Máquinas y bichos

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Carlos Cipriani López

TIENE UÑAS DE guitarrero. Hace veinte años que toma clases del instrumento español que en Uruguay consagró una historia propia, una escuela riquísima, admirada en el mundo. Pero Renzo Vayra no es conocido por su dominio de la guitarra. Ha tocado en público muy pocas veces; lo estremece la escena. Antes que nada, él es un dibujante, un ilustrador, un historietista, un investigador de técnicas plásticas, un traductor visual de textos literarios, un creador premiado en su país y distinguido también fuera de fronteras, en Brasil, en Argentina, en Italia.

De los Alpes a Malvín.

-Naciste en 1971 en Montevideo. ¿A qué escuela fuiste?

-A la Experimental de Malvín, la 219. Después comencé el liceo en el 31 y lo terminé en el 10, en el mismo barrio, en Malvín. Un poco antes anduve dando vueltas, fui al IAVA, donde me fue horrible. Pero bueno, al final terminé lo que antes era Preparatorios, el bachillerato. De la escuela, recuerdo su arquitectura, los espacios que tenía eran geniales. Aquel lugar era acogedor, aunque estábamos en dictadura. A nivel escénico todo se veía muy bien pensado. Durante ese período dibujé mucho. Un día me llegaron a decir que no cambiara más la túnica, la tenía toda manchada de pintura. Me daban túnicas a cada rato, pero al final, bueno... Los dos últimos años, en 5º y 6º, me pasé pintando, me sumaba a todos los proyectos de la escuela.

-Por esa época ya no era una escuela experimental ¿no? En su origen incluía una granja y programas especiales de estudio.

-No, ya no. Era una escuela común.

-¿Y te la pasabas pintando? ¿Cómo hacías en las horas de clase en que se daban otras materias: lenguaje, geografía o matemáticas? ¿Tenías una "beca"?

-No, cursaba todo. Pero recuerdo lo que más me gustaba hacer. Por ejemplo, había un proyector para cine que era fantástico para mí, estaba en un primer piso. Y nosotros hacíamos películas con diapositivas, además de pintar murales. En el año, me pasaba meses trabajando en eso.

-¿En tu hogar había referentes, familiares dedicados a la plástica?

-Mirá, mi abuelo italiano -igual que mi padre- tenía una mentalidad muy piamontesa, una forma de trabajo muy metódica, en cualquier cosa que tuviera que hacer. Él hizo varios óleos, paisajes de lugares donde vivía, en los Alpes, y se ve que hay detrás un trabajo muy esmerado. Están muy lindos. Tenía una gran manualidad. Mi otro abuelo era gallego, ebanista, hacía confesionarios, y realizó también algunos trabajos para la Biblioteca Nacional. Para mí son muy ricos antecedentes.

-¿Y cómo te vinculaste con tu entorno, con la geografía de Malvín, con las playas? ¿Fue en tu juventud un paisaje motivante?

-Es un barrio precioso, verde, como un balneario. Yo vivía a dos cuadras de la playa. Me gustaba más que nada ir en invierno, con amigos, cuando había crecidas del mar. He dibujado mil veces la Isla de las Gaviotas, pero nunca fui a la isla. Es muy espectacular toda la zona de las canteras, del Molino de Pérez. Ahí dibujé muchísimo.

-¿Cuándo reconociste que te ibas a dedicar al arte?

-¿Vos sabés que eso es raro? Porque yo a los 2 años ya dibujaba. Me acuerdo de haber hecho un dibujo de un biplano visto de frente al que le puse ocho motores. Como me dijo mi viejo, se me fue la mano. En casa éramos muchos, yo y cinco hermanos más. Mi madre me juntaba papeles para que yo dibujara. Hasta me daban cajas de ravioles, porque se acostumbraba mucho a comer pastas. Y entonces se aprovechaba hasta los papeles de los ravioles. Yo era una máquina. Dibujaba también en imanes, en la heladera, no paraba. Nunca pensaba en lo que hacía, lo tenía incorporado al vivir, y hasta ahora ha sido así. Si algo me divierte lo hago, y si no, no lo hago. A no ser que esté muy "apretado". Por eso no me dedico a hacer publicidad, me pierdo una plata, es cierto. Pero no quiero eso de trabajar, hacer plata, jubilarme y después dedicarme a lo que me gusta. Lo hago ahora. Lo hice siempre.

Armado hasta los dientes.

-Ya habías sido premiado en Uruguay cuando decidiste viajar a Italia, en 1993. ¿Por qué?

-Me fui a Torino, de donde vino mi familia. Mi padre llegó en el ´50 a Uruguay. Me fui a conocer y a buscar alguna veta en el trabajo del dibujo y la pintura. Llegué a una ciudad industrial, que no tiene que ver con nada. Había una movida súper pesada en materia industrial y laboral. Y bueno, ahí me agarró después el Servicio Militar. Lo hice y pronto me vine, porque no había terminado aún los estudios de Secundaria.

-¿Cómo la pasaste cumpliendo con el Servicio Militar?

-Fue raro. Me tocó integrarme a un cuerpo operativo especial. Me pasaba todos los días haciendo guardia. Fui piloto de carro armado. Guasquear un 8x8 me pareció algo fuera de serie. Era un tanque con ruedas, con neumáticos, bastante liviano, pesaba 28 toneladas, con tracción en las ocho ruedas y una potencia de fuego "salada".

-¿Cuánto duró esa experiencia?

-Un año. Entonces también hicimos guardias en Caltanissetta, en el centro de Sicilia. Había que custodiar a magistrados, a jueces que seguían las causas de otros jueces asesinados por la mafia, como Giovanni Falcone, al que habían matado el año anterior, en el ´92. También me tocó hacer cantidad de campamentos de guerra.

Caltanissetta era la peor ciudad de Sicilia. Teníamos que montar seis horas de guardia en la entrada del edificio, en el estacionamiento y en la puerta del apartamento de un juez o de otro. Rotábamos cada dos horas. Nos mandaban a varios lugares.

Me acuerdo de una jueza, una tipa chiquita, que llegaba a su apartamento mientras desde un helicóptero nos avisaban: "¡Llega la magistrada no sé cuánto!". La mujer venía en un Fiat blindado, con un piso que tenía una base de cemento antiminas. Llegaba corriendo con unos expedientes gigantescos. Cuando le enviaban algún pedido de supermercado, los que estábamos en la guardia, que éramos unos guachos, teníamos que revisarle todo, apoyados por un oficial. ¿Sabés lo que es eso? No sé cómo esa gente opta por esa vida, ¡es increíble!

-¿En ese período pudiste encontrar un tiempo libre para dibujar?

-Dibujé en pila. Aproveché mucho el tiempo. Yo tenía la llave de la oficina del Comandante, y de noche me metía ahí. Cuando llegaba una inspección apagaba las luces para que no saliera ningún resplandor por debajo de la puerta. No me sorprendieron nunca, de lo contrario hubiera ido "en cana". Me quedaba horas dibujando y pintando, hasta que amanecía. Después iba a hacer los servicios o a entrenar. Quedaba hecho paté. Teníamos unos entrenamientos muy fuertes, nos hacían correr como bestias.

-¿Tuviste alguna vez que disparar un arma en esa etapa de soldado?

-Disparé en los entrenamientos, pero nunca más, no.

-¿Tu pasión por las máquinas y por dibujarlas proviene de esa experiencia?

-Torino es una ciudad bien industrial, al igual que Milán y toda la Lombardía. Ahí la gente lo tiene asimilado, le tienen un gran cariño a las máquinas, desde los proyectores de cine hasta los automóviles o los aviones. Eso me parece espectacular. Y creo que lo heredé de mi padre y de su padre, mi abuelo. También me gustan los barcos ¿ves?, aunque el Piamonte no tiene costas.

Mi padre me hablaba de máquinas, de modelos. Y también me contaba las situaciones que habían debido vivir cuando los alemanes se retiraron, cuando capituló Italia. La historia de esas máquinas, de lo que hicieron los hombres son en cambio terribles, siniestras. Por ejemplo cuando los tipos en su huida avanzaban atravesando las manzanas y atropellando a todos los civiles que encontraran en el camino, fueran mujeres o niños. Algo aborrecible. Pero bueno, las máquinas son una pasión que comparto con mi hermano Mauro, el mayor, un excelente matricero y rectificador, como mi abuelo. Terminó dando clases en el Politécnico de Torino.

-Y además de dibujar, en Italia publicaste trabajos tuyos.

-Cantidad de cosas, para municipalidades de Torino y en revistas y también hice almanaques para el regimiento Nizza de la Caballería.

el boxeo. el grabado. la historieta.

-Retornaste a Uruguay por el ´97 y poco después te fuiste a Alemania a profundizar en el arte del grabado. ¿Con qué docentes?

-Me fui a fines de los ´90, becado por la Fundación Batuz a Altzella, Alemania. Curiosamente, a aprender grabado con Edgardo "Piki" Flores, un genio de la xilografía que domina todas las técnicas del grabado. Él fue boxeador a principios de los ´80, lo llegaron a considerar el mejor boxeador uruguayo. Su obra gira en torno a ese deporte y a los dichos del boxeador. Aunque parezca mentira, nosotros estamos continuamente empleando frases del boxeo. El tipo trabajaba con una prolijidad increíble, como también Eduardo Fornasari. En el grabado hay muchos pasos a seguir en orden, a diferencia de otras técnicas. Si rompés la cadena, marchaste.

-¿Ves puntos de encuentro entre tus trabajos en la historieta y el grabado?

-Sí. La forma en que empecé a tratar la historieta viene del reticulado que estuve haciendo en aguafuerte. Es el mismo reticulado. Dibujaba grabados y no me daba cuenta.

-¿Cómo se dio el contacto con los cuentos de Quiroga?

-Quiroga tiene una dinámica narrativa que es excelente para llevar al dibujo.

-¿Cuál fue tu primer intento de convertir un relato literario en una historieta?

-Con el cuento "Tan amigos", de Benedetti. Después seguí con Quiroga, Morosoli, Serafín J. García, Paco Espínola, Felisberto Hernández, Onetti. Y también lo hice con textos de Goethe, de Lovecraft, de London, de Pushkin. Pero a veces he tenido que tirar todo, por el problema de los derechos de autor. Y además, es difícil encontrar un espacio para publicar. Yo quiero hacer eso acá. Me han ofrecido para vincularme con editoriales del exterior, pero no me "cuelgo" de esa idea. Yo tengo terribles guionistas, Quiroga es uno. Aunque bueno, es muy poco lo que pude colocar en el mercado.

-En los trabajos que sí has conseguido publicar se nota un dibujo muy puntilloso, al servicio del detalle. Y no sólo te has esmerado con las máquinas sino con los animales de la selva de Quiroga.

-Sí, en los trabajos de los cuentos de Quiroga usé una punta de fibra que te da una gran versatilidad, evolucioné bastante en el trabajo de las retículas, antes eran mucho más cargadas. Si te fijás, en la ilustración de los cuentos de Quiroga no hay tantas rayas, sino pocas, unas paralelas a las otras. Así están dados los grises. El entramado se ve en pocos casos.

-¿Cómo fue el proceso de trabajo en cada plancha de esos tres cuentos de Quiroga que elegiste para tu último libro?

-Hago un boceto previo. Primero veo el ángulo que voy a darle a cada bicho, voy poniendo el texto, lo hago en un cuadriculado. Y después le pongo papel de calco arriba y lo entinto todo. Una tira me puede llevar dos horas de trabajo; una página de tamaño A3 me lleva un día hacerla y al siguiente la retoco. Hay una parte de "Anaconda" en que están las víboras hablando adentro de la caverna, en asamblea, que no me exigió tanto trabajo. Ahí el problema estaba en elegir los ángulos para que no se confundiese la coral con la crucera o un tipo de yarará con otro. En cambio sí me volví loco con las partes en que se dan las lluvias y las inundaciones. Una tira de esas, con lluvia, me llevó el mismo tiempo que tres de las otras.

-¿Por qué incluiste los dos cuentos de Anaconda? Tenías otros de Quiroga con más variedad de personajes.

-Los que me quedaban de Los cuentos de la selva ya los había hecho para El Escolar, y otros como "La abeja haragana", "Historia de dos cachorros..." o "La tortuga gigante" no me convencían para dárselos a leer a niños, son muy tristes. "Anaconda" no corresponde a Los cuentos de la selva, pero me encantó, al igual que "El regreso de Anaconda". Y también "El paso del Yabebirí", que tiene muchísima acción.

El docente. el lector.

-Esa preocupación que te llevó a meditar sobre qué no darles a los niños para leer y ver, se vincula con una vocación docente. ¿Has tenido contacto con niños en talleres o escuelas?

-Sí, he trabajado. Me llevo bien con los guachos. Porque todo lo que yo pensaba de chico lo sigo pensando ahora. Todo lo que me gustaba de chico, me sigue gustando ahora. Cuando era chico conocía pocos aviones; hoy conozco una cantidad impresionante. Lo mismo me pasa con los coches, los barcos y todas las máquinas. Como que soy un mono más viejo, con algunos conocimientos más, pero soy el mismo.

-¿Dónde ejerciste la docencia?

-En el proyecto "Esquinas" de la Intendencia de Montevideo, en el equipo del "Tunda" Prada. Y eso fue una experiencia espectacular, porque trabajaba con chiquilines de distintas edades, que tenían contextos sociales y culturales bastante complicados. Tengo todos sus dibujos, son miles. Guardé todo. Se daban situaciones impresionantes, había chiquilines que demostraban una violencia feroz. Los agarrábamos y les decíamos: "¡Vos no te movés de acá hasta que hagas un dibujo!". Y ellos terminaban diciendo: "Bueno, ¡tá!". Algunos llegaban, y ¡no sabés!... ¡No paraban de tirar piedras! Pero después se largaron y dibujaron. Había "planchas", adolescentes con códigos contra los que nosotros chocábamos, pero que demostraban potencialidad para el dibujo.

A través del dibujo vos proyectás y conocés. De hecho, el Renacimiento fue eso. El arte pasó a ser una manera de conocer el mundo a través de la imagen, porque se centra en el hombre y lo que lo rodea. Se dejó un poco de lado la imagen de Dios, aunque siguió presente. Nosotros todavía seguimos viviendo ese proceso.

En aquellos talleres, los chiquilines decían por ejemplo: "a nosotros nos gusta dibujar caballos". Y yo les respondía: "Y bueno, vamos a dibujarlos vistos de arriba". El tema de que todos nos sentáramos alrededor de una hoja de papel a solucionar el problema de cómo dibujar ese caballo visto de arriba llevaba a que se generase un intercambio espectacular. Había ahí, buscando solucionar un problema común, personas que por momentos nos sentíamos muy diferentes.

-Cuando adaptás textos literarios se debe cruzar en tu cerebro la mirada del lector común con la del ilustrador. ¿Quién manda?

-Es muy complejo eso. Ahora estoy entrevistando a dibujantes y guionistas para ver si sus adaptaciones de la literatura a la historieta aportan o quitan algo a la narración. Quiero saber qué creen ellos. Hasta ahora he tenido respuestas muy diferentes. En mi caso, todo lo que dibujo no tiene nada que ver con lo que imaginé. Y eso creo que se da porque yo imagino los dibujos hechos por otro. Imagino la escenografía realizada por Durero. Imagino un óleo hecho por Velázquez. Lo que uno imagina después de una lectura es muy vago, las imágenes quedan muy "sueltas". En la historieta, en la ilustración del cuento, hay que agregar información que el autor no dio en forma expresa pero que de algún modo tiene que estar en la historia. ¿En qué árbol está el tucán que debo dibujar? ¿En un cedro? ¿En un quebracho? Es medio complicado, pero hay que resolver esas cosas a cada paso.

-Has dibujado, pintado óleos, hiciste grabados. ¿No has pensado en abordar otras texturas, el tapiz por ejemplo? ¿En qué está tu aventura con los volúmenes, con el mármol?

-Quiero entrarle al mármol. ¡Sí! ¡Me quiero ir a vivir afuera de Montevideo! Y ahí poner un taller y picar piedras. El mármol está bravo, por la mugre que genera. Hay que tomar muchas precauciones. Si lo respirás, no lo eliminás nunca. Te vas haciendo de mármol por dentro. Se necesita un lugar abierto para trabajar. Espero que eso se dé en el 2012. Este año me voy a dedicar al óleo en forma compulsiva. El mármol y el óleo son técnicas nobles, son lo máximo, técnicas de una gran pureza que te dan un resultado final insuperable.

Trayectoria

EN 1983 Renzo Vayra fue seleccionado por el Comité Olímpico Uruguayo para intervenir con varios trabajos suyos en la Muestra Internacional de los Deportes. Premio Ministerio de Salud Pública (itinerante por toda América Latina).

En 1991 obtuvo el Tercer Premio en Ilustración en el Salón del Humor y la Historieta de Santa Fe, Argentina. En 1998 recibió en la categoría Historietas el Primer Premio en el Salón Internacional de Dibujo para la Prensa de Porto Alegre, Brasil. Y en 2007 ganó el Premio Morosoli de Plata por su trayectoria en artes plásticas, entregado en la ciudad de Minas por la Fundación Lolita Rubial. El Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay lo galardonó también con premios de los Fondos Concursables: en 2006, por su álbum Encuentro en Sáked y, en 2009, por su adaptación a historieta de tres cuentos de la selva de Horacio Quiroga.

Vayra inició sus estudios de pintura en 1984, en el taller de Dumas Oroño.

En 1999 ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes de donde egresó Licenciado en Artes Plásticas y Visuales. Ese mismo año comenzó a tomar clases en el Club de Grabado con el profesor Eduardo Fornasari. Ycursó después "Técnicas Aditivas y nuevos soportes", con Horacio Gómez. Y también estuvo en Alemania, becado por la Fundación Batuz a estudiar con el xilografista uruguayo Edgardo Flores. Por los mismos años, en Montevideo aprendió técnicas de grabado con Ebe Larrañaga.

Vayra ha publicado ilustraciones e historietas en diversos diarios, revistas y semanarios de Montevideo, y entre 1993 y 1997 también en ediciones de la región del Piamonte, Italia. Entre otras revistas le publicó Schizzo, del centro "Andrea Pazienzia" de Cremona. Asimismo trabajó para distintas municipalidades de Torino y realizó los almanaques de los años 1996 y ´97 para el Regimiento Nizza de la Caballería Italiana.

Entre sus álbumes de ilustraciones de cuentos se destacan el dedicado a Jack London: Tres historias del mar (Banda Oriental, 1993); Las aventuras de Juan el Zorro, sobre textos de Serafín J. García (dos tomos, Banda Oriental, 1999); y Tres cuentos de la Selva, con textos íntegros de Horacio Quiroga (Trilce, 2010).

En materia de exposiciones, Vayra participó en varias muestras individuales y colectivas, por ejemplo en la Biblioteca Nacional, en el Cabildo de Montevideo, en las salas de Cinemateca Uruguaya y la Fundación Buquebús, en la Casa degli Italiani de Montevideo y en la Municipalidad de Vinovo, Torino.

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