclusivo para nuestros suscriptores.
.
Por Darío Jaramillo, desde Bogotá
.
Lo que hizo Santiago Muñoz Machado, actual director de la Real Academia Española, en las más de mil páginas del libro Cervantes (616 de texto más otras 400 con bibliografías y notas) es un retrato histórico del autor y su obra, siguiendo con orden los sucesivos aportes que se hicieron a ellas, vida y escritos, logrando al final una especie de estado de la cuestión del universo cervantino completísimo y muy claro.
Comienza con la paulatina formación de las biografías a partir en los datos que el mismo Cervantes (1547-1616) proporciona a lo largo de su obra. Por el mismo don Miguel se sabe que la primera parte del Quijote fue escrita en la cárcel como lo dice en el prólogo: “¿Qué podría engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?”. También por él se sabe que pidió un puesto en Guatemala o en Bolivia o en Cartagena, que nunca logró y luego trató con ironía.
Muñoz comienza negando la autenticidad del retrato de Cervantes que por mucho tiempo presidió un salón de la Academia. Todos los demás retratos fueron post mortem y están basados en la propia descripción de su figura que antecede a las Novelas ejemplares: “este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años, que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y eso mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, ante blanca que morena, algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; este (…) llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos…”.
Cuenta Muñoz Machado que las primeras biografías de Cervantes que se escribieron datan del siglo XVIII y que todas son más bien hagiografías de un ser sin defectos. “La sublimación de Cervantes por sus biógrafos ha sido una constante desde el libro de Mayans, que abre la serie, hasta el final del siglo XIX, con los textos de León Máinez, Pérez Pastor o Cotarelo y Mori. Cervantes es, para ellos, un escritor sublime con unas virtudes personales admirables. Excepcional en todo lo que hizo en su vida. A finales del siglo XIX están, sin embargo, descubiertas sus debilidades, que algunas biografías no ocultan o dejan, al menos, insinuadas”. Como luego, “se encontraron noticias sobre procesos, encarcelamientos, una hija natural, algunos desarreglos de sus hermanas, Andrea y Magdalena, una vida poco ejemplar del abuelo paterno, Juan, y la manifiesta inutilidad de su padre, Rodrigo, los biógrafos pasaron por momentos de estupefacción en los que dudaron sobre cómo abordar las noticias. Siempre procuraron dulcificarlas, para que no hubiera un asomo de duda sobre el carácter admirable de su vida, y, en ocasiones, prefirieron ocultar el descubrimiento. La vida, tan humana y novelesca, de Cervantes, quedaba, de esta manera, desfigurada. Estos elementos manipulados fueron desapareciendo a lo largo del siglo XIX”.
A su vez para sus contemporáneos Cervantes no contaba. Y cuando contaba, contaba para mal, como en una carta de Lope de Vega donde sentencia que “de poetas, no digo: buen siglo es éste. Muchos están en ciernes para el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes, ni tan necio que alabe a don Quijote”.
Autor que vende.
El año 1605 parte en dos la vida de don Miguel. Llega el reconocimiento y el éxito. Pasa de ser un don nadie de segunda línea a convertirse en autor que vende libros y que es traducido. Cuenta Muñoz que “el propio Cervantes fue bien consciente del éxito de su novela. Puso en boca de Sansón Carrasco, al inicio de la segunda parte del Quijote, las noticias sobre la excelente acogida de las aventuras de don Quijote y Sancho: ‘los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que, apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen: ‘allí va Rocinante’. (…) Es tan verdad —dijo Sansón— que tengo para mí que el día de hoy están impresos más de doce mil libros de tal historia; si no díganlo Portugal, Barcelona y Valencia, donde se han impreso, y aun hay fama que se está imprimiendo en Amberes; y a mí me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzca”.
Abundan las ediciones. Y, más, abundan los errores en las ediciones. Hasta que, casi dos siglos después, viene la Academia de Lengua y emprende la fijación del texto del Quijote: “el trabajo que abordaron los académicos fue, en primer lugar, el de depurar el texto, que estaba muy alterado por las invenciones y manipulaciones directas de amanuenses, editores y tipógrafos”
A la edición de la Academia siguieron otros proyectos filológicos y de comentarios con diferentes alcances, pretensiones y resultados, como el de Diego Clemencín (1833), muy ambicioso, muy erudito y lamentablemente muy perfeccionista. Dice Muñoz que “el comentarista se convierte en un durísimo censor, que escudriña la obra con una minuciosidad extrema y no deja pasar ni un solo yerro lingüístico”. Don Juan Valera (acaso el más lúcido de todos los cervantólogos) señala que “Clemencín exige a menudo a Cervantes una exactitud tal en los términos, una precisión tan rigurosa y una dialéctica tan severa que nunca o rara vez fueron prendas de los poetas inspirados, sino de los filósofos de estilo frío y erizado de fórmulas y de los rectores y gramáticos más acompasados y secos. Por otra parte, la lengua castellana y su gramática no estaban entonces tan fijas y sujetas a preceptos como en el día”.
Hoy la edición del Quijote que más destacan los cervantistas (Martín de Riquer y Francisco Rico) es la de Rodolfo Schevill y Adolfo Bonilla. Schevill explica que “con esta edición del Quijote ofrezco al lector una reproducción del texto original evitando en cuanto me parecía justificado toda enmienda, y conservando conforme a lo que pide la crítica rigurosa de hoy, las lecciones de la primera edición: esta se ha de reverenciar, como si fuera el manuscrito que se refleja y reproduce en ella”.
Los propósitos del Quijote, en palabras de Muñoz Machado, fueron “combatir los libros de caballerías y entretener y divertir a los lectores”, y están expresados en el prólogo que escribió Cervantes para su novela, texto en el que conversa con un amigo y le dice que su escritura busca “deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías” y “dando a entender vuestros conceptos sin intrincarlos y escurecerlos. Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención”.
Entusiasmo.
No obstante esa claridad de propósitos que no guardan ninguna intención oculta, ya en el siglo XVIII, y a partir de las Cartas marruecas de José Cadalso, cambian las ideas. Dijo Cadalso que “lo que hay debajo de estas apariencias es, en mi concepto, un conjunto de materias profundas e importantes”. Comenta Muñoz que “en ninguna parte de las Cartas marruecas explica Cadalso cuáles son las materias profundas e importantes a que se refiere, pero su apreciación será, desde que fue formulada, la preocupación esencial de la crítica cervantina”. Para F. J. Bartuch, el primer traductor del Quijote al alemán, se considera “a la novela una sátira aplicable a todos los hombres y todas las épocas (…). Poco después, en 1772, Herder desarrolla puntos de vista coincidentes (…). Considera que la historia es… a un tiempo la primera epopeya cómica, de la que procede la novela moderna, y el breviario por excelencia de una nación que ha heredado el viejo espíritu gótico enriquecido por la aportación árabe”. Por su parte, “Hegel hace de la novela un momento esencial de la historia literaria y social de Europa, y sitúa en el idealismo el valor más elevado, lo que contribuye a prestar una nueva significación al caballero de la triste figura, otra manera de interpretarlo desde la sensibilidad diferenciadora que aparece también en Germaine de Staël, y en Kant, Goethe, Schiller, Novalis, Fichte, Byron (Don Juan) o Victor Hugo”.
El entusiasmo por el Quijote se multiplicó en la España del primer romanticismo. Cuenta Muñoz que, para entonces, “todos coinciden en remarcar el genio extraordinario de su autor”, hasta que viene Juan Valera y modera la hipérbole. En su discurso de entrada a la Real Academia, Valera arremete contra la exageración de llamar a Cervantes “el ilustrador del género humano (…). Esta hipérbole y la manía subsiguiente de ver en Cervantes un sutilísimo psicólogo, un refinado político y hasta un médico consumado”. Menéndez y Pelayo, a su vez, es contundente: “entre las varias y extravagantes formas que en estos últimos tiempos ha tomado el fetichismo cervantista… debe contarse por una de las más risibles la de atribuir al Quijote singulares ideas científicas y el estudio positivo de todas las ciencias y artes, liberales y mecánicas, claras y oscuras, con muchas trascendencias y marañas filosóficas que, a ser ciertas, convertirían el Quijote, de libro terso y llano como es, en la más enojosa de las enciclopedias (…). Cervantes es grande por ser un gran novelista o, lo que es lo mismo, un gran poeta y… no necesita más que esto para que su gloria llene el mundo”.
Un capítulo está dedicado a las fuentes folclóricas y de literatura popular. Trae a cuento un hábito muy de la época cervantina, la literatura oral. Muñoz llama la atención sobre el hecho de que “Cervantes, más que cualquier escritor de su tiempo, acomodó su estilo a la lectura”, además de que “la literatura oral, de carácter popular y folclórico fue una fuente de enorme valor para el escritor”.
En cuanto a otras fuentes populares, Muñoz llama la atención sobre una muy conocida, los refranes, y a otra más implícita pero muy importante, los carnavales. Y, notorio, el mundo de su época que aparece de diferentes maneras en el Quijote, como la monarquía, la pobreza, los vagamundos, los moros, los judíos, los gitanos, la religión, el culto a las reliquias (cuestión central de la rebelión de Calvino contra Roma), la creencia —generalizada en la época— en hechizos y brujas, el régimen jurídico. El autor tiene formación de abogado y no es extraño que el libro cierre con el tema de las leyes. Dedica un capítulo al matrimonio y a las relaciones de pareja, asuntos que habían sido modificados a fondo por el concilio de Trento, y que afectaba mucho a la sociedad española y ni qué decir a la parentela misma de Cervantes: “se aprecia en las obras de Cervantes su apego a defender la voluntad libremente expresada por un hombre y una mujer, por encima de las ceremonias”.
En fin, lo que ha hecho Muñoz Machado es una puesta al día de lo que sabemos del Quijote y de Cervantes.
CERVANTES, Santiago Muñoz Machado. Crítica, 2022. Barcelona, 1.040 págs.