París, 1940

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CARLOS LISCANO

EL VISITANTE de París en 2007 ve en los edificios, en las calles, en las plazas, los homenajes que recuerdan a los resistentes contra el nazismo. Una placa con el nombre, la fecha de nacimiento y la fecha en que fue asesinado por las tropas de ocupación. Son cientos de lugares que dan a la memoria de la ciudad un dramatismo que probablemente solo llame la atención al extranjero. Al francés de París o al no francés residente esos recordatorios de que aquí una vez se luchó y se murió por la libertad contra el ocupante ya no le dicen casi nada.

Muchos bares, restaurantes y lugares públicos donde los nazis comieron, bebieron y se divirtieron siguen existiendo con el mismo nombre. Cuesta imaginarse cómo vivían los habitantes de París la presencia de soldados alemanes tomando cerveza en las terrazas de los bares.

Herbert Lottman escribe el `diario` de la caída de París. Se vale de testigos que sobrevivieron a la ocupación, de documentos que han sido conservados por familiares y amigos, diarios personales, cartas, y de documentos públicos de Francia, Inglaterra, Alemania, Estados Unidos.

El libro comienza en la noche del jueves 9 al 10 de mayo de 1940 y continúa, día por día, hasta el domingo 23 de junio.

Mientras los nazis avanzaban sobre París el servicio meteorológico hacía sus predicciones diarias, pero no las daba a conocer para que el enemigo no se enterara del estado del tiempo. El domingo 9 de junio París tuvo un día espléndido. Simone de Beauvoir fue al cine y vio un programa doble. (Jean Paul Sartre había sido movilizado y no estaba en la ciudad). Ese domingo todavía funcionaban 14 cines que daban versiones inglesas y 13 que daban películas francesas o extranjeras dobladas al francés. Casi todo el teatro era oficial. En la Ópera se representaba La flauta mágica. La Comédie Franaise ofrecía El avaro, en el Odeón daban El Cid y Las preciosas ridículas. Fue, para todos, la última función. Ese día el gobierno decidió cerrar todos los teatros subvencionados. También decidió que los niños debían abandonar París. No había motivo para que, terminadas las clases, se quedaran en la ciudad.

PLEGARIAS Y PARTES. Se alzaban plegarias ante la tumba de santa Genoveva, patrona de París, pidiendo la protección de la ciudad. El domingo 26 de mayo se sacaron a la calle, por primera vez en muchos años, las reliquias de la santa para consolar a los creyentes. Un obispo dirigía el canto: "¡Nuestra Señora de París, Nuestra Señora de Francia, ruega por Francia! ¡Santa Genoveva, ruega por Francia! ¡San Luis, valeroso en el combate, ayuda a nuestros jefes militares!".

El Partido Comunista había sido ilegalizado después del pacto germano-soviético. El diario L`Humanité se publicaba clandestinamente. Los comunistas no creían que aquella fuera una guerra en la que la clase obrera tuviera algo para ganar. Las cárceles se llenaban de comunistas.

Los partes militares franceses eran confusos: la guerra no se perdía pero tampoco acababa de ganarse. Desde Alemania, Goebbels dirigía las emisiones de radio en francés aumentando la confusión entre la población. Una de las emisiones se llamaba L`Humanité.

Winston Churchill viajaba clandestinamente a Francia para coordinar la resistencia. Francia pedía más ayuda militar a Inglaterra. Churchill decía que no podía dársela. El malestar de los franceses hacia Inglaterra aumentaba todos los días. Estados Unidos no podía dar ayuda militar de modo abierto sin declarar la guerra a Alemania. Pero la declaración de guerra era potestad del Congreso. El presidente Roosevelt daba ánimos a los franceses.

El coronel Charles de Gaulle, que pronto cumpliría 50 años, había estado en desacuerdo con la preparación francesa para la guerra y con el modo en que la guerra era comandada. En esos días fue ascendido a general y se le permitió usar su teoría de que los tanques debían ser usados como arma ofensiva y no solamente defensiva. El mariscal Pétain era partidario de firmar la paz con Alemania y no quería ver a De Gaulle cerca de la dirección de la guerra. Opinaba que De Gaulle era "vano, ingrato y resentido". Pocos meses después Pétain iba a dirigir el gobierno de ocupación. De Gaulle encabezaría la resistencia contra los ocupantes.

COLABORACIONISTAS Y RESISTENTES. Pero Pétain no estaba solo en sus afinidades. Marcel Jouhandeau era escritor, "figura principal en el mundillo literario de la Nouvelle Revue Franaise, que era revista, editorial y forma de pensar". En 1939 publicó El peligro judío, un panfleto que recopilaba artículos periodísticos. Jouhandeau había escrito que se sentía más próximo a "nuestros antiguos enemigos alemanes" que a "toda la escoria judía considerada francesa".

El escritor Pierre Drieu La Rochelle admiraba la Europa de los nuevos dictadores. Cuando esa Europa estaba por llegar a París él se preguntaba si debía compartir el destino de su ciudad o abandonarla. En su diario escribió: "Mi único temor es que los alemanes quieran presionarme, utilizarme y, así, humillarme, pero ¿puedo ser más humillado de lo que lo estoy como francés? ¿Y no debería servir como intermediario y participar en la inevitable transformación de Europa en la que tanto he soñado?" Luego avanzaba un poco más y se acercaba a una decisión: "Se arrastrarán a mis pies. Ese montón de judíos, pederastas y surrealistas débiles de hígado ahora inclinarán su cabeza".

Pocas semanas después encontró una salida a sus dudas: se hizo colaborador de los nazis y fue señor del París literario como editor de la Nouvelle Revue Franaise.

Otros eligieron la muerte voluntaria como acto de resistencia. El doctor Thierry de Martel, neurocirujano, jefe del servicio del prestigioso Hospital Americano de París, tenía 64 años. Llegó a trabajar 24 horas de corrido atendiendo a los soldados heridos que volvían del frente. Había dicho a sus amigos que no podría seguir viviendo si los nazis entraban en París. El 13 de junio escribió al embajador de Estados Unidos. "Le prometí que no abandonaría París, pero no le dije si me quedaría aquí muerto o vivo. Seguir vivo sería darle a mi adversario un cheque en blanco. Si me quedo en París muerto es un cheque sin fondos que lo respalden. Adiós." El 14 de junio fue encontrado muerto. Uno más entre una docena de suicidios aquel día. Pero sin prensa ni radio que difundieran la noticia, con los amigos lejos, nadie se enteró. París había caído en poder de los nazis.

EL TURISTA BREVE. El día domingo 23 de junio, de madrugada, París recibió la visita de un turista alemán. Llegó con su escultor preferido, Arno Breker, y sus arquitectos, Albert Speer y Hermann Giesler. Visitó la Ópera, el Arco de Triunfo, la Place de la Concorde, la capilla de Les Invalides, la catedral de Notre Dame. Pasó por la tumba de Napoleón y contempló París desde Montmartre. A las 8 y cuarto de la mañana Hitler regresó a Alemania.

En su pasaje por Montparnasse, Hitler sin duda vio el Balzac de Rodin frente a los restaurantes La Rotonde y el Dôme. La estatua sigue donde estaba hace 67 años. Los restaurantes también.

LA CAÍDA DE PARÍS, 14 de junio de 1940, de Herbert Lottman, Tusquets, Barcelona, 2007 (reedición). Distribuye Urano. 440 págs.

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