Publicidad

Pierre Rosanvallon y las mentiras del populismo

Compartir esta noticia
Pierre Rosanvallon

Nuevo ensayo del francés

Nadie sabe si la Venezuela de Maduro y la Nicaragua de Ortega son de derecha o de izquierda, revolucionarios o conservadores. Pierre Rosanvallon sabe por qué ocurre esto.

La Ciencia Política puede ser tan árida como chupar un clavo. Sin embargo la necesitamos más que nunca. Y a veces hasta la entendemos todos, en plan ciudadano. El nuevo libro del catedrático francés del Collège de France Pierre Rosanvallon, El siglo del populismo, es una prueba de ello, no solo porque escribe claro y entretenido, sino porque se ocupa del retroceso de la democracia en el mundo. Un mundo donde se discute mal, con términos confusos. Por ejemplo a la hora de calificar el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela o el de Ortega en Nicaragua, si son de izquierda o de derecha, revolucionarios o conservadores. Además, cuando se crítica a esos regímenes por la pérdida de libertades... no pasa nada. No solo no les hace mella; esa crítica los fortalece.

El primer problema es la palabra populismo. Los “populismos celebrados por unos y demonizados por otros siguen caracterizados de manera imprecisa y por ende inoperante” afirma Rosanvallon. “Aunque el término populismo aparezca por todos lados, la teoría del fenómeno no se encuentra en ninguno” (...) “Es una palabra de goma, tan desordenado resulta su uso”. Se utiliza para calificar a Hugo Chávez, a Evo Morales, a Putin y a Orbán, a Jean- Marie Le Pen en Francia, a Duterte en Filipinas o al inefable Nigel Farage, promotor del Brexit británico que los sacó de la Comunidad Europea. En algún punto se habló del populismo de Donald Trump, de Bolsonaro, hasta del kirchnerismo. Rosanvallon se propone con este libro dejar de tratarlo como un problema en sí, para pensarlo como un síntoma de algo que está muy mal en la política de las democracias actuales.

Carácter exótico

El autor busca características comunes a los diversos regímenes para intentar una clasificación. Los compara. Afirma, desde una postura eurocentrista que podría molestar, que “hace algún tiempo, los ejemplos latinoamericanos tenían todavía un carácter ‘exótico’”. Se refiere a la Bolivia de Evo Morales, la Venezuela de Chávez y Maduro, el Ecuador de Correa y la Nicaragua de Ortega. “La Venezuela de Chávez es un buen ejemplo de brutalización de las instituciones (siendo la Bolivia de Evo Morales el otro caso arquetípico en América Latina)”. Hacerse elegir de forma inconstitucional, disolver instituciones existentes e instalar otras, no respetar fallos de la Corte Suprema, atacar a la prensa, o no respetar referéndums si el resultado no es conveniente, hablan de una voluntad por debilitar las instituciones. Y los compara con la Hungría de Orbán. Allí el proceso fue más lento, sutil. Siguió lo que Rosanvallon llama una desvitalización progresiva de las instituciones, comenzando con la reforma constitucional de 2012, y quitándole potestades a la Corte Suprema para evitar posteriores interferencias. En todos los casos, lo que hay es una “politización del Estado”, donde los funcionarios independientes son sustituidos por fieles, lo que deriva en una virtual “privatización del Estado”. A su vez los derechos humanos, en casi todas las versiones, quedan seriamente comprometidos.

¿Donald Trump es populista? En principio no, a pesar de los eructos, las guarangadas y los insultos que profirió a periodistas, adversarios y funcionarios. A diferencia de los Chávez y los Orbán, Trump no debilitó las instituciones democráticas, que se mantuvieron formalmente intactas. Sin embargo buscó dividir a su país entre buenos y malos, hombres e infrahombres, amigos y enemigos (por enemigos las elites corruptas, los tecnócratas, o un “Estado profundo” que al final le “robó” la reelección). Entonces sí sería populista, porque un rasgo clave que une a esta banda de agitadores es la polarización de la sociedad entre desposeídos y poderosos, entre pobres y ricos, todo alimentado por pizcas de teoría conspirativa.

Rosanvallon también señala los ataques a la prensa como un eje central de la retórica populista. El populismo no tolera la existencia de cuerpos intermedios que animen la vida pública y promuevan opinión. Esa crítica liberal —como la que lleva adelante la prensa libre, cuando puede—, en lugar de debilitarlos les acarrea más apoyo, los promociona. No es casualidad que Vladimir Putin, que no es un ser desprevenido, haya dicho que el liberalismo se había vuelto “obsoleto”. Viktor Orbán, hombre fuerte de Hungría y paradigma de estos nuevos regímenes, señaló que “una democracia no es necesariamente liberal”. Se blindaron a este tipo de críticas. “Este libro quiere romper el sortilegio proponiendo una crítica profunda de la teoría democrática de la ideología populista”.

Brexit y más

Los populismos creen que están regenerando la democracia. Buscan poner en primer plano la “soberanía colectiva”, devolver “la palabra al pueblo” clamó Jean-Marie Le Pen. Para eso hay que liberarlo de la “clase política”, del complot de los corruptos, de los tribunales de justicia “al servicio” de las oligarquías o de los que dominan desde las sombras (los judíos, los banqueros, los masones). Buscan la expresión espontánea del pueblo, que debe darse con una contundencia épica, apasionada. Claro que después de la pasión... El Brexit inglés es un ejemplo interesante. “Las personalidades políticas que hicieron campaña por la salida de la Unión Europea se retiraron luego a su Aventino, abandonando a sus electores a la expresión de su soberanía;_esos políticos no eran responsables de nada”. Pero ganaron, y dejaron a la política inglesa en un caos de proporciones, hasta hoy.

A su vez, Rosanvallon se pelea a lo largo de todo el libro con Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, los dos intelectuales predilectos de estas “democracias” latinoamericanas. Entre otras críticas afirma que ambos están fascinados con la obra del jurista alemán Carl Schmitt —compañero de ruta del nazismo—, por su teoría política y su antiliberalismo radical. “Esta fascinación constituye intelectualmente uno de los lazos entre populismo de derecha y populismo de izquierda”.

Más democracia

Al final Rosanvallon le levanta el ánimo a los auténticos demócratas. Pero los pone a trabajar. El antídoto contra el populismo pasaría por una nueva democracia, una donde se multipliquen las modalidades y las expresiones de la representación. Que no deje gente abandonada, que todos, de una forma u otra, se sientan representados, tengan voz, incidan en los problemas, participen en las soluciones y puedan juzgar a los que se equivocan. Es una tarea compleja y difícil integrar a comunidades cada vez más diversas y heterogéneas, en un mundo mentiroso donde las ideas falsas, claras y precisas, siempre tendrán más fuerza que las ideas verdaderas y complejas. Esto lo dijo Alexis de Tocqueville hace casi 200 años mirando la democracia en América; ya entonces se remaba a contracorriente. Pero era muy inteligente, sabía que las ideas complejas y honestas son el antídoto del populismo.

EL SIGLO DEL POPULISMO, de Pierre Rosanvallon. Galaxia Gutenberg, 2020. Barcelona, 264 págs. Traducción de Irene Agoff.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

populismo

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad