por László Erdélyi
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La llegada de la película El informante a plataforma de streaming (Amazon Prime) parece cerrar la cuestión del escándalo Watergate a más de 50 años de ocurrido. Producida por Ridley Scott y con Liam Neeson protagonizando a Mark Felt, el agente del FBI que filtró a la prensa el accionar ilegal del gobierno de Richard Nixon —y que terminaría cayendo por esas acciones— la historia abre numerosas cuestiones muy caras a la salud de las repúblicas democráticas. Sobre todo las que conciernen al control ciudadano de quienes ejercen el poder.
El término -gate quedó asociado, así, en el mundo de las democracias occidentales, a cualquier escándalo mediático, no sólo político. Tal fue su onda expansiva ética y moral. Una que consolidó, además, al periodismo de investigación profundo, de largo aliento, como un arte superior y necesario para la salud de las democracias, pues lucha por revelar las variables secretas y ocultas de una crisis. Un arte caro, por cierto, que no siempre las empresas periodísticas pueden asumir. En el caso Watergate, una fuente clave e inteligente como Mark Felt, más conocido como Garganta Profunda —sobrenombre tomado de una famosa película porno—, junto a varios medios de prensa, reunieron todas las variables para un desenlace exitoso.
Paranoia. Richard Nixon ganó su primera elección a Presidente en 1969, pero por su carácter no le era suficiente, cuenta Fred Emery en su notable libro Watergate (1994, sin traducción al castellano), quizá la obra definitiva sobre estos hechos. El ego de Nixon pedía más, quería un segundo período, lo que se daría en 1972 cuando fue reelecto. Para lograrlo llevó a cabo una vasta y costosa conspiración secreta, apelando a métodos ilegales para espiar y sabotear a rivales políticos.
Nada de esto se habría sabido de no ser por la impericia con que actuaron estos saboteadores en el edificio Watergate de Washington D.C. el 17 de junio de 1972, en unos apartamentos que eran sede del partido Demócrata, rival del Republicano de Nixon. Debieron volver a revisar unos micrófonos ocultos ya instalados que no funcionaban, y mientras fotografiaban más documentos fueron descubiertos por la policía y apresados. En la miniserie Los plomeros de la Casa Blanca (2023, HBO) está muy bien contada esta historia, con un notable Woody Harrelson protagonizando a uno de los jefes de ese operativo ilegal, Howard Hunt, ex agente de la CIA y quien fuera jefe de la Estación de la CIA en Montevideo en la década del 50. El tono de la miniserie, por momentos tragicómico, es sin embargo un buen reflejo de la realidad. El espionaje y el sabotaje de rivales políticos no era nuevo en la política norteamericana, llevado a cabo por agentes profesionales de las propias agencias de seguridad del Estado. Aquí no. Nixon y sus colaboradores montaron un esquema de espionaje y sabotaje paralelo bajo el mando directo de la Casa Blanca, contratando a ex agentes del FBI o la CIA, y financiado con fondos secretos.
El encubrimiento. A medida que trascendió quiénes eran los saboteadores presos, por sus antecedentes, cundió el pánico en la Casa Blanca de Nixon. Las presiones a diversos niveles para evitar que el daño político llegara al Presidente fueron especialmente duras con el FBI, que pronto supo todo. Era una agencia temida por todo el sistema político norteamericano. J. Edgar Hoover se encargó, desde que fundó la agencia, de registrar en secreto cada uno de los “trapos sucios” de cada político, sus amantes, su homosexualidad, sus deslices. Ese “saber todo” lo hizo intocable, a él y al FBI, su hijo dilecto, su creación. El blindaje frente al poder político, a base de extorsión, fue inigualable. Pero mientras se desataba el escándalo Watergate, y las presiones contra el FBI crecían, Hoover fallece de causas naturales. Mark Felt, número dos de la agencia y mano derecha de Hoover, queda en primera línea. Es allí donde comienza El informante.
Esos hombres grises y aplicados al estricto rigor de reglas y protocolos vieron limitar su accionar. Estaban frente a un hecho ilegal, llevado a cabo por hombres corruptos, pero recibieron órdenes de no actuar. Sin embargo el sistema de poder en Washington no es tan simple. Tiene sus contrapesos, el Congreso, la CIA, otros actores diversos... y la prensa. La información comenzó a filtrarse. La interpretación de Liam Neeson es magistral. Felt era un hombre reservado, de pocas palabras, pero su gestualidad y su rostro revelan el infierno interior que vivió, entre el deber de callar por su condición de funcionario, y el deber de hablar por su condición de ciudadano.
Lo novedoso es que El informante cuestiona las narrativas que le dan al diario Washington Post, a los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein, y al legendario editor Ben Bradlee, el protagonismo total en las revelaciones. Si bien aparecen los encuentros entre Felt y Woodward en un solitario garage que el libro y la película Todos los hombres del presidente (1974 y 1976) hicieron famosos, El informante recrea un par de encuentros sustanciosos entre Felt y Sandy Smith (Bruce Greenwood), periodista de la revista Time, también protagonista en las revelaciones. El director de la película Peter Landesmann fue el responsable. “Watergate no es la historia de dos periodistas” declaró a Time hace poco, “Watergate es la historia de un sistema, y cuando ese sistema se rompió, una persona debió crear un nuevo mecanismo”. Habla, claro, de Felt.
La película está basada en el libro de Mark Felt y John O’Connor, A G-Mens Life (2006, sin traducción). Había un acuerdo verbal entre Felt y Woodward para revelar la identidad de común acuerdo. El periodista del Post se encontró con Felt ya anciano cuando éste había decidido dar el paso. Pero por razones que no quedan claras, no lo hicieron juntos. De hecho Woodward publicó primero el libro El hombre secreto, La verdadera historia de Garganta Profunda (2005), que fue un bombazo.
Un año más tarde salió A G-Mens Life con mucho material, incluso manuscritos que Felt había elaborado a lo largo de los años. El informante abreva en esa riqueza. Felt fue mucho más que Garganta Profunda, o un destacado agente. Su vida, sus tragedias personales, las crisis de su esposa (una espléndida Diane Lane como Audrey Felt), y sus dolores, como la vida misma, están allí.