por Juan de Marsilio
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Hay pocas experiencias más amenas que leer lo que ha escrito una persona inteligente. Asimismo, pocas emociones más tonificantes que el asombro. Ninguna de las dos está reñida con la importancia de los temas tratados en El libro de los seres casi imaginarios, del británico Caspar Henderson. Un volumen ameno, asombroso y serio, todo a la vez y por el mismo precio.
En el principio estaba Borges, y más en particular, El libro de los seres imaginarios. Cuenta el autor en la introducción a este trabajo que, yendo de picnic con la familia, se había llevado ese repertorio de animales fantásticos presentado un poco a la manera de los bestiarios de la Edad Media. Al leerlo y maravillarse, Henderson cayó en la cuenta de que, para los lectores medievales, esos seres no eran ni imaginarios ni fantásticos, sino seres reales (y asombrosos) de países lejanos y poco frecuentados. También comprendió que tan maravillosos como lo grifos y otras quimeras, son muchas de las especies animales inventariadas por la zoología, aunque el asombro humano ante ellas nunca sea lo bastante fuerte como para evitarles el riesgo de extinción. Así surgió este libro, un poco al modo erudito de Borges aunque con un tono más llano y un humor algo más plebeyo.
Invertebrados. Trece de los animales sobre los que Henderson se ocupa son invertebrados. En todos los casos maravilla el modo en que se sostienen y funcionan, sin armazón interna alguna, estructuras tan complejas y delicadas. En el caso de los artrópodos —insectos, arácnidos, miriápodos y crustáceos— hay un caparazón o exoesqueleto, pero cuando se considera a los moluscos, el asombro es mayor aún. Tanto que al tardígrado, animalito de menos de medio milímetro, resistente a cualquier cosa, se lo llama oso de agua, aunque no sea una fiera de los bosques.
En algunos casos, desde la antigüedad, el asombro ante estas criaturas le llega al hombre de hoy bajo la forma de mitología. Como en el caso del Cinturón de Venus, una especie entre las llamadas medusas-peine (parecen medusas pero no lo son en sentido estricto) cuya forma es la de una cinta traslúcida “que brilla en las aguas y emite destellos multicolores a la luz del sol”, por lo que el nombre le viene como anillo al dedo (o como cinturón a la diosa desnuda que surge de las aguas). Pero, como todas las medusas-peine, supera en mucho la antigüedad de nuestros mitos: estos animales han cambiado muy poco desde el período Cámbrico, hace más de quinientos cuarenta millones de años.
Otras criaturas son la aparición sorpresiva del viejo mito en un ámbito inesperado, como por ejemplo el tiburón duende, que vive a cientos de metros de profundidad y presenta un “hocico en forma de espada que sobresale por encima de las mandíbulas”. Pero en este artículo, Henderson explica por qué los hombres de la antigüedad pudieron concebir tal animal y hasta obsesionarse con él: hay muchas criaturas con un apéndice rígido por delante. Algunas de ellas muy a la vista, como ese escarabajo al que en el campo uruguayo se le suele llamar torito, aunque tenga un cuerno solo.
Aves (y dinosaurios). Quien quiera ver dinosaurios vivos, mire las aves. Es otro punto fuerte de este libro: vista en perspectiva evolucionista la realidad biológica muestra que, en el presente, convivimos con animales que son iguales a sus ancestros de hace decenas o cientos de millones de años, o por lo menos conservan características que impiden negar ese parentesco. Las aves son dinosaurios con plumas, como escribe el autor en su artículo sobre el Quetzalcoatlus —nombre tomado del dios azteca Quetzalcoatl— un antiguo dinosaurio volador del tamaño de un avión de caza, pero que no superaba los ochenta kilogramos de peso, y por eso podía volar. Los humanos, animales más evolucionados, también podemos volar… pero sólo con la tecnología y la imaginación.
Respecto a los primates, el libro se ocupa de dos: el macaco japonés y el humano (porque somos animales, y a veces los más animales de todos). Para mostrar el tono y la línea argumental de Henderson en ambos estudios, conviene atender el acápite de Tom Waits que precede a las páginas sobre lo monos del Japón, pero que se refiere a los seres humanos: “Somos monos con armas y dinero”. El trabajo del autor profundiza en este sentido: “La temperatura del aire puede ser de veinte grados bajo cero, pero sentados en fuentes de aguas termales, los macacos japoneses exhiben una sublime indiferencia al frío: parecen monjes zen en estado contemplativo. Se trata, por supuesto, de monos inteligentes: se cuentan entre los primates más versátiles e ingeniosos del planeta. Sin embargo, lo que la imagen no cuenta es que sólo los monos situados en lo más alto de la manada disfrutan del agua. A quienes ocupan una posición inferior en la jerarquía se los excluye de forma rigurosa. Acurrucados para protegerse del frío contiguo, está claro que son desdichados y suelen tener vidas más cortas y tortuosas que sus congéneres más afortunados. Por tanto, aunque la imagen resulta encantadora, también nos habla de un mundo de crueldad y exclusión: en ciertos aspectos, el comportamiento de los monos de la nieve, como también se conoce a los macacos japoneses, recuerda más a la mafia de la yakuza que al budismo.”
En la introducción, la conclusión y los apéndices del libro, Henderson concentra la cuota de alarma imprescindible: hay indicios muy fuertes de que, con muestra especie, en especial por el uso cada vez mayor de combustibles fósiles, la depredación del ecosistema para ganar espacio residencial y/o cultivar alimentos, y la vertiginosa extinción de especies, se habría iniciado una nueva era, el Antropoceno, que podría venir acompañada por un evento de extinción masiva. Sería el sexto desde que surgió la vida en el planeta, y el primero perpetrado por una especie inteligente. Acaso contemplar las maravillas que este libro muestra, consiga lo que no han podido la culpa ni el miedo: hacernos reaccionar.
EL LIBRO DE LOS SERES CASI IMAGINARIOS, de Caspar Henderson. Ático de los libros, 2022. Barcelona, 624 págs. Traducción de Luis Noriega Hederich.