Rosario Peyrou
FUE EL FUNDADOR del humor gráfico uruguayo. Dibujante, historietista, ilustrador, libretista y caricaturista, Julio E. Suárez (Peloduro) tuvo una notable puntería para captar, bajo un prisma humorístico, las luces y las sombras de este "país esquina", a través de un puñado de personajes de barrio y un inagotable talento verbal. Había nacido hace justamente cien años el 16 de setiembre de 1909 en Salto y tenía 18 cuando se vino a Montevideo a estudiar Arquitectura, una carrera que abandonó en poco tiempo para dedicarse al periodismo, que fue el oficio en que encontró su verdadera vocación. En su primer trabajo se desempeñó como ilustrador de las crónicas parlamentarias en El Nacional, el diario que dirigía Carlos Quijano. Al cierre de El Nacional, en 1931, Suárez creó su propia historieta, "Wing y Roncadera" un antecedente directo de lo que serían luego los personajes de Peloduro, y que se publicaba en el matutino El Plata. En 1933 y en las páginas de El País apareció por primera vez la historieta que lo haría famoso y le daría un nombre para siempre: Pelo Duro (así: con las dos palabras separadas).
Dos años después la tira pasa a publicarse en El Diario, y en febrero de 1943 nace la revista Peloduro, dirigida por Suárez, y con un equipo de los más brillantes cronistas y dibujantes: Julio César Puppo (El Hachero), Wimpi (Arthur N. García), Serafín J. García (Simplicio Bobadilla), Alberto Etchepare (El Ujier Urgido), César M. Rappalini (Rapp), Asdrúbal, Wilfredo y Danilo Jiménez, Danilo Trelles, Dionisio Viera (Davy), Alfredo Mario Ferreiro y Toño Salazar, entre otros. En la última época se incorporaron firmas como Mario Benedetti, Julio Rossiello, Mauricio Müller, los más jóvenes Cuque Sclavo, Carlos Núñez, Daniel Waksman, Mauricio Rosencof, Carlos María Gutiérrez y una única mujer, Elina Berro.
Puede decirse que Peloduro abrió un rumbo para el humor nacional: una manera crítica sin dejar de ser piadosa (Carlos Maggi lo definió como "un bolche apasionado" que sin embargo "dibujaba delicadamente a sus adversarios, siempre sin malicia"), una observación atenta de costumbres y maneras de ser, un cultivo del ingenio que presuponía la inteligencia del lector, a diferencia de tanto producto "humorístico" de la aburrida televisión de hoy que adjudica al espectador una capacidad de comprensión menos que escolar.
Con esa fórmula llegaron a un público muy amplio que se reconocía en el lenguaje y en esas características nacionales capaces de ser tomadas a la chacota. Como escribió Alicia Torres, Peloduro estimulaba en los uruguayos de los años 50 "el sentimiento de pertenencia y consustanciación con su entorno, y la posibilidad de una lectura tan amena como crítica".
Pronto los personajes de Peloduro se volvieron míticos: Peloduro y la Choronga, El Pulga y La Porota, El Pulguita, El Pileta, El Dulce, pasaron a formar parte del paisaje montevideano. Comentaban lo que pasaba en el barrio, los sucesos de actualidad, los avatares del fútbol, pero también la vida política nacional y extranjera. "Los Comentarios Internacionales del Pulga", una crónica que salía aparte de la historieta, hizo época por su agudeza y una manera de hablar (además de su loca ortografía) rematadamente montevideana y popular. "Ese idioma -escribió Jorge Varlotta (más conocido como Mario Levrero)- es nuestro idioma -montevideano más que uruguayo- impecablemente captado y traducido a una grafía original".
Es cierto que ese "país de las cercanías" que describió Peloduro ya no existe, pero hay algo en él que seguimos reconociendo como inconfundiblemente uruguayo. Quien quiera saber cómo era la vida en el Montevideo de mediados del siglo XX no debería dejar de leer a Peloduro: puede decirse que sus crónicas y sus historietas cristalizan sin ninguna grandilocuencia un momento clave de la vida nacional: la de la conformación de una identidad y de una cultura.
A pesar del enorme éxito de público, la aventura de Peloduro estuvo sembrada de dificultades económicas que la hicieron interrumpirse por dos veces. Debió cerrar en 1951 y no volvería hasta 1955, en una breve reaparición que duró apenas unos meses. Cuando en 1964 volvió a salir, Suárez prometió que, si la revista no llegaba a 1973, se comerían "un chancho con plumas". Es curioso que haya elegido el año 1973 como meta, porque fue justamente ése el año en que murió definitivamente el mundo que él supo pintar. Lo cierto es que cumplió su promesa: en el último número aparecen la imagen de la parrilla con el cerdo emplumado y otra del equipo de la revista comiendo el asado embanderillado de plumas. Amigo de Quijano desde la primera hora, Suárez siguió colaborando en Marcha hasta su muerte, ocurrida en 1965, un año después del cierre de su revista.
Diccionario del disparate
Julio Suárez
Abarcar. Tener un bote y desear una chalana, tener una chalana y querer un yate, tener un yate y ambicionar un barco de pasajeros, tener un barco de pasajeros y soñar con poseer un acorazado.
Abrupto. Hombre de mentalidad escarpada, que no sabe encontrar un teléfono en la Guía ni entender la realidad política nacional. Con relativo empeño suele llegar a diputado nacional.
Bacanal. Relajo de los bacanes, a base de mujeres y vino.
Balbuceo. Ómnibus 141-142.
Bastardo. Vástago que llega tarde, también llamado "hijo natural", para diferenciarlo de los otros que son artificiales.
Bonificar. Portuguesismo que significa "quedar bien".
Caramelo. Gesto dulzón que ponen algunos nativos de la capital de Cerro Largo: Juana de Ibarbourou, Emilio Oribe, etc.
Carcaj. Funda donde guardan la risa los que se ríen para adentro.
Cardenales. Chichones amoratados que se produce el Papa dentro del Vaticano para pagar generosamente las culpas de todos los pecadores.
Catre. Cama francesa para cuatro personas.
Contraste. Condición que es común al ser humano y las guitarras.
Corpúsculo. (Anatomía) El todo y una parte.
Decapitar. Fumar diez cigarros por día.
Descompostura. Condición que establece una diferencia fundamental entre el hombre y la máquina. Ej.: cuando un automóvil se descompone, se detiene; en cambio cuando un hombre se descompone, corre.
Desperezarse. Cortar toda relación o vínculo con Pérez.
Emanciparse. Divorciarse de Ema.
Encíclica. Carta que el Sumo Pontífice reparte en bicicleta a todos los obispos del orbe.
Engarzar. Apretar una garza contra una piedra.
Empédocles. Estado alcohólico en que se mantuvo la filosofía griega a mediados del siglo V antes de J.C.
Especular. Ponerse el espejo del lado de atrás para mirarse.
Estilista. Se dice del escritor que en el Tupí, en vez de café pide tilo.
Forúnculo. Grano que sale en la piel, aunque no necesariamente allí, aun cuando todo puede ser en fin, Dios quiera que no.
Hematoma... y hemafuma. Después, claro, hematosis...
Hospedaje. Hospital donde se asisten los borrachos consuetudinarios.
Increpar. Morir con cierto fastidio e indignación.
Isodátilo. Que tiene la costumbre de meterse siempre el mismo dedo en la nariz.
Job. Personaje bíblico, fue el primero que tuvo la paciencia de armarse él solo un cigarrillo.
Kurdistán. Región turca donde el que no se agarra una turca se agarra una kurda.
Lacedemonia. Nombre que se da a un adto sodemne en conmemodación de cualquied acontecimiento.
Leguleyo. Especie de legumbres que crece en los alrededores de la Facultad de Derecho y del Palacio Judicial.
Liliputiense. Hombrecito que dice malas palabras.
Macho. Animal del sexo masculino al que los tangos, si es hombre le prohiben llorar.
Mississippi (EE.UU.) Gran río norteamericano, cuya fonética se usa corrientemente como estimulante diurético de los niños.
Ohio. Palabra absurda que se pronuncia "ojaio", ¡parece mentira!
Obstétrico. Momento tétrico en que uno viene a la vida.
Ottorino Laringologo. Famoso especialista de la garganta, hermano del músico italiano Ottorino Respighi.
Secesión. Sesión de la Directiva de la Sociedad de Tartamudos.
Sierpe. "Siempre" en los tangos cantados por Gardel.
Sodoma. Antigua ciudad de Palestina donde se llevaba a cabo la Semana Criolla de entonces. Dios la destruyó porque los gauchos convirtieron la doma en un verdadero relajo.
Táctica. Procedimiento de conquistar a una mujer por el tacto. Muy arriesgado.
Tapia. Pared sorda, que no oye nada de lo que se dice.
Vidalita. La menor de las hijas del viejo Vidal.
Vilipendioso. Vender un oso al vil precio de la necesidad.
Algo así como un genio
Fermín Hontou
ESCRIBIR SOBRE Peloduro, o mejor, sobre Julio E. Suárez, a más de cien años de su nacimiento en el Salto Oriental, es una tarea compleja.
Peloduro no fue sólo un dibujante, un humorista. Fue también la quintaesencia del uruguayo bohemio con una gran cultura popular (y alcohólica), que recorría los boliches montevideanos; pero además fue capaz de satirizar a Shakespeare o a Freud o a Obdulio Varela y a otros clásicos de este mundo accidental y cretino.
Desde su temprana radicación en Montevideo en 1927, cuando vino a estudiar arquitectura, hasta sus primeros dibujos para prensa con apuntes parlamentarios en El Nacional, el efímero diario fundado por Carlos Quijano, llegando más adelante a su propia revista llamada Peloduro como su personaje principal, y sus caricaturas políticas en Marcha, El Popular, Época, Justicia y La Mañana, construyó una obra que casi siempre estuvo ligada a las contingencias de la vida política y social del Uruguay.
Algunos estiman que ése es su límite. Parece que se ocupó demasiado en pintar a su aldea y se olvidó del mundo y eso (para algunos) lo torna descartable, prescindible.
Sin embargo, y aunque poco importe, Peloduro fue para mí un descubrimiento. Cuando él murió (en 1965) yo tenía apenas 9 años y estaba más ocupado en los picaditos de fútbol contra el cordón de la vereda y me trepaba a los árboles a leer historietas publicadas por editoriales mexicanas y creadas en los "Iunaited Esteits of América".
Me conocía de memoria los orígenes extraterrestres de Superman y su perro Krypto, las idas y venidas de los "teenagers" Archie y Torómbolo con las bellas Betty y Verónica, las aventuras de Hopalong Cassidy, el Llanero Solitario y su fiel compañero indio Toro, las Historietas de la Pequeña Lulú y el admirado Tobi con su club donde se prohibía el ingreso a las mujeres (o niñas), cosa con la que Juan Carlos Onetti no estaría de acuerdo, quizá por haberse declarado admirador de la Pequeña Lulú. En resumen, estaba totalmente colonizado por historietas extranjeras. Más o menos lo mismo que sucede con los adolescentes de hoy y su fascinación por el manga y el animé japonés o con los inmortales e interminables superhéroes y sus versiones actuales. Incluso con los tan célebres y festejados Simpson (aparentemente antisistema y contestatarios) y su emporio imperial de merchandising.
Fue recién al final de la década del 70 que conocí el trabajo de Julio E. Suárez y fue todo un deslumbramiento. En el lenguaje de la historieta, Julio E. Suárez hacía aparecer el barrio, la esquina, los botijas jugando al fútbol descalzos en la calle, el Pulga vendiendo diarios afuera del boliche, la Porota lavando ropa en la pileta del conventillo, Peloduro jugando al fútbol con la camiseta de Uruguay (por los años de Maracaná). También por esa época descubrí las caricaturas de escritores, políticos, artistas, músicos o futbolistas que casi siempre firmaba JESS (Julio Emilio Suárez Sedraschi).
Incluso descubrí que en su revista dibujaba avisos de analgésicos o de alimentos recurriendo a sus famosos personajes, Peloduro y el Pulga, que oficiaban de promotores, antes de nuestra era actual plagada de promotoras.
Puedo decir que descubrir a Peloduro me fascinó, sobre todo porque me enteré de que aquí, en esta comarca del Sur del mundo, era posible dibujar y crear un verdadero mundo de historieta, descartando el tono despectivo con que algunos usan la palabreja.
Soy consciente de que Peloduro no era un eximio dibujante. Tampoco era excesivamente original. Basta recordar las historietas estadounidenses anteriores o contemporáneas a su período de trabajo, para advertir influencias estilísticas de varios dibujantes de su época (por ejemplo "Educando a Papá" de George Mc Manus o "Lorenzo y Pepita" de Chic Young).
Quizá en sus caricaturas de intelectuales y artistas uruguayos es donde su aporte es más singular, casi único. En esos casos el dibujo se suelta, se ve menos afectado que en sus historietas y apela a síntesis geométricas más audaces.
A pesar de esas consideraciones, y sin olvidar la persistente invasión de dibujantes e historietistas que vienen de fuera de nuestras insignificantes fronteras, hay que decir que Peloduro fue algo así como un genio. Eso en el plano del dibujo.
En lo que se refiere al terreno de la palabra, concedo que tal vez no fue un genio de alcance universal, que no mereció un Premio Nobel, ni siquiera un Premio Cervantes de la Lengua Española.
De acuerdo: fue un simple humorista (otra definición despectiva), un cronista marginal de diarios y revistas de su pequeña y periférica aldea, pero sin embargo, desafío a aquellos excelsos y connotados literatos a revisar al menos unas pocas definiciones de su "Diccionario del Disparate" o a volver a leer alguno de los "Comentarios Internacionales del Pulga". Por algo el lema de la revista Peloduro era: "Dios nos puso sobre esta ciudad... sabiendo lo que hacía".
Yo quería ser como él
Hermenegildo Sábat
TODOS HEMOS tenido modelos por lo menos desde la Edad Media. Eso es lo que leímos en los libros de Historia Universal y era lo que insistía Carlos Rama en sus clases de segundo año del curso secundario. Habiendo tenido un abuelo que no conocí y cuyo nombre heredé, me preocupé desde entonces, hace siete décadas, de dibujar y pintar como él lo hubiera hecho. No lo he logrado, pero sigo insistiendo. A quien conocí, en mi infancia; por vecindad, y en mi adolescencia por admiración y necesidad, fue a Julio Suárez. La primera imagen, el primer recuerdo, es una historieta que publicó en la extinta revista Mundo Uruguayo, que se llamaba: "Cocona", seudónimo de su hija Alicia, que terminaba siempre con el slogan "Cocona es linda y gordita por el Completo Puritas". Después, no mucho más adelante, comencé a disfrutar su sentido (uruguayo) del humor, un instrumento dedicado a analizar sin ofender todo lo que sucedía alrededor de los poderes.
En esos momentos Julio Suárez devino mi modelo. Tal vez es un poco tarde que lo admita públicamente, pero más vale tarde que never: yo quise ser como Julio Suárez. Tarea difícil me impuse. Porque él supo manejar tanto la imagen como la palabra. Las palabras que usó las entendieron todos, exquisitos e ignorantes, poderosos y laburantes. Y sus dibujos eran reconocidos incluso por los indiferentes.
Mi admiración por este hombre certero y modesto me llevó a concurrir a la redacción de El Plata y filtrarme entre la gente que estaba trabajando para observar cómo y de qué manera trabajaba. Era rápido, preciso y prolijo. Sus palabras no herían ni al director del diario (Juan Andrés Ramírez), quien, para hacer un eufemismo, se encontraba en las antípodas de su ideología pero que disfrutaba su talento, y tampoco a sus correligionarios que podían festejar diariamente al cronista que mejor interpretó su época, con la ayuda invalorable de Presidentes, Intendentes, Ministros y la complicidad de Peloduro, el Pulga y la Porota.